Quería volver a verla antes de lanzar mis comentarios, pero ya que van pasando las semanas y no tengo ocasión para hacerlo, diré un par de cosas sobre la monumental obra del austríaco Ödön von Horváth, que dirige Jorge Guerra y que se está presentano, hoy por hoy, en el Centro Cultural de la Católica: Don Juan regresa de la guerra. Y, lo primero que hay que decir sobre ella, es eso: que es monumental. Desde la primera escena, cuando aparece Don Juan hablando desde un tiempo postrero, y pasando por las mujeres tumbadas en torno a otra que imita a la Niké ("Victoria"), hasta el final (del que no les digo nada), toda la acción se traduce en imágenes cargadas de expresividad arrolladora y que nos hunden, enseguida, en ese estado de trance en que nos puede poner, por ejemplo, una película de Fellini o Bergman, o un libro como el Fausto de Goethe.
Soy enemigo de los resúmenes y las contraportadas de los libros, así que no les soltaré noticia alguna de la trama. Sin embargo, puedo prometer una obra magna, profunda y llena de símbolos, a la que no le basta contar la historia, sino que nos la muestra a través de palabras como versos, de música y bailes y escenarios. Símbolos, al fin, que se trastocan y que exigen del espectador una perspicacia distinta y activa, lista para interiorizar e interpretar todo lo que percibe. Y, uno de estos símbolos vueltos del revés es, precisamente, el de Don Juan, que ya no es más el de Tirso de Molina o Moliére, sino que ha "vuelto de la guerra", por lo que las cosas, ahora, han cambiado. Pero mejor no les arruino la obra con mis interpretaciones: los invito a verla, a maravillarse y a temblar con ella.
Antes de terminar, quiero agregar un rápido brindis por Jorge Guerra, que ha hecho una labor extraordinaria como director, y otro más por su hija, Alejandra Guerra, que resalta muy especialmente por su fuerza expresiva sobre el estrado. Y porque el teatro de esta ciudad siga tan bien como anda, y mejorando.
Soy enemigo de los resúmenes y las contraportadas de los libros, así que no les soltaré noticia alguna de la trama. Sin embargo, puedo prometer una obra magna, profunda y llena de símbolos, a la que no le basta contar la historia, sino que nos la muestra a través de palabras como versos, de música y bailes y escenarios. Símbolos, al fin, que se trastocan y que exigen del espectador una perspicacia distinta y activa, lista para interiorizar e interpretar todo lo que percibe. Y, uno de estos símbolos vueltos del revés es, precisamente, el de Don Juan, que ya no es más el de Tirso de Molina o Moliére, sino que ha "vuelto de la guerra", por lo que las cosas, ahora, han cambiado. Pero mejor no les arruino la obra con mis interpretaciones: los invito a verla, a maravillarse y a temblar con ella.
Antes de terminar, quiero agregar un rápido brindis por Jorge Guerra, que ha hecho una labor extraordinaria como director, y otro más por su hija, Alejandra Guerra, que resalta muy especialmente por su fuerza expresiva sobre el estrado. Y porque el teatro de esta ciudad siga tan bien como anda, y mejorando.
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