viernes, 31 de diciembre de 2010

Un poco de Pasolini para despedir el año


Año que se va, año que viene. En la cuenta regresiva que lleva al fin del mundo (algunos todavía juran y perjuran que el 2012 es EL año) hemos dado otro de esos saltos que suceden cada 365 días, y con eso sólo puede hacerse una cosa: celebrar. Esta noche, todo el mundo lo sabe, toca descorchar botellas, pero antes voy a patrocinar un último ritual por estos ámbitos. Porque claro: ¿qué mejor manera de asistir a fechas como estas que con algo de buena poesía? Es por eso que he pensado en invocar una vez más a Pier Paolo Pasolini, que entre todas las genialidades que abundan en su repertorio guarda, también, una de las obras poéticas más ricas, fascinantes y bellas de las letras italianas:escrito en términos metafóricos, palabras que caen como hojas, sin violencia pero fatalmente, con el susurro de la brisa haciendo música de fondo. Ojo, que hablo, también, de poemas en los que no sólo hay que leer cada una de las letras, sino también cada uno de sus silencios, pausas y comas, porque están ahí para hablarnos también. 
No creo haber podido elegir un mejor poeta para despedir un año y recibir otro. La poesía de Pasolini es una experiencia única en las letras italianas, y poder respirarla, o clavársela en el pecho, es un placer que hay que gozar con todos los sentidos del cuerpo. Poeta del desgarro más crudo, ya lo saben. Y, también, jardinero de flores inmortales. Pero todo esto que digo empieza a sonar un poco tonto: lo siento mucho, pero a veces no encuentro mejor manera de expresarme, dado el estado en el que quedo después de leer a Pasolini. Que, ya lo ven, no sólo es un genial cineasta y novelista, sino también un Poeta de esos que llevan la "P" mayúscula con todo el derecho del mundo. Copas arriba, pues, y a despedirse, sonrientes, de otro trozo de vida. Salud.

Abro la mañana de un blanco lunes...
Abro a la mañana de un blanco lunes
la ventana, y la calle indiferente
roba entre su luz y sus rumores
mi presencia infrecuente entre las hojas.
Este moverme... en días totalmente
fuera del tiempo que parecía consagrado
a mí, sin regresos ni paradas,
espacio lleno todo de mi estado,
casi prolongación de la existencia
mía, de mi calor, del cuerpo mío...
y se ha truncado... Estoy en otro tiempo,
un tiempo que dispone sus mañanas
en esta calle que yo miro, ignoto,
en esta gente fruto de otra historia

miércoles, 29 de diciembre de 2010

"El arte de amar" de Ovidio


A nadie que lo haya leído puede sorprenderle el que yo afirme que debo algunas de las horas de más grata lectura a Ovidio. Y digo esto porque probablemente haya muchos otros que piensen que un autor tan antiguo sólo puede ser una linda pieza de museo. Pues no, señores: pocas prosas guardan tanta calidez, buen humor y sanísimas sarna y sorna como las de El arte de amar de Publio Ovidio Nasón. De las que podríamos repetir lo que ya se ha dicho: que son una suerte de "manual" de conquistas, algo así como un libro de seducción para dummies, sólo que escrito por una de las mejores plumas de la literatura universal. 
Muy distinto al tono solemne de sus Metamorfosis, el Arte de amar de Ovidio está escrito en un tono liviano, que mezcla la chacarronería más picaresca y la retórica más desenfadada con momentos de elevada poesía. En otras palabras, y para los que les gusta usar este tipo de términos, que se dan la mano lo apolíneo y lo dionisíaco, las letras de la luz y las rondas de la cantina (aunque sin llegar a ese tipo de delirium tremens del que fue un verdadero genio Petronio). O, en otras palabras, que me parece sinceramente fascinante la forma en que las tácticas de la seducción y las observaciones sobre el erotismo se mezclan con la reflexión filosófica y la pregunta por el sentido de la existencia, y de tal forma que no hay nada forzoso en la lectura: más bien, todo fluye naturalmente, sin contratiempos y, pueden creerme, sin un solo bostezo. 
Ya he escrito en otras ocasiones sobre Ovidio por estos lares. Pero es que no me canso, ni me cansaré nunca, de invocar su presencia a que baile y beba en esta barra. Además, con el motivo de comentar uno de los libros que no sólo se cuenta entre los más importantes de su obra, sino que de paso ha influído enormemente en la literatura posterior durante siglos. Sobre todo cuando se trataba de autores que querían hablar sobre el amor y, más precisamente, sobre la seducción: no sólo Boccaccio, sino también todo el Siglo de Oro español, libertinos como Nicolás Fernández de Moratín (cuyo Arte de las putas tiene una deuda enorme con este libro), y aún románticos y post-románticos, desde Goethe o Nerval hasta Baudelaire. 
¿Algún pasaje en particular que me interese recordar ahora? El problema es que son muchísimos... los hay muy divertidos (algo peligrosos de llevar a la práctica), como cuando Ovidio aconseja servirse del vino como una herramienta, no sólo para ayudarse a seducir a una dama, sino también para emborrachar a su novio, cosa que el amante seductor pueda pasar a primer plano. Recuerdo, también, su larga reflexión sobre las puertas (que llegan a convertirse en una metáfora). O esos momentos en los que reflexiona sobre la vida que se va gastando, dejando reducido a espino esa flor cuyos pétalos caen sobre una copa de vino.
No sé si habré convencido a alguien, pero de todos modos lo repetiré: el de vetar a un autor tan genial como éste sólo por ser antiguo es un error en el que no vale la pena caer. ¿Por qué perderse de una lectura tan fascinante, profunda, divertida y jocosa como ésta sólo por un tabú sin sentido? Afortunadamente para nosotros, Ovidio sigue allí, y sus páginas no parecen haber envejecido ni un poco desde el día en que fueron escritas.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Medio "Mea culpa" de Ratzinger


Supongo que lo que corresponde, para empezar esta nota, es echarle una flor (no más) a Ratzinger, un sujeto del que todos hemos oído hablar, y con quien tengan por seguro que no me tomo ni una cerveza. Pero hay que reconocerlo: yo estoy de acuerdo en algo, y es que estuvo muy bien que llamara la atención, en su discurso de fin de año, sobre uno de los mayores problemas que parece remover las venas de la Iglesia, y que los periodistas de todo el mundo ya han explotado hasta hartarse. Hablo, por supuesto, de los innumerables casos de maltrato de niños, que todos sabemos muy bien han llegado hasta la masturbación y la sodomía. Haciendo de portavoz de su institución, Herr Ratzinger (o, como prefiere mi amigo César Gutiérrez, "Rat Singer") ha aprovechado su discurso para efectuar una especie de Mea culpa general, que creo que no sólo era necesario, sino que además era de las pocas cosas que le quedaban por hacer, dada la situación (que los medios de comunicación han tornado en crítica). 
Pero lo que más me sorprende es su siguiente paso, algo que casi parece un milagro a estas alturas de la historia y, sobre todo, de la biografía de Herr Ratzinger: hacer un llamado a la reflexión y, al parecer, también a la renovación de la Iglesia. Ahora, que tampoco hay que pegarse un tiro, porque no está hablando de una renovación del tipo revolucionario que propuso, algunos lo recordarán, Hans Küng en su famosa carta abierta a los obispos del mundo. No: lo que Ratzinger se pregunta es qué pudo estar mal en el mensaje de la iglesia para que las cosas lleguen a lo que han llegado. 
Bien, bien... ya lo digo, me parece muy bien que el cabrón (porque, pese a todo, eso es lo que es) baje la vista por unos segundos y acepte lo que ha estado pasando, y que luego vuelva a alzarla para tomar cartas en el asunto y tratar de superar el problema. Pero si bien le aplaudo la intención, no puedo hacer menos que fruncir el ceño y esbozar una sonrisa llena de sorna cuando leo sobre las dudas del papa. Es decir, ¿cómo va a preguntarse qué es lo que estuvo mal en el mensaje de la iglesia y en su "manera general de vivir la vida cristiana" un sujeto que defiende las ideas que él defiende? 
Vamos a ver: todos sabemos que la iglesia cristiana (y, dentro de su seno, la católica-apostólica-y todo ese rollo) avanza a paso de cangrejo, con más displicencia que temor en la mirada ante lo que traen los nuevos siglos, y sin muchas ganas de olvidar la gloria de los siglos precedentes al Renacimiento. Vale, bien: eso lo aceptamos como un caracter general. Pero no podemos dejar de reconocer, también, que Herr Papa es un caso particular dentro de este grupo. Al fin y al cabo, los problemas que ha enfrentado la iglesia bien pueden ser entendidos como una consecuencia directa de una forma de pensar que implica la intolerancia, el fervor patológico y el fetiche casi morboso por las fórmulas del pasado. Cuestiones que, de sobra está recordarlo, son parte del ideal de Herr Ratzinger, tal y como lo ha demostrado no sólo en sus escritos (que tanto significan para el pensar común o para el inconsciente colectivo, si quieren, de la iglesia) sino también en sus acciones (misas en latín, reapertura del infierno, etc.). 
Si a estas alturas ya no aplaudo más, pues a la hora de leer las conclusiones de Benedicto XVI ya no puedo hacer otra cosa que cortarme las manos. Aunque hay que reconocer que no me sorprendieron en lo más mínimo, ya que, al fin y al cabo, van con el carácter del regente del Vaticano. Hago una cita ilustrativa: "La destrucción psicológica de los niños, cuando los seres humanos son reducidos a un artículo a la venta en un mercado, es un signo aterrador de los tiempos". En otras palabras, que Herr Ratzinger no deja de reconocer dos cosas: en primer lugar, que los obispos y sacerdotes del mundo, como la propia comunidad cristiana en su integridad, cargan con un fardo de culpa; pero, de paso, que ese fardo lo comparten con los tiempos que corren, tan hechos por y para hijos de puta. ¿Solución desesperada? Supongo que el Mea culpa se convierte en medio Mea culpa, porque hay una cruz para el siglo XXI también. Porque claro: no está mal reconocer el factor temporalidad a la hora de enfrentar un problema, pero tampoco hay que aprovechar la situación para quitarse unas cuantas piedras de los bolsillos. 
¿Mis conclusiones? Pues la verdad es que ni idea: yo sigo riendo solapadamente y pensando, como un Hamlet cualquiera, que algo se pudre, pero en el Vaticano. Por supuesto que los dos aplausos que le he dedicado a Darth Sitheus los mantengo, y no se los quito, porque sigo de acuerdo en que eso estuvo bien planteado y bien hecho. Pero también creo que pudo estar mejor pensado, con un poco más de consciencia autocrítica, y sin tantas preocupaciones por lo que pudiera pasarle a su escalafón escolástico. ¿Llegará el día en que este sujeto y el calendario arreglen sus diferencias? Vaya uno a saberlo; yo, la verdad, lo dudo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La del sábado: Rory Gallagher - "Too much alcohol"

Como un especial navideño, adelantamos nuestra sección de los ´sabados y la echamos a correr hoy, viernes 24 de diciembre, como para ir calentando motores (y en vista a que voy a estar dos días fuera de Lima, de paso). Y, como andamos de fiesta, he traído de las tinieblas a ese maestro de maestros, verdadero "hijo de la derrota y el alcohol", y que nos ha dejado por la puerta por la que salen los de su especie, esa a la que se llega echándose abajo una o dos paredes: hablo de Rory Gallagher, uno de los hombres que hicieron del blues lo que es hoy el Blues, aunque sea irlandés en lugar de negro, porque para la música, como para la navidad y las borracheras, da lo mismo qué o quién seas. Gallagher, que murió hacia mediados de los noventa, después de una operación de la que sacó un nuevo hígado (el otro ya había pasado a mejor vida, imaginarán por qué), justo cuando estaba recuperándose del intercambio. Y, para que no olvidemos de qué se trata en el fondo la navidad, he elegido una canción... eh... "ilustrativa", por así decirlo; ¿o acaso preferían un villancico? Porque si es así, me avisan y les pongo la de los niños cantores. Pero oigan, que es nochebuena, así que quedan invitados a dejar correr la canción y levantar las copas. En todo caso, supongo que no queda más que hacer, por el momento, que desearles una muy feliz navidad, y un resacoso año nuevo.

martes, 21 de diciembre de 2010

Thomas Mann... ¿carne de calendarios?


Alguna vez un amigo me dijo que, de los grandes nombres que la literatura alemana del último siglo nos ha legado, el que más probabilidades tiene de caer en el destierro del olvido es Thomas Mann. Juicio que, ya se maginarán, no sólo me sorprendió, sino que también me impactó muchísimo. Bien mirado el asunto, ¿hasta qué punto puede decirse que las novelas de Mann siguen generando el fervor que despertaron alguna vez, y que de hecho arrasó el panorama literario de todo el globo? Los tiempos cambian, cambian... y sin embargo yo insistiré en que, a la larga, un escritor de la magnitud de Thomas Mann no va a ser olvidado. 
Ahora bien, que a mi amigo no le faltaban motivos para decir lo que dijo. Es cierto que las novelas de Thomas Mann han envejecido, que muchos de sus pasajes, leídos hoy, huelen un poco a polvo de otros tiempos. Pero eso no es suficiente: aún una novela como Doktor Faustus, con todos sus defectos, puede sobrevivir, porque tiene encerradas algunas pasiones, y retrata con tanta genialidad el drama de la humanidad, que ciertamente no creo que llegue el día en que le falte un lector. Por no mencionar algunas de sus máximas creaciones: La muerte en Venecia (una obra maestra), Los Buddenbrook (que Faulkner tanto admiró, y que es una lectura inolvidable) y, me dicen, La montaña mágica (que aún no he podido leer, aunque espero que ese momento no esté muy lejos): libros que son, a su manera, novelas épicas en las que el único héroe (trágico, eso sí) es el ínfimo, y por eso mismo grandioso, ser humano, retratado con maestría y desconsuelo. 
Siempre me ha parecido que uno de los errores de Thomas Mann fue querer ser como Goethe, pero sin saber realmente cómo lograrlo. En su literatura trató de abarcarlo todo, como el autor de Fausto, pero en muchas ocasiones le faltó el manejo del equilibrio para que sus párrafos y diálogos no fuesen excesivos: así, a lo largo de la obra de Mann nos encontramos con reflexiones sobre estética, filosofía, historia, musicología, ética, política, economía, mística, religiones orientales, etcétera; pero todas estas cuestiones se levantan de tal forma que en algunas ocasiones se derrumban. 
Pero este problema no es nada puesto al lado del talento narrativo de los mejores momentos de Thomas Mann (que son los más), ni tampoco si tomamos en cuenta los maravillosos, fascinantes y complejos personajes que pululan a lo largo de las páginas de sus novelas: ya sea que nos enternezcan o nos horroricen, se trata de hombres y mujeres que nos convencen desde el principio de que son tanto o más reales que nosotros mismos. De hecho, una de las cosas que más me sorprendió (y me dejó admirado) de Los Buddenbrook es, precisamente, lo poco "novelesca" que es la novela: llegas a determinado pasaje, y empiezas a pensar: "Ah, ya: este personaje es así, y está en tal situación, así que lo que va a pasar ahora es tal cosa". La literatura nos ha acostumbrado a pensar así. Pero Thomas Mann nos pega un trincherazo, porque enseguida resulta que no: en esta novela, el realismo es bien tomado a pecho, porque el autor sabe que la vida no (siempre) es como en las novelas, y por ende su novela no tiene por qué ser como las novelas. Y, de hecho, y es todo lo que adelantaré de este libro formidable, este detalle es a menudo el que más alienta las frustraciones de los personajes, que se ven a sí mismos como hundidos en una tragedia que, sin embargo, no muestra el rostro. 
Siempre tendré un lugar en mis estantes y en mi memoria de lector agradecido para Thomas Mann. Digan lo que digan algunas lenguas, su obra encontrará siempre algún lector. Es un escritor magnífico, que sabe cómo sacar adelante una historia y, de paso, retratar la tragedia humana con crudo realismo y ácida precisión. Si pensamos en el panorama de la literatura alemana del siglo pasado, puede que sea verdad que no es el autor más fresco (hay que reconocer que es difícil ganarle a Herman Hesse), pero sí que puede decirse que, en cambio, es de los más Grandes.

lunes, 20 de diciembre de 2010

El Aire: presentación de "V" (nuevo disco)

Recién leo un correo de mi compadre Jorge Ramírez (con el que he tenido el gusto de compartir un par de escenarios y más de una chela) en el que me avisa que este miércoles 22 va a llevarse a cabo la presentación del nuevo disco de su banda, El Aire, que lleva por título V. Les copio la nota de prensa: 

BANDA DE ROCK LOCAL “EL AIRE” LANZA SU QUINTA PLACA

La experimentada y experimental banda de rock nacional El Aire presenta su quinta placa discográfica titulada “V” este Miércoles 22 de Diciembre en el Cine - Teatro Julieta de Miraflores. Las puertas se abrirán desde las 8.30 de la noche y el ingreso es completamente libre.
El espectáculo de El Aire va más allá de una propuesta musical pues contará con lo más novedoso en cuanto al sistema  de luces y proyección de videos específicamente realizados para cada canción a cargo de personal de Lumina.
En estos momentos El Aire son :
José Javier Castro : Miembro fundador, guitarrista y voz.
Jorge Ramírez en batería y percusión.
Camilo Uriarte en guitarra.
Fernando Mora en otra guitarra (si, tres guitarras)
Luis Haro en bajo eléctrico.
El disco íntegro se podrá descargar en la página web de la banda desde el 15 de Diciembre.
En el proceso de grabación participaron Kamilo Riveros, Andrés Pino, Jorge Cavero, Luis Jiménez y Javier Briceño. La grabación se realizó en el estudio Garage Records por Joao Orozco y la mezcla y masterizaciòn en Villa Rubi con “Wicho” García en las perillas.
Para mayor información ingresa a www.elaire.pe

Y, de pasada, me tomo la libertad de adjuntar un videíllo, el "clip" del tema De aquí a la eternidad. Long live Rock n' Roll!

sábado, 18 de diciembre de 2010

La del sábado: Domenico Modugno - "Mafia"

Hasta hace unos segundos no reparé en que hoy es sábado; y, siendo sábado, nos corresponde echar a correr la máquina de sonidos del desencuentro (y la resaca). Y para el día de hoy he elegido algo del cajón de lo muy bueno que pocos recuerdan. Porque hay que reconocer que, por nombre, hoy por hoy son muy pocos los que saben de quién hablo cuando hablo de Domenico Modugno; y, sin embargo, todos han oído alguna vez algo suyo. Vamos: ¿quién no ha coreado alguna vez eso de "Volare, ohoh, cantare, ohohohoh, nel blu di pinto di blu"? Que no es de los Gipsy Kings, ni de Nino Rossano (que ha hecho una versión disco muy extraña) ni de ningun otro, sino que fue compuesta y escrita por Modugno himself (yo tengo su discografía completa en mi computadora: una verdadera joya). Y será porque estoy leyendo el Joe Valachi de Peter Maas o qué se yo, pero lo cierto es que, de su amplísima discografía, he decidido invocar para que suene por aquí Mafia, que es una de mis favoritas del repertorio de este genio de la canción italiana. Una canción que muy bien podría ambientar una película de gangsters tipo las de Scorcese o Ford Coppola, por cierto. A ver qué dicen ustedes.


La poética de Dylan Thomas


El de la poesía es un coto de caza en el que uno puede encontrarse de todo: no hay creatura demasiado extraña, demasiado pintoresca o demasiado bella que no encuentre un rincón en el territorio de la poesía. Ya no sé cuántas veces me habré preguntado qué es eso que tiene el género poético que lo hace tan... ¿especial? Porque hay que reconocerlo: hay algo allí que hace de la poesía un género único, extraño e infinitamente sublime. Ahora, que por poesía no debe entenderse sólo lo que está escrito en verso. Cuando digo poesía pienso, también, en un párrafo de Faulkner, en un escenario de Fellini, en una imágen de el Bosco, en un muletazo de Enrique Ponce o en una fotografía de Helmut Newton. La poesía es un baile de disfraces en el que uno puede enamorarse de todas las máscaras.
Hoy me he pasado la mañana (para mí, la mañana empieza al mediodía, dicho sea de paso) leyendo a un poeta en particular, que definitivamente está entre los mejores y, de paso, más extraños de la cuenta. Me refiero a Dylan Thomas. 
¿Qué es lo que tiene Thomas que lo hace tan fascinante? Porque sus poemas son un fenómeno único en su especie: a pesar de contarse entre los más complejos de la literatura en lengua inglesa, son irresistibles, y uno puede perderse en ellos como en una jungla que por estar hecha de cristal no deja de ser un laberinto. Seguir la pista de sus versos puede ser muy difícil, pero uno enseguida puede quedar cautivado por el sonido de las palabras que ha tejido con tanta habilidad y paciencia. Su barroquismo, que lo hace pertenecer a la misma familia que Faulkner y Byron, es el resultado de una extraña mezcla entre  un sólido hermetismo semántico con una distendida cadencia sonora: el resultado es un poema como un río del que apenas si podemos ver el fondo. Y no sé si se entenderá mi metáfora, pero es la mejor que se me ocurre ahora. 
Compartir poesía es una de las cosas que más disfruto. Así que, teniendo este pretexto a la mano, les dejo uno de los mejores poemas de este verdadero genio. Au revoir. 
And Death Shall Have no Dominion
And death shall have no dominion.
Dead mean naked they shall be one
With the man in the wind and the west moon;
When their bones are picked clean and the clean bones gone,
They shall have stars at elbow and foot;
Though they go mad they shall be sane,
Though they sink through the sea they shall rise again;
Though lovers be lost love shall not;
And death shall have no dominion.

And death shall have no dominion.
Under the windings of the sea
They lying long shall not die windily;
Twisting on racks when sinews give way,
Strapped to a wheel, yet they shall not break;
Faith in their hands shall snap in two,
And the unicorn evils run them through;
Split all ends up they shan't crack;
And death shall have no dominion.

And death shall have no dominion.
No more may gulls cry at their ears
Or waves break loud on the seashores;
Where blew a flower may a flower no more
Lift its head to the blows of the rain;
Though they be mad and dead as nails,
Heads of the characters hammer through daisies;
Break in the sun till the sun breaks down,
And death shall have no dominion.
 

Amor de familia


¿Será la brisa navideña que sopla en los corazones de la gente? Porque esta historia no sólo es digna del ambiente de las fiestas, sino también de la imaginación de unos cuantos grandes autores (bien podría imaginar a Restif de la Bretonne, o aún a Jorge Franco, inventándola); pero esta vez la realidad le ganó a la creatividad, y es realmente como para llevarse el pañuelo a los ojos (y, de paso, echar una sonrisa). 
Cuando recién leí esta historia, no pude pensar sino en ponerla por aquí y comentarla de paso. ¿Alguno de ustedes, lectores míos, ha oído hablar del concurso de "Parejitas Libres"? Es una de las mejores reacciones que han habido en España para hacer frente a la crisis, con mucha imaginación y muchas agallas, generando una posibilidad laboral "especial". Este es el business: para participar, una chica debe preparar una cámara oculta y luego, "hacerse" (léase joderse, tirarse, follarse) a un sujeto completamente desenterado de lo que se le viene. Algo clásico del porno: repartidor de pizzas, el que viene a reparar las tuberías o la refri, un cartero... todo sirve. Es un ingreso por puertas de oro al buen viejo negocio de la pornografía, tan incomprendido pero tan sublime. 
Y este contexto es el que ha permitido historias como la que sigue, que copio literalmente: "Pensaréis que se trata de una montaje, pero no. Somos Aitzi y Aguir de Bilbao, madre e hija que compartimos todo, novios incluídos. Y no sólo novios, hemos hecho tríos y en momentos de calentón nos tocamos entre nosotras (todo lo hacemos como podéis ver en familia). La cosa está muy mal, yo me he quedado sin trabajo y hemos decidido que vamos a ser la primera madre e hija porno en España, para ello hemos aprovechado el concurso de las cámaras ocultas de Parejitas Libres. Hemos escondido una cámara y nos hemos marcado un trío con un repartidor, qué venía a traernos una bici. A ver que os parece!" 
Oigan, ¿pero es que acaso soy el único que piensa que esta es una verdadera maravilla de historia? Realmente enternece. Y no dudo que, con este espíritu, Aitzi y Aguir van a marcar un tanto en el negocio. Porque madre solo hay una, y si no puedes contar con tu familia entonces con quién, y todas esas cosas que, en este caso, tienen tantos nuevos significados.... Es una de los mejores ejemplos de cómo se prende fuego a un tabú, además. Por todo esto y por tantas cosas más, levanto mi copa y echo un brindis navideño por estas dos actrices que saben lo que vale el amor de familia. Y lo saben bien: demasiado bien. 

Por cierto, que pueden ver el video de Aitzi y Aguir vía Orgasmatrix, a la que pueden acceder desde aquí. Sólo busquen en la lista de blogs que está a un lado. 

sábado, 11 de diciembre de 2010

La del sábado: Pink Floy - "One of these days"

Y, ya que andamos de aniversario y demás gracias por el asunto, no podía faltarnos un poco de música para dar un poco de ambiente. Siendo sábado, ¿por qué no aprovechar nuestra manía resacosa de los fines de semana para elegir uno que caiga a pelo? No puede ser cualquiera, y en efecto no lo es: One of these days (del disco "Meddle") es, probablemente, una de las mejores composiciones de ese momento crucial en que la psicodelia tendió un puente hacia el rock progresivo; momento que, de más está decirlo, debe demasiado a Pink Floyd, que en este tema demuestran lo que puede hacer una banda compuesta de genios cuando se ponen a trabajar en equipo para componer, entre todos, una canción. El resultado es apabullante, formidable, acojonante: una demolición de los instintos que guarda, bajo la silueta del caos, una de las arquitecturas más complejas de las que la música es capaz, y que está en deuda con los clásicos. Por cierto: la voz que surge de pronto, hacia la mitad de la canción, es la de Nick Mason, el baterista de la banda: "One of these days, i'm going to cut you into little peices". En esta ocasión en particular, no dejaré de recomendarles que presten atención, también, al video: se trata de una animación dirigida por Ian Emes, y no sólo va muy bien con la música, sino que realmente te pone el mundo de cabeza abajo. Realmente, no pude elegir un mejor soundtrack para soplar la velas y, de paso, dejar secas un par de botellas, ¿no les parece? 

Café de Desencuentro: Segundo Aniversario

Para variar, llegando tarde a celebrar la fiesta. Pero hay que ser comprensivos: tomando en cuenta el infierno de agendas en el que he estado hundido últimamente, no parecía quedar de otra. Además, que lo importante es que llegamos en algún momento, ¿no? 
En fin, señores, que hace cuatro días tuvo que haber sido celebrado el segundo aniversario del Café de Desencuentro, este espacio que todos agradecemos a dios haber abandonado hace mucho para dejarlo a merced de divinidades más llamativas. Dos años que se han marchado fugaces, con mil y un pretextos para volver, una y otra vez, a caer por estos lares, ya fuera por los libros, la música, el cine, la filosofía, el tedio o alguno que otro tema sobre el que, en su momento me pareció que tenía ganas de decir algo. 
Dos años en los que me he dado el lujo, de un modo u otro, de montar mi propia barra en este espacio virtual (del que tan poco entiendo) y esperar allí a los visitantes, con algo que decir (banal o no) en los labios, o en las teclas, o en los sonidos, o en lo que fuera. ¡Y vaya rinconcito! Que ha crecido mucho, hay que decirlo, desde ese 7 de diciembre del 2008 en que yo, pobre y cándido, lo abrí en una cabina de internet en Buenos Aires: desde entonces, contenidos y temas han pasado como los vientos, se han levantado una que otra disputa, han corrido comentarios, han ido multiplicándose los lectores y, de paso, se han entablado amistades. Oigan, que esto no me dará un centavo, pero me da otras cosas que, quizá, son tanto o más importantes. Y, entre tantas cosas, la posibilidad de pronunciarme, de homenajear y de criticar, de poner las letras sobre la mesa y, en fin, de ir armando algo que de verdad disfruto hacer. Y, claro está, tomándome las libertades que me plazcan. 
No tengo el menor interés en hacer un manifiesto, o una carta abierta, o de dar explicaciones. Sólo doy unos pocos párrafos para celebrar el ritual del aniversario. Y, como todos los rituales, que este se haga con una copa en alto, carajo. A ver quién me sigue el brindis: ¡Salud!

viernes, 10 de diciembre de 2010

Contra "Contra la Interpretación" de Susan Sontag


En términos generales, creo que Susan Sontag es una ensayista admirable: no sólo plantea algunas reflexiones sumamente llamativas, sino que además las desarrolla con un muy buen estilo, que hace que el leerla siempre sea una experiencia grata. Recuerdo especialmente con cuánto placer leí su libro Ante el dolor de los demás, en el que plantea una reflexión en torno al sufrimiento ajeno, a las formas en que lo enfrentamos y el compromiso que asumimos o no asumimos respecto a él. 
Y, sin embargo, no puedo dejar de llamar la atención sobre un asunto, y es que ser un buen ensayista no siempre implica ser un ensayista, ni mucho menos un pensador, sólido. Ni siquiera en Ante el dolor de los demás, que tanto me gustó, logra Sontag formular argumentos sólidos: se guía, más bien, por interpretaciones que son, en general, de corte muy subjetivo, y empujadas por ideales que, por falta de buenos capiteles, amenazan con caer en cualquier momento. De hecho, y no saben cuánto me duele decir esto, yo no sé si los libros de Susan Sontag pasen a la posteridad más que como piezas de museo, curiosidades de tiempos pasados. 
Pero Ante el dolor de los demás sigue siendo, aún, un libro defendible. Cosa que no sucede, en cambio, con uno de sus ensayos más famosos, y que yo considero erróneo desde cualquier punto de vista: Contra la interpretación. En él, Sontag defiende una tesis según la cual las obras de arte tendrían que ser admiradas y gozadas de la forma en que los hombres prehistóricos se relacionaron con las pinturas rupestres: en una relación ritual, puramente instintiva, sin aplicación de conceptos previos o construidos, y sin el menor rastro de articulación alegórica. 
Sontag, aquí, comete un par de errores que cualquier lector de Gadamer le puede echar en cara sin pensarlo demasiado (uno puede no estar de acuerdo con Gadamer, es cierto; pero critico como alguien que sí lo está). En primer lugar, lo que Sontag está planteando es que actuemos desde fuera de nuestro contexto histórico, olvidando que pertenecemos a un siglo, a una sociedad y a una cultura que es infinitamente distinta a la del hombre prehistórico. Pertenecemos a un contexto que nos determina, y del que no podemos zafarnos así nos esmeremos. Es a lo que Gadamer llamaba "Horizonte", y que supone, siguiendo a Heidegger, que el ser humano es un sujeto que se autocomprende históricamente, por un lado, y en función a un espacio en el que nos encontramos "frente a" y "en relación con" los "otros" y el "mundo circundante". En este sentido, el mundo se nos está dando en cierto modo como ya interpretado, nos guste o no nos guste, y es así que el "Horizonte" al que pertenecemos cumple también una función en ulteriores interpretaciones. 
Pero esto no es todo. De hecho, algo que se sigue de lo que acabo de decir es que, en cada época, el ser humano forma un "Horizonte" distinto, que va a jugar un rol fundamental y activo a la hora de plantear la comprensión o la interpretación, la de las obras artísticas incluída. Así, el error es suponer que, al encarar el arte, los hombres prehistóricos no estuvieran llevando a cabo una interpretación. Todo lo contrario: el sólo hecho de entrar en relación con un objeto y tratar de comprenderlo es, ya, una forma de interpretar. La mismísima Susan Sontag no hace otra cosa, muy a su pesar y aunque no se de por enterada: al plantear una suerte de definición o "anti-definición" de la obra de arte, ya está planteando una forma determinada de interpretarla, y no veo por qué la suya tenga que ser una mejor propuesta que la de cualquier otro. 
Y no sólo se trata de las obras de arte: el solo hecho de existir, el entrar en relación con algo, tratando de comprenderlo y formando conceptos, es ya interpretar. Vivir, en ese sentido, es una actividad hermenéutica, y no parece posible que sea de otra forma. Estamos condenados a ello como lo estamos a respirar. 
Para cerrar esta breve digresión-comentario-reflexión-crítica, insistiré en algo: sobran los motivos para seguir leyendo a Susan Sontag, pero eso sí: con todos los sentidos en alto, por si las moscas.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La del sábado: Joaquín Sabina - "Qué demasiao"

Disculparán el largo silencio de esta semana, pero ya saben: las agendas no tienen corazón, el sadismo de los relojes... en fin, que ese tipo de cosas. Pero todos vuelven, como dice la canción, y esta vez a mí me tocó volver a estos lares, porque no podemos dejar de lado nuestras tradiciones, y esta de la de los sábados es una que me gusta mucho, así que veamos: lo que he traído este fin de semana, en alas de la resaca, es un tema de eco urbano, con alma de blues. Una canción que no le teme a las calles frías, ni a los tiros, ni a la policía. Qué demasiao (Una canción para el Jaro) es uno de los temas más "Clásicos" de ese genio llamado Joaquín Sabina. Se hizo conocida también en voz de Pulgarcito, un malogradillo hoy casi olvidado que fue apadrinado por el ubetense allá por el inicio de su carrera, y del que luego poco se ha sabido. Pero en fin. El tema es de una frescura especial: cuando digo que tiene alma de blues, no sólo lo digo por el ritmo y los acordes (aunque a primera oída muchos me dirán que eso no tiene de blues pero ni la "B", escuchenla con atención y a lo mejor y se ponen de acuerdo conmigo), sino también por su tema (la historia o retrato musical de un delincuente de esos clásicos de los tiempos de la movida) y por su lenguaje, que no teme ni a los cultismos ni a la jerga más agria, lijosa y poética. De paso, echen una ojeada a las pintas, porque Sabina hace mucho que no se ve (ni suena) así, y ni qué decir de Pancho Varona (en la guitarra). Yo, entretanto, repetiré mientras la tarde me va aplastando: qué demasiao, qué demasiao...


jueves, 2 de diciembre de 2010

"I owe my life to smoking"

No podía haber una mejor manera de acercarnos al fin del año (un paso más cerca del fin del mundo, diríamos algunos) que invocando la presencia de los buenos viejos vicios. Y, de paso, como para hacer notar que ellos, y aún uno como el tabaco, tienen genios del tamaño de un Bertrand Russell a su favor. Dicho sea de paso, que Russell fue uno de esos grandes nombres que nos hicieron notar que en filosofía la presición y la buena argumentación no tienen por qué echar de menos el sentido del humor. (A los encargados de las políticas de no fumar en los aviones, escuchen bien la historia que cuenta Russell, a ver si así salvamos unas cuantas vidas más).

martes, 30 de noviembre de 2010

Anuncio: Nuevos Sonidos

Me tomo unos minutos para hacer un rápido anuncio. En vista de que ya se acerca el segundo aniversario de este rincón abandonado de dios al que he llamado "Café de Desencuentro", y ya que ha llegado la hora de traer nuevos vientos a soplar por aquí, he decidido hacer a un lado la vieja lista musical que acompañaba las lecturas (y que podía ser detenida a voluntad por el lector) por una nueva, mucho más cómoda, que he obtenido de la página MixPod.com. Como siempre, la música que suena en el Café es el buen viejo jazz, pero ahora con algunas diferencias que hacen de los nuevos sonidos algo mejor que lo que fueron los viejos: ante todo, que ahora el lector no tiene que decidir si apaga o no la música, sino que puede encenderla a voluntad, cosa que no se siente súbitamente agredido por mis gustos musicales, y puede responder mejor a sus deseos e instintos del momento. Además, esta página trabaja directamente y mano a mano con Youtube, así que no sólo tiene una lista mucho más amplia de temas de la que escoger, sino que además permite reproducir videos (todo un plus). De más está decirlo que, de parecerme meritorio, cambiaré la música de fondo por otra, o para colgar videos, o lo que me venga en gana. Claro que tarde o temprano volveré al jazz, que tan buen soundtrack es para el desencuentro. Y, dicho esto, sólo que queda invitarlos a disfrutar cuando quieran de las maravillas que he escogido para acompañar las palabras que de tanto en tanto voy dejando por aquí. Eso es todo.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Ha muerto un genio: adiós, Leslie Nielsen


Señores, todo lo que puedo pedir en este momento es algo de silencio, una copa (o una botella entera) bien en alto y, porque él mismo lo hubiera querido así, un chiste y una carcajada general. Acaba de morir uno de los grandes, un Genio de esos que nacen una vez cada mucho tiempo, una de esas estrellas de la pantalla de brillo verdaderamente original y único; y el suyo, dicho sea de paso, era el de las carcajadas más sanas y sonoras de la historia del cine, como no se las había oído desde los Hermanos Marx o los Tres Chiflados. Obviamente, sólo puedo estar hablando de una persona: el actor canadiense Leslie Nielsen, al que la muerte fue a buscar finalmente a sus ochenta y cuatro años, y nada me cuesta creer que, cuando la vio llegar, el actor la recibió con una broma en los labios.
De sobra sé cuán profundamente están sintiendo muchos esta noticia. Todos los que hayamos visto alguna vez Airplaine! o la saga de ¿Dónde está el policía? (The naked gun) sabemos muy bien qué es lo que se ha perdido: una forma única de entender la comedia, y mucho más aún de encarnarla. Y con una entrega tan absoluta que el total de películas en las que ha aparecido deben llegar a la centena. ¿Otros títulos que me gustaría recordar, como quien dice, al paso? Spy hard, Acusado sin razón, Drácula muerto pero feliz y aún Mr. Magoo
Realmente, cuesta creerlo. En lo que a mí se refiere, espero contar pronto con la presencia de algunos de mis amigos para mandarnos una maratón de sus películas, cervezas en mano. Ahora, todo lo que puedo saber con certeza es que, si existe una vida después de la muerte, dios y el diablo deben estarla pasando bomba con tremenda compañía. Botellas arriba, muchachos, y que queden bien vacías. ¡Salud!


Ser "contemporáneo"


A ver, a ver... un viejo tema al que ya es hora de volver. Porque lo cierto es que, a medida que avanza este siglo nuevo y extraño, uno casi se siente forzado a ponerse la pregunta en la cara y tratar de dar con algo que se parezca a una respuesta: ¿qué carajo es, al fin y al cabo, ser "contemporáneo"? O, si se quiere, qué demonios es eso de comprenderse a uno mismo como parte de este siglo XXI, tan preñado de placeres y temores fugaces. ¿Podemos dar algún paso en este sentido, y llevar la pregunta a algún lado? Bueno, al menos podemos hacer el intento. 
La gran duda que me asalta, llegado a este punto, es la de si soy el más indicado para tratar este asunto. Algunos podrían decir que no: mi relación con la tecnología es más bien errática, vivo exiliado del escaparate público del mundo virtual (no tengo Facebook ni parecidos, ni uso el Messenger), y apenas si puedo entenderme con mi celular y con el control remoto del TV. Es decir, que tengo un rinconcito de mi ser en el que sigo siendo un maravilloso habitante del siglo XX. Pero, por otro lado, también es cierto que en más de una ocasión he tratado cuestiones y problemas relativos a la contemporaneidad: además de las notas que he colgado en este mismo blog, he escrito algunos artículos para revistas, y pienso sobre todo en uno que escribí para El Grito sobre el cibersexo y sus implicancias en lo que se refiere a la nueva forma de concebir al otro. ¿Tengo o no el derecho? La verdad, yo creo que sí: al fin y al cabo, y por mucho que me guste pensar en mí mismo como un superviviente del siglo pasado, hay muchos ámbitos en los que esto no es aplicable, y vivo, para bien o para mal, en un mundo que ya no es ese. Así que vayamos a por ese hueso. 
A ver, ¿qué es ser "contemporáneo"? Por supuesto que hay muchas formas de responder a esta pregunta. Ahora que ha empezado la Era Google, ser contemporáneo implica, dirán muchos, la comprensión y la autocomprensión en función a este universo compartido que lleva el nombre de Internet, Ciberespacio, Mundo Virtual o lo que quieran. Uno interpreta a los otros (y a sí mismo) a menudo a través de perfiles públicos, ya sea de Facebook, de Twitter o de Blogger. Así, cada cual puede jugar, con todos los derechos del mundo sobre la mesa o el teclado, a representar a su propia caricatura. Si todos los rostros son máscaras, ahora la cuestión ha tomado otros colores: las nuevas máscaras son especialmente vívidas. 
Gajes del oficio, o de la Web 2.0, o de lo que quieran: lo cierto es que ahora todos tenemos derecho a montarnos un terrenito en el mundo virtual y, allí, construir con las herramientas que tengamos a mano. Ya se trate de una catedral o de una villa, de un burdel o de un laberinto, lo cierto es que todos podemos jugar  ser arquitectos o demiurgos, a dibujar nuestro propio rostro del modo que queramos y de tal forma que faltar a la realidad no sea otra cosa que generar una realidad. Y esto último es particularmente interesante, porque se trata de la pregunta por el referente. ¿Qué realidad debe fundarse sobre la otra? ¿La física o la virtual? ¿Cuál es la verdadera realidad? ¿O se trata de reparar en el diálogo entre una y otra, porque en realidad son una sola? Dejo estas preguntas en el aire, a ver quién dice qué cosa.
En todo caso, lo que yo entiendo por ser contemporáneo es algo que se desprende de toda esta gama de reflexiones. La contemporaneidad, según mi humilde parecer, no está determinada por los calendarios tal y como los disponen los historiadores, ni por las tecnologías existentes, ni por complejos estudios de progreso o involución social y política. Más bien, yo diría que la clave del ser o no ser contemporáneo ("posmoderno", si quieren) está en la forma en la que nos concebimos a nosotros mismos, a los otros y al mundo que nos rodea (y acúseseme de davidsoniano o gadameriano si se quiere, que lo reconozco abiertamente).En otras palabras, que no somos lo que somos en virtud de un principio absoluto determinado por el correr de los años y las tecnologías, sino de la forma en que interpretamos eso a lo que llamamos existencia, una palabrita que, a estas alturas, ya necesita una ampliación semántica. 
La contemporaneidad, pues, o el ser contemporáneo, estaría atada más bien a una forma de sensibilidad nacida en un ecosistema como este en el que vivimos. A medida que pasan los años, la noción que tenemos de lo que podamos llamar esferas privadas y públicas está cambiando muchísimo, y empiezan a confundir muchas de sus fronteras: la privacidad, hoy, es a menudo el sinónimo de un muro de Facebook, o un perfil de Msn, o una descripción de uno mismo en una sala de chat-sex. Esto afecta tanto a la forma en que vemos o interpretamos a los otros como a esa otra mediante la cual nos comprendemos a nosotros mismos, y todo esto en este ambiente compartido que tiene tales o cuales características. ¿Se entiende lo que trato de decir? 
En forma resumida, podríamos plantearlo así: que no se trata de enfocar el análisis en el medio, en la Web o lo que sea, sino que hay que partir de la forma en que las personas se interpretan a sí mismas y entre sí en relación con este medio ("mundo compartido", lo llamaría Davidson; "horizonte", lo llamaría Gadamer). Lo que es contemporáneo, así, no es nuestro mundo, sino la forma en que lo interpretamos y, sobre todo, la forma en que nos interpretamos dentro del mismo. De esa forma, creo yo, se puede atacar mejor la cuestión del "ser contemporáneo", que en cierto modo tanto nos atañe a todos nosotros. 
Escribiré este párrafo rápidamente, como un addendum: de lo antes dicho se desprendería una interesante consecuencia en el plano de la estética, y lo digo pensando sobre todo en obras que ya se han hecho llamar "posmodernas". En otras palabras, que lo que determina el goce y la interpretación estéticas es, desde ya, el planteamiento de una nueva forma de sensibilidad, que abra un nuevo concepto de lo que pudiera ser, en efecto, la estética. Piénsese si se quiere en obras como las de Fernández Mallo, César Gutiérrez o aún Houellebecq, que piden, precisamente, una nueva forma de leer y entender el fenómeno artístico. El diccionario y, por ende, las formas de sentir y entender están cambiando. 

Fuente de la imágen: diario ABC (abc.es). El autor es un tal Brookins.

sábado, 27 de noviembre de 2010

La del sábado: Nino Bravo - "Noelia"

Llega el sábado, y con él la hora de echar a rodar nuestra rockola desesperada y alegre. Y, el día de hoy, viene con fuerza, señores, porque de lo que se trata es del tema de un verdadero bravo (de acuerdo... el chiste es pésimo, pero no había forma de no hacerlo). Nino Bravo es, indudablemente, una de las mayores voces de la canción española, y aún del mundo. Sin ese falsete que arruina un poco a Raphael, y con mucha más potencia, lo más justo sería compararla con un ariete medieval, o algo así. Porque la pura verdad es que golpea, y toca nervios que ninguna otra voz es capaz de tocar. Y, de hecho, Noelia es una canción que sirve muy bien para demostrar cómo una buena voz puede prestar poesía a una letra, por más que no sea muy elaborada. ¿El resultado? Una canción que te pone los pelos de punta. Y una de las favoritas del repertorio de los delirios etílicos, además. Por eso y muchas cosas más, como dice el villancico, es que este sábado echamos a rodar este tema, que nunca sobra y que, si por mí fuera, repetiría hasta el hartazgo, o hasta que llegue la noche y los bares vuelvan a abrir sus puertas. Que la luna les sonría a todos, señores. 

David Doubilet: un genio submarino


A David Doubilet lo conocí mucho antes de saberlo. Las primeras veces que vi sus fotografías, yo era apenas un niño, y recuerdo haber pasado maravillado las páginas de las enciclopedias y de los números de National Geographic en los que aparecían sus extraordinarias imágenes de tortugas marinas. Y hace unos días, paseando por la Web, me encontré de nuevo con estas fotografías, sólo que esta vez tenían nombre y apellido. 
La fotografía subacuática es un arte difícil, pero que merece la pena. Segun lo que me han dicho algunos fotógrafos en persona, hay dificultades técnicas en lo que se refiere a encuadre y luz, que se suman a las muchas otras que ofrece, de por sí, la fotografía de naturaleza. Y, sin embargo, existen hombres como Doubilet, que son capaces de lograr un milagro. ¡Y de qué manera! No sólo se trata de la vida que sudan las criaturas que inmortaliza en imagen, sino también de los ángulos y perspectivas que logra imprimir a ésta, y que dotan a la fotografía de un verdadero movimiento. El resultado es acojonante: más que ante una fotografía, sentimos que estamos frente al vidrio de un acuario. Y no: no exagero. 
Tiburones, tortugas marinas, morenas, focas, pulpos, peces de todas las especies y tamaños, arrecifes de coral, medusas... el menú de David Doubilet es variado, y se especializa en los frutti di mare. Para conseguir un efecto especial y personal, sin embargo, él mismo metió la cuchara en los equipos con los que trabajaba, y desarrolló la "split lens camera" (o cámara de lente dividido, creo que le llaman en español), con la que pudo obtener dos puntos de enfoque distintos y, por ende, la posibilidad de tomar fotografías por encima y por debajo del agua al mismo tiempo. 
La lista de fotógrafos subacuáticos es muy larga, y no son pocos los buenos. Sin embargo, hablar de Doubilet implica llevar el asunto un poco más lejos, porque de lo que estamos hablando es de un verdadero genio, de alguien que sabe cómo hacer de una imagen una obra maestra. Yo he tenido la suerte de rescatarlo del baúl de mi infancia. Ahora, espero poder compartir esta belleza.


jueves, 25 de noviembre de 2010

Aerotica (llamémosle así)


Pronto, la canción que incluyó, con todo y una de las coreografías más seductoras que he visto en mi vida, Bob Fosse en esa obra maestra que es All that Jazz va a adquirir un sentido del todo nuevo. Y esto gracias al sentido común y paranoide del pueblo norteamericano, que siempre tiene algo con qué sorprendernos: recién leo en "Generaccion.com" que se está armando todo un debate en los aeropuertos de los EEUU, y por unos motivos que, obviamente, un servidor no puede dejar pasar de largo. 
No sé si será por verdadera paranoia o porque alguien se quiere pasar de vivo, pero las cosas están así: a raíz del 11-S (tan lejitos ya y sin embargo tan cercano), las políticas de seguridad en los aeropuertos de los Estados Unidos se esmeran más que nunca en asegurarse de cubrir todas las posibilidades para asegurar que la situación esté controlada y no haya peligro alguno para nadie. Y, por eso, ahora quieren poner en funcionamiento un nuevo aparato, un scanner de rayos X como ésos por los que pasa el equipaje de mano, pero que está diseñado especialmente para su uso en seres humanos. Y créanme: no son los huesos ni los riñones lo que nos quieren ver. Este aparato tiene la genial habilidad (que tantos de nosotros querríamos tener) de generar una imágen de cuerpo completo de las personas, pero prescindiendo de prendas y adornos. O, si les gusta el lenguaje técnico, en modas de Adán y Eva. Tal como lo oyen: ya ha aparecido el porno-escáner.
Como era de esperarse, a mucha gente no le ha gustado esto. Ya se están armando planes de protesta, boicot y revuelta, con invocaciones a los derechos humanos y todo ese tipo de cosas. Que bueno, ya saben: la seguridad ante todo (espero que se note el sarcasmo con el que subrayo este tipo de oraciones). ¿Durará mucho este tipo de medidas de seguridad? Vaya uno a saber... yo lo dudo sinceramente, pero quién sabe. 
A lo que nos enfrentamos aquí es a un viejo debate filosófico, social y moral que a mí siempre me ha llamado la atención: la división y limitación de los espacios privado y público. ¿Dónde termina uno, dónde comienza el otro? ¿En qué secciones se funden, y bajo qué condiciones? Porque si nos queremos poner serios, aquí hay un viejo tema hobbesiano y rousseauniano: el peso de los intereses del Estado (seguridad, digamos) e intereses de los individuos (pudor, digamos), o el espacio del Estado (lo público) frente al espacio del individuo (lo privado); y quedan de lado las obvias sonrisas de los que supervisan los escaneos, así como las fantasías que se van a llevar a casa. 
Como iba diciendo, hay algunos temas que poner a debatir con la aplicación de tecnologías como esta. Ciertamente, a ninguno de ls dos bandos le faltan buenos argumentos, así el uno peque de delirios de persecución y demás síntomas paranoides y el otro peque a su vez de exceso de pudor, inseguridad física o lo que sea (lo que está antes que los argumentos no puede quedar nunca fuera del debate). Por ende, tampoco puedo afirmar rotundamente si creo o no que este aparato permanecerá en funcionamiento por mucho tiempo. Lo que sí sé, es que yo mañana mismo mando mi currículum a todos los aeropuertos de Estados Unidos, a ver si me consigo un espacio detrás de esas pantallas maravillosas (no vaya a ser que las saquen de circulación, ¿no?). Una nueva extensión laboral del erotismo, en todo caso. Gajes del oficio, que le llaman... aunque nunca fueron tan dulces.

La fuente de la imágen es la misma que la de la noticia: http://www.generaccion.com/noticia/84870/ee-uu-se-prepara-boicot-pasajeros-por-pornoescaneres. Echenle un ojo.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La gloria de Fausto


La buena vieja literatura no parece cansarse de volver, una y otra vez, a la vieja historia del Fausto (que, en cierto modo, y como bien lo notó Goethe, no es una, sino muchas historias). Desde lo que las fuentes antiguas nos dicen de la existencia de un tal Simón Mago, que se autonominó mesías y fue gnóstico y viajero, pasando por personajes como Paracelso, hasta escritores tan vigentes como John Banville (que lo recrea en su novela Mefisto, un magistral experimento barroco y poético), la tentación, la duda, la sombra y el misterio se han repetido una y otra vez, y esto sin perder ni un ápice de originalidad. 
Sería muy interesante si alguien se decidiera a reunir, en un libro, las diferentes expresiones, vitales y artísticas, del tema de Fausto. Al fin y al cabo, se trata de una lista llena de nombres inabarcables que, por si fuera poco, se han decidido a tratar un tema también inabarcable: además de los mentados antes, están Marlowe y Flaubert, Klaus y Thomas Mann, Terry Gilliam, el grande entre grandes Goethe y, en cierto modo, también Byron y Nerval (que recogieron el aliento de ese tema que tan bien les iba). 
Y es que, como lo decía antes, el tema de Fausto es infinito. Y, efectivamente, cada uno de los autores que han vuelto a él lo han hecho para exprimir un jugo diferente. Por poner un par de ejemplos, tenemos a los Mann, que lo hicieron un símbolo de la historia alemana en general y de la del nazismo en particular; a Byron, que escribió su Caín bajo la influencia de Goethe y que retrató la condena humana desde sus raíces; al propio Goethe, que escribió un libro infinito en el que tal vez se encuentren todas las lecturas reunidas. El retrato final, creo yo, es siempre el de la condición humana en su sentido más crudo, real y llano. 
Y es que claro: ¿no podemos acaso reconocer nuestros propios temores, nuestra náusea, nuestro agotamiento resignado, nuestra sed de trascendencia y realización, en esas primeras palabras del doctor Fausto en la obra de Goethe? ¿Nunca hemos sentido esa sed de orden, de unidad del universo, que tan bien convierte en palabras Banville? ¿No ha habido algún momento en que el alma, si es que existe, nos parece un precio barato para pagar una ilusión? ¿Somos sordos acaso a la voz de Mefistófeles, que susurra en la sombra de nuestra soledad?
La historia de Fausto es, pues, la nuestra. Y tantas otras que, también, pueden formar parte de nuestro lento hundimiento en las arenas del tiempo. Como decía, esto lo sintió especialmente Goethe, que eligió el tema y los andares de Fausto como símbolo para reunir, en una sola obra, toda su concepción del universo a lo largo de sus días, invocando a las literaturas, los cultos y las diferentes filosofías del mundo que habían llegado a sus oídos. He escuchado a muchos decir que el Fausto de Goethe es un libro tedioso, y sin embargo yo no me cansaré de insistir en que se trata, más bien, de una de las obras más monumentales, completas, densas e infinitas de toda la historia de la literatura. 
Todavía no hemos agotado este drama. Tampoco creo que lo hagamos alguna vez (por suerte). Siempre habrá algun autor que se decida a volver a este viejo tema, a esta historia que es tan íntima para todo el mundo. Por no decir que su sombra puede reconocerce en tantas otras obras, consten o no de palabras. Y ni siquiera esto es del todo necesario: la tragedia de Fausto la seguimos representando y recreando todos nosotros, así no lo sepamos, mientras esperamos (con los ojos cerrados o abiertos) a que se cierre nuestro telón. De alguna forma, Mefistófeles le cumplió al doctor Fausto: digan lo que digan las páginas, ha alcanzado la gloria de la inmortalidad literaria, a la vez que la de seguir viviendo como un símbolo que cualquiera de nosotros puede reconocer como propio.  

sábado, 20 de noviembre de 2010

La del sábado: Rod Stewart - "Some guys have all the luck" + Bonus Track

Hoy, la agónica ciudad de Lima se retuerce bajo un sol de esos que hacen pensar que este año el verano se viene más decidido que el anterior. Y, como hay buen clima, como para cervezas y cevichito, pues vamos a ponernos algo alegre para acompañar nuestro sábado, ¿no? Pue bien: no me ha costado mucho decidirme por este maestro del escpectáculo, este verdadero "showman" que, por si fuera poco, hace unas canciones (y versiones) extraordinarias y muy, pero que muy divertidas, con voz lijosa y saxofonistas rubias. Rod Stewart es, de un tiempo a esta parte, el verdadero rey de ese género tan poco comprendido, a veces, pero a la vez tan genial que es el pop-rock, de paso que de la impostura más irreverentemente elegante que quepa imaginar. Claro que hasta ahora yo no dejo de preguntarme cómo un galán como este, que no parece haber sabido jamás lo que son las sábanas frías, tiene la concha de cantar una canción como Some guys have all the luck; aunque claro que, a fin de cuentas, lo que de verdad importa es que la canción le sale genial. La dejo, pues, sonando en la rockola de los sábados, en la versión en vivo de su actuación en el Royal Albert Hall de hace unos años, que incluye como "Bonus Track" esa vieja maravilla que es Addicted to love (esa sí que la canta con todo derecho, el muy cabrón). Y a ver qué nos cae encima cuando se levante la luna. 

Las musas y las botellas

 
Tiempos hubieron en que los poetas podían darse ciertos lujos retóricos sin caer, por ello, en la impostura. Los poemas de Homero, por ejemplo, arrancan con la invocación de las musas, a las que se solicita no que ayuden al poeta a maquinar o recitar los versos que hablan de la Furia de Aquiles o los Viajes de Odiseo, sino que se les dice que canten, que tomen el micrófono y salgan a ponerse de pie sobre el estrado del karaoke épico. En otras palabras, que la inspiración es, aquí, algo más que abrir una que otra puerta interior del poeta: más bien, implica que éste se deje poseer por algo que le viene de afuera. El genio no está en dentro, sino que viene de las fuerzas divinas y de las de la naturaleza, por así decirlo. 
Pero eso cambió rápido. De hecho, ya cuando Virgilio hace su llamado a las musas para cantar los viajes de Eneas y las guerras fundacionales de lo que serán Roma y el Imperio, nosotros lo aceptamos con escepticismo. Por aquellos tiempos, en Roma (y eso queda bastante claro en la Epístola a los Pisones de Horacio) se tenía muy en claro que la creación era un acto cuya responsabilidad recaía sobre el poeta. Lo demás, es poesía (retórica o no). ¿Alguno de ustedes imagina a Petronio invocando a las musas, acaso? Pues yo, la verdad, no. 
Pero demos el gran salto: hace ya mucho que las musas fueron dejadas atrás, y ni siquiera los devotos de la "inspiración" podrían decir que su arte viene de un súbito ingreso de fuerzas extra-humanas (el romanticismo se encargó de recalcar la idea del genio como algo individual, así sea reflejo o parte del Espíritu Absoluto). Hoy por hoy, tenemos que recurrir a otra clase de recursos. 
¿A lo que trato de ir? Pues a lo que dice el título, claro: que las musas están encerradas en botellas. La "etílica de la creación" es un viejo recurso estético, un buen latigazo que, más que inspiración, da el empujón que hacía falta para ponerse manos en la masa y hacer algo con la vida que va quedando: una obra de arte. Recuerdo que Faulkner decía que, para escribir, nada mejor que tener tabaco, algo de comida y whiskey. También Ribeyro decía que, si no contaba con ninguna otra cosa, podía escribir, pero que era mejor si tenía un cigarrillo y una copa de vino. O Francis Bacon, del que hablábamos hace poco, que hablaba sobre los muchos cuadros que pintó con la dulce compañía de una botellita (o borracho, aunque esto pasaba menos). Y la lista podría ser interminable: ¿cuántos autores guardan su deuda con estas musas de vidrio? O con el barman, claro está. 
¿Mi parecer? Yo no creo que la inspiración esté en ninguna parte ahí afuera. Ni siquiera creo en la inspiración. Creo que un trago es un buen acompañante para esas interminables cruzadas que son la creación, pero no que sean las respuestas a todos nuestros problemas. No recuerdo qué escritor recomendaba alguna vez, hablando de labores creativas, que "todo lo que se haga, es mejor hacerlo con un whiskey", o algo así. ¿Contra la inspiración? Bueno, pues contra el 99% de ella, al menos, yo sí. ¿Contra una copita en el desierto de la crisis? Jamás. Esas musas todavía tienen dos o tres cosas que decirnos. De lo que se trata es de no hacerles mucho caso.

jueves, 18 de noviembre de 2010

"El Grito" de ayer y el de hoy

 
¿Tarde como para venir a hablar de estas cosas? Bueno, supongo que una de las ventajas de dirigir un blog es, precisamente, que al final siempre llegas bien llegando a la hora que te venga en gana (y para hablar, dicho sea de paso, para lo que te venga en gana también, ¿no?). 
En fin, que lo que pasa es que desde hace ya unos buenos cuantos meses colaboro con una revista llamada "El Grito", que dirige Carlos García Montero y que cuenta con la colaboración de muchos renombrados intelectuales peruanos, de todas las edades y profesiones (sociólogos, filósofos, literatos, periodistas, advenedizos...). Y ayer, en la edición peruana de "Le Monde Diplomatique", apareció una nota de uno de los colaboradores de esta revista, en la que comenta el número anterior, cuyo tema fue la tecnología, pero entendiéndola como algo intrínseco a nuestra realidad como existentes, de nuestro Dasein, si quieren. El título, de hecho, fue "Nosotros somos la Máquina". (Pueden revisar la nota del susodicho, el filósofo Eduardo Marisca Álvarez, en esta dirección: http://www.eldiplo.com.pe/nosotros-somos-la-m%C3%A1quina).
Y ese número, que sigue hablando del hoy, pertenece al ayer (editorialmente hablando, claro). A estas alturas del año ya apareció el tercer número de "El Grito", en el que vuelvo a participar (con una nota sobre la obra de la artista plástica Sonia Cunliffe), que lleva por título "El sexo nuestro de cada día", aunque se concentra en el tema del género -yo, claro, hubiera preferido que tratase de sexo a secas y sin mayores preámbulos ni títulos que en fin... -. Este tercer número ya está a la venta, y por su tema imagino que interesará a muchos, porque tiene una lista de artículos que están muy pero que muy bien. 
Dejo, de paso y por si las dudas, la dirección de la página web de la revista: es elgritoperu.org. La cuarta entrega de esta revista (materialización del fenómeno revistero que está empezando, creo yo, a venirse con fuerza en el país, y hay que levantar una copa por ello) debería estar apareciendo en unos tres meses, o cosa así. A ver de qué vamos, ¿no?

miércoles, 17 de noviembre de 2010

¿Quién necesita a Willy Wonka?

No sé cómo no se le ocurrió a Roald Dahl que esta hubiera sido la continuación perfecta de su libro. A ver: Charlie es un pobre niño que no liga ni con su perro, y que lleva ya unos cuantos años sin ver más acción que la que puede arrancarle a su mano. Un día, escucha una noticia increíble: que un legendario y veterano follador, amo de uno de los más grandes imperios del porno, ha escondido diez billetes dorados en las revistas que publica regularmente, y que abrirán a los afortunados la mansión donde ocurre toda la magia. ¿El título? Qué se yo: Charlie y la fábrica de fantasías es una idea; otra, Charlie y la mansión del sexo. La película, obviamente, la tendría que rodar Playboy. 
Pero dejémonos de desvaríos, y pasemos a comentar la maravillosa realidad (pocas cosas me fascinan más que estas cuando a la realidad le entra por imitar a la literatura). Recién me entero (vía la siempre precisa "Orgasmatrix", of course) de que Hugh Hefner, "el abuelo más envidiado del planeta", según Orgasmatrix, ha llevado a la realidad la fantasía de Dahl, sólo que no exactamente para regalar chocolates (o, en todo caso, no los mismos chocolates): diez billetes dorados ocultos, cada uno en una de los 200.000 ejemplares de la última publicación de la revista "Playboy", serán ahora el sueño de millones de aspirantes a Charlie: los afortunados harán un tour privado por la legendaria Mansión Playboy, podrán conocer tanto a Hugh como a sus "conejitas" y, de paso, tendrán "la noche de sus vidas", según rezan los billetitos, donde se anuncia una tal "Midsummer night's dream party" de la que, lo tengo por seguro, todos querríamos participar. (Menudo nombre para la fiesta, dicho sea de paso. ¿Cómo sería si Shakespeare escribiera para Playboy? Hefner es un genio, por eso y muchas  cosas más, como dice el villancico).
Claro que, para todos nosotros, sólo queda imaginar este mágico recorrido por el Paraíso, mientras envidiamos con anticipación a los que ganarán el derecho a cruzar sus puertas. Tendré que insistir con la pregunta: ¿quién demonios necesita a Willy Wonka? ¡Si lo que hace falta son más Hefners! Obviamente, esta iniciativa va a ser un éxito: de sobra saben Hefner y su cuadrilla de marketing que todos los hombres del mundo sueñan con ser como el legendario Hugh. Y nada más que decir. ¿O sí? 

martes, 16 de noviembre de 2010

En el horizonte, "Yabo Torbo"

Planto la cara a la crueldad de las horas para dar un breve salto por estos lares. ¿Qué se le va a hacer? Para bien o para mal (aunque normalmente es lo último) uno tiene que sobrevivir e ir tirando, y ya que estamos en estas, pues por lo menos hay que sonreír, ¿no? Y no nos faltan los motivos para hacerlo (o, al menos, no me faltan a mí), ya que me entero por obra y gracia de mi tocayo de allende el Atlántico, Santi Guillén, primero por correo y luego por su blog, de que ya no queda mucho que esperar antes de que esté terminado su proyecto, al que se ha amarrado con demencial y degarrada fuerza estos últimos años, con la colaboración de David Gómez, que lleva por título Yabo Torbo
Yo aún no voy a desmedirme en palabras: prefiero resignarme a dar el anuncio y esperar a tener el tan ansiado disco entre mis manos. Luego ya hablaré largo y tendido (he escuchado dos canciones, y les puedo asegurar que lo que se viene es algo que vale la pena, pero es todo lo que diré por ahora). En cambio, lo que sí haré es recomendarles, a los interesados, que se den un paseo por el blog de Santi Guillén, yabotorbo.blogspot.com, y de paso dejaré colgados los videos "documentales" que hacen de background al lado musical del proyecto. (Colgué la primera parte hace un tiempo, cuando apareció, pero igual la repito). Y, hasta que el carteto toque a mi puerta, enhorabuena y buena suerte, Santi. Y, a todos mis lectores, les diré: "Atentos". 




sábado, 13 de noviembre de 2010

La del sábado: Frágil - "Av. Larco"

No había forma de continuar con nuestro round de los sábados sin traer a brillar por aquí esta canción, verdadero grito de batalla de las guerras nocturnas de la urbe amarga, de paso que uno de los mejores exponentes de lo que ha sido el rock progresivo en territorios hispanohablantes. Porque claro que, a los lectores de otras áreas del mundo mundial, el nombre de "Frágil" bien puede no significar mucho; pero tengo por seguro que, después de oír Av. Larco, su verdadero himno, ése que enloquece a las masas en los conciertos, bien podría pasar a significar algo, o mucho, o demasiado (como me pasa a mí). Dicho sea de paso, que he escrito alguna vez otra nota por estos lares, titulada "La experiencia Frágil", en la que presento y hablo de esta banda genial. Vale, pues ahora los traemos a la rockola resacosa para ir asfaltando el terreno de la noche que se nos avencina, ya habiendo quedado atrás otro "viernes sangriento". Dejo, además, una versión de concierto, en la que Frágil aparece con la compañía de la Orquesta Sinfónica de Lima (puedo decir, con cuánto orgullo, que estuve en uno de esos conciertos). Una canción para evocar a la luz de los postes, vaya a saber uno en qué estado. 

Teoría Crítica: aciertos y desencuentros


A principios del siglo pasado, apareció un grupo de pensadores (filósofos, psicólogos, sociólogos...) que postularon una nueva forma de hacer teoría, y la llamaron "teoría crítica": a diferencia (y contra) los métodos descriptivos de, digamos, un Heidegger, un Jaspers o aún un Sartre, estos pensaban que la teorización no debe limitarse a describir, sino también a cuestionar y, por ende, a transformar. El resultado, claro está, fue apabullante, y de hecho muchos de los puntos de estas toerías siguen en pie, pero, hay que decirlo, sobre todo por su lado descriptivo: es decir, el anánilis del rol de los contenidos de los discursos en la formación de conceptos más o menos aceptados a gran escala, o arraigados en eso que Jung llamó el "Inconsciente Colectivo". ¿Qué es el bien? Lo que el Estado nos hace entender, a cachitos y mediante métodos muy diversos, que es el Bien. ¿A qué debemos aspirar? Más o menos a lo que la publicidad y los discursos sociales y políticos nos dicen que hay que aspirar. Me refiero, por su puesto, a lo que queda después de hacer arqueología en los diferentes discursos (y hoy, con Internet y tanto mundo virtual, esto queda muy, pero muy vigente). 
En pocas palabras, que se repite un poco lo que decía Nietzsche en su Genealogía de la moral: que los conceptos (e interes) de muchos en realidad pueden ser los de unos pocos, llevados a todos los niveles mediante casi todas las expresiones humanas: la educación, las leyes, el derecho, la prensa, la propaganda, los comerciales, la publicidad, la televisión (sobre todo los programas infantiles: véase casi cualquier programa de Discovery Kids y arránquese los presupuestos morales que contienen acerca de lo que debe ser un "buen ciudadano", y todo eso), el sexo, las escuelas profesionales, etcétera, etcétera, etcétera. O, si quieren, se trata de que ya no estamos viviendo nuestras propias vidas. 
Obviamente, pintar así la situación es dar paso a una serie de grandes exageraciones. No es que las teorías críticas estén mal: como ya dije, son muy vigentes, y muy útiles para el estudio de los fenómenos sociales, comunicativos y discursivos en general. Pero suelen cometer un error, y es no poner bajo lupa crítica sus propios escritos. Claro: Foucault, en su dibujo de la dialéctiva de los discursos que va dibujando a su vez la historia de la humanidad, parece olvidar el detalle de que lo que él mismo está haciendo es un discurso, un nuevo postulado que, quizá (y yo lo pienso así) es sólo uno más de muchos posibles. Otros como Horkheimer o Merton no notan que sus ideas sociales son, también, el planteamiento de un nuevo status, que como tal es perfectamente criticable, una vez que ha aparecido una segunda teoría crítica que se la agarre con la suya. En este sentido, el espíritu autocrítico es una virtud, con la que muchos autores ciertamente contaron (Marcuse, Adorno o el propio Merton, por ejemplo), pero del que hicieron falta algunas otras dosis. 
Pero eso no es todo. Si se quiere llegar a un buen planteamiento, mucho más funcional y explicativo que el que se plantea normalmente, hay que abrir un poco más la descripción y sumar al análisis al interpretante. Después de todo, si algo se desprende de las teorías críticas (y, sobre todo, de las de Foucault, creo yo) es que los sujetos interpretantes sólo se dejan penetrar por los discursos, sin plantar la cara, como si fuesen recipientes más o menos vacíos, conteniendo sólo lo que resulta de otros discursos, o qué se yo. En otras palabras, que lo que hace falta es notar que, efectivamente, el individuo no es una mera "víctima" de los discursos (esos sodomitas...), sino que está, todo el tiempo, haciendo suyo, recreando y, en cierto modo, "particularizando" el mensaje. En estos términos, una teoría crítica más o menos libre de vicios tendría que tomar en consideración la posibilidad de una hermenéutica dialógica, que corra de dos partes y no de una sola (una hojeada a los libros de Gadamer y Davidson no estaría nada mal, ¿no?). 
¿Y todo esto por qué? Pues por lo mismo que dije un poco más arriba: la forma de hacer teoría de las corrientes críticas es algo que, hoy por hoy, no deberíamos dejar que se oxide. Su vigencia es notoria, y su necesidad quizá inesquivable. Pero, si queremos aplicar teorías, no está de más hacer primero un saneamiento, un aggiornamento y, además, hacerlas lo más abiertas y útiles posibles. Pero, en ningún modo, dejar que sean deshechadas. Aún no ha dicho nadie la última palabra; quizá se trate de empezar a entender que nadie lo hará nunca.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Y arrancó la temporada

 
No se hacen una idea de con cuánta emoción lo digo, señores. Al fin, después de un año, la plaza de toros de Acho vuelve a ser el escenario de los domingos, y no hay resaca que sirva de excusa. Y si la novillada de hoy (de la que acabo de volver a casa) no fue el espectáculo del siglo, al menos tenemos mucho que esperar de las próximas fechas. Con los carteles que han preparado este año, van a sobrar los motivos para hacer más dura la resurrección de los lunes: vuelven Ponce, Perera y Manzanares, a Castella se le abre una posibilidad de redimirse de su faena del año pasado (que estuvo muy por debajo de las espectativas, la verdad), y se les une un nombre de los mayores, que es Morante de la Puebla, entre otros. Hay que decirlo: no hay un solo cartel que no sea prometedor. Tengo por seguro que el grito de "olé" va a sonar mucho, y siempre con la dulce compañía de una bota de vino alzada.
Y se viene también una buena fecha el 8 de diciembre, que es el día en el que los toreros aficionados toman posesión de la arena. Desde ya voy alzando una copa por los miembros de la ATA que van a participar (mi tío José Ignacio Bullard, Raulito Aramburú y Quique Sifuentes). Eso, eso... olé y olé. Y que viva la afición, carajo. 
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