Mostrando entradas con la etiqueta Tabaquismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Tabaquismo. Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de junio de 2011

"Glorias del Cigarro", un fragmento (Ricardo Palma dixit)

Permítaseme traer a la memoria estas palabras, que tanta falta hacen hoy por hoy, como quien dice, para depurar un poco la fantasía de todos esos que se creen que los hombres somos ángeles, cuando es tan obvio que las alas y la aureóla nos quedan bastante anchas. Ni qué decir, que el vicio es tan humano como el errar. Curioso, porque cuando Ribeyro se preguntaba, en Sólo para fumadores, por los autores que habían glorificado el tabaco en la literatura, se acuerda de Moliére, pero olvida por completo este texto genial de un compatriota nuestro, nada más ni nada menos que el gran Ricardo Palma; texto que lleva el poético título de Glorias del cigarro, y del que extraigo unos fragmentos, para que brillen por aquí, entre nuestras copas y tazas. Ya lo digo: que a la estatua de Palma que está en el Parque de las Tradiciones le falta un pucho en la boca. Y al que no me crea, pues que lea y se entere (por cierto, que Leónidas Ballén, del que se habla en el texto, era un cigarrero de la época de Palma y amigo suyo, y a él le dedicó el texto su autor):
 
"Que el cigarro es un curalotodo, una eficaz panacea para los males que afligen al hombre, una especie de quitapesares infalible, es cuestión que no puede ya ponerse en tela de juicio. Por eso tengo en más estuma una cigarrería que una botica. Y si no vea usted lo que leí en un centón, escrito por un fumador de cuyo nombre no quiero acordarme.
Va de cuento.
Hablaba un predicador en el sagrado púlpito sobre las miserias y desventuras que a la postre dieron al traste con la paciencia del santo Job. Los feligreses lloraban a moco tendido, salvo uno, que oía con la mayor impasibilidad la enumeración de las desdichas y que, interrumpiendo al sacerdote, le dijo:
-Padre cura, no siga usted adelante, que estoy en el secreto. Si ese señor Job gastaba tan buenas pulgas, fue porque tenía en la alacena muy ricos puros, de esos que llevan por nombre Club Nacional y que se encuentran en casa de Ballén. Así cualquiera se aguanta y lluevan pensas, que no en balde dice el refrán: A mal dar, pitar
-¡Hombre de Dios! -contestó el cura -. Si entonces ni había clubs, ni don Leónidas pasaba de la categoría de proyecto en la mente del Eterno, ni se conocía el tabaco...
-¿No se conocía? ¡Ah! Pues ya eso es otro cantar. Compadre, présteme su pañuelo.
Y nuestro hombre se echó a gimotear como un bendito".
 
Y ahí va otro fragmentito:
 
"¿No le parece a usted, señor Ballén, que si el pobrete Adán hubiera tenido a mano una caja de coquetas o de aprensados, maldito si da pizca de importancia a las zalamerías de la remolona serpiente? Entre un cigarro y la golosina aquélla, que a ciencia cierta nadie sabe si fue manzana o pera, de fijo que para su merced la elección no era dudosa. Así nos habríamos librado los humanos de mil perrerías y no vendríamos a la vida, sin comerlo ni beberlo, con esa manchita de aceite llamada pecado original". 
 
Así queda escrito en Glorias del cigarro, y ahora también dicho aquí, en el Café. Ojo, que no lo digo yo, que no soy nadie; que es palabra de Ricardo Palma, y eso ya es otro cuento.


martes, 26 de abril de 2011

O vamos a acabar como en Chicago...



De política no entiendo ni la versión para dummies, así que no diré nada sobre situaciones coyuntirales y demás temas que, francamente, sólo pueden servir para reír o aburrisre. Lo que sí diré es que por ahí arriba hay unos cuantos sujetos con los que espero no tener que toparme nunca, o no la cuentan. Sujetos en cuyas tumbas, en todo caso, echaré mis colillas. Después de todo, ya había suficiente gente que de un día para otro se quedó con la lengua a la altura del ombligo cuando descubrió que su Susana Villarán, pese a sus promesas, no sólo no pensaba legalizar las drogas (cosa que a mí me trae sin el mayor cuidado, porque las drogas, en lo personal, no me interesan ni en lo más mínimo), sino que encima les dio papagayo por liebre, asintiendo que se hiciera efectiva esa porquería fascistoide que lleva el nombre de "Ley Zanahoria" (dicho sea de paso, yo jamás voté por esta señora: en mi puta vida he dado mi voto por alguien, como bien lo saben mis amigos, y he llenado de tachas y bromas de mal gusto cada una de las cédulas electorales que me han puesto enfrente, así que a mí ni me miren). 
Y, como íbamos diciendo, esto no es todo. Permítanme que les ilustre la situación con una historia de la vida real, que no le pasó al amigo de mi vecina sino a un servidor en persona, este último sábado. Me fui, tan campante, a tomar una cerveza a La Noche de Barranco, ese templo supremo de los que creemos que Bukowsk merece más altares que Jesucristo y su muchachada. Y, cuando pedí que me trajeran un cenicero, el mozo (ya un viejo amigo, después de tantas noches) me mira con una cara que me hace pensar lo peor y me dice que imposible: que los de la municipalidad aparecieron hace no sé cuántos días a llenarles el lugar de cartelitos que dejan bien claro que no, que aquí nadie se prende un cigarro. ¡Pensar que hace apenas un par de semanas Benjamín Prado, el poeta español, comentaba lo bien que se sentía de estar en un país tan civilizado como para dejar a la gente fumar en los bares! Resignado, salí a la terraza, pero más que dispuesto a dar batalla, así no le duela a nadie, pero dando la cara y la palabra.
Este tema ya se nos va haciendo viejo, muy viejo... he escrito antes sobre el problema tabaco, y sobre todo lo que implica. Como siempre, empezaré por dejar algo bien claro: que yo no soy un apologista del tabaquismo. Es una cosa que, quién lo duda, hace daño, tanto al cuerpo como a la billetera, y que si es evitado, pues mejor. Pero la cuestión es: ¿evitado por quién? El tema fumar-no fumar es absolutamente personal, y no creo que nadie tenga por qué venir a decirme qué no debo hacer. ¿Acaso le importa?
"Pues sí", me dirá alguno por allí: "Claro que le importa, porque los fumadores no sólo se matan a sí mismos, sino también a los demás, ¿y con qué derecho?" Bueno, ¿y con qué derecho vienen los demás a decirme que yo debo velar por sus vidas? Ese es un primer punto, muy débil, pero también bastante cierto. Igual, no importa. Lo que importa es el montón de leyes idiotas, compradas e ignorantes de todo lo que refiere a libertad y derechos de los individuos -o de ciertos individuos. Leyes que echan todo el peso a un solo lado de la balanza, y que permiten que un grupo de personas -oigan, que siguen siendo seres humanos, ¿no?- sean convertidas en escoria, en basura, en seres ruines y lo bastante idiotas como para antentar, en vano, contra sus propias vidas y las ajenas. Seres para con los que no hay que guardar ni el más mínimo gramo de respeto, porque no lo merecen: "Oye, apaga esa mierda" no suena tan bien como "Por favor, ¿podría apagar su cigarrillo?", pero sí que se escucha mucho más a menudo. Y, como lo digo, este comportamiento es aplaudido por la legalidad, por un conjunto de leyes que defiende al pobre no-fumador de las garras y el humo de los fumadores... dándoles el equivalente a un fusil semiautomático o a un lanzagranadas. 
En otras palabras: ¿qué tan difícil es contemplar una serie de medidas de las que nadie tenga que salir sobándose el culo? Porque la pura verdad es que, así como los no-fumadores no tienen por qué ser víctimas de los fumadores, pues los segundos tampoco tienen por qué ser maltratados por los primeros, ni bombardeados psicológicamente con las campañas antitabaquistas que no hacen más que contribuir a la construcción de una imagen perversa del fumador. ¿Por qué echar a los fumadores de los bares? ¿No es tan sencillo como eso separar los ambientes para fumadores de los libres de humo? Y ahí todos salen ganando, ¿no?
Pero aquí no acaba la acusación. Seamos sinceros, señores... ¿acaso podemos tragarnos el cuento de que el cigarrillo es algo así como la encarnación de Satanás en persona, y que todo lo demás son sol, prados verdes, cielo azul y flores llenas de mariposas que revlotean? ¡Claro que no! Lo que se ha hecho, lo que se sigue haciendo, es construir un discurso abusivo y arbitrario, hecho especialmente para generar y difundir una nueva concepción, arreglada de antemano, del cigarro y sus consumidores. Pongámoslo así: reúnan si quieren a todos los fumadores del mundo de un lado y, del otro, a todos los agentes generadores de smog por consumo de combustible; puestos en una balanza de mortalidad, creo que quedaría bien claro qué lado carga con la mayor parte de la culpa a la hora de hablar de la gente que se muere de cáncer al pulmón y demás. A la señora que venga a pedirte que apagues el cigarro con cara de indignación, pues le devuelves el gesto y, muy colérico, le echas en cara que el smog de su coche te está matando. ¿Que eso sirve? ¡Y a mí qué! Su coche no me sirve para nada, a menos que me dé un paseo, y puestas así las cosas, a mí mi cigarrillo me sirve más que su coche.Sólo que claro: ni a los automóviles, ni a los teléfonos celulares, ni a los bocaditos -Doritos, Chizitos y demás-, ni a los hornos microondas, ni a la comida que sirven en establecimientos de "Fast Foos", ni al carbón para parrillas, ni a ninguno de tantos productos abierta o secretamente asesinos les ponen un cartelito con un mensaje brutal y una foto sádica en la que se ven un par de pulmones hechos basura o un anciano que va camino a la tumba por causa de un derrame cerebral. ¡Claro que no! Eso sería malo, muy malo, para las ventas... y como a todo el mundo parece gustarle ese rollo... (sobre este tema, recomiendo mucho una película, Gracias por fumar, donde exponen este asunto en toda su arrogante hipocresía).
Breve disgresión: por enésima vez diré que la salud, hoy por hoy, está sobrevalorada. ¿De qué te sirve vivir tantos años, si no puedes darte ni un gusto? Oigan, que es antinatural querer llegar más lejos que Matusalén, y algún día todos la estiraremos, así que, ¿por qué tanto ruido? No digo que nos gastemos como si no hubiera mañana, pero sí que nos tomemos las cosas un poco más a la ligera, hombre, que ya hay bastante estrés en el mundo sin escándalos de conservadores, reaccionarios y demás. 
Ahora volvamos a lo nuestro... porque hay un último tema que quiero tocar el día de hoy. Se trata de un detalle, ínfimo tal vez, pero mucho más cargado y poderoso de lo que pudiera parecer a simple vista. Me refiero, como diría Luis Piedrahita, a "la letra pequeña". Sólo que esta vez no es pequeña para nada: los mensajes que llevan impresos los paquetes de cigarrillos son cada día más grandes, y amenazan con rebasar el espacio del cartón. Ejemplifiquemos: textualmente, dice "FUMAR CAUSA INFARTO CEREBRAL" (otras varientes serían: "cáncer al pulmón" o "a la lengua", "impotencia", o simple y llanamente "la muerte", y hasta alguno querría agregar "y un pasaje directo al infierno"). Bien, bien... ¿por qué he puesto la palabra "causa" en cursiva? Porque quiero que la lean dos o tres veces, obviamente, y reflexionen sobre el asunto por unos minutos. Lo que tenemos aquí es una manipulación cruda y sin miramiento alguno del discurso médico. ¿Quién dice que el fumar "causa", necesariamente, tal o cual cosa? Seamos justos: si quieren bombardear al mundo con sus mensajes de esperanza, al menos que sean sinceros. La fórmula correcta es la que sigue: "FUMAR PUEDE CAUSAR INFARTO CEREBRAL" (o, se sobreentiende, cualquiera de las demás opciones). Ese fatalismo agresivo, esa terquedad extremista, no es más que un arma más para influir sobre las opiniones de la gente, creo yo. ¿O es que los que dicen "defender la vida humana" no entienden ni lo más básico de la ética? Por favor... 
Así, pues, están las cosas. Tal vez pido demasiado, pero creo que lo hago con pleno derecho, al insistir en un segundo examen de estas leyes y condiciones. Entre la ley Zanahoria y la criminalización de los fumadores, pues el destino se pinta muy feo. Pero eso sí: muy saludable. O, si lo prefieren, y parafraseando a Joaquín Sabina, que si las cosas siguen así vamos "a acabar como en Chicago / en tiempos de la prohibición". O bien encadenados, y envueltos para llevar, mientras unos cuantos se ríen. Pues bien, frente a la tempestad que se levanta en el horizonte, yo repetiré esas grandiosas palabras con las que Dvd tituló hace un buen tiempo uno de los textos de su blog: "Prohibir no es legislar, es prohibir". La verdad pura y descarnada, y que le duela al que le duela.

lunes, 31 de mayo de 2010

Una fiesta cargada de Injusticia


Treinta y uno de mayo, señoras y señores, mis buenos y queridos lectores. En Lima, un día frío, de cielo nublado, típico de nuestro melancólico invierno sin sol. Y, de paso, fiesta para muchos, que un día como hoy se dan un golpecito en el pecho, pensando "Todo anda bien aquí dentro. Qué bueno". Día del no-fumador. Qué asco.
Y sí, señores, esa es la expresión: "Qué asco". Nuestra maravillosa sociedad progresa, bajo la tierna y vigilante mirada de una ética cada vez más internalizada (resaltemos eso de la vigilancia) hacia una utopía de gente sana, segura de su propia vida y de los años que le quedan por delante (ya fuiste, Matusalén). El antitabaquismo sonríe, bien sentado sobre la carcasa de su enemigo, al que ve cada vez más reducido, casi agonizante, esperando a que deje escapar la vida de sus demacrados pulmones. Repito: qué asco.
Todo el mundo lo sabe: soy un tenaz y siempre agudo opositor y crítico del antitabaquismo tal y como se está desarrollando en el mundo. Pero cabe señalar, también, que no soy un apologista de su opuesto: jamás defenderé el consumo de tabaco, ni sus posibles efectos, ni nada similar. Pero mucho menos aún voy a atacarlo; y jamás, pero lo que se dice jamás, voy a caer en la mezquindad, en el profundo espíritu de carnicería y sadismo que empuja al antitabaquismo, que cada vez pasa por alto más y más los límites de lo moral... ¡en nombre de la moral!
Repasemos un poco el estado de la cuestión: el consumo de tabaco afecta tanto a la salud propia como a la de los otros, y permitir el consumo de tabaco en lugares públicos es un atentado contra la salud y la integridad ajena, de ese "otro" que no tiene por qué verse afectado por los vicios de otro grupo. En otras palabras, estocada en el pecho a los Derechos Humanos. Bien, bien... ahora demos la vuelta a la moneda.
El no-fumador antitabaquista (que no es necesariamente el no-fumador a secas) tiene muy en claro que el consumo de tabaco debe ser alejado, reducido, o mejor aún erradicado del todo. Nada de humo en los lugares que frecuenta, ni siquiera en bares y discotecas (donde no fumar es, para el fumador, un verdadero martirio). Algunos Estados, en nombre de alguna preocupación que, ténganlo por seguro, refiere a terceros, se pone de su parte, y pronto hay leyes que prohiben el consumo de tabaco. ¿Los otros, los que creen que el vicio es tan humano y digno como cualquier otra cosa? Pues lo siento mucho: nada de nada. Si quieren poder acceder a determinados espacios, se dejan la cajetilla en el bolsillo, por favor, y no hacen escándalo. ¿Por qué? Porque, como fumadores, no tienen derechos. Y lo digo así de abierta y francamente: el fumador es un paria, un ser que puede ser discriminado con toda justicia, y que no merece ni una gota de tolerancia, ni siquiera de educación para con ellos: ni un "por favor, ¿podría apagar el cigarro? Es que el humo me molesta", sino un directo, tajante y ofensivo: "Oiga, apague esa mierda, ¿no ve que está prohibido fumar?" Y no importa si no hay cartel alguno que indique que, efectivamente, está prohibido fumar: para los antitabaquistas es lo mismo; y, como la ley los apoya, ¿qué se les va a decir? Pues nada, si no se quiere hacer problemas a nadie, de paso que arruinarse la tarde a uno mismo. Silencio y resignación. Qué asco.
Y ojalá y eso fuese todo el cuento, pero no. La historia empieza a adquirir el tono de 1984 o La naranja mecánica cuando, de pronto, empieza el bombardeo psicológico. Porque el antitabaquismo, que está convencido de tener la razón absoluta acerca de lo que deben ser las vidas de todos los hombres, no tiene el menor escrúpulo de hacer de la discriminación de la que ya sufren los fumadores todo un pabellón de fusilamiento. Basta recordar a Hitler para hacerse una idea de lo eficaz que puede ser el filo de la publicidad, cuando se la sabe esgrimir bien: ya no sólo se trata de las fotografías que aparecen en los paquetes de cigarrillos (en el Perú, imágenes de bocas con cáncer; en otros países hay cosas más pornográficas aún), sino también mensajes de radio, manipulación de imágenes y demás (recordaré, una vez más, la fotografía que aparece en el techo de la sala de fumadores del aeropuerto de Berlín, que si no me equivoco es de ése, en la que se ve el agujero de una tumba, con el cielo del otro lado, y un sacerdote dando sus últimas bendiciones). Lo que trato de decir es bastante sencillo: haciendo un gran esfuerzo, podría llegar a entender (aunque no estaría de acuerdo con ello jamás) el que se prohiba el consumo de tabaco en los lugares públicos, pero... ¿es necesario, además, hacer adoctrinamiento? Y, peor aún, hacerlo recurriendo a trucos tan bajos como la manipulación subliminal, el bombardeo psicológico-moral, la acusación, la construcción de un discurso donde ser fumador equivale a ser ya no sólo un idiota sino además un ser repugnante. E insisto: todo esto, en nombre de la ética y del Bien de la Humanidad. Qué asco.
Los antitabaquistas están convencidos de ser el centro de la existencia, de llevar la razón absoluta y de ser, por ende, superiores a ese montón de viciosos retrógradas que insisten en atentar contra la vida. Si no fuera así, no se sentirían justificados a hacer todo lo que hacen, y serían un poco más respetuosos con los que piensan de forma distinta a ellos. Porque esos "otros" (hay que recalcarlo, porque hay quienes no se dan cuenta) siguen siendo seres humanos, y tienen también el derecho a disfrutar de los espacios públicos como les de la gana. ¿Por qué eliminar del todo los espacios para fumadores de los lugares públicos? ¿No tenían suficiente con la victoria que lograron al reducirlos? ¿Por qué tratar de manipular a los fumadores a través del discurso ético, y valiéndose de las técnicas más ruines de la publicidad y los medios masivos de comunicación? ¿Es que acaso una sociedad homogeneizada, donde todos valoren la salud, es el Paraíso? ¿Justifica eso el control, el ataque, la pornografía publicitaria y dogmatizante? ¿Hay que sancionar, corregir? Oigan, que las preguntas de este tipo sólo pueden reproducirse, ponerse unas sobre las otras, como un reclamo de justicia y de tolerancia, palabras que hoy en día los antitabaquistas reclaman para sí, sin posibilidad a reclamos. Qué asco.
¿Un breve repaso de lo dicho? Bien: control, manipulación del discurso ético, intolerancia, discriminación, silenciamiento, dogmatismo, censura... Casi suena a índice temático de un libro sobre la Segunda Guerra Mundial (capítulo cinco, digamos: "El partido Nazi y la estrategia de Hitler"). O al block de notas de algún escritor tipo Anthony Burgess, Michel Foucault, George Orwell o Gore Vidal. ¿A qué me suena todo este cuento? A que tendríamos que dejar de lado la hipocresía y echar a la basura los consabidos Derechos Humanos, ese montón de mierda que no sirve para nada, como no sea para favorecer a unos a cuesta de otros. A que, como vengo repitiendo desde hace mucho, la salud está sobrevalorada hasta las náuseas. Qué asco.
En un día como éste, en que millones de personas celebran la discriminación y la injusticia, yo quiero hacer un llamado hacia la reflexión y, quizá, hacia un nuevo discurso de tolerancia, que vuelva a poner en tela de juicio lo que empezamos a entender como lo ético, lo bueno y lo malo, un juicio que por sí mismo no vale nada, como no sea aplicado a algo más. No hay nada que sea, por sí mismo, ni bueno ni malo: eso es construcción social del discurso. Fumar tampoco. Y llamo, también, a notar que quienes fuman son otro puñado de seres humanos, con integridad y derechos como cualquier antitabaquista de su montón; y si existe un día del no-fumador, ¿por qué no hacer las cosas con justicia y declarar otro para los fumadores? Qué, ¿las señoras se escandalizan? ¿Y Fernando Vivas también? ¿Y por qué los fumadores no? Dicho todo esto, me retiro por una taza de café (adivinen con qué voy a acompañarla) y le dejo al que le interese este montón de temas y preguntas, a ver si la situación empieza a tornarse un poco menos nauseabunda, y despótica. La blancura perfecta no es humana; las manchas, la suciedad, sí. A ver si la fiesta termina pronto, y los hombres podemos volver a las calles sin temor, sin ser señalados en cada esquina y en cada café, sin tener que repetirnos paso a paso, con desgarro, esas dos palabras: "Qué asco".

martes, 9 de febrero de 2010

Anti-antitabaquismo

Aunque rara vez leo su columna en El Comercio, tengo al señor Fernando Vivas como un periodista y un opinador de lo más (o menos) respetable. Y no está nada mal que diga las cosas como las piensa, quién lo pone en duda; pero, del mismo modo, pienso tomarme, ahora, yo el derecho a decir un par de cosas contra el otro par que dice él, ya que hace mucho es la hora de abrir la boca respecto al tema.
El día de hoy, martes nueve de febrero, el señor Vivas se queja, como todo el mundo desde hace ya un tiempo, de los fumadores en los espacios públicos o, más exactamente, de los espacios públicos que permiten que la gente fume. Los argumentos de los no-fumadores antitabaquistas (que no es lo mismo que decir los no-fumadores a secas, ojo) me los conozco de memoria: que están en su derecho al querer defender su salud y su comodidad, o como lo dice el señor Vivas, "que no me escupa sus cortinas de humo en lugares públicos donde el olor se impregna en mi ropa y en mi pelo". Vale, me parece perfecto; pero, ya que hablamos de derechos, hagámoslo bien, ¿no les parece?
En primer lugar no lo voy a reservar a los derechos de los fumadores (que los tenemos, como seres humanos que somos, ¿o se creen que sólo los tienen el pelo y la ropa del señor Vivas?), sino más bien del dere
cho de otra gente: los dueños de los lugares públicos. Es cierto que la ley vigente 28705 impide fumar en lugares públicos, con la excepción de un área cerrada que represente el 20% (desde hace no mucho el 10%) del área total en la que los fumadores pueden sentirse como en su casa, pero... ¿es esto realmente cumplir con los derechos de todo el mundo? Un restaurante, un café, una heladería, un bar o una discoteca son lugares públicos, pero como propiedades son privadas. Entonces, ¿quién es el que tiene el derecho de definir y pulir las reglas que funcionen en dicho lugar? ¿El dueño o el estado? Yo he conocido a dueños de cafés que se quejan de no poder decidir acerca de si el público puede o no fumar, sobre todo siendo ellos mismos fumadores. ¿No deberían ser ellos los que decidan acerca de espacios o exclusividad para fumadores o no-fumadores?
A muchos, la pregunta les puede parecer algo tonta, pero tiene un trasfondo mucho más serio: ¿hasta qué punto tiene derecho el Estado a meter la mano, el codo y aún la cabeza en la institución de la propiedad privada? Si yo quiero poner un sofá en el baño, ¿el Estado tiene derecho a venir y decirme a mí, que compré casa, baño y sofá, que no tengo derecho a hacerlo? ¡Y encima se quiere hablar de derechos! Los primeros que son pasados por alto son, siempre, los de los propietarios: como tales, están en su derecho a hacer las cosas como a ellos les parezca, creo yo, ya que son ellos los responsables del lugar (y los que pagan los impuestos, de paso). ¿O no?
Pero eso no es todo, ya que siguen los derechos de los fumadores. Las campañas antitabaco se empecinan en hacer de los fumadores un montón de parias, un grupo de seres inhumanos y anormales, y se valen de todas las estrategias publicitarias y audiovisuales para ello. Todos los fumadores sabemos que fumar no es bueno para la salud, que puede matar... pero eso no significa que seamos engendros de Satán. Como cualquier otro, tenemos el derecho a sentarnos en un café o un restaurante a comer o tomar algo y charlar, con un cigarrillo entre los dedos. ¿A los no-fumadores no les gusta? Bueno, que lo decida el propietario, ¿no les parece?
Para decirlo br
evemente (porque es un tema del que puede decirse demasiado), el antitabaquismo se ha convertido en una campaña de lo más despiadada, maquiavélica y sádica. Las fotografías que las empresas tabaqueras están obligadas a imprimir en los paquetes de cigarrillos son, sinceramente, pornográficas en el peor sentido de la palabra, y se suman a todos los recursos de los que se valen las campañas antitabaquistas para formar un canon del ataque psicológico de los más agudos que se hayan visto. El discurso es bastante legible: el no-fumador está en lo correcto, y el fumador es un idiota que merece ser discriminado por ello. Oiga, pero los fumadores, ¿no somos también seres humanos? Es muy fácil criticar al "apartheid" tal y como se dio en Sudáfrica, pero muy difícil entender que, de a pocos, se está haciendo lo mismo en todo el mundo con los fumadores. Y no, no estoy exagerando: si no me creen, vean el tipo de imágenes que se encuentran en los techos de algunas de las salas para fumadores en los aeropuertos de Europa, como el de Berlín (ver foto abajo), en el que se ve, del otro lado del borde de un agujero, un cielo bastante tétrico contra el que se recortan las figuras de algunas personas muy graves y otra de un sacerdote que da su bendición a los muertos que están del otro lado del foso... es decir, en la sala de fumadores. ¿No es esto un ataque psicológico de los más ruines, acaso? A mí, en lo personal, todo esto me da lo mismo, ya que es muy difícil amedrentarme con cosas tan risibles, pero hay gente que puede ser un poco más sensible ante la materia... y el adoctrinamiento forzoso es, de un modo u otro, adoctrinamiento forzoso.
En fin, señor Vivas y demás lectores, que esto es algo de lo que tengo que decir acerca del antitabaquismo, sus campañas y sus leyes. Hay que sentarse a pensar las cosas un poco más a profundidad a veces, y no sólo preocuparse por el olor que queda en la ropa. Después de todo, y ya que hemos aceptado que los seres humanos tienen, por algún motivo, algo llamado "derechos", pues que se cumplan los de todos, y a dejarse
de joder de una vez por todas.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...