Poco después de enviar su famosa sesión de fotos de conchas a Modotti, Edward Weston recibió una respuesta que, creo, no muchos fotógrafos podrían esperarse: "Me quedé atónito al verlas -escribe Modotti -¡Qué visión más pura! Cuando abrí el paquete, no pude mirarlas mucho tiempo; me llegaron a lo más íntimo, hasta casi sentir dolor físico". Casi parece el testimonio de un iluminado al que, por un escasísimo segundo, se le permitió vislumbrar a la divinidad, ¿no es cierto? Como el atónito Dante esmerándose por describir el Empíreo. Y es que esa es, precisamente, la impresión, la fuerte sacudida que nos llevamos al enfrentarnos, cara a cara, con una fotografía de Edward Weston: vemos todas las formas de los objetos que ha fotografiado y, sin embargo, éstas parecen ser algo secundario, como si dibujasen algo nuevo, más profundo e íntimo. En ese sentido, Weston logra adscribirse a una forma sumamente interesante de romanticismo, un idealismo que persigue, a través de las imágenes, lo más absoluto, cuando en realidad ellas nos están forzando a volvernos sobre nosotros mismos para, desde nuestro caos, enfrentar una nueva forma de orden.
La suya parece haber sido una obsesión por la pureza más mística. Las fotografías de Weston tienen una fuerza inusitada, muy rara, que sólo podría alcanzarse, creo yo, a través de la fotografía. Prima la estética, es cierto, pero entendiéndola en una forma muy particular, que no la separa de la evocación de los sentimientos. Como él mismo dijo alguna vez: "En la fotografía, la primera emoción física, el sentimiento de la cosa, se capta completamente, y para siempre, en el momento exacto en que se ve y se siente. Sentir y captar son acciones simultáneas...". Y, por eso, hoy nosotros podemos revivir el horror ante la pureza con sólo volvernos hacia las mismas conchas que deslumbraron a Modotti... para nuestra suerte.
Una mención aparte merecen, ciertamente, los desnudos de Weston (en realidad, creo que merecen una biblioteca entera). Esta obsesión por la pureza, en ellos, se convierte en la captación esencial de un ser profundo, a la vez infantil y descarnado, de las personas. Los pequeños detalles (un par de pies muy feos, vellos en las piernas o en las axilas) se pueden convertir en un eje obsesivo de la interpretación, y sin embargo la impresión es tan poderosa y total que... bueno, imposible dar con las palabras adecuadas.
Edward Weston representa, creo yo, a una forma única de concebir a la fotografía. Cierto que es inimaginable sin autores anteriores como Man Ray, pero eso no significa que él, a través de su fascinante obra, no haya llegado hasta un sitial del todo único, donde el objeto, la imágen y el observador dialogan en un espacio cerrado y rico, lleno de tesoros y escalofríos. Su obra es, definitivamente, la de un genio.
La suya parece haber sido una obsesión por la pureza más mística. Las fotografías de Weston tienen una fuerza inusitada, muy rara, que sólo podría alcanzarse, creo yo, a través de la fotografía. Prima la estética, es cierto, pero entendiéndola en una forma muy particular, que no la separa de la evocación de los sentimientos. Como él mismo dijo alguna vez: "En la fotografía, la primera emoción física, el sentimiento de la cosa, se capta completamente, y para siempre, en el momento exacto en que se ve y se siente. Sentir y captar son acciones simultáneas...". Y, por eso, hoy nosotros podemos revivir el horror ante la pureza con sólo volvernos hacia las mismas conchas que deslumbraron a Modotti... para nuestra suerte.
Una mención aparte merecen, ciertamente, los desnudos de Weston (en realidad, creo que merecen una biblioteca entera). Esta obsesión por la pureza, en ellos, se convierte en la captación esencial de un ser profundo, a la vez infantil y descarnado, de las personas. Los pequeños detalles (un par de pies muy feos, vellos en las piernas o en las axilas) se pueden convertir en un eje obsesivo de la interpretación, y sin embargo la impresión es tan poderosa y total que... bueno, imposible dar con las palabras adecuadas.
Edward Weston representa, creo yo, a una forma única de concebir a la fotografía. Cierto que es inimaginable sin autores anteriores como Man Ray, pero eso no significa que él, a través de su fascinante obra, no haya llegado hasta un sitial del todo único, donde el objeto, la imágen y el observador dialogan en un espacio cerrado y rico, lleno de tesoros y escalofríos. Su obra es, definitivamente, la de un genio.
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