El arte, cuando es bueno y sabe cerrar su propio circuito de significado, puede permitirse muchas cosas; entre ellas, pasarse por alto los rigores del historicismo, y aún los del realismo. Y nada mejor para demostrar este argumento que la última película de Tarantino, Inglorious Bastards, donde el director demuestra, una vez más, quien lleva los pantalones en los que viene siendo el cine de los últimos tiempos, de paso que nos deleita con otro de sus sensacionales trabajos.
Por supuesto, no voy a narrarles la película (eso sería un pecado); sin embargo, me gustaría decir un par de palabras acerca de ella. ¿Por qué? Porque sin ser la más perfecta de las de Tarantino, refleja con un brillo muy especial el genio particular de este director. No sé si habrá existido, durante la ocupación de Francia, una banda llamada "Inglorious bastards"; lo que sí es cierto es que durante la ocupación, y sobre todo una vez terminada la guerra, la reacción anti-nazi fue fuertísima, y si bien no se trató de Auschwitz, lo que hicieron los aliados y, sobre todo, los judíos equiparó en crueldad a los nazis, pero agregándoles una suerte de sadismo y sed de sangre que sólo podía alimentar la venganza. ¿Si estoy defendiendo a alguien? No: tan sólo digo que, en la historia de la humanidad, no hay inocentes. Lo que al final parece querer demostrar Tarantino es que los seres humanos, piensen lo que piensen y crean en lo que crean, tienen un lado profunda y críticamente violento: en el fondo, todos somos unos bastardos a los que les está vedada la gloria.
Más allá de las geniales interpretaciones que permite, la película es ágil, humorística y con un ese sabor mezcla de piedra fría y sangre caliente que sólo se podía obtener si a Tarantino se le ocurría hacer una película sobre nazis. Además, los personajes son de una vitalidad única, y sumamente llamativos (no lo culpo por querer retomar alguna de sus historias para hacer una nueva película). Ciertamente, es como para ir al cine lo antes posible a verla. Bravo, Quentin.
Más allá de las geniales interpretaciones que permite, la película es ágil, humorística y con un ese sabor mezcla de piedra fría y sangre caliente que sólo se podía obtener si a Tarantino se le ocurría hacer una película sobre nazis. Además, los personajes son de una vitalidad única, y sumamente llamativos (no lo culpo por querer retomar alguna de sus historias para hacer una nueva película). Ciertamente, es como para ir al cine lo antes posible a verla. Bravo, Quentin.
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