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viernes, 9 de julio de 2010

Escribir hasta descorchar la última botella


Alguna vez he comentado cuán certeros fueron los griegos de la antigüedad para atribuir a un mismo dios la poesía y el vino, como asumiendo, si es que no lo inseparables que son, al menos lo bien que una y otro se llevan cuando se las ven mano a mano y, lo más probablemente, sobre la misma mesa. Ya lo saben: vaso, botella, papel y pluma...
En la entrada anterior hablé de la posibilidad de concebir la cata como un fenómeno estético. Pues bien: del mismo modo, y siguiendo el camino de las mismas palabras, afirmaré que beber es un arte. No, no... no escribo esto estando ebrio: todo lo contrario, lo hago a plena consciencia, y con una mano sobre el pecho y la otra sobre el hígado. Pero a ver lo que tienen que decirnos los filósofos.
Para Aristóteles, el objetivo de las obras de arte (o, por lo menos, del género trágico) es la catarsis: lograr que los espectadores se identifiquen con las penas y los dolores de los personajes representados, haciendo consciencia de que esos problemas que enfrentan podrían ser los mismos que los afecten a ellos, por ser universales: el género es relativo a la especie. Pero, desde que irrumpieron en el panorama la teoría psicoanalítica en general y Freud en particular, las cosas dieron un nuevo giro, y la catarsis pasó a ser comprendida como un acto de "expurgación", una liberación de las fuerzas inconscientes que nos remueven por dentro.
En este sentido, siempre he pensado que la borrachera es una catarsis perfectamente válida, por no mencionar que de las más efectivas. En esto, el alcohol se parece a la poesía: logra los mismos efectos para liberarnos de nosotros mismos y echar sobre el asfalto un poco de esa náusea que nos estruja la médula espinal y amenaza con empujarnos a rodar cuesta abajo por el abismo que cada uno de nosotros lleva en el pecho.
Y como todos los otros hombres, pero con un subrayado particular, más de un escritor ha comprendido bien estas cosas. Desde los banquetes llenos de vino de los poemas de Homero hasta las bravuconadas de Bukowski, las botellas han rodado sin descanso entre las letras (¿"Con la pluma y con la espada", decía el Inca Garcilaso? Mejor "con la pluma y con la copa").
Yo no soy un idealista, y no creo en la trascendencia del espíritu más de lo que creo en el espíritu (es decir, nada de nada). No se me ocurre pensar que algo pueda tener una naturaleza metafísica, un alma o un "ser en sí". Pero creo en los misterios que aguardan agazapados en los fenómenos para saltarnos encima como una gran incógnita en el momento mismo en que nos acercamos a interpretar. En ese sentido, el alcohol tiene algo de mágico, en el mismo sentido en el que lo tiene la poesía.
Como un acceso de delirium tremens, estas notas no pretenden ser más que un variopinto desfogue desordenado y caótico. No voy a demostrar una tesis, ni a argumentar siquiera: sólo reflexiono. Y teniendo por seguro que más de uno entiende de sobra lo que trato de decir. Permítaseme cerrar, pues, este aforismo cantinero, ya que me falta copa con qué brindar, con una cita muy certera del siempre genial Petronio: "El vino es vida".

En la imágen, Bukowski, botella en mano, recitando sus poemas (hablando de entender a lo que me refiero...).

lunes, 5 de julio de 2010

En búsqueda de la cata perfecta


Hace mucho que quiero escribir sobre esto. Y porque hace mucho que pienso que ya viene siendo hora de que nos echemos abajo algunos prejuicios etílicos que, a mi parecer, poco tienen que ver con el placer, el verdadero deleite, que tiene para ofrecernos ese maravilloso fruto de Baco, el vino sin el cual muchas de nuestras existencias (conozco a más de uno que firmaría estas palabras) no serían lo mismo, ni valdrían un solo centavo.
Hay un tipo muy especial de supersticioso, y ése es el que se guarda todas las dudas cuando le ponen un trago al frente. ¡Dios santísimo! ¿Qué pensarían los enólogos? Luego se pasan de vueltas tratando de buscarle la lágrima al vino, sopesando la copa temeroso de asirla como no es debido, y mil y un procedimientos mal que, bien vistos, tienen sentido, pero es una esfera que nos queda lo bastante lejos como para dejar de perder el tiempo en todas esas tonterías.
Dicho sea de paso, yo no soy enólogo, ni me especializo en modo alguno en cata de vinos ni alguna otra mierda. Sé de la materia como sé que me gusta muchísimo el vino, y en ese sentido soy un bebedor hedónico (¿es que hay otra forma de serlo?). Por supuesto que tomar un buen vino es como leer una buena novela, o (usando la vieja metáfora de Fellini) ver una buena película. Pongamos ejemplos: uno termina de leer El mar de John Banville o de ver Amarcord de Fellini y lo que le queda es algo similar a un buen sabor que se siente en la boca, mientras mares de sensaciones agradables recorren nuestros miembros. Probablemente sonreímos como idiotas, que es una de esas maravillosas manfestaciones del placer. Bien, ¿y no pasa lo mismo con un vino?
¿Qué demonios trato d edecir? Muy sencillo: que el vino hay que elegirlo como se elige un libro o una película, y esto es siguiendo nuestra más absoluta, terca, obstinada y feliz subjetividad. ¿Cuál es la cata perfecta? La personal, la que dice que si a mi me gusta tal vino, luego ése es el vino perfecto. A mí me pueden poner algunas marcas muy caras delante, y yo por lo común seguiré prefiriendo mi viejo Aberdeen Angus, que es de los baratos de la finca Flichmann. Éso, claro está, si no hay un riojano haciendome ojitos. Y ni que decir que si puedo tener más de una botella de dónde servirme, ya estamos en el paraíso.
Pero volvamos a lo que decíamos respecto a la cata "personal". ¿Qué es lo que esto significa? ¿Qué implica? Recuerdo haber leído hace cosa de un par de años un artículo breve de un catador argentino (no recuerdo su nombre, pero si alguien lo conoce por favor recuérdemelo) que decía que el mejor vino es el que vamos a relacionar con mejores recuerdos: en este sentido, el acto de llevarse la copa (o el vaso, que a menudo es mejor para el vino que la copa, digan lo que digan los entendidos) es una experiencia proustiana, donde hay una búsqueda por armonizar con nosotros mismos y, por unos instantes, sentir que podemos olvidar que la vida es vida, para refugiarnos en la estética de los sabores, en el pasado que ha vuelto por unos instantes... y más tarde, y siempre que las condiciones lo acrediten, en la borrachera, que es materia como para un libro entero.
Así que ya lo saben: si a alguien le interesa mi consejo (que es sólo uno de los tantos posibles, ojo), echen a la basura todos esos libros de cómo tomar un vino y vayan por el que más les guste, prescindiendo de esa vieja y ridícula analogía según la cual precio equivale a calidad. La calidad es un suceso psíquico (si no me creen, pregúnteselo a mis compañeros de limonadas, que saben lo que vale un vino Astica, aunque sea tamaña mierda de vino).
Ya les digo que no pretendo plantear régimenes universales: el que esté de acuerdo con el otro procedimiento, pues me parece perfecto. Igual podemos sentarnos a tomar una copa juntos. Con que podamos reflexionar acerca de cuán válidos son en realidad algunos de nuestros prejuicios alcoholémicos, me doy por más que satisfecho. Salud, pues, con todos. Alzo mi copa en nombre de Baco, al que debemos tanto.

miércoles, 8 de julio de 2009

Para el Día de San Baco, o reflexiones en torno a la Causa Etílica


No en vano fue Baco dios de la poesía, ni ha muerto del todo su culto, pese al paso de los siglos: no se pronunciará su nombre, pero... ¿no son nuestras reuniones y borracheras formas rituales casi religiosas? Como el plato de sueño que necesita la sociedad para no caer en la locura (Bukowski escribió, sabiamente, que "es mejor la resaca que el manicomio"). Yo hasta propondría la celebración anual del día de San Baco, para que todos los paganos podamos sentirnos, por una vez, justificados por un día del calendario. Y creo que los poetas también tendrían que agradecerlo, pues, creo, no estarán todos ellos de acuerdo con la sentencia de Hegel que afirma que "del vino no nace la poesía". ¡¿Se imaginan semejante blasfemia?! Creo que un solo verso de Bukowski basta para enterrarlo, y hablo de él como un supremo exponente de la mejor poesía ebria (porque, parafraseándolo, ya que "las horas son largas y de alguna forma hay que ocuparlas hasta que llegue la muerte", ¿por qué no hacerlo con alcohol y literatura?); o, sino, una ranchera de Jiménez o de la Vargas, o alguna letra de Sabina (Ponme un trago más o La canción de los buenos borrachos, por ejemplo).

Todo esto en la antigüedad lo sabían bien: Homero se dedica, en repetidas ocasiones y con todo lujo de detalles, a relatar banquetes en los que nunca falta el vino; siglos más tarde, en la Roma Imperial, Ovidio lo santificó por su utilidad fundamental para la gesta amorosa, y luego Petronio escribió que "el vino es vida", y aún llegó a escribir una de las más bellas líneas sobre la condición humana valiéndose del ejemplo del vino: "Pues resulta -dijo -que vive más un vino que los pobres humanos". De hecho, los banquetes se convirtieron en un escenario clásico de la literatura latina, y hasta dieron paso a un género llamado "Simposio" (Simposium), donde se relataban, como en el Satiricón, banquetes y borracheras, que eran las excusas para el diálogo y la reflexión (la filosofía, recordémoslo, no tiene por qué no nacer de la ebriedad; José María Valverde, de hecho, ha escrito sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel que "puede parecer un libro engendrado en una larga borrachera", aunque sabemos que eso es imposible, dadas las opiniones de su autor respecto a la infertilidad del vino). Y no faltan a la causa ni mártires ni santos: aparte de los clásicos romanos y el obvio Bukowski, tenemos aún una larga lista, que incluye nombres tan prestigiosos como los de Poe, Baudelaire, Faulkner, Hemingway, Burroughs, Martín Adán... y el obvio caso del poeta Dylan Thomas, que murió a raíz de una larga serie de vasos de whiskey.

Así que ya lo saben; yo, por mi lado, sigo esperando el día en que se anuncie, al fin, la validez universal del Día de San Baco (claro que no lo haré sin abrir botellas: que la religión no es para tomársela a la broma, joder). Hasta entonces, igual seguimos bebiendo.
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