sábado, 30 de enero de 2010

Lo último de Tinto Brass: Calígula en 3D


No pude haber elegido un mejor momento para hablar de Tinto Brass, el hombre que, ya glorificado por una larga carrera de joyas del cine erótico, sigue trabajando y manteniéndose en el camino de los pioneros del erotismo con la antorcha bien en alto, como para señalar el camino a los que pudieran ir detrás. Y digo esto porque acabo de leer, en varias páginas, acerca del nuevo proyecto que prepara el director italiano, algo realmente novedoso y que, quién lo va a poner en duda, no podría estar en mejores manos: la primera macro-producción erótica en formato de tercera dimensión (3D).
Ahora bien, es cierto que ya se han realizado algunos "experimentos" en este sentido, y algunas producciones pornográficas francesas (como las diferentes versiones de Emanuelle que se hicieron para la televisión) incluyen escenas en 3D; pero eso no es nada: apenas diez minutos bastante aburridos de sexo, en un formato 3D bastante sencillo y que no termina de convencer a nadie. El proyecto de Tinto Brass, en este sentido, es mucho más complejo e interesante: se trata de volver a realizar su vieja obra maestra, Calígula, de cuyo guión es responsable Gore Vidal, sólo que esta vez con toda la libertad que no pudo permitirse al realizar la primera version, en la que el productor, Bob Guccione (el entonces editor de Penthouse), insistió en aumentar escenas de sexo explícito que eran innecesarias (aunque a mi parecer están bastante bien; y, a excepción de una de lesbianismo que no tiene nada que hacer en la pelíula, ayudan a dar ambiente), mientras el director y el guionista insistían en realizar estas escenas de acuerdo a las exigencias y necesidades de la película.
De paso, es la primera vez que se filma una película en 3D en Italia, así que Tinto Brass está llevándose aquí un par de delanteras. (Hablando de delanteras, la película promete muchas). El director, además, ha prometido cosas muy interesantes, respecto al formato en el que está trabajando: por ejemplo, nos dice que hay escenas en las que una mujer extiende las manos hacia la pantalla en las que realmente parece que está por meterlas en nuestros pantalones; realmente, es increíble, como para enorgullecerse, ver los niveles a los que puede llegar el cine erótico: ¿quién iba a imaginar, después de todo, que el público podría llegar a tomar parte de la película en un sentido como éste?
De modo que ahora resta esperar a que llegue hasta nosotros esta maravilla del cine erótico, la primera gran realización del género en el 2010 (como quien dice, para empezar bien el año). Sólo me pregunto quién podrá sustituir a Malcolm McDowell en el papel del emperador Calígula, que es probablemente su mejor papel; y quién podrá hacer de Drusilla si no es Teresa Ann Savoy. En fin, que promete estar bueno, y es algo que, definitivamente, no puedo perderme. Lo que me sigo preguntando es: ¿la pondrán en la cartelera de los cines de Lima? Hmmm

viernes, 29 de enero de 2010

La muerte de un maestro: J. D. Salinger


Según la opinión de muchos, ahora mismo yo debería estar en la cama, recién llegado como estoy a mi casa después de una noche de tragos y cartas. Pero mucho me temo que tengo que disentir, porque lo primero es lo primero, y eso es decir algo y, sobre todo, alzar una última copa antes de tumbarse a dormir en honor a J. D. Salinger, que murió ayer, con 91 años encima y una trayectoria literaria que nunca, no diré superada, será igualada. De modo que yo (por lo que ya leyeron, se imaginarán que sintiéndome un poco como uno de sus personajes) cumpliré con él.
Millones de personas de todas las generaciones lo veneraron, miles que no levantan un libro ni por accidente devoraron sus libros en apenas una noche, generó envidias y guerrillas entre escritores, adimradores y críticos... y, en el fondo, se cagó en absolutamente todos, retirado muy contento a su exilio del mundo y de la fama en su cómoda casa en el árbol, donde pudo dedicar sus años a leer y escribir en paz. Se labró fama de excéntrico (según dice la leyenda, siempre se daba cuenta de si había alguien mirándole a escondidas), de misántropo (que sin duda lo fué) y de cascarrabias, pero eso, para él, fue lo de menos: jamás quiso que su mundo fuera el de todos los demás.
Como tantos lectores, yo le debo la infinita gratitud por haber escrito un libro tan maravilloso como El cazador oculto, que leí como empujado por una inercia invencible, como en una caída en picada, cuando tenía quince años. (Recuerdo que estaba enfermo, con la garganta destruida, y que ese libro no hacía más que darme motivos y ganas de fumarme un cigarrillo tras otro). Creo poder afirmar, de hecho, que no hay una persona que no haya gozado con ese libro que pueda decir que no lo afectó profundamente, como el primer beso, o el primer orgasmo. Por ahí va la idea.
Ahora, pues, con toda la admiración del mundo y con la gratitud saliendo a mares por todos mis poros, quiero levantar una copa para brindar en su nombre, y por su memoria. Gracias, Salinger, muchas gracias.

miércoles, 27 de enero de 2010

La experiencia Frágil


¿Cuál no sería mi sorpresa cuando, hace ya muchos años, me topé con el nombre de una banda peruana en una lista de las mejores bandas de rock progresivo de todos los tiempos que encontré en una página de internet, no recuerdo si norteamericana o inglesa? Lo que no significa, claro está, qur todo el mundo sepa quiénes son; pero, los que lo saben, saben que no son poca cosa, sino eso: de lo más grande que hay. Y esa banda no es otra, ni podía serlo, que Frágil.
Si repasamos la historia del rock progresivo en el Perú, nos encontraremos con que fue un capítulo muy breve, que pareció empezar y terminar en un jirón de polvo y, luego, a los puntos suspensivos. Pero ese capítulo, contra lo que muchos puedan pensar, no se ha cerrado, sino que sigue en pie, y dándole con ganas al buen viejo estilo rock-jazz-beethoven-con-algo-de-psicodelia. Alguna vez hubo una banda llamada Traffic Sound, que brilló como un sol enfermo y que fue realmente genial, pero que no sobrevivió. Hubo muy poco más, por esos caminos. Pero estuvo Frágil, y continúa habitando entre nosotros, apareciendo de cuando en cuando (y a veces de improviso) para romper la noche en algún local. Yo he tenido la oportunidad de verlos unas buenas cuantas veces (incluyendo un concierto con la orquesta sinfónica de Lima y otro con Jean-Pierre Magnet y la Gran Banda), y puedo afirmar sin temores que se trata de una de las experiencias musicales más impresionantes que puedan vivirse.
Pero vayamos a los datos. Andrés Dulude (voz y guitarra acústica), Tavo Castillo (teclados, sintetizador, guitarra steel, flauta, bajo), Jorge Durand (batería y percusión), Lucho Valderrama (guitarras) y César Bustamante (bajo y teclados) empezaron su acto sobre los escenarios tocando lo de la vieja escuela: Genesis, Yes y algo de Pink Floyd. Hasta que, una noche, decidieron destapar lo suyo y empezaron a echar al ruedo lo que habían construído sobre la base de esos maestros: temas como Avenida Larco (hoy un himno), Pastas, pepas y otros postres, Mundo raro, Animales o El caimán (que habla sobre la desolación que trajo consigo el terrorismo, como quien va escribiendo un epígrafe para inspirar a la CVR) son pruebas del tipo de música que puede escribirse y tocarse en un rincón como lo es el Perú: algo grande, que quizá nadie se imaginaría. Además, están los temas instrumentales (Obertura, Lizy y demás) que hablan de una forma de sensibilidad distinta a la que dominó, en términos generales, el panorama del rock peruano (con su clásico rock ligero, algo de buen metal y mucho, pero muchísimo punk).
Hablamos, pues, de una experiencia musical distinta, pero muy seria. Un rock que, sin salir de las calles, es capaz de alzar la vista hacia un panorama distinto, buscando algo nuevo que experimentar y una nueva forma de concebir la música. Pero, para que me crean, les dejo aquí un temita, Caras (versión en vivo con Jean Pierre Magnet y la Gran Banda), como para que se vayan haciendo una idea. ¡Salud!


sábado, 23 de enero de 2010

Violencia, reflexión y belleza: Cocco, di Sturco y Giorgi expuestos en España


Si hace unos meses hablábamos de la fotografía de Sanders y Lee Miller, hoy, si queremos ponernos al día y tomar un tema de actualidad, bien podríamos hacerlo volviéndonos hacia los tres fotógrafos cuya obra va a ser expuesta en La Casa Encendida. Se trata de los italianos Francesco Cocco, Giulio di Sturco y Pierluigi Giorgi (a estos dos últimos acabo de descubrirlos), que acaban de ser premiados en España con el XIII Premio de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña por sus desgarradoras series. (Fuente: El País)
La de Cocco (hace tanto tiempo que quiero hablar sobre él) merece una atención especial. Este hombre, que ya ha realizado proyectos en minas chinas y en prisiones, está exponiendo su muestra titulada Afganistán, producto de un crudo trabajo con la cámara en este país arrasado por la violencia y la masacre. En sus fotografías, sin embargo, la violencia adquiere un matiz especial y una estética particular que las hace una fuente de difíciles pero muy profundas reflexiones.
Giulio di Sturco, por su lado, fue galardonado por sus fotografías de las inundaciones en el estado Indio de Bihar. "Lo que más me impactó fue ver a una mujer y su hijo sentados en un campamento, sin hablar y sin moverse. No podía comunicarme con ellos, era muy duro ver esa absoluta soledad de haberlo perdido todo en los ojos de la mujer", relató el fotógrafo.
Finalmente, tenemos a Perluigi Giorgi, al que acabo de descubrir, y que ya se ha ganado un puesto entre mis fotógrafos favoritos. Su serie sobre los marginados rumaníes es, verdaderamente, fascinante y cruda, y su tríptico fotográfico del que habla en la nota de El País me ha dejado marcado.
Hasta aquí, la noticia. Francesco Cocco, Giulio di Sturco y Perluigi Giorgio son tres fotógrafos que merecen una mención especial, ciertamente, y espero que ningún español esté pensando en perderse la muestra, ya que la tienen a mano (lo que daría yo por estar en esos lares, de paso que me serviría para echarme unos tragos con algunas personas a las que no veo hace demasiado tiempo). Lo que resta, sin embargo, es preguntarse por esta extraña estética de la violencia: nos enriquece, nos perturba, nos fascina. Prefiero una fotografía de decapitados que una de flores, pero, ¿por qué? Acaso se trate del reconocimiento, a la vez, de nuestra propia condición humana, de nuestra íntima ridiculez existencial, y del morbo que se apodera de nosotros ante realidades semejantes. Sé que hay quienes observan esta fotografía con esperanzas: la formación de una consciencia acerca de la realidad, etcétera... y no lo voy a negar, pero hay que reconocer los límites de cada cosa. La esperanza de la humanidad no sobrevive más de una semana, un par de años, y luego volvemos a aprender que la paz no es sólo imposible, sino que a largo plazo bien podría no servir para nada, como ninguna otra utopía (si no, pregúntenselo a Huxley).
En fin, lo cierto es que esta estética está allí, y estos fotógrafos nos ofrecen una exploración de sus límites, de paso que de los de nuestra condición existencial. ¿Será posible que esas muestras lleguen un día hasta las costas peruanas? ¿Tendré que echar la vista al suelo, resignado, cada vez que leo acerca de las exposiciones que se preparan en los demás países? De todos modos, le recomiendo a todo el que pueda que se de un salto por La Casa Encendida. Va a estar bueno.

Fotografía: un perro ha sido mutilado por una bomba en Kabul (Francesco Cocco, serie "Afganistán") Fuente: francescococco.com

viernes, 22 de enero de 2010

The Dubliners


Alguna vez se hicieron llamar "The Ronnie Drew Group", en honor al que fue el guitarrista y vocalista otiginal de la banda durante casi todos sus años, hasta que dejó la banda (en términos amistosos) en el 96, pero pronto decidieron cambiarlo por "The Dubliners", en honor al libro de cuentos de James Joyce. Y la suya, a diferencia de la de otros grupos que no tardarían en surgir entre Inglaterra e Irlanda, no fue una propuesta revolucionaria o vanguardista al estilo The Who o Pink Floyd, sino más bien todo lo contrario: volver hacia las raíces, a la nostalgia, las preocupaciones y el júbilo de sus mayores, y dedicarse a la música tradicional irlandesa, de la que pronto se convirtieron en uno de los más grandes exponentes del género, si no el más.
Canciones que hablan de los tiempos pasados, de la nostalgia y, por supuesto, de noches de juerga y borracheras. Yo los escuché por primera vez vía Martín Alonso, y enseguida se ganaron un puesto importante en mi lista de bandas preferidas (poco después, ya me había descargado toda su discografía). Y puedo asegurarles una cosa: emborracharse escuchándolos es un placer único en su especie. Llámenme romántico si quieren, pero de alguna forma me toca muy en el fondo esta música de la tierra de mis ancestros (porque mi ascendencia es, por un lado, irlandesa en línea casi directa).
Irlanda (Borges lo ha repetido tantas veces) es una isla que, siendo tan pequeña, ha dado tantos hombres de genio: Escoto Erígena, Swift, Berkeley, Oscar Wilde, Bernard Shaw, Joyce, Beckett, Yeats, Conan Doyle, Sinead O'Connor y Bob Geldof. A esta lista hay que sumar, sin embargo, a los integrantes de The Dubliners, empezando por el antes mentado Ronnie Drew (que falleció en el 2008, como Richard Wright). Pero mejor no digo más, ¿para qué? Mejor escucharlos a ellos. De modo que les dejo una de sus mejores canciones, Whiskey in the jar. Espero la disfruten. Y, con un título como ese, ¿cómo no alzar un par de vasos o, si se quiere, de jarras?


Anuncio

A todos los que se estén preguntando por qué este mes ando menos parlanchín que los anteriores, publicando muy pocas cosas en el blog, eso es porque al fin he vuelto a dedicarme a trabajar en una nueva novela, lo que significa que, tal y como ha venido sucediendo, mis publicaciones por estos lares serán un poco más espaciadas, aunque no cesarán del todo. Así que no le hechen la culpa a mi natural espíritu de vagancia ni a una falta de imaginación, preocupación o ganas, sino más bien todo lo contrario: el trabajo por el otro lado me quita bastante tiempo y energía. Habiendo dejado este tema en claro, me despido por el momento.

martes, 19 de enero de 2010

Leroy Young - "Time"



A todos aquellos que les haya gustado la obra de Leroy Young, el poeta beliceño sobre el que escribí una nota y publiqué un poema en este blog, les dejo este video de una de sus presentaciones en Belice, recitando su poema Time a ritmo de jazz, al mejor estilo beatnik, y con un talento que acojona (creo que esta es la expresión más justa para el caso). De paso, mi buen Víctor Castillo me informó que el poeta en cuestión tiene su propio blog, y es autor de un documental, así que parece que hay más en la web sobre él de lo que yo pude descubrir; cosa que no me sorprende, ya que soy bastante malo con las computadoras y los buscadores en general. De todos modos, les dejo el video, esperando que lo disfruten. La pura verdad, es que no espero menos que eso, porque Leroy Young es bueno como los buenos, y eso todavía es decir bastante poco. Ya lo dije antes: faltan antologías, falta difusión, faltan libros; no es que falte el buen arte, digan lo que digan los refranes. Y, ya que estamos en esto, pues una copa en alto, ¿no?

Pornografía ilustre, santo erotismo


El de los géneros y etiquetas es un debate viejo como el sol y, sin embargo, tan bizantino y patético que, en el fondo, no merece todas las consecuencias que ha logrado. Obviamente, hablo de prejuicios, de gente que pone el grito en el cielo y los insultos tras el dedo alzado antes de haber visto, leído u oído nada, como si su sola convicción bastase para juzgar a las obras y a los hombres. Pero ya lo digo: pocas cosas son más peligrosas que un prejuicio. Fue un prejuicio (y el temor que alimentó) el que envió a la hoguera miles de libros (junto con sus autores, de paso) en los años de la Edad Media; fue el prejuicio el que envió a la guillotina, a las cámaras de gas o a los paredones de fusilamiento a miles de personas desde que el hombre es capaz de poner una palabra entre comillas. Y todo por una cuestión de géneros y etiquetas, como si el valor de una obra pudiese juzgarse sólo por su título.
El camino del género erótico ha sido, en este sentido, de los más inciertos. Partiendo del desnudo griego hasta nuestros días, parece que le hubiera sucedido de todo. Y todo parece haberse complicado desde que apareció en la mente de los hombres esa otra palabrita, "pornografía", más todos sus derivados.
Pero hagamos un breve repaso histórico. La palabra "pornografía" apareció como un resultado de la masificación, no en el marco de los mass-media, sino más bien en el de la imprenta, la revolución industrial y los orígenes de la fotografía. De hecho, el significado etimológico de "pornografía" es "dibujo (grafos) de prostitutas (porné)", y fue utilizado por primera vez, según mis cálculos, a fines del siglo XVIII por el mafistral escritor y pensador libertino Nicolás Restif de la Bretonne, en la Francia pre-revolucionaria (este último dato, insisto, no lo he podido confirmar). Pero la historia del término es lo de menos: lo que importa de verdad es la del prejuicio que lleva detrás, que es muy viejo... como la censura, para ser precisos, y sobre todo la censura cristiana que nació cuando el emperador Constantino de Roma se convirtió al cristianismo, con lo que empezó una nueva persecución: la de idolatrías paganas, de un lado, y la de cosas que insultan a dios, del otro. Desde entonces, las cosas se tornaron un poco más complicadas para el erotismo.
¿Alguna vez ha notado alguien que casi no hay arte hoy considerado "erótico" (es decir, fino, válido, erudito, clásico y estéticamente válido) que no haya sido tachado en sus tiempos por "pornográfico" (bajo, de mal gusto, vulgar, sucio, asqueroso)? Las pinturas de Carracci, el Decamerón de Boccaccio, Pietro Aretino, Sade, muchas de las películas que surgieron entre los años 60 y 70, los primeros desnudos fotográficos, Robert Mapplethiorpe, Nobuyoshu Araki... en fin, que la lista es inacabable. Así que, ¿dónde radica el juicio? ¿Quién lleva la razón? Hace unos meses leí en un blog un post en el que se planteaba la cuestión acerca de si un rostro femenino lleno de semen podía considerarse una obra de arte, y la discusión en los comentarios era larguísima. Porque claro: así como los parisinos del siglo XVIII no se podían imaginar que las asquerosidades del Marqués de Sade serían consideradas algún día como un clásico de la literatura universal, ni que se escribirían bibliotecas enteras sobre ellas y sobre su autor, nosotros tampoco podemos arriesgarnos a asegurar que lo que hoy llamamos pornografía no se convertirá algún día en Arte del bueno, en el más fino erotismo (incluídas las escenas de películas en las que cinco marineros violan a una rubia "inocente", o esas otras en las que el repartidor llega a entregar una pizza con chorizo extra a una casa llena de mujeres en pelotas). Y yo mismo he visto, en más de una ocasión, películas pornográficas que, a mi parecer, merecen un título mucho más ilustre (aunque en mi vocabulario personal "pornográfico" ya lo es).
Otro buen ejemplo serían las primeras fotografías eróticas: vistas desde nuestra perspectiva sigloveintiunera, son de lo más inocentes, y muy estéticas; pero, en sus tiempos, generaron una verdadera polémica, con suspiros del papa y todo. (Si no me creen, vean la foto que encabeza este post y díganme si la considerarían "pornográfica", ya que se trata de una de estas primeras fotografías de la industria porno).
¿Que si trato de hacer apología del porno? ¡Claro que sí! ¡Y creo que no podría ser más obvio! No digo que yo sea un gran pornógrafo (aunque lo he sido), pero me sigue pareciendo uno de los mejores géneros, por no decir de los más interesantes que hay, de todos los que ha creado la humanidad. Y, más estrictamente, lo que quiero lograr con esta reflexión es que la gente medite unos momentos acerca de qué tan lejos llega la justicia de los géneros, tan arbitrarios como pueden llegar a ser si es que nos andamos sin cuidado.

lunes, 18 de enero de 2010

10 películas de la última década


Ya que parece que anda en boga esto de hacer listas con los títulos más brillantes del 2000 a esta parte, no estaría de más plantearme yo mismo este asunto y tratar de elegir unas pocas. Ahora bien, ¿cuál es la gran paradoja que sufro ante las listas de esta clase? Muy sencillo: por un lado, creo que las listas siempre son arbitrarias, que dejan de lado cosas importantes por descuido o límite de espacio, que pueden pecar de injusticia y, además, que son algo tontas; pero, del otro lado, no la paso nada mal leyéndolas, así que haré mi mejor esfuerzo y probaré a elegir diez películas de las que he visto (me ha faltado ver muchísimas, así que espero se entienda que falten algunas infaltables: soy esclavo de mi ignorancia). Allá vamos. (El orden no obedece a ninguna preferencia, y es sólo caótico, por si las dudas).

1. Der Untergang (La Caída) - Oliver Hirschbiegel
2. Inglorious Basterds - Quentin Tarantino
3. Das Leben der Anderen (La vida de los otros) - F. H. von Donnersmarck
4. La Sconsciuta (La desconocida) - G. Tornatore
5. Vitus - Fredi M. Murer
6. Volver - Pedro Almodovar
7. Kill Bill vols. I and II - Quentin Tarantino
8. Sin City - Robert Rodríguez / Frank Miller
9. Ciudade de Deus (Ciudad de Dios) - Fernando Meirelles
10. Chicago - Rob Marshall

Supongo que esta sería mi lista. Claro que faltan títulos (Snatch y Closer, por ejemplo), pero de todos modos creo que es una selección que se acerca a algo justo. Obviamente, hay muchos puestos para el cine alemán o suizo-alemán (que es lo mejor que se está haciendo en el cine europeo), y faltó un lugar para El libro negro. Pero ya dije lo que había que decir sobre los límites y demás características negativas de hacer listas, así que ni modo.

domingo, 17 de enero de 2010

El precio de la intimidad


Ante todo, sí: me reconozco como un voyeurista nato, y me deleita mucho la idea de observar a quien (quizá) no sabe que le observo. Es un vicio sano. Pero una cosa son los placeres del que observa, y otra las ganas de joder del que mete mano, cara y lo que sea en la vida ajena sólo porque siente que esa es su "responsabilidad ante la sociedad y la moral". ¿Que qué trato de decir? Muy simple: piensen en los nuevos scaners en los aeropuertos (que, según el autor del blog "Opciones Avanzadas", te desnudan hasta las ideas), en la denuncia de ideologías, en la persecución de redes, en las campañas antitabaco que nos hacen a los fumadores un montón de parias que no merecen la vida, en las cámaras que registran cada movimiento que sucede en las calles de distritos enteros... piensen en todo esto, y se entenderá lo que trato de decir.
Algunos le llaman "seguridad". Bien, bien... pero pensemos un poco más, retomemos un par de lecturas de Foucault, otra de Marcuse y una o dos más de Nietzsche (quién nos dice qué es la Verdad, ¿no es cierto?), y pensemos qué carajo es esto de la "seguridad" en realidad. Porque otro nombre sería, ciertamente, Control. La expresión "mantener el orden" expresa, precisamente, la idea: mantener el orden ideológico, moral y social que se supone debe ser mantenido para que las personas estén no solo libres de peligro, sino también controladas: qué creer, pensar o decir. Algo así se ven las cosas.
Dicho de otra forma, no hay que ser tan cándidos. Como decía Foucault, hay un discurso subyacente en todas las expresiones humanas. Vivir más seguros es, también, aceptar pagar a cambio fuertes dosis de nuestra libertad y de nuestra intimidad, tener al Sistema hasta en la cama, entre las sábanas y vaya uno a saber en dónde más. Pero esto suena conocido, ¿no? Hubo un escritor inglés que previó un poco estas cosas: me refiero, claro está, a George Orwell, que imaginó algo similar a lo que nos sucede, y le puso por título 1984. (¿No suele decirse que a la realidad le complace copiar a la literatura?). Un mundo mejor (un mundo Feliz, para los que han leído a Huxley) bien puede ser uno de pesadilla.
El debate es, ciertamente, el de las esferas privadas y públicas. En la esfera privada, uno es libre de hacer, pensar y decir lo que quiera (esto es, una persona, en la soledad de su mente, puede saberse un pedófilo o un asesino en potencia, sin tener que sentirse obligado a sentirse mal por ello); en la pública, hay otros seres y entidades que nos juzgan, regulan y hasta corrigen. Hay una serie de códigos (morales, sociales, ideológicos, etc) ante los que debemos comparecer si queremos formar parte del todo. El problema es, precisamente, cuando concedemos espacio de una esfera a la otra. Pronto, el hombre no sólo no va a tener intimidad, sino que va a temerla: pocos tendrán el valor de darse cuenta de lo que guardan del otro lado de las convenciones sociales y las opiniones de buen gusto.
Porque hay que reconocerlo: cada vez menos personas pueden soportar el estar solas. La vida contemporánea nos ofrece de todo para evadir nuestra intimidad: un universo en expansión de telecomunicaciones, conexión a internet en todas partes, redes sociales virtuales... Una persona que prefiera encerrarse a leer o a pensar una noche a solas es rara: ¿por qué mejor no entra a Facebook, Messenger o alguna otra de todas esas? Internet hasta en la sopa. Y, mientras tanto, el teléfono no deja de sonar. Parece de pesadilla, o lo es.
En fin, que las cosas empiezan a tornarse, sin que queramos darnos cuenta, bastante complejas. La vieja corriente crítica, el casi olvidado existencialismo y todas esas tendencias que se estudian como parte del pasado, parecen cobrar vigencia con cada día que pasa. Se trata de plantearse cuánto estamos dispuestos a sacrificar a cambio de nuestra seguridad. ¿No es mejor una vida de riesgos que un montón de cadenas? Al menos podríamos mover los brazos. Hay que sentarse a pensar.

viernes, 15 de enero de 2010

Leroy Young, un poeta de Belice


(Para Víctor Castillo)
Ayer por la noche estaba viendo las fotografías que mi tío, Arturo Bullard (pueden acceder a su blog por el enlace que está más abajo) tomó en Belice, país que siempre he admirado por su riqueza biológica y paisajística y, además, por su curiosa historia y por su gente. Entonces se me vino una pregunta a la cabeza: ¿qué clase de literatura se hace en Belice? ¿Cómo es la poesía beliceña, de la que nunca he oído decir nada? De modo que hoy, después de almorzar, me puse a buscar por internet. Lo primero fue la decepción: casi no hay nada publicado en la web de poemas escritos en Belice; luego, llegó una verdadera revelación, porque acado de toparme con un poeta fascinante llamado Leroy Young.
Ante todo, me gustaría transcribir aquí lo que escribe el catedrático beliceño David Nicolás Ruiz Puga sobre la literatura de su país, que seguramente más de uno encontrará interesante:
"El texto escrito en Belice se puede considerar un caso único del complejo árbol evolutivo del desarrollo de la literatura, en las Américas. Como resultado de tres siglos de colonzación inglesa, en Belice se estructuró un sistema social, político y cultural distinto al de la Centroamérica española. Este hecho, más el conflicto territorial con Guatemala, contribuyeron al aislamiento de Belice como territorio perteneciente a un área cultural y territorial relativamente homogénea, como es el istmo centroamericano. Sin embargo, estos hechos históricos no han sido obstáculo para la integración sociocultural, la cual se materializa mediante el flujo de inmigrantes de guatemaltecos y mexicanos hacia Belice, a lo largo de los siglos de colonización. La independencia ha abierto las posibilidades de continuar con el enriquecimiento del proceso sociocultural, en una conjunción entre la herencia histórica beliceña, sus limitaciones y la necesidad de definir su identidad nacional." Y esto es sólo un panorama. Resta hablar de Leroy Young.
Claro heredero de la generación Beatnik (sobre todo, diría yo, de Ginsberg, de Corso y, muy especialmente, de John Giorno), Young es lo que suele llamarse un poeta "dub". Lenguaje callejero, intimidad, sentimentalismo superado, escupitajos, musicalidad... pero con muy buena letra, y con las palabras puestas en su sitio. (Obviamente, lo primero que pensé, luego de reconocer su talento, es lo mucho que le gustarían estos poemas a mi buen amigo V´íctor Castillo). ¿Por qué a nadie se le ocurre publicar una antología de poetas beliceños, si es que hay cosas tan buenas? Del mismo modo, ¿por qué no hacer saber al mundo el tipo de cosas que se escriben en países como Andorra, Albania, Kazajstán o Camboya? La literatura está repleta de horizontes inexplorados. Pero mejor me callo, y los dejo con la profunda voz de Leroy Young. Este es un poema que encontré en http://www.casadellago.unam.mx/site/index.php?option=com_content&task=view&id=169&Itemid=102, por si alguien quiere entrar allí a leer un poco más. Yo ya me los leí todos, y de verdad recomiendo a todo el mundo que lo haga. El poema que he elegido para poner aquí lleva por título I cry. Espero lo disfruten.

I CRY

i cry
i cry
i cry
they say a man is not supposed to cry
you tell me why?
well I cry, i cry
i cry for birth
when others get hurt i cry
i cry for hope, i cry for joy
i cry for life, i cry for death
i cry to remember, yet i forget
so i cry
i cry
they say a man is not supposed to cry
you tell me why
well i cry
i cry
i cry for those that are neglected
rejected, the injustice to which
they are subjected.
i cry
i cry for those who seek and can’t find
i cry for those with evil thoughts on their mind
i cry for those that are left behind
i cry
i cry
i cry
i cry for peace
i cry for justice
i cry for all those that are in such a crisis
i cry for the oppressed
for them to be blessed
i cry for those that oppose
i cry from my heart
for those who have departed
i cry for you, you, you, you and each and everyone
question? who will cry for i man
jah! the almighty one
they say a man is not supposed to cry
you tell me why
well i cry
i cry
i cry
i cry


jueves, 14 de enero de 2010

Tinto Brass: un genio mórbido


Una tempestad de oro y semen. Algo así, creo yo, tendría que empezar a hablarse de Giovanni Tinto Brass, uno de los cineastas más talentosos, grotescos, finos e incomprendidos de todos los tiempos, y sin embargo todavía un hombre que sigue adelante haciendo lo que quiere o, mejor, lo que siente que debe hacer, o sabe que tiene que hacer. Pero se entiende cuál es el punto.
He de confesarlo: apenas si he visto algunas de las cosas que hizo. Pero da lo mismo: me basta con el extraordinario trabajo que hizo dirigiendo Calígula, una de las mejores películas de las que guardo memoria y, definitivamente, una de las más controversiales de todos los tiempos, basándose en el guión de Gore Vidal (antes ya había hecho otra película sobre un guión de este escritor, llamada Salon Kitty, que estoy tratando de conseguir), y con la que acaso sea la mejor actuación de Malcolm Mc'Dowell. ¿Lo mejor de la película? La articulación de los personajes, el ambiente grotesco que se cierra sobre la trama, el historicismo y el erotismo sobre un mismo plano casi onírico y casi de pesadilla, con mucho lujo y con mucho gore (muy a la romana, dicho sea de paso).
Pero tómese en cuenta que hablamos, sobre todo, de uno de los directores que mejor han trabajado con el género erótico, dando mucho que ver y, sobre todo, mucho que pensar. Se lo ha atacado de hacer pornografía, pero este problema (si es que se lo puede llamar así) ni siquiera merece que se le de un segundo de atención. Lo que de verdad importa es lo que logra con sus películas: deleite, fascinación, risas, asco, perturbación, temblores y, se los aseguro, más de una erección.
Para el que quiera hacerse una mejor idea de por dónde va la mente de este maestro, les dejo una entrevista de 1998. Tinto Brass, creo yo, es uno de esos hombres que, como Pasolini, Sade o Gore Vidal, nos recuerda que el buen arte a menudo es ese que nos incomoda más. (Fuente: El Mundo)

Se licenció en Derecho. ¿De ahí le viene ese gusto por transgredir la ley?

De ahí me viene, en efecto, la atracción por la ley y el deseo de transgredirla. No me ocurre sólo a mí: se dice que fue el mismo el que hizo la ley y la trampa.

Su primera película se titulaba El que trabaja está perdido. ¿También en Italia se hace lo que se puede para eludir ese extravío?

R.- En este caso es, como si dijéramos, un título-protesta, porque el título original, y casi la película entera, fueron masacrados por la censura. Pero sí, el que trabaja está perdido, más o menos según la calidad del trabajo que uno tenga.

En 1976 inicia, con Salón Kitty, su obsesión por el cine erótico. ¿Cómo le ha dado por ahí?

Descubrí lo mucho y bien que puede utilizarse el sexo, el erotismo, como parábola de comprensión fácil y accesible.

¿No es el director de cine erótico, y casi todos lo son hoy, un voyeur de lujo? No todos los mirones tienen el privilegio de fabricar lo que quieren ver.

Sí. Pero no es una culpa, el mismo cine nació como un fenómeno voyeurístico. El director es, en todo caso, un voyeur generoso: comparte lo que ve con los espectadores.

Con Calígula se pasó usted mucho. Desde entonces arrastra la fama de criatura tórrida y crepuscular. ¿Qué tiene que decir a eso?

Que yo no voy al escándalo; es el escándalo el que viene a mí. Es decir, que sólo pueden escandalizarse con mis películas los escandalosos, aunque, por lo demás, toda novedad produce algún escándalo. Ahora bien; entre el Calígula que yo rodé y el que vio el público hay, tras lo mucho que se ensañó con él la censura, la misma diferencia que entre el Coliseo de sus mejores tiempos y el montón de ruinas que es ahora.

¿Qué opinión le merece el caso Lewinsky?

Adoro a Clinton y a Lewinsky: fabulosos. Que en ese Salón Oval se jadeara en vez de idear guerras o el modo de machacar al adversario me enternece.

¿Haría una película con eso?

Creo que ya la he hecho: en L'Uomo che guarda está la escena del puro que, al parecer, han protagonizado Bill y Monica. No me extrañaría nada que Clinton se haya inspirado en mi película, ya sabe que la Naturaleza imita al Arte con frecuencia.

¿Tienen hechuras Bill y Monica de protagonistas de alguna de sus películas?

Sí, sí. Monica me gusta mucho: buenas formas, desinhibición, sentido de la fantasía...

¿Y qué tipo de sexualidad cree que gasta el fiscal Starr?

Una sexualidad perversa. Debe de ser, además, un gran masturbador y aficionado a la fusta.

Ajá. Monella, su última película, es de lo más obscenilla también, ¿no?

No; es cándida, inocente... O, cuando menos, no es pornográfica. Aunque no tengo nada contra la pornografía, creo que ésta provoca la erección, en tanto que el erotismo provoca la emoción.

¿Monella también es una parábola o, sin más, lo que hay?

Claro, una parábola sobre la alegría de vivir. La vida no es sólo sufrir: es sexo, comida, colores...

¿Cómo se las arregla para convencer a sus actrices de que hagan las cosas que les manda hacer?

Hago con ellas una actuación previa: la prueba de la moneda. Convoco a la actriz para que venga vestida con falda pero sin ropa interior, tiro al suelo una moneda y le pido que la recoja. Según el modo de agacharse, calibro cuál es su sentido del pudor, y si tiene mucho, lógicamente, no me vale.

En la foto: con Caterina Varzi, en Florencia, 2008.

miércoles, 13 de enero de 2010

Cela y la absorción anal

Siempre he defendido a Camilo José Cela por su genio. No sólo como escritor, sino también como personaje público: contestatario, irreverente, de un humor negro casi medieval. Tiene una larguísima lista de bromas y anécdotas a menudo hilarantes o grotescas, pero que él nos menciona con tanto humor y naturalidad que no queda de otra que arrastrarse de la risa ante ese señor, ya mayor, escritor serio, Nóbel de Literatura y todo lo demás, pero que no se hace problemas para confesarnos que una vez se comió un grillo en la barra de un bar para demostrar que era inofensivo, que mató por casualidad a cuatro jóvenes que iban conduciendo ebrios en un accidente automovilístico o, en esta ocasión, que posee la rara habilidad de poder absorber líquidos por el ano. ¡Y lo dice él mismo! Les dejo el video, y una copa en alto por Cela, carajo, que es un verdadero genio (aunque con cada día que pase lo quiera menos gente).


Jean-Paul Sartre - "El Muro"


Pareciera que el mundo se ha levantado contra Sartre. Cada cierto tiempo, oigo o leo a alguien decir que no volvería a leer uno de sus libros, que es un mal escritor, que sus páginas son aburridas o incómodas, o algo así. Y siempre he pensado que todos esos que niegan a Sartre están, en el fondo, muy asustados como para reconocer al autor: la gente está bastante cómoda sin sus libros, muchas gracias, y ya nadie quiere poner en duda su existencia, ni deprimirse, ni nada. Porque claro: leer La náusea es una experiencia bastante dura (no en vano ha ocasionado alguna ola de suicidios por allí), y el mundo globalizado y feliz ya no quiere problemas de este tipo. Pero hay que decirlo: autores como Sartre (y Heidegger, y Gramsci, y Pasolini, y Gore Vidal, y Marcuse, y tantos otros) más bien ganan más y más vigencia con cada día que pasa, a medida que se va haciendo necesario cuestionar las bases de nuestra sociedad, nuestro ser o la forma en que una y otro se relacionan (identificación, alienamiento, angustia, máscaras, temor...). Y levantar la cabeza, pues, y abrir bien los ojos, así sea con dolor.
La mayor parte de la gente conoce a Sartre a través de sus obras de teatro o, sobre todo, por sus dos obras capitales: la novela La náusea y su largo libro de filosofía analítica-existencial El ser y la nada. Son, ciertamente, libros magistrales y crudos, ácido para nuestras más íntimas seguridades; pero ahora quisiera llamar la atención sobre otro libro de Sartre, uno de los injustamente olvidados: hablo, claro está, de la colección de cuentos titulada El muro, publicada por primera vez en 1939 por Gallimard.
Cada una de estas breves narraciones es una puñalada crítica y un sondeo del hombre puesto en relación con los demás, de lo que nace un libro plagado de espacios vacíos. En todas las relaciones humanas, tal y como se las expone, prima el absurdo, la lejaní, la imposibilidad de construir un espacio empático de verdadera comunicación. Los retratos de los personajes, sin embargo, son muy buenos, y enfatizan lo psicológico de un lado y lo perceptivo del otro: de un lado el uno, del otro los demás, que son extraños al uno mismo. En otras palabras, estamos hablando de un libro que se declara a sí mismo como existencialista a gritos, de lectura poco gratificante por los contenidos, pero muy bien escrito.
Y ese, creo, es el siguiente punto que habría que mencionar: los cuentos están, en general, muy bien escritos, y el que da el título a la colección, El muro, es una breve obra maestra: el drama de unos prisioneros de guerra durante la Guerra Civil Española para los que el silencio se convierte en el principal elemento trágico, al que se suma la espera de la muerte.
Hablo, pues, de Sartre como de un autor cuya vigencia se va perfilando en secreto, pero cada día con mayor claridad y, si se quiere, fatalidad. En cuanto a mí, no puedo dejar de admirarlo cada vez más a medida que vuelvo una y otra vez a sus páginas. Además, me gusta leer a un autor que nos dice sin mayores problemas ni preámbulos lo que todos intuimos en lo profundo, pero pocos nos atrevemos a reconocer. Dicho en otras palabras, hay que tener valor para leer a Sartre.

lunes, 11 de enero de 2010

La Pesadilla Cartesiana


Uno de los grandes errores que nacieron a finales del siglo XIX fue ese que llevó por nombre "positivismo", y que nació de las lecciones del viejo August Comte allá por el año mil ochocientos cuarenta y pico. Él, hijo de un racionalismo post-hegeliano, del materialismo empirista y del desarrollo de las ciencias y las tecnologías que llegarían a su cumbre durante la llamada "belle èpoque", imaginó que la realidad en la que se encontraba sumergido podía ser estudiada de una manera absolutamente objetiva, como una fórmula algebraica, donde cada elemento tiene un valor propio y universal y se eslabona en un orden fatal y necesario. Siempre recordaré, de hecho, cómo leí con una sonrisa imperturbable las páginas que dedica a la historia de la humanidad: la historia, nos dice, tiene un orden mecánico y lógico, y a partir de su estudio positivo podemos descifrar sus fórmulas y, a partir de entonces, no sólo comprender lo que es el presente, sino lo que depara el futuro. ¿Que si no es una locura? Por supuesto que sí; pero eso no evitó que el mundo entero se entusiasmase con las ideas de Comte como si se tratase de pastillas estimulantes, y de alguna forma los años que se encuentran entre la aparición de sus lecciones y el estallido de la Primera Guerra Mundial fue el "siglo" de Comte.
El positivismo se hizo llamar naturalista, realista, cientificista, absoluto y antiidealista, pero en el fondo no fue sino la contracara de los sistemas filosóficos del idealismo romántico alemán: un idealismo asentado lejos del mundo al que supuestamente reflejaba como un espejo, sentado con las piernas recogidas y muy sonriente sobre el columpio de la lógica. El Palacio de la Lógica: para algunos, la pura Verdad, lo irrefutable, el Paraíso mismo. Bien visto, ¿por qué no una pesadilla?
La figura que hizo que Aristóteles y Santo Tomás estrecharan sus manos con la modernidad fue, definitivamente, Descartes. Su construcción (no demasiado sólida) de un universo que se sostiene y se rige por un método algebraico y lógico, pese a abrir todavía un camino hacia lo inmaterial y lo divino, es el verdadero sustento del que se nutrió, después, el positivismo y, aún hasta nuestros días, el cientificismo (resta sumar a su figura la de Francis Bacon, pero esa es otra historia). También, en gran medida, la "fenomenología" de Husserl. Pero estos órdenes, tal y como los imaginaba Descartes, pronto se dejan notar como un gran y posible terror.
Imaginémonos atados ya no sólo al mundo, sino a una cadena de acontecimientos inalterables que, como una piedra que rueda cuesta abajo, ya tiene un camino y un destino fijos. Imaginemos que nuestro destino está escrito de antemano, ya no en un Plan Divino (esa otra gran pesadilla), sino en el correr mismo de los hechos y de los minutos, regidos por un control del que nadie se hace responsable y que nosotros, por si fuera poco, podemos intuir. La Lógica (así, con mayúscula) puede ser tan terrible como el Dios cristiano o sus versiones gnósticas, como la Voluntad de Schopenhauer o el hado trágico de los griegos.
Pero si de algo nos sirvió el siglo XX, fue para despertar de esta pesadilla cartesiana. Ya en el XVIII, Hume puso las primeras minas bajo los sistemas idealistas y racionalistas; luego, en el XIX, Schopenhauer lanzó todo un arsenal de cócteles molotov contra el racionalismo, acusando a la Voluntad que regía el mundo de irracional y fatal. Heidegger (al que siempre he considerado el filósofo más importante del siglo XX) siguió con esta tarea, fijando la atención de sus análisis sobre el lado irracional del universo y, sobre todo, de los procesos mentales y del conocimiento de las personas. Hay otros nombres, claro está: Nietzsche, Freud, Marcuse, Jung, Sartre, William James... todos ellos defensores de un orden posible distinto, conscientes de que no es sólo la lógica la que impera sobre las decisiones humanas (Cf. Jon Elster, Egonomics).
Así, el ominoso Palacio de la Lógica cayó para un gran número de personas, y el terror del sueño dorado fue reemplazado por la angustia y la lucidez del hombre que despertaba en un desierto en el que los ideales se marchitaban (cierto que, también, a tiempo para ver la aparición de los mass media, esa nueva forma de idealismo). Pero el sueño había terminado: de alguna forma, y hasta que llegue un nuevo período en que se pase esta página del pensamiento, el miedo será real.

domingo, 10 de enero de 2010

Mapplethorpe en Argentina


Noticias como ésta son las que me hacen lamentar estar tan lejos de mi Buenos Aires querido. Porque (agárrense porteños) resulta que este mes de mayo se va a realizar una exposición de más de cien de sus fotografías en el Malba de Buenos Aires, y yo no encuentro palabras para expresar mi angustiosa envidia por todos aquellos que van a poder ir a verlas. Todo lo que me queda, a mí, es esperar a que alguno de mis amigos de por allá se de una vuelta por el museo y después me cuente qué tal estuvo la muestra.
Sobre Robert Mapplethorpe se pueden decir demasiadas cosas, y de hecho ya he escrito alguna vez unas cuantas líneas sobre él en este blog. Su caso, de todas formas, es la de un trágico obsesionado por la belleza. Y no cualquier trágico, sino un homosexual trágico: consciente de su gloria en ciertos círculos selectos, se vio atacado, hacia el final de sus pocos años de vida, por la ley que lo acusaba de hacer pornografía. Poco tiempo después, en 1989, murió de Sida, con sólo 43 años de edad, pero habiendo dejado tras de sí una larga obra que brilla entre lo mejor de la fotografía figurativa y erótica.
Porque lo digo desde ahora: lo mejor de Mapplethorpe son sus fotografías eróticas y homoeróticas, donde cada fotograma es un paso hacia el ángulo justo y perfecto, construyendo un todo simétrico que envuelva a lo fotografiado. En otras palabras, un hombre obsesionado por la belleza, como Edward Weston o Irving Penn.
Y esa palabra, "belleza", es precisamente el gran pequeño problema, porque para captar el sentido de la belleza de Mapplethorpe se necesita ajustar bien la mirada. A mí, por lo menos, me suele suceder así: del todo a los detalles, que en este caso puede significar igualmente de lo simétrico y armónico a lo grotesco que, bajo esta perspectiva, cobra un nuevo sentido, contagiado del primero. ¿Todo un desafío? En realidad, basta con observar con cuidado una de sus fotografías para saber que no es así.
Aprovechen, pues, todos los que puedan darse una vuelta por el Malba. La pura verdad es que la oportunidad es casi única, y desperdiciarla sería algo peor que un pecado. Para bien o para mal, les aseguro que será una experiencia inolvidable.

Las rosas y el vinagre de Sabina


Ninguna imágen le iba tan bien a Joaquín Sabina: regando las rosas con vinagre, y cáptense todas las interpretaciones posibles si se quiere. Hace ya mucho que tendría que haber hablado de esto, pero recién ayer cayó en mis manos Vinagre y rosas, el último disco de Sabina; y, como con todos sus discos, tenía que darme un momento para escucharlo de inicio a fin, cigarrillos en mano, antes de decir nada. Pero eso está hecho, y hay que decirlo: qué discaso.
Escuché más de una crítica mala del disco, es cierto; pero la pura verdad es que he quedado sorprendido. Dicho sea de paso, creo que la de Sabina ha sido una evolución muy interesante: ahora, a sus cuarenta y veintiuno cercanos, ha llegado a un espacio en el que hacer un tema para que se convierta en "hit" ya no parece tan importante, y cada palabra parece estar en su sitio. Porque sí, señores: hay unas letras maravillosas. Otras se tambalean un poco (Tiramisú de limón no termina de convencerme, aunque a lo mejor tengo que volver a escucharla), pero hay unas que demuestran, con creces, la etapa de madurez postsabinesca a la que ha llegado Sabina, como quien se echa unos tragos con su propia caricatura, y brindando a su honor.
Claro que un nuevo disco siempre plantea dudas, y uno enseguida los compara con los anteriores. Pero hay que pasar un poco de eso y fijarse en cada detalle: estas canciones (sobre todo algunas como Viudita de Clicquot, Nombres impropios o Menos dos alas) son verdaderas joyas, obritas maestras. Y no sólo lo digo por la letra: a todos los que acusen a Sabina de que su música es sencilla y poco pensada, échenle una segunda oída, y fíjense con especial atención en los arreglos, que no en vano tiene Joaquín a un Toñito García de Diego y a un Pancho Varona en sendos lados, bien armados de piano y guitarras.
Pero no nos vayamos por las ramas, y digamos claramente que el disco de Sabina está más que muy bien, y mucho mejor de lo que esperaba. Como ya lo dije un poco más arriba, pasa de los "hits" y de los estribillos pegajosos, pero guarda una poesía y unas canciones formidables. Dicho en mis términos, merece más de un par de copas.

"Insomnio", de Dámaso Alonso

Ya hablábamos hace un tiempo de Dámaso Alonso, ese poeta con el corazón escarchado de óxido al que tantas horas de agradecida lectura le debo. Ahora, se me ocurrió que no estaría nada mal invocar aquí a su propia voz para que nos recite algo de lo suyo: Insomnio. Este es, de hecho, el primer poema que leí de Alonso, y de más está ya decirles cuán profundamente se me coló en la cabeza y en la vida. Porque se trata de algo que rebosa sus propias palabras, su desesperanza o aún la de su España enferma de la primera posguerra; este es uno de esos poemas que nunca, jamás, terminarán de ser leídos (ya decía Nooteboom que un poema no terminará de ser leído o escuchado hasta que haya muerto el último de sus lectores). Se los dejo, pues.


viernes, 8 de enero de 2010

Hermann Hesse


Creo que no sería una mala idea empezar el año recordando a Hermann Hesse. Ya no recuerdo cuántos años han pasado desde la primera vez que posé la vista sobre sus páginas, pero lo cierto es que, desde entonces, una suerte de fiebre me arrastró a leer cada libro suyo que cayera entre mis manos (aunque curiosamente no he leído Sidharta, que es de los más conocidos). Y digo todo esto porque creo que Hesse es uno de esos autores cuyo descubrimiento se convierte, casi automáticamente, en un hecho capital de nuestras vidas: de alguna forma, y sin importar el paso de los años, siempre podemos encontrar un nuevo reflejo en ese juego de espejos que nos ofrece en cada una de sus obras. O en su vida, porque yo también me sentí identificado muchas veces (y sigo haciándolo de cuando en cuando) con el joven Hesse que pensó en el suicidio antes de encontrarse con una biblioteca que se convertiría en su camino hacia la libertad; con ese Hesse que, incapaz en el fondo de entender y de acercarse a la humanidad, la amó a su manera, escribiendo, explorando a los individuos, luchando con la pluma y con la voz contra sí mismo.
En todo caso, creo que nadie puede negar que Hesse es, si no la más, una de las voces más íntimas y cercanas de la literatura alemana. Otros genios como Thomas Mann, Goethe o aún el mismísimo Novalis mantienen una línea de mutuo respetuo entre sí mismos y sus lectores, como si los afectara alguna mezcla de pudor y de asco ante semejante expectativa. Pero Hesse es distinto, su voz podemos reconocerla fácilmente como propia, y quizá sea por eso que es tan fácil querelo desde la juventud.
Ahora quisiera citar a Hesse; a la frase que, de alguna forma, nos ofrece un resumen de una de las grandes obsesiones a lo largo de toda la obra de Hesse. En El último verano de Klingsor leemos: "Todos los antagonismos son ilusiones". Pues eso: detrás de todas las máscaras que nos hablan de dualidades, del bien y del mal, del día y la noche, de la ciencia y el arte, se encuentra una sola realidad, que los incluye a todos (como en las filosofías de Escoto Erígena o, más aún, la de Spinoza). De ahí el constante llamado hacia el encuentro de todas las realidades: el Abraxas de los basilidianos, la doctrina del Buda, la aniquilación de Schopenhauer. Señalo esto como entre paréntesis, y porque no podía dejar de hacerlo.
¿Qué les puedo decir? Si tuviera que elegir una biblioteca para llevarme al otro lado de la tumba, definitivamente incluiría algún libro de Hesse. Quizá sería El lobo estepario, Klein y Wagner o el genial Narciso y Goldmundo. Lo cierto es que no me dejaría llevar a ningún tipo de eternidad sin alguna lectura de Hesse.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...