Pocos escritores poseen la habilidad de la que goza Banville para manejar sin la más mínima incomodidad (ni para él, como autor, ni para nosotros como lectores) tantas formas de escritura, casi se diría que tantos estilos distintos. Y no me refiero solamente a su álter ego autor de policiales, Benjamin Black, sino también a esa otra máscara que, bajo el nombre de John Banville, es capaz de escribir libros tan distintos entre sí; porque, vistos de forma general, Copérnico y El mar, digamos, no parecen haber sido escritos por el mismo hombre. Y, sin embargo, y por suerte para nosotros, es así, y Banville no parece dispuesto a detener su maravillosa obra.
Aunque le descubrí hace apenas dos años, me he convertido en una suerte de fanático de Banville, y he tratado de hacerme con cada uno de sus libros (ahora mismo tengo uno suyo en mi lista de libros en espera, Mefisto); y esto incluye, claro está, los de Benjamin Black. Pero de todos los libros de Banville, yo me quedo, sin lugar a dudas, con El mar, uno de los libros que más profundamente he sentido en estos años. Un libro sobre la muerte a través de sus formas: la memoria (que es el pasado, que ha muerto), las desapariciones, la enfermedad y la vida (esa forma de ir muriendo); doblemente efectivo, ya que su eje de movimiento es la nostalgia. En resumen, y sumada la maravillosa forma en que está escrito, una obra maestra, un libro de cabecera.
Banville es, de los autores de nuestros tiempos, uno de los más grandes, y un justo continuador de la tradición literaria de su país, Irlanda, a la que se suma a nombres como los de Escoto Erígena, Berkerley, Wilde, Bernard Shaw o Joyce. Mucho se ha hablado de la influencia de Nabokov en sus obras; yo creo adivinar otras: la de Faulkner, la de Beckett, quizá oscuramente la de Byron. Pocos descubrimientos literarios han sido tan importantes para mí como sus libros; con su presencia en el mundo de las letras, creo que podemos esperar cosas muy grandes para la literatura de este joven siglo.
Aunque le descubrí hace apenas dos años, me he convertido en una suerte de fanático de Banville, y he tratado de hacerme con cada uno de sus libros (ahora mismo tengo uno suyo en mi lista de libros en espera, Mefisto); y esto incluye, claro está, los de Benjamin Black. Pero de todos los libros de Banville, yo me quedo, sin lugar a dudas, con El mar, uno de los libros que más profundamente he sentido en estos años. Un libro sobre la muerte a través de sus formas: la memoria (que es el pasado, que ha muerto), las desapariciones, la enfermedad y la vida (esa forma de ir muriendo); doblemente efectivo, ya que su eje de movimiento es la nostalgia. En resumen, y sumada la maravillosa forma en que está escrito, una obra maestra, un libro de cabecera.
Banville es, de los autores de nuestros tiempos, uno de los más grandes, y un justo continuador de la tradición literaria de su país, Irlanda, a la que se suma a nombres como los de Escoto Erígena, Berkerley, Wilde, Bernard Shaw o Joyce. Mucho se ha hablado de la influencia de Nabokov en sus obras; yo creo adivinar otras: la de Faulkner, la de Beckett, quizá oscuramente la de Byron. Pocos descubrimientos literarios han sido tan importantes para mí como sus libros; con su presencia en el mundo de las letras, creo que podemos esperar cosas muy grandes para la literatura de este joven siglo.
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