Siempre parece demasiado pronto para hablar de la muerte, sobre todo de la propia. Y, sin embargo, no hacemos otra cosa: ya sea a través de recovecos de nuestros pensamientos del día, en tono de broma y entre risas con los amigos, en la soledad de las noches y el insomnio. Y, de una forma u otra, todos hemos imaginado nuestro último aliento, hemos fantaseado con él, a veces hasta regondeándonos en los detalles. Gajes del oficio, supongo. Habrá que reconocerlo: del morbo, en el fondo, no se libra nadie.
Tal vez lo que más nos frustra es que, al final, no hay nada que podamos decir realmente sobre tan importante momento de nuestras vidas. Certeza: tenemos sed de certeza. Pero cuando se trata de la muerte, lo único que tenemos es una copa llena de un licor que todos vamos a tomar, sin que nadie nos pueda decir a qué sabe realmente (porque los que ya lo han probado, no están habilitados para hacérnoslo saber).
En la Edad Media, la muerte llegó a adquirir una presencia en toda su ley. Caminaba entre la gente, podía aparecerse, y tenía no sólo cuerpo sino hasta voz. Para unos, era la gran igualadora, la potencia fatal, esa ante la cual todos éramos iguales. Había quienes la veían con horror. Otros, como el gran Manrique, la veía como la gran liberadora de las cadenas, la única que podía acercarse a los hombres y reconocer, en ellos, su verdadera grandeza. Pero todos estaban de acuerdo en algo, y esto es que la muerte estaba allí, entre ellos. Fuese o no con temor, la podían ver a la cara, hablar de ella, saber de ella. Tenían una certeza: que todos iban a morir. Hoy, en cambio, la gente prefiere hacer como si no supiera nada. La incertidumbre como refugio. Un refugio inútil.
¿Dónde está la vida? ¿La VERDADERA vida? Esto es lo que se preguntaba Calderón mientras imaginaba los altibajos del triste Segismundo, un hombre que nació para no saber, y que tal vez terminó sabiendo demasiado o demasiado poco. ¿Acaso no es esta vida el sueño del que hay que despertar? ¿Despertar a dónde? ¿A la muerte acaso? Claro, como nadie sabe lo que hay del otro lado del telón...
Hay una frase de Joyce que a mí me gusta mucho: "Death begins with reproduction". Es una gran verdad dicha tan abiertamente que hasta uno se siente un poco tonto después de leer esas palabras, cuando se ve obligado a reconocer que ya lo sabía. Empezamos a morir en el minuto mismo en que empezamos a ser algo. Avanzamos en cuenta regresiva. Como decía antes, son solo gajes del oficio.
8 comentarios:
Bullaaaaaaaaaaaaaaard¡¡¡
Sí, Bullaaaaaaaaaaaaaaaaaaaard¡¡¡
La polla más deseada de Perú, ostiaaaaaaaaaa¡¡¡¡¡
Me ha encantado eso de que la muerte es como una copa de licor, que sabemos que nos la vamos a beber, pero desconocemos su sabor.
Bonito.
Bueno, el hecho en sí de morir no es lo que me preocupa, sino el ignorar dónde acabas después. ¿Te imaginas que acabemos en una reunión de moteros gay y nos den todos por el culo? buuuuf, eso me horroriza, tío.
Esa copa, Santi, ostiaaaaa¡¡¡
A mí lo que me asusta es irme dejando cosas por decir a los que quiero...como por ejemplo eso, que les quiero. Nunca se dice lo suficiente.
1besico!
Tripi: O entre evangelistas abstemios. Qué espanto.
Fiona: Soy todo oídos, corazón. Jajaja.
Yo, sin embargo, veo en la incertidumbre un refugio bastante útil. Es un término medio entre la agonía del existencialista y la fe ciega del creyente.
El universo no puede hablar del ANTES del Big Ban porque no había ningún "antes" y nosotros no podemos hablar de un DESPUÉS de la muerte porque no hay "después" para cada uno de nosotros. Después de la muerte solamente están los hijos (para el que los tenga).
La muerte es el precio que pagamos por la variedad de la vida. La vida es hermosa gracias pues a que morimos. Si no fuera así seríamos una panda de bacterias, amebas y poco más. Y ni siquiera sabríamos que lo somos. El universo es frío y está vacío. La Naturaleza es cruel y nos es hostil. Pero nosotros, los humanos, cantamos, bebemos, recitamos poemas, abrazamos a nuestros seres queridos y hacemos el amor sin afán reproductista (y me invento el palabro) que es el mayor salto evolutivo ever. Yo no pienso en la muerte, ya pasé esa etapa. Pienso en culos, tetas, Beethoven y en las albóndigas con tomate que me hace mi madre.
Sed de certeza y vida.
El indélilo : hijo de la indecisión, (dvd: Diógenes Versus Diógenes); Chus (La luna zanahoria blog), y unos cuantos más, pero estos son los que me interesan.
Francisco Alejo Fernández, natural de Arahal (Sevilla). Catedrático de Lengua y Literatura, adaptador y traductor, profesor del IES Valle Inclán (Sevilla). Cincuenta y tantos, casado, padre de dos hijos, Gustavo (por Gustavo Adolfo Bécquer) y Guiomar (amante epistolar de Antonio Machado). Impotente… en una mente portentosa y cínica. Maltratador.
Me lo apuesto a la ruleta rusa con esa bala que ilustra Opciones Avanzadas blog, es mía. Te espero en los juzgados, si es que tienes cojones de plantarme la denuncia, aquí dentro no. Me dirijo a Alejo Fernández (imágenes y buscar), y que lleve como testigos a todos estos personajes. Yo voy en solitario, a muerte. DOR, La Limeña.
Lombri: la suya es la actitud de los campeones. Y, tratándose de usted, no era para menos. Olé.
Anónimo: No entiendo para nada de qué va esto, ni nada. ¿Sed de certeza y vida? ¿Y qué tienen que ver aquí Dvd y Chus, que son amigos míos? ¿Qué es lo que tratas de conseguir con ese tono pseudoprofetico? Yo no entiendo na.
Te lo aclararé yo, querido Santi: el anónimo éste, salta a la vista, es uno de esos pervertidos que cuando no se está pajeando se dedica a escupir chuminadas a diestro y siniestro.
Pobre, de pequeño se dio un golpe.
Anónimo: ya que hablas de la ruleta rusa, ¿quieres que juguemos una partidita tú y yo, hijodeputa?
Saludos, Don Santiago.
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