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domingo, 30 de octubre de 2011

Lázaro, levántate y bebe: Arturo Sandoval - "Mam-Bop"

De acuerdo, de acuerdo... hoy es domingo, así que a don Lázaro lo estamos levantando a destiempo, pero no importa. Ayer hemos cedido el espacio a otros temas, y con Abancay en la palestra nuestra rockola sabatina ha tenido que esperar, así que hoy nos reivindicamos invocando a sonar a uno de los más grandes jazzeros, a un hombre capaz de arrancarle a una trompeta un sonido único, personalísimo, y extraordinario. Nada más que Arturo Sandoval, mis queridos parroquianos, para que después no se ande diciendo que sirvo cualquier cosa: sólo lo mejor de lo mejor, ya lo ven. Como para animar esta tarde de domingo al ritmo de Mam-Bop, y así olvidar por unos momentos que estamos agonizando bajo el sol del peor día de la semana. A todo esto, parece que ya se asienta el verano, así que nos cae bien el temita para, de paso, darle un recibimiento, ¿no? Y el que se sienta con ganas de echar unos pasitos de baile, pues que no se quede con las ganas. Ojalá tuviera una copa a la mano, para levantarla... en fin, que Sandoval es Sandoval, y esta canción una buena overtura para dar inicio a una semana que, espero, empezará a verse distinta a las demás. A su salud, mis "beloved" parroquianos, a su salud...  


martes, 8 de marzo de 2011

Los sonidos de Gato Barbieri


Hablar de jazz, hoy por hoy, es hablar de uno de los universos musicales más variados, infinitos y llenos de rarezas del mundo. ¿Quién puede dudarlo? A lo largo de los años, y habiendo pasado tanto tiempo desde que Jelly Roy Morton dibujó los primeros acordes de jazz en un burdel del sur de los Estados Unidos, el jazz sólo ha hecho una cosa: amplia su horizonte, alimentarse y servir de alimento a cuanto género musical pudiese aparecer, rompiendo con las etiquetas y trascendiendo de las palabras con las que pudiéramos tratar de capturarlo. Pronto, hubo que hablar de swing, de bebop, de jazz & blues; llegada de década del sesenta, sobre todo, y gracias al empuje que los que empezaban a meterle a la onda de la psicodelia y a los primeros experimentos del rock progresivo, el jazz entró a otro universo, nace lo que hoy llamamos rock & jazz y tantas otras cosas, como el jazz-disco que rompió los esquemas en los años setenta... y en fin, que si sigo así se me va la vida tratando de abarcarlo todo, y moriría antes de conseguirlo. 
Pero en esta historia de genialidades y sonidos, de experimentos y desenfreno improvisatorio y arquitectónico, hay un nombre que no puede dejarse de lado: me refiero, cómo no, a Gato Barbieri, saxofonista, ícono del jazz latino, pero uno de los grandes del jazz como tal. Un músico que no sólo replanteó la forma de tocar el saxofón (con notas largas que se siguen unas a otras en un solo soplido, en lugar de independizar cada una de ellas en soplidos individuales) y supo meterse de lleno y con originalidad a la experimentación de sonidos y melodías que empezaban a hacer del jazz algo muy diferente a lo que había sido hasta entonces, sino que, por todo esto y un par de cosas más, replanteó el hecho y la forma mismos de escuchar música, sobre todo la de su género. También se lo recuerda por algunas de sus contribuciones a la música del cine, sobre todo por esa pieza maestra que es la banda sonora de El útlimo tango en Paris, de Bertolucci. 
Bajo la influencia de nombres tan grandes como lo pueden ser Charlie Parker, John Coltrane y Miles Davis, el saxo tenor y los arreglos musicales de Barbieri se han convertido, hoy por hoy, en un verdadero clásico, un capítulo escencial en la historia ya no solo del jazz, sino también de la música en general. Una obra compleja, a veces hasta difícil de seguir, donde cada canción parece haber sido escrita para narrar una historia de sensaciones (él mismo dijo de una de ellas, incluída más abajo, que la había escrito "como si fuera una película"), capturando algo a lo que podríamos llamar, tal vez, "esencias" a través de la suma de sonidos diversos y extraños, que de alguna forma llegan a alcanzar esa poesía fascinante que tiene la armonía del caos (disculpen el tono esotérico, pero es que son las únicas palabras que encuentro para tratar de explicar lo que escucho cada vez que pongo un disco suyo). 
Para mí, hablar de Gato Barbieri es hablar de la música que me ha acompañado a lo largo de tantos años llenos de memoria, de algunas canciones fundamentales en el soundtrack de mis días. De un repertorio, también, que es muy diferente a los usuales, y que se ha contado alguna vez entre los primeros en dar el arriesgado paso que lleva de un océano al otro. Compartirlo es algo más que un placer, algo parecido a una necesidad. Levantar una copa por él, también.

domingo, 16 de enero de 2011

La del sábado: Chick Corea - "Spain"

Me disculparán que llegue tarde y sirva el menú del sábado un domingo, pero ayer no he tenido cuándo ni cómo caerme por aquí. Y sin embargo todavía insistiré en traer a sonar algo por estos lares, con tardanza y todo, por el simple hecho de que puedo darme el lujo de hacerlo si quiero. Además, estoy seguro de que los más escépticos también me perdonarán luego de oír lo que me he traído a sonar por aquí el día de hoy: estoy hablando nada más ni nada menos que de Spain, ese tema emblemático de Chick Corea que, en sus miles de versiones (clásicas, acústicas, eléctricas...) siempre consigue despegar hacia las alturas más altas de ese tipo de jazz tan único que ha cultivado y cosechado su autor, y que no es otra cosa que poesía licuada y traducida en pentagrama. Hace no mucho fue grabada, también, por el dúo Michael Camilo - Tomatito, en una versión de piano y guitarra fulminante y genial (un sábado de éstos me los traeré a sonar por aquí, lo prometo). Pero para esta ocasión he preferido quedarme con una versión en vivo, interpretada por Corea en persona y con la dulce compañía de su Electric Band, que siempre sabe poner las notas donde deben estar. En fin, que las palabras sobran: mejor echar a correr la música y dejarse abrazar por la resaca, ese cruel y maternal demonio. Que lo disfruten.


jueves, 8 de abril de 2010

Cortázar "Rebovinado": el regreso del Perseguidor


Mi más que hermano, Víctor Castillo, acaba de clavarme un puñal de inspiración fría en el medio del páncreas sin saberlo. Como quien charla con su insomnio, me doy un paseo por su blog, "Stop, play and rec" (favorrebovinar.blogspot.com), y me topo con que evoca un viejo relato en el que, vaya escándalo, hace mucho que no me paraba a pensar. Ni más ni menos que El perseguidor, donde una de las mejores plumas de Julio Cortázar hace pulular por París a un saxofonista que, todo el mundo lo sabe, sin importar qué nombre le pongan en el cuento, no es otro que Charlie Parker, "The Bird".
Y quién lo duda: nadie se puede cansar de releer ese cuento (a menos que sea el más absolutista de los anticortazarianos), como bien lo dice Víctor. Como quien escucha una canción de Parker: las mismas viejas notas son, en cada ocasión, una nueva aventura, otro viaje que se ha cagado del todo en las censuras y que... Bah, a la mierda con las palabras. Parker es Parker.
Como quien se sienta a fumar un cigarrillo mientras conversa con su insomnio, echo a andar una canción de "Bird" (Bluebird), y pienso en ese cuento que no leo hace ya... qué, ¿tres, cuatro años? Y sin embargo, el sabor y los olores siguen vivos en mi memoria, inexorcisables, por suerte. Yo no sé lo que piense el resto del mundo al respecto (sobre todo los cortazarianos, que son, y sobre todo en Buenos Aires, una escuela férrea y a veces hasta terrible), pero yo afirmaré sin temores que, para mis pobres gustos, el Cortázar de libros como Rayuela y unos pocos más puede ser olvidado sin demasiados temores: me quedo con el de Las babas del diablo, el de Todos los fuegos el fuego, el de la mayor parte del Bestiario y, cómo no, con el de El perseguidor. Olé por Cortázar. Olé por Parker. Levanta esa copa, insomnio amigo.

Un videíto: Charlie Parker y Dizzy Gillespie, "The duck", tocando juntos Hot house. Provecho.

martes, 2 de marzo de 2010

El poeta del piano


Objeto de numerosos ataques y críticas de un lado, convertido en la religión de muchos del otro, la verdad no deja de saltar siempre a la cara (o al oído): Bill Evans lleva su título de "poeta del piano" muy bien ganado, y nadie pude dejar de reconocer que el jazz no sería lo que es el día de hoy si él no su hubiese sentado nunca frente a las teclas. Y si Thelonious Monk se sacudió entre gritos y alaridos sobre los pianos, el estilo de Bill Evans siempre estuvo del lado de la otra cara de la moneda: un estilo más bien clásico, profundamente influenciado por la música clásica y por el impresionismo de Ravel, sereno, preciso, de construcciones y armonías complejas que, sin embargo, se dejaban traducir muy fácilmente en los oídos de todo el mundo.
En jerga jazzística, lo suyo fue el "post-bop" y el "cool". Pero a la verdad lo que es suyo, y su presencia en las páginas de la historia del jazz ha dejado más de una consecuencia. Es decir, ¿quién iba a imaginar que este hombre de aspecto tímido y grandes gafas, que casi apoyaba la cabeza sobre el teclado mientras tocaba y que, cuando hacía esto último, lo hacía con una delicadeza y un preciosismo inimaginables, iba a tener el efecto de un cóctel molotov sobre el universo musical contemporáneo? Porque, antes de que él hiciese su aparición, los tríos de jazz tenían otro formato: baterías y bajos tenían que contentarse con armar la base, dejando al piano la noble misión de guiar a la música a través del pentagrama para lograr el tema. Pero Bill Evans aguzó un poco más la vista y el oído, y un día (la década del cincuenta se acercaba a su fin) aparecieron sus sesiones con el baterista Paul Motian y el contrabajista Scott La Faro. Cuál no sería la sorpresa del público al descubrir que aquello no era el sonido que estaban acostumbrados: sin perder la calma y el clasicismo de siempre, Bill Evans había dado un nuevo protagonismo al contrabajo, que ahora trabajaba mano a mano con el piano en el correr de las canciones.
Además, y como ya íbamos diciendo, Bill Evans creó un concepto nuevo ya no sólo de composición, sino también de performance: la forma en que debe (o puede) sonar un piano de jazz. Digámoslo brevemente: ni Herbie Hancock, ni Chick Corea, ni Bob James, ni Oscar Peterson podrían haber soñado siquiera en existir si no les hubieran precedido el magistral Bill Evans y su piano.
Cada tema de Evans es poesía. Cada fraseo, un verso; cada pulso rítmico, un rimado, una cadencia, un juego de palabras. Para cuando murió, en setiembre de 1980, entre problemas hepáticos y hemorragias internas provocadas por su adicción a la heroína y la cocaína, el mundo del jazz ya había contraído una deuda demasiado grande con él, y su figura como jazzman se había perfilado mucho tiempo atrás como la de un genio reconocido a nivel mundial. Nunca se habrá dicho ni escrito suficiente sobre Bill Evans, ni podrá nadie saldar la deuda pendiente. Yo, personalmente, no conozco muchos placeres que puedan superar el de sentarse a escucharlo con un trago sobre la mesa. Y ya saben lo que decía Hamlet: "The rest is silence".


viernes, 20 de noviembre de 2009

Bob Fosse - "All that Jazz"


Jamás estarán libres los géneros de sus detractores, eso lo tenemos todos bien claro; y, sin embargo, creo que nunca he visto un género con tantos enemigos (y hablo de enemigos acérrimos, fervorosos) como los musicales. Yo, por lo menos, he conocido a cualquier cantidad de personas que odian los musicales desde lo más hondo de su corazón. Para mí, es sólo una forma más de expresión, donde la música y la danza cobran un nuevo significado que, por lo general, no es literal, sino más bien a menudo lúdico (en el sentido de que busca entretener) o simbólico. Y de todos modos, creo que ni siquiera esos a los que la sola mención de Broadway les provoca arcadas pueden negar el indiscutible talento, el genio, de Bob Fosse, el Maestro con M mayúscula del género. A su vasta autoría pertenecen clásicos como Chicago o Cabaret; pero hoy yo quiero comentar otra de sus obras, la que yo considero su indiscutible obra maestra: All that jazz.
Hablar de esta película, claro está, requiere llamar la atención sobre dos o tres elementos fascinantes de los que hace gala. Y es que All that jazz es, si no el primero, al menos el mejor realizado de lo que podríamos llamar los "musicales psicológicos". Porque en esta película la gente no arranca a cantar de un segundo a otro por las calles, mientras un montón de desconocidos lo rodean bailando una coreografía que aparentemente saben por instinto mientras la música suena de niinguna parte (digo todo esto porque son, precisamente, los elementos que suelen censurar los enemigos de los musicales), sino que todas las escenas de este tipo suceden en otros planos: el real, que está excusado por una academia de baile, y el mental, que se da dentro de la "mente" del protagonista, una suerte de álter ego del mismo Fosse. Siguiendo esta línea, la película está inspirada en el Otto e mezzo de Fellini, y, como en ella, se mezclan en un solo plano el pasado, el presente, lo autobiográfico, lo simbólico, lo onírico y lo fantástico (y, como ya lo comentábamos hace unos meses, el heredero de Bob Fosse, Rob Marshal, está a punto de estrenar Nine, una suerte de remake de Otto e mezzo musicalizado). De la otra mano, ofrece toda una larga reflexión sobre la creación artística, y aún sobre la existencia misma.
Una obra, en fin, que merece ser vista. Yo, por mi lado, la tengo entre mis preferidas, y no me canso se volver a ella. Ya que andamos en éstas, les dejo el trailer, y la invitación a conocer algo que es, más que una joya, un tesoro.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Calle 54


Siempre me pregunté por qué demonios se quedó sin una segunda parte: Calle 54, del español Fernando Trueba, es uno de los mejores trabajos documentales que se han hecho sobre jazz latino en todos los tiempos, y, en vistas a que fue todo un éxito, ¿por qué no una segunda parte, me pregunto yo? Dudo que por alguna cuestión de rentabilidad, si fue todo un éxito...
Resumidamente: un grupo que reúne mucho de lo más selecto de la música jazz afrolatina, con una breve reseña sobre sus vidas y obras, y un tema grabado especialmente con vistas a la producción del documental. Eliane Elías, Tito Puente, Chico O'Farril, Michael Camilo, Cachao, Bebo y Chucho Valdéz (por separado y piano-a-piano) son algunos de ellos. Más no puede decirse: es cuestión de sentarse a escucharlo (y a verlo).
Pero volviendo a atacar la cuestión... ¿por qué no reunir un nuevo grupo y trabajar en una segunda parte? Porque músicos talentosos quedan de sobra para ello: Chick Corea, Poncho Sánchez, Luis Salinas, Antonio Carlos Jobim, y aún algunos peruanos como César Peredo o Manuel Miranda son sólo algunos de los nombres que se me ocurren... y ciertamente no son poca cosa: el jazz versión fusión latina tiene todavía infinitos rostros que mostrar; y muchos más sonidos, ciertamente.
Pero para los interesados, y para que se vayan haciendo una idea, les dejo una canción que refleja bastante bien la idea del documental: Panamericana, de Paquito D'Rivera, que es una pieza donde se encuentran muchos ritmos e instrumentos latinos (incluídos el tango, el festejo y el candombe). Espero lo disfruten.

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