Creo que nadie que lea con placer a Borges puede decir que su vida siga igual a como era antes de leerlo por primera vez: si ese ha sido el resultado, es que ha calado en el pobre e incauto lector todo ese complejo y, a menudo, recargado universo de símbolos, juegos, sonidos y bromas que es el suyo. Mi caso, por ejemplo: en aquel entonces, yo tenía quince ridículos años, era un gran lector de Tolkien, de Gerald Durrell, de Byron y de mis recién descubiertos Bukowski y Sábato. Y un día, un amigo me habló de un escritor argentino: me dijo que era un "filósofo", y que se llamaba Borges. No recuerdo muy bien todo lo que me dijo, pero sí la emoción que lo hizo, y me habló de dos cuentos que lo habían entusiasmado mucho: El jardín de los senderos que se bifurcan y Las ruinas circulares. Obviamente, yo enseguida me hice con una edición de Ficciones que tenía mi madre y no sólo me leí esos dos, sino que me devoré el libro. Poco después, volví a hacerlo; hoy, ya no sé cuántas veces he leído esa colección de cuentos, y no importa, porque sigo volviendo a ella cada cierto tiempo, nunca menos impresionado por un escritor de semejante genialidad (en algo estoy de acuerdo con Luis Jaime Cisneros: si tuviera que elegir una escasa biblioteca personal para sobrellevar mi existencia en una isla desierta, ésta tendría que incluir las Obras Completas de Borges).
Pero debo reconocerlo: si alguna vez hubo un tiempo en que leía los cuentos de Borges dos o tres veces cada dos meses, hoy los retomo una cada tres o cuatro; en cambio, con cada día que pasa, y desde hace ya cerca de dos años, me vuelvo cada vez más hacia sus ensayos: palabras precisas, escritas con un cuidado poético que llega a generar ternura y de una erudición que, más que como un desafío, se presenta como un placer.
El ensayo fue, siempre, un género muy cuidado y cultivado por Borges. Sergio Pastormerlo, de hecho, ha llamado la atención en su libro, Borges crítico, acerca de cómo el único género que Borges cultivó a lo largo de toda su vida fue el ensayo o la crítica-ensayo, desde las revistas hasta los prólogos de su Biblioteca personal. Ahora bien: Borges no fue, definitivamente, el tipo de ensayista que se fijaba en los grandes temas y problemáticas de género típicas en muchos ensayistas, sino que la suya era una forma muy personal: fijar la vista en detalles, curiosos o banales, que convertía a través del análisis, la comparación y la cita en símbolos desde los que había que volver la vista con un lente nuevo hacia el tema elegido y, de paso, volver a leer el ensayo en cuestión, para notar todo lo que no habíamos notado cuando no sabíamos de qué iba Borges. De este modo, se renueva la lectura (a través de la relectura, claro está) y, de paso, se forma un diálogo con el lector, que ha sido cariñosamente burlado por Borges. Es por todo esto, el detallismo y sus pormenores, que siempre he pensado que Borges es un autor que no sólo nos puede enseñar a escribir, sino también a leer, a leer de verdad y en una forma genial, que convierte a la obra de arte en algo único, en cuyo análisis las cuestiones de género y teoría no pasan a ser otra cosa que buenas formas de pasar el rato, de divertirse y, como diría Borges, "ser feliz".
Un logro de Borges en este campo fue, pues, concebir al género ensayístico o teórico como un género de ficción (como él mismo decía, las ficciones de Leibniz, Descartes o Schopenhauer superan por mucho a las de Wells o Kafka). Y no lo decía a la ligera, sino pensándolo muy bien; tanto, que notó que el género ensayístico tiene una fórmula y, por ende, una estética propias, lo que significaba que un ensayo se podía escribir como un cuento. El resultado de esto fueron textostan geniales como Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Pierre Menard, autor del Quijote o su Examen de la obra de Herbert Quain, que no pueden llamarse cuentos: son ensayos fantásticos, son parte de ese género del que Borges inventó una forma propia, la ficción.
Después de sumergirme en el mundo ensayístico de Borges, he descubierto que todos los otros textos pueden ser leídos "a la borgeana". Autores como Russell, Hegel, Leibniz o Wittgenstein abren puertas inimaginables cuando uno los lee de la forma en que Borges nos enseña a leer: fijándose en los detalles, atentos a la estética de las formas y las construcciones, interpretando y creando porque leer es una forma de crear. Leyendo con imaginación.
3 comentarios:
En mi descubrimiento de Borges, mi poseso, ha sido similar a la experiencia que tú nos cuentas aquí. Te dejó como prueba fiel que leas un breve ensayo que se titula: “Borges es más que facones (puñales) ensangrentados”, que escribí acerca de mis primeras experiencias con la literatura borgesiana, y que publiqué así ya casi tres años en mi blog, Luz Bella Averni. Aquí te dejo la dirección:
http://luzbellaverni.blogspot.com/2007/10/borges-es-ms-que-facones-puales.html
Estaré muy agradecido con tu opinión.
Saludos Fraternos.
Prometo dar un vistazo. Y, definitivamente, uno no puede cansarse de brindar por Borges.
A todos los borgeanos interesados, den un vistazo al link que da arriba R. A. Orellana; es un texto interesante, que recorre un poco los cambios de la obra de Borges, sobre todo entre su épica gauchofílica y su ensayismo ficcional (ya no se si estos neologismos que uso son graciosos o sensillamente horribles, jaja).
Publicar un comentario