"Se recomienda elegir una habitación que huela a guardado y cerrar todas las puertas y ventanas. La luz debe ser suave, pero consistente y, de ser posible, de color amarillo. Si se puede, hacerse con una pipa y tabaco, pero en su defecto con un paquete de cigarrillos Camel o Marlboro basta (el cenicero, dicho sea de paso, no debe vaciarse a lo largo de todo lo que dure la lectura). Acompáñese con un vaso de escocés o bourbon en las rocas, sin agua, y vístase con algo cómodo y ligero. Sólo por precaución, tenga un frasco de pastillas y un revólver a la mano".
De más está decirlo: Faulkner es una de las experiencias más intensas que puede tener un lector, sobre todo si es del tipo al que le gustan los desafíos. ¡Y qué desafío! Creo que cualquiera que se atreva a releer El Ruido y la Furia más de una vez entenderá a lo que me refiero: cada muletazo hace más pelgroso al toro, y a estos no hay estoque que los mate. Todo lo que puede hacerse con estos libros es levantar el pecho y recibir la embestida con los ojos abiertos, o tratar de echar un capotazo al aire, en vano.
Pero, para el lector que tenga el coraje, Faulkner tiene mucho, pero mucho que ofrecer. Si lo ponemos en paralelo a Joyce (otro autor-desafío), encontraremos algunas grandes similitudes: la construcción de un macrotormento verbal, el detallismo casi morboso (y habría que quitar ese "casi"), la conspiración que convierte al tiempo y al espacio en una figura más del monstruoso ajedrez literario... pero también hay diferencias notorias, que saltan enseguida a la vista. En primer lugar, y sobre todo si pensamos en el Ulysses y en el Finnegan's Wake, el universo de Joyce es casi absolutamente verbal. Como bien lo dijo Borges, el verdadero personaje central del Ulysses no es Leopold Bloom, ni Stephen Dedalus, sino el idioma en que está escrito. De hecho, si pasamos de la forma en que está escrito el libro, su trama y sus personajes son bastante insulsos.
En Faulkner, en cambio, las cosas son muy diferentes: la cuestión de las formas y la construcción verbal no son una excusa, y sus personajes y tramas son tan vivas e intensas, tan desgarradoras, que deben ser muy pocos los escritores capaces de generar emociones tan potentes en sus lectores. En consecuencia, cada palabra es una daga que nosotros, los incautos lectores, recibimos en las manos para ir apuñalándonos. ¡Y que se digan las cosas como tienen que decirse! Cada uno de los elementos de una novela de Faulkner se articula con todo lo demás en una cadena que sólo puede llevar a la tragedia. Dicho sea de paso, el de Faulkner es un nombre que no va nada mal al lado de los de Sófocles y Shakespeare.
Al que le interese mi consejo, y tenga el valor de adentrarse en la que tal vez sea la tempestad más peligrosa de la literatura hasta nuestros días, puedo recomendarle que no deje de leer El Ruido y la Furia, Mientras Agonizo y Luz de Agosto (un paradigma de la novela perfecta, y creo yo que la mejor de Faulkner). Todavía no he tenido la suerte de leer Absalón, Absalón, pero ya llegará el momento. Las palmeras salvajes puede dejarse de lado sin peligro, porque la verdad es que no es una gran novela, aunque tiene momentos muy altos. En fin, que este tipo de detalles son algunos de los que pueden tenerse en cuenta para leer a Faulkner.
De más está decirlo: Faulkner es una de las experiencias más intensas que puede tener un lector, sobre todo si es del tipo al que le gustan los desafíos. ¡Y qué desafío! Creo que cualquiera que se atreva a releer El Ruido y la Furia más de una vez entenderá a lo que me refiero: cada muletazo hace más pelgroso al toro, y a estos no hay estoque que los mate. Todo lo que puede hacerse con estos libros es levantar el pecho y recibir la embestida con los ojos abiertos, o tratar de echar un capotazo al aire, en vano.
Pero, para el lector que tenga el coraje, Faulkner tiene mucho, pero mucho que ofrecer. Si lo ponemos en paralelo a Joyce (otro autor-desafío), encontraremos algunas grandes similitudes: la construcción de un macrotormento verbal, el detallismo casi morboso (y habría que quitar ese "casi"), la conspiración que convierte al tiempo y al espacio en una figura más del monstruoso ajedrez literario... pero también hay diferencias notorias, que saltan enseguida a la vista. En primer lugar, y sobre todo si pensamos en el Ulysses y en el Finnegan's Wake, el universo de Joyce es casi absolutamente verbal. Como bien lo dijo Borges, el verdadero personaje central del Ulysses no es Leopold Bloom, ni Stephen Dedalus, sino el idioma en que está escrito. De hecho, si pasamos de la forma en que está escrito el libro, su trama y sus personajes son bastante insulsos.
En Faulkner, en cambio, las cosas son muy diferentes: la cuestión de las formas y la construcción verbal no son una excusa, y sus personajes y tramas son tan vivas e intensas, tan desgarradoras, que deben ser muy pocos los escritores capaces de generar emociones tan potentes en sus lectores. En consecuencia, cada palabra es una daga que nosotros, los incautos lectores, recibimos en las manos para ir apuñalándonos. ¡Y que se digan las cosas como tienen que decirse! Cada uno de los elementos de una novela de Faulkner se articula con todo lo demás en una cadena que sólo puede llevar a la tragedia. Dicho sea de paso, el de Faulkner es un nombre que no va nada mal al lado de los de Sófocles y Shakespeare.
Al que le interese mi consejo, y tenga el valor de adentrarse en la que tal vez sea la tempestad más peligrosa de la literatura hasta nuestros días, puedo recomendarle que no deje de leer El Ruido y la Furia, Mientras Agonizo y Luz de Agosto (un paradigma de la novela perfecta, y creo yo que la mejor de Faulkner). Todavía no he tenido la suerte de leer Absalón, Absalón, pero ya llegará el momento. Las palmeras salvajes puede dejarse de lado sin peligro, porque la verdad es que no es una gran novela, aunque tiene momentos muy altos. En fin, que este tipo de detalles son algunos de los que pueden tenerse en cuenta para leer a Faulkner.
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