Hablar de la Verdad en su estado puro no es otra cosa que buscar problemas. Algunos recordarán que hace un tiempo publiqué una entrada en la que traté de esbozar algunos de los problemas que implica el hablar de la Verdad, y uno de los temas que traté fue, precisamente, el de su valor plural y, algunos dirían, "relativo" (esto no en el sentido nietzscheano, sino más bien en uno derivado de Peirce y de James). Que es, por cierto, el tipo de verdad que me interesa a mí: la que se desnuda de toda su seriedad para casi parecer una mentira, porque sabe que puede serlo. Como bien lo dijo Hume, todo conocimiento, toda verdad, es un acto de fe: nosotros damos un sustento a las creencias al implicarnos con ellas, por cómo les dejamos que afecten sobre nuestras vidas; o las alimentamos con una especie de humor casi indiferente, si se quiere, pero considerando, como diría Russell, su valor como hipótesis.
Pero está la otra Verdad, la que se escribe con mayúsculas. Ernesto Sábato decía que cuando se hablaba de la Humanidad con mayúsculas es que la humanidad tenía que empezar a temblar. Pues algo así sucede con la Verdad. Y habría que preguntarse no solo quién fue el que le puso la maldita mayúscula delante, sino también quién se lleva el peso del asunto.
Porque la verdad, sobre todo cuando está con mayúsculas, es siempre un discurso. Sirve, claro está, para dar un orden a la sociedad y, por ende, para estructurarla. Pero, ¿en favor a los intereses de quién?
Este es uno de los temas fundamentales de la teoría crítica (después de Nietzsche, vale la pena revisar los textos de Adorno, Marcuse, Foucault, Gramsci y Pasolini). Yo, les digo la verdad, no se hasta que punto pueda decirse que son exagerados. He de insistir, supongo, en la validez actual de estas teorías (que, recuérdese, es otra clase de discurso), y quizá sea el momento de que alguien formule sus implicancias con el desarrollo de la sociedad virtual, el Internet y la globalización del mundo de las telecomunicaciones.
Ya se lo que dirán algunos: que me puse, de repente, muy serio. Bueno, es un tema que ya he tratado muchas veces; y, de todos modos, les recuerdo que casi todas las grandes masacres de la historia han sido en nombre de la Verdad (y de la Humanidad, de paso).
Imágen: "Rua Ruini", de Xul Solar
Pero está la otra Verdad, la que se escribe con mayúsculas. Ernesto Sábato decía que cuando se hablaba de la Humanidad con mayúsculas es que la humanidad tenía que empezar a temblar. Pues algo así sucede con la Verdad. Y habría que preguntarse no solo quién fue el que le puso la maldita mayúscula delante, sino también quién se lleva el peso del asunto.
Porque la verdad, sobre todo cuando está con mayúsculas, es siempre un discurso. Sirve, claro está, para dar un orden a la sociedad y, por ende, para estructurarla. Pero, ¿en favor a los intereses de quién?
Este es uno de los temas fundamentales de la teoría crítica (después de Nietzsche, vale la pena revisar los textos de Adorno, Marcuse, Foucault, Gramsci y Pasolini). Yo, les digo la verdad, no se hasta que punto pueda decirse que son exagerados. He de insistir, supongo, en la validez actual de estas teorías (que, recuérdese, es otra clase de discurso), y quizá sea el momento de que alguien formule sus implicancias con el desarrollo de la sociedad virtual, el Internet y la globalización del mundo de las telecomunicaciones.
Ya se lo que dirán algunos: que me puse, de repente, muy serio. Bueno, es un tema que ya he tratado muchas veces; y, de todos modos, les recuerdo que casi todas las grandes masacres de la historia han sido en nombre de la Verdad (y de la Humanidad, de paso).
Imágen: "Rua Ruini", de Xul Solar
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