Retomamos la palabra sobre Salinger, pasadas ya las semanas como brisa sobre su recuerdo. He de reconocerlo: yo hablo de él con una devoción y un cariño enormes, pero lo hago en función al único de sus libros que leí, El cazador oculto. Y eso, creo, es una limitación: siempre lo he pensado, y ahora más que nunca. ¿De qué otra forma podría ser, después de la "invocación" de su obra que ha realizado Víctor Coral en un artículo publicado en el último número de Cosas? Porque claro: Salinger, para mí, fue siempre el autor de esa novela y de dos libros más, que nunca cayeron en mis manos. Ahora, recién ahora, vengo a plantearme seriamente la cuestión acerca de cuán amplio es realmente el universo de Salinger en lo que se refiere a sus obras publicadas, y bueno, supongo que habrá que empezar a incluir sus títulos en las listas de libros que tengo que comprar (el problema es que esa lista es tan extensa...). Los hombres, y esto lo tiene que saber cualquier lector de Salinger, tenemos que seguir siempre a la expectativa de lo que nos vendrá, listos para tomarlo y, de alguna forma caótica, supongo que crecer.
Creo que el Salinger que ha retratado Coral, con tanto esmero, cuidado y cariño, es uno de los mejores que podemos recordar: el rebelde casi juvenil, comprometido consigo mismo frente a un mundo que había perdido todo el interés, ingobernable y genial. Un terco y eterno adolescente.
En mi vida, entretanto, Salinger es como ese viejo amigo al que nunca o casi nunca vemos, pero al que guardamos un cariño infinito; ese amigo del que sabemos que, cuando suceda el milagro y nos volvamos a encontrar, dicho encuentro será una ocasión magnífica, única y, si se quiere, llena de lágrimas. Porque supongo que es así: cada cual tiene su propio Salinger, y nadie puede evitarle la ternura. Salinger el hombre, no lo dudo, habría vomitado solo de escucharlo; Salinger el autor está demasiado cerca de nosotros como para poner todo esto en duda.
Creo que el Salinger que ha retratado Coral, con tanto esmero, cuidado y cariño, es uno de los mejores que podemos recordar: el rebelde casi juvenil, comprometido consigo mismo frente a un mundo que había perdido todo el interés, ingobernable y genial. Un terco y eterno adolescente.
En mi vida, entretanto, Salinger es como ese viejo amigo al que nunca o casi nunca vemos, pero al que guardamos un cariño infinito; ese amigo del que sabemos que, cuando suceda el milagro y nos volvamos a encontrar, dicho encuentro será una ocasión magnífica, única y, si se quiere, llena de lágrimas. Porque supongo que es así: cada cual tiene su propio Salinger, y nadie puede evitarle la ternura. Salinger el hombre, no lo dudo, habría vomitado solo de escucharlo; Salinger el autor está demasiado cerca de nosotros como para poner todo esto en duda.
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