Aunque rara vez leo su columna en El Comercio, tengo al señor Fernando Vivas como un periodista y un opinador de lo más (o menos) respetable. Y no está nada mal que diga las cosas como las piensa, quién lo pone en duda; pero, del mismo modo, pienso tomarme, ahora, yo el derecho a decir un par de cosas contra el otro par que dice él, ya que hace mucho es la hora de abrir la boca respecto al tema.
El día de hoy, martes nueve de febrero, el señor Vivas se queja, como todo el mundo desde hace ya un tiempo, de los fumadores en los espacios públicos o, más exactamente, de los espacios públicos que permiten que la gente fume. Los argumentos de los no-fumadores antitabaquistas (que no es lo mismo que decir los no-fumadores a secas, ojo) me los conozco de memoria: que están en su derecho al querer defender su salud y su comodidad, o como lo dice el señor Vivas, "que no me escupa sus cortinas de humo en lugares públicos donde el olor se impregna en mi ropa y en mi pelo". Vale, me parece perfecto; pero, ya que hablamos de derechos, hagámoslo bien, ¿no les parece?
En primer lugar no lo voy a reservar a los derechos de los fumadores (que los tenemos, como seres humanos que somos, ¿o se creen que sólo los tienen el pelo y la ropa del señor Vivas?), sino más bien del derecho de otra gente: los dueños de los lugares públicos. Es cierto que la ley vigente 28705 impide fumar en lugares públicos, con la excepción de un área cerrada que represente el 20% (desde hace no mucho el 10%) del área total en la que los fumadores pueden sentirse como en su casa, pero... ¿es esto realmente cumplir con los derechos de todo el mundo? Un restaurante, un café, una heladería, un bar o una discoteca son lugares públicos, pero como propiedades son privadas. Entonces, ¿quién es el que tiene el derecho de definir y pulir las reglas que funcionen en dicho lugar? ¿El dueño o el estado? Yo he conocido a dueños de cafés que se quejan de no poder decidir acerca de si el público puede o no fumar, sobre todo siendo ellos mismos fumadores. ¿No deberían ser ellos los que decidan acerca de espacios o exclusividad para fumadores o no-fumadores?
A muchos, la pregunta les puede parecer algo tonta, pero tiene un trasfondo mucho más serio: ¿hasta qué punto tiene derecho el Estado a meter la mano, el codo y aún la cabeza en la institución de la propiedad privada? Si yo quiero poner un sofá en el baño, ¿el Estado tiene derecho a venir y decirme a mí, que compré casa, baño y sofá, que no tengo derecho a hacerlo? ¡Y encima se quiere hablar de derechos! Los primeros que son pasados por alto son, siempre, los de los propietarios: como tales, están en su derecho a hacer las cosas como a ellos les parezca, creo yo, ya que son ellos los responsables del lugar (y los que pagan los impuestos, de paso). ¿O no?
Pero eso no es todo, ya que siguen los derechos de los fumadores. Las campañas antitabaco se empecinan en hacer de los fumadores un montón de parias, un grupo de seres inhumanos y anormales, y se valen de todas las estrategias publicitarias y audiovisuales para ello. Todos los fumadores sabemos que fumar no es bueno para la salud, que puede matar... pero eso no significa que seamos engendros de Satán. Como cualquier otro, tenemos el derecho a sentarnos en un café o un restaurante a comer o tomar algo y charlar, con un cigarrillo entre los dedos. ¿A los no-fumadores no les gusta? Bueno, que lo decida el propietario, ¿no les parece?
Para decirlo brevemente (porque es un tema del que puede decirse demasiado), el antitabaquismo se ha convertido en una campaña de lo más despiadada, maquiavélica y sádica. Las fotografías que las empresas tabaqueras están obligadas a imprimir en los paquetes de cigarrillos son, sinceramente, pornográficas en el peor sentido de la palabra, y se suman a todos los recursos de los que se valen las campañas antitabaquistas para formar un canon del ataque psicológico de los más agudos que se hayan visto. El discurso es bastante legible: el no-fumador está en lo correcto, y el fumador es un idiota que merece ser discriminado por ello. Oiga, pero los fumadores, ¿no somos también seres humanos? Es muy fácil criticar al "apartheid" tal y como se dio en Sudáfrica, pero muy difícil entender que, de a pocos, se está haciendo lo mismo en todo el mundo con los fumadores. Y no, no estoy exagerando: si no me creen, vean el tipo de imágenes que se encuentran en los techos de algunas de las salas para fumadores en los aeropuertos de Europa, como el de Berlín (ver foto abajo), en el que se ve, del otro lado del borde de un agujero, un cielo bastante tétrico contra el que se recortan las figuras de algunas personas muy graves y otra de un sacerdote que da su bendición a los muertos que están del otro lado del foso... es decir, en la sala de fumadores. ¿No es esto un ataque psicológico de los más ruines, acaso? A mí, en lo personal, todo esto me da lo mismo, ya que es muy difícil amedrentarme con cosas tan risibles, pero hay gente que puede ser un poco más sensible ante la materia... y el adoctrinamiento forzoso es, de un modo u otro, adoctrinamiento forzoso.
En fin, señor Vivas y demás lectores, que esto es algo de lo que tengo que decir acerca del antitabaquismo, sus campañas y sus leyes. Hay que sentarse a pensar las cosas un poco más a profundidad a veces, y no sólo preocuparse por el olor que queda en la ropa. Después de todo, y ya que hemos aceptado que los seres humanos tienen, por algún motivo, algo llamado "derechos", pues que se cumplan los de todos, y a dejarse de joder de una vez por todas.
En primer lugar no lo voy a reservar a los derechos de los fumadores (que los tenemos, como seres humanos que somos, ¿o se creen que sólo los tienen el pelo y la ropa del señor Vivas?), sino más bien del derecho de otra gente: los dueños de los lugares públicos. Es cierto que la ley vigente 28705 impide fumar en lugares públicos, con la excepción de un área cerrada que represente el 20% (desde hace no mucho el 10%) del área total en la que los fumadores pueden sentirse como en su casa, pero... ¿es esto realmente cumplir con los derechos de todo el mundo? Un restaurante, un café, una heladería, un bar o una discoteca son lugares públicos, pero como propiedades son privadas. Entonces, ¿quién es el que tiene el derecho de definir y pulir las reglas que funcionen en dicho lugar? ¿El dueño o el estado? Yo he conocido a dueños de cafés que se quejan de no poder decidir acerca de si el público puede o no fumar, sobre todo siendo ellos mismos fumadores. ¿No deberían ser ellos los que decidan acerca de espacios o exclusividad para fumadores o no-fumadores?
A muchos, la pregunta les puede parecer algo tonta, pero tiene un trasfondo mucho más serio: ¿hasta qué punto tiene derecho el Estado a meter la mano, el codo y aún la cabeza en la institución de la propiedad privada? Si yo quiero poner un sofá en el baño, ¿el Estado tiene derecho a venir y decirme a mí, que compré casa, baño y sofá, que no tengo derecho a hacerlo? ¡Y encima se quiere hablar de derechos! Los primeros que son pasados por alto son, siempre, los de los propietarios: como tales, están en su derecho a hacer las cosas como a ellos les parezca, creo yo, ya que son ellos los responsables del lugar (y los que pagan los impuestos, de paso). ¿O no?
Pero eso no es todo, ya que siguen los derechos de los fumadores. Las campañas antitabaco se empecinan en hacer de los fumadores un montón de parias, un grupo de seres inhumanos y anormales, y se valen de todas las estrategias publicitarias y audiovisuales para ello. Todos los fumadores sabemos que fumar no es bueno para la salud, que puede matar... pero eso no significa que seamos engendros de Satán. Como cualquier otro, tenemos el derecho a sentarnos en un café o un restaurante a comer o tomar algo y charlar, con un cigarrillo entre los dedos. ¿A los no-fumadores no les gusta? Bueno, que lo decida el propietario, ¿no les parece?
Para decirlo brevemente (porque es un tema del que puede decirse demasiado), el antitabaquismo se ha convertido en una campaña de lo más despiadada, maquiavélica y sádica. Las fotografías que las empresas tabaqueras están obligadas a imprimir en los paquetes de cigarrillos son, sinceramente, pornográficas en el peor sentido de la palabra, y se suman a todos los recursos de los que se valen las campañas antitabaquistas para formar un canon del ataque psicológico de los más agudos que se hayan visto. El discurso es bastante legible: el no-fumador está en lo correcto, y el fumador es un idiota que merece ser discriminado por ello. Oiga, pero los fumadores, ¿no somos también seres humanos? Es muy fácil criticar al "apartheid" tal y como se dio en Sudáfrica, pero muy difícil entender que, de a pocos, se está haciendo lo mismo en todo el mundo con los fumadores. Y no, no estoy exagerando: si no me creen, vean el tipo de imágenes que se encuentran en los techos de algunas de las salas para fumadores en los aeropuertos de Europa, como el de Berlín (ver foto abajo), en el que se ve, del otro lado del borde de un agujero, un cielo bastante tétrico contra el que se recortan las figuras de algunas personas muy graves y otra de un sacerdote que da su bendición a los muertos que están del otro lado del foso... es decir, en la sala de fumadores. ¿No es esto un ataque psicológico de los más ruines, acaso? A mí, en lo personal, todo esto me da lo mismo, ya que es muy difícil amedrentarme con cosas tan risibles, pero hay gente que puede ser un poco más sensible ante la materia... y el adoctrinamiento forzoso es, de un modo u otro, adoctrinamiento forzoso.
En fin, señor Vivas y demás lectores, que esto es algo de lo que tengo que decir acerca del antitabaquismo, sus campañas y sus leyes. Hay que sentarse a pensar las cosas un poco más a profundidad a veces, y no sólo preocuparse por el olor que queda en la ropa. Después de todo, y ya que hemos aceptado que los seres humanos tienen, por algún motivo, algo llamado "derechos", pues que se cumplan los de todos, y a dejarse de joder de una vez por todas.
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