Nota: estas líneas son un fragmento de una de las partes del borrador de un ensayo sobre existencialismo que empecé hace unos días. Su objetivo es ser teóricas, pero siguen no siendo más que eso: un borrador. Dejo esta advertencia de antemano, pero recalcando que las ideas que contiene (y que pueden parecer meramente aclarativas, pero que en realidad pretenden preparar el camino para un trabajo sumamente laborioso y profundo que, espero, rinda sus frutos) son en general las mismas que mantendrá en su versión final. Al que se tenga el interés y se tome el trabajo de leer esta entrada, le ruego me comunique sus pareceres y críticas dejando comentarios, porque me pueden ser de gran utilidad más adelante.
S.B.
El primer gran problema al que se enfrenta la propuesta de una filosofía existencialista es el del método: después de todo, ¿qué camino puede seguirse acertadamente para cuestionar, replantear y analizar no sólo la existencia factual, sino al existente mismo, al ser dotado de un carácter ontológico positivo y propio que, de hecho, es el mismo que plantea la pregunta? Si nos volvemos hacia la historia de la filosofía, nos encontramos ante una diversidad de métodos que, de un modo u otro, han dado sus frutos: Jaspers, por ejemplo, se vale de una introspección heredada a la vez de su formación psicológica y de sus lecturas de Kierkegaard para redondear el aspecto ontológico, siempre atado a lo humano (en tanto que es un punto de partida, el que eslabona el discurso); Sartre, por su lado, parte del análisis fenomenológico de los entes tal siguiendo la metodología planteada, en sus diversos capítulos, por Husserl y Heidegger (dándoles la mano ahora, retirándoselas en otros pasajes) y de algunos procedimientos aprendidos del psicoanálisis. En ambos casos (en todos los casos), sin embargo, hay un requisito infranqueable: el de poner alguna forma de "lente" que separe al hombre de su propio carácter de existente; la asumisión de una determinada perspectiva que permita atacar la cuestión puesta como objeto de análisis (el existente, la categoría del Ser, etc.) desde una suerte de "distancia" epistemológica que certifique un cierto grado de "objetividad" o, mejor aún, "lejanía" para realizar la interpretación (todo análisis es hermenéutica).
El gran problema, en este punto, parece bastante obvio: ¿cómo lograr la pretendida "lejanía" para tratar algo tan ónticamente cercano al que pregunta como la existencia, el "Ser" mismo? Probemos con una comparación: imaginemos a una persona que padece de un tumor maligno (lo más parecido a la existencia); es más, imaginemos que esta persona es, además, médico y, si se quiere, oncólogo: sólo en honor a su título no va a dejar de padecer los síntomas derivados del cargar con un tumor maligno. Pero, dada su formación, puede observar su problema desde otra perspectiva que la del mero paciente (actitud pasiva): si es bueno, podrá "salir" de su condición de paciente para asumir la otra que tiene a mano, la de médico (actitud activa), y, desde ella, reanalizar su situación; y, si es un verdadero genio, podrá valerse de ambas perspectivas, la del médico y la del paciente, para tratar y analizar la cuestión, reconociendo su función como "parte" del problema pero sin perder esta "distancia" metodológica. En este sentido, resulta, pues, fundamental reconocer la diferencia entre lo óntico y lo ontológico, la postura del paciente y la del médico. Como bien lo decía Heidegger, el Ser es lo más cercano a nosotros ónticamente, pero ontológicamente lo más lejano. O, repitiendo la fórmula de San Agustín sobre el tiempo, podríamos preguntar: "¿Qué es el Ser? Lo sé si no me lo preguntan; si me lo preguntan, lo ignoro."
S.B.
El primer gran problema al que se enfrenta la propuesta de una filosofía existencialista es el del método: después de todo, ¿qué camino puede seguirse acertadamente para cuestionar, replantear y analizar no sólo la existencia factual, sino al existente mismo, al ser dotado de un carácter ontológico positivo y propio que, de hecho, es el mismo que plantea la pregunta? Si nos volvemos hacia la historia de la filosofía, nos encontramos ante una diversidad de métodos que, de un modo u otro, han dado sus frutos: Jaspers, por ejemplo, se vale de una introspección heredada a la vez de su formación psicológica y de sus lecturas de Kierkegaard para redondear el aspecto ontológico, siempre atado a lo humano (en tanto que es un punto de partida, el que eslabona el discurso); Sartre, por su lado, parte del análisis fenomenológico de los entes tal siguiendo la metodología planteada, en sus diversos capítulos, por Husserl y Heidegger (dándoles la mano ahora, retirándoselas en otros pasajes) y de algunos procedimientos aprendidos del psicoanálisis. En ambos casos (en todos los casos), sin embargo, hay un requisito infranqueable: el de poner alguna forma de "lente" que separe al hombre de su propio carácter de existente; la asumisión de una determinada perspectiva que permita atacar la cuestión puesta como objeto de análisis (el existente, la categoría del Ser, etc.) desde una suerte de "distancia" epistemológica que certifique un cierto grado de "objetividad" o, mejor aún, "lejanía" para realizar la interpretación (todo análisis es hermenéutica).
El gran problema, en este punto, parece bastante obvio: ¿cómo lograr la pretendida "lejanía" para tratar algo tan ónticamente cercano al que pregunta como la existencia, el "Ser" mismo? Probemos con una comparación: imaginemos a una persona que padece de un tumor maligno (lo más parecido a la existencia); es más, imaginemos que esta persona es, además, médico y, si se quiere, oncólogo: sólo en honor a su título no va a dejar de padecer los síntomas derivados del cargar con un tumor maligno. Pero, dada su formación, puede observar su problema desde otra perspectiva que la del mero paciente (actitud pasiva): si es bueno, podrá "salir" de su condición de paciente para asumir la otra que tiene a mano, la de médico (actitud activa), y, desde ella, reanalizar su situación; y, si es un verdadero genio, podrá valerse de ambas perspectivas, la del médico y la del paciente, para tratar y analizar la cuestión, reconociendo su función como "parte" del problema pero sin perder esta "distancia" metodológica. En este sentido, resulta, pues, fundamental reconocer la diferencia entre lo óntico y lo ontológico, la postura del paciente y la del médico. Como bien lo decía Heidegger, el Ser es lo más cercano a nosotros ónticamente, pero ontológicamente lo más lejano. O, repitiendo la fórmula de San Agustín sobre el tiempo, podríamos preguntar: "¿Qué es el Ser? Lo sé si no me lo preguntan; si me lo preguntan, lo ignoro."
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