Cuando Richard Avedon se decidió a hacer una detenida reflexión sobre la realidad americana, tuvo la genial idea de llevar con él su cámara fotográfica: el resultado fue su famosa serie de fotografías de gente "de la calle" (prostitutas, vagabundos, amas de casa, etc) a la que tituló En el Oeste Americano. Lo suyo, claro está, fue poner el lente al servicio del presente y, de ese modo, y en forma automática, del pasado.
Quizá lo más justo sea empezar esta reflexión partiendo de la nulidad del presente. Apenas una astilla en el río del tiempo, se debate entre las dos irrealidades del pasado (que ya dejó de ser) y el futuro (que apenas si es una esperanza, un acto de fé). Decir presente es, siempre, hablar de lo que recordaremos como tal, es decir del pasado, que es una forma de sumar el olvido con la memoria. O, resumiendo, lo que decía Ernesto Sábato: vivir es construir futuros recuerdos.
Hay, pues, una fatal perspectiva desde la cual la fotografía se convierte, necesariamente, en una forma de reflexión sobre el inaprehensible presente, lo que se va convirtiendo constantemente en nuestra historia. Del "desarrollo" de la fotografía de desnudos, por ejemplo, se puede llegar a una serie de conclusiones sobre la forma en que ha evolucionado (o involucionado) nuestro pudor y nuestra noción de la sensualidad, entre otras cosas. Cuento, entre mis libros, con uno de Gilles Néret, editado por Taschen, que lleva por título 1000 Dessous: A History of Lingerie, que propone una historia de la lencería sólo a través del registro fotográfico (pues no hay una sola palabra escrita en todo el libro). Lo mismo sucede con genios del calibre de Helmut Newton, donde la desnudez se convierte en reflexión estética, y que siempre puede interpretarse desde la historia.
Pero quisiera llamar la atención, ahora, sobre una fotógrafa que, si bien es cierto que brilló en muchos géneros (incluídos el desnudo y la fotografía de moda), realizó algunas de las fotografías de guerra más importantes de las que se tiene memoria: Lee Miller. En ellas, la violencia es una fórmula estética que, al final, consigue llevarnos al cuestionamiento de las fórmulas a las que nos obligan las etiquetas; en su fotografía del soldado nazi muerto (ver arriba), por ejemplo, el rostro hundido y carente del todo de vida sólo nos está preguntando: ¿no es éste, también, un ser humano? Y ahora está muerto... por llevar determinados colores en el uniforme. ¿Qué es, entonces, un ser humano al final? ¿Lo que está sobre la piel o lo que se retuerce debajo de los nombres? Si se quiere, es traer de vuelta la vieja frase de Plauto, que Hobbes hizo tan famoso: "Homo homini lupus est".
Distinta a la obra de Miller es la del alemán August Sander, que se compromete desde el inicio con la humanidad y con la historia. Su serie de retratos, contenidos en Retratos del siglo XX, quieren ser un registro directo de la realidad alemana de los años veinte, en plena República de Weimar, y durante el período de entreguerras que, como bien se sabe, fue uno de los más duros que le tocó enfrentar a Alemania. Una vez más, la fotografía se convierte en una mirada que, ante todo, quiere reinterpretar la historia desde un nuevo conjunto de símbolos: los niños de pie ante una pared de ladrillos, con la ropa sucia; el obrero cargando los materiales de construcción sobre los hombros; las amas de casa sentadas en una banca. La clave de la interpretación, sin embargo, radica en los rostros: tristeza, angustia, una débil noción de la más lejana esperanza... todo eso es lo que sale a relucir de la lectura de los ojos quedos y las bocas dobladas en muecas que se camuflan con la resignación.
Hablo, pues, de la fotografía como reflexión, o si se quiere como un capítulo más de lo que somos. Arranca del río un trozo de la astilla y la pone ante nuestros ojos como detrás de un vidrio: un trozo de presente perdido que, sin embargo, nos podemos volver a mirar. Su silencio ha de ser, para nosotros, una invitación. Eso, claro está, si es que nos atrevemos a dialogar con ellas, con nuestra memoria, con nosotros mismos.
Quizá lo más justo sea empezar esta reflexión partiendo de la nulidad del presente. Apenas una astilla en el río del tiempo, se debate entre las dos irrealidades del pasado (que ya dejó de ser) y el futuro (que apenas si es una esperanza, un acto de fé). Decir presente es, siempre, hablar de lo que recordaremos como tal, es decir del pasado, que es una forma de sumar el olvido con la memoria. O, resumiendo, lo que decía Ernesto Sábato: vivir es construir futuros recuerdos.
Hay, pues, una fatal perspectiva desde la cual la fotografía se convierte, necesariamente, en una forma de reflexión sobre el inaprehensible presente, lo que se va convirtiendo constantemente en nuestra historia. Del "desarrollo" de la fotografía de desnudos, por ejemplo, se puede llegar a una serie de conclusiones sobre la forma en que ha evolucionado (o involucionado) nuestro pudor y nuestra noción de la sensualidad, entre otras cosas. Cuento, entre mis libros, con uno de Gilles Néret, editado por Taschen, que lleva por título 1000 Dessous: A History of Lingerie, que propone una historia de la lencería sólo a través del registro fotográfico (pues no hay una sola palabra escrita en todo el libro). Lo mismo sucede con genios del calibre de Helmut Newton, donde la desnudez se convierte en reflexión estética, y que siempre puede interpretarse desde la historia.
Pero quisiera llamar la atención, ahora, sobre una fotógrafa que, si bien es cierto que brilló en muchos géneros (incluídos el desnudo y la fotografía de moda), realizó algunas de las fotografías de guerra más importantes de las que se tiene memoria: Lee Miller. En ellas, la violencia es una fórmula estética que, al final, consigue llevarnos al cuestionamiento de las fórmulas a las que nos obligan las etiquetas; en su fotografía del soldado nazi muerto (ver arriba), por ejemplo, el rostro hundido y carente del todo de vida sólo nos está preguntando: ¿no es éste, también, un ser humano? Y ahora está muerto... por llevar determinados colores en el uniforme. ¿Qué es, entonces, un ser humano al final? ¿Lo que está sobre la piel o lo que se retuerce debajo de los nombres? Si se quiere, es traer de vuelta la vieja frase de Plauto, que Hobbes hizo tan famoso: "Homo homini lupus est".
Distinta a la obra de Miller es la del alemán August Sander, que se compromete desde el inicio con la humanidad y con la historia. Su serie de retratos, contenidos en Retratos del siglo XX, quieren ser un registro directo de la realidad alemana de los años veinte, en plena República de Weimar, y durante el período de entreguerras que, como bien se sabe, fue uno de los más duros que le tocó enfrentar a Alemania. Una vez más, la fotografía se convierte en una mirada que, ante todo, quiere reinterpretar la historia desde un nuevo conjunto de símbolos: los niños de pie ante una pared de ladrillos, con la ropa sucia; el obrero cargando los materiales de construcción sobre los hombros; las amas de casa sentadas en una banca. La clave de la interpretación, sin embargo, radica en los rostros: tristeza, angustia, una débil noción de la más lejana esperanza... todo eso es lo que sale a relucir de la lectura de los ojos quedos y las bocas dobladas en muecas que se camuflan con la resignación.
Hablo, pues, de la fotografía como reflexión, o si se quiere como un capítulo más de lo que somos. Arranca del río un trozo de la astilla y la pone ante nuestros ojos como detrás de un vidrio: un trozo de presente perdido que, sin embargo, nos podemos volver a mirar. Su silencio ha de ser, para nosotros, una invitación. Eso, claro está, si es que nos atrevemos a dialogar con ellas, con nuestra memoria, con nosotros mismos.
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