Hora de dar la vuelta a la tortilla. Y es que, si en la primera parte de estas divagaciones atacábamos la existencia del tiempo partiendo de nuestra experiencia en contraste con lo que vendría a ser una existencia "real" del tiempo, ahora toca atacar algunos puntos y ver por dónde escapamos. Después de todo, habría que partir de la pregunta por lo que entendemos al hablar de lo que es "real", o lo que "existe", y si acaso son realmente lo mismo.
¿El tiempo es una ilusión de nuestra mente, una trampa en la que nos vemos obligados a caer? si reconocemos que la respuesta a esta pregunta es afirmativa, luego no podemos decir que el tiempo no sea real: su categoría de realidad es mental, pero eso no la hace menos real. Siguiendo este camino, podríamos llegar a la afirmación de que el tiempo existe y no existe, dependiendo del enfoque desde el que ataquemos la cuestión.
Por poner un ejemplo de lo que digo, están los colores. ¿Existen? No, porque son resultado de nuestra interpretación mental de las refracciones de luz, gracias a las características de nuestro ojo: el mundo real está en blanco y negro (que son tonalidades, no colores). Pero sí existen, en tanto que forman parte de nuestro repertorio de significados, mediante los cuales interpretamos e interactuamos con la realidad. Los dioses del Olimpo no existen, pero existieron en cierto modo. Del mismo modo podríamos preguntarnos si existen los agujeros negros, pero eso sería salirnos demasiado del tema.
De acuerdo con Heidegger, el tiempo (o la temporalidad, en tanto que es interpretación y aprehensión del fenómeno en nuestra existencia óntica) no solo existe, sino que esta existencia es necesaria en tanto que cifra las posibilidades de "abrir" el ser (o, mejor dicho, el "Ser-ahí") de tal manera que puede no solo interpretar el mundo circundante en el que se encuentra metido, sino que también la de interpretar-se como y en tanto que forma parte de este mundo circundante. Claro que Heidegger habló del Tiempo como una "categoría existenciaria", pero hoy podemos relacionar ese término con el de "categoría mental". En otras palabras que nosotros, como existentes, interpretamos el universo como temporalizado y, en tanto que lo hacemos, podemos comprenderlo y comprendernos como parte del mismo y en relación constante con él. El tiempo existe, fatal y necesariamente.
Mucho antes de que Heidegger hubiera nacido siquiera, Kant habló del Tiempo como una "forma de sensibilidad", arrancándolo de la existencia "objetiva" al mundo subjetivo, como parte del "filtro" mediante el cual podemos formarnos algún conocimiento del mundo. Pero el que no esté en el mundo como tal no implica su inexistencia: sencillamente, la pone en otro lugar. Los fenómenos mentales son realidades. Yo podría autosugestionarme al punto de creer (o sospechar) que hay un fantasma en mi casa, lo que no implica que ese fantasma exista. Mi estado mental, sin embargo, sigue estando allí, y su existencia es harina de otro costal.
Ahora, ¿debemos seguir el ejemplo de Kant y arrancar el tiempo del mundo para meterlo sólo en nuestras cabezas? ¿O debemos reconocer, como Heidegger, que el tiempo existe en nuestra mente como la interpretación de un hecho que existe como tal en la realidad? Yo, personalmente, prefiero optar por lo segundo. Es verdad que alguna vez no se llamó "tiempo", pero la sucesión de estados geológicos que antecedieron a la llegada de los hombres y del lenguaje necesitó algo que los hiciese fluir. ¿Existe el tiempo per sé? Bueno, al menos no podemos negar que hay procesos mediante los cuales se generan cambios de estado en los objetos de la realidad, y no veo por qué no llamar a lo que permite la movilidad de estos estados por el nombre de "tiempo", así fuese sólo por ahorrarnos problemas.
El error, creo yo, es confundir una categoría, estado o concepto mental con una "ilusión". Las cosas no tienen que estar "allí afuera" para ser reales. El gran problema es que, hasta ahora, nadie entiende muy bien lo que se trata de decir con "allí afuera" ni, mucho menos, con "aquí adentro", aunque muchos pensadores (Heidegger, Freud, Davidson, Carruthers, entre otros) nos dan una buena idea de ello, o un camino que seguir para hacerlo más o menos explícito.
La pura verdad es que los seres humanos no podemos concebir una existencia atemporal: en eso estoy muy de acuerdo con Heidegger. Y no veo para qué demonios habríamos de hacerlo, tampoco. Como decía el propio Borges en su refutación del tiempo, dicha actividad no pasa de ser un juego académico: el tiempo sigue imponiéndose. Seguimos siendo nosotros, y como tales seguimos amarrados a las cadenas de las horas, los minutos y los años. El tiempo abre las posibilidades de interpretarnos históricamente, dijo Heidegger: en otras palabras, nos permite comparar estados fácticos actuales con pasados o supuestos futuros, aún con supuestos presentes y pasados. Todo proceso implica, necesariamente, temporalidad. Claro que la temporalidad implica a su vez la muerte, y quizá sea esto lo que hace tan atractiva la posibilidad de un atentado terrorista contra el imperio de los calendarios y los relojes. Pero es en vano, creo yo: nada ocurre extra-temporalmente. El tiempo puede ser el río de Heráclito o el Laberinto que se bifurca eternamente de Borges, pero está allí, aunque no nos guste.
Esta nota es la segunda parte de otra, que lleva el mismo título, escrita y publicada unos días atrás. De parecerme necesario, podría publicar aún una tercera, pero no prometo nada. Como dije en la nota anterior, habrá que disculparme de la poca exhaustividad con la que manejo algunos argumentos y definiciones: esto es un blog, y no creo que un blog sea lugar para textos excesivos, o al menos no lo es gratuitamente. Pero esa es mi opinión personal, claro.
¿El tiempo es una ilusión de nuestra mente, una trampa en la que nos vemos obligados a caer? si reconocemos que la respuesta a esta pregunta es afirmativa, luego no podemos decir que el tiempo no sea real: su categoría de realidad es mental, pero eso no la hace menos real. Siguiendo este camino, podríamos llegar a la afirmación de que el tiempo existe y no existe, dependiendo del enfoque desde el que ataquemos la cuestión.
Por poner un ejemplo de lo que digo, están los colores. ¿Existen? No, porque son resultado de nuestra interpretación mental de las refracciones de luz, gracias a las características de nuestro ojo: el mundo real está en blanco y negro (que son tonalidades, no colores). Pero sí existen, en tanto que forman parte de nuestro repertorio de significados, mediante los cuales interpretamos e interactuamos con la realidad. Los dioses del Olimpo no existen, pero existieron en cierto modo. Del mismo modo podríamos preguntarnos si existen los agujeros negros, pero eso sería salirnos demasiado del tema.
De acuerdo con Heidegger, el tiempo (o la temporalidad, en tanto que es interpretación y aprehensión del fenómeno en nuestra existencia óntica) no solo existe, sino que esta existencia es necesaria en tanto que cifra las posibilidades de "abrir" el ser (o, mejor dicho, el "Ser-ahí") de tal manera que puede no solo interpretar el mundo circundante en el que se encuentra metido, sino que también la de interpretar-se como y en tanto que forma parte de este mundo circundante. Claro que Heidegger habló del Tiempo como una "categoría existenciaria", pero hoy podemos relacionar ese término con el de "categoría mental". En otras palabras que nosotros, como existentes, interpretamos el universo como temporalizado y, en tanto que lo hacemos, podemos comprenderlo y comprendernos como parte del mismo y en relación constante con él. El tiempo existe, fatal y necesariamente.
Mucho antes de que Heidegger hubiera nacido siquiera, Kant habló del Tiempo como una "forma de sensibilidad", arrancándolo de la existencia "objetiva" al mundo subjetivo, como parte del "filtro" mediante el cual podemos formarnos algún conocimiento del mundo. Pero el que no esté en el mundo como tal no implica su inexistencia: sencillamente, la pone en otro lugar. Los fenómenos mentales son realidades. Yo podría autosugestionarme al punto de creer (o sospechar) que hay un fantasma en mi casa, lo que no implica que ese fantasma exista. Mi estado mental, sin embargo, sigue estando allí, y su existencia es harina de otro costal.
Ahora, ¿debemos seguir el ejemplo de Kant y arrancar el tiempo del mundo para meterlo sólo en nuestras cabezas? ¿O debemos reconocer, como Heidegger, que el tiempo existe en nuestra mente como la interpretación de un hecho que existe como tal en la realidad? Yo, personalmente, prefiero optar por lo segundo. Es verdad que alguna vez no se llamó "tiempo", pero la sucesión de estados geológicos que antecedieron a la llegada de los hombres y del lenguaje necesitó algo que los hiciese fluir. ¿Existe el tiempo per sé? Bueno, al menos no podemos negar que hay procesos mediante los cuales se generan cambios de estado en los objetos de la realidad, y no veo por qué no llamar a lo que permite la movilidad de estos estados por el nombre de "tiempo", así fuese sólo por ahorrarnos problemas.
El error, creo yo, es confundir una categoría, estado o concepto mental con una "ilusión". Las cosas no tienen que estar "allí afuera" para ser reales. El gran problema es que, hasta ahora, nadie entiende muy bien lo que se trata de decir con "allí afuera" ni, mucho menos, con "aquí adentro", aunque muchos pensadores (Heidegger, Freud, Davidson, Carruthers, entre otros) nos dan una buena idea de ello, o un camino que seguir para hacerlo más o menos explícito.
La pura verdad es que los seres humanos no podemos concebir una existencia atemporal: en eso estoy muy de acuerdo con Heidegger. Y no veo para qué demonios habríamos de hacerlo, tampoco. Como decía el propio Borges en su refutación del tiempo, dicha actividad no pasa de ser un juego académico: el tiempo sigue imponiéndose. Seguimos siendo nosotros, y como tales seguimos amarrados a las cadenas de las horas, los minutos y los años. El tiempo abre las posibilidades de interpretarnos históricamente, dijo Heidegger: en otras palabras, nos permite comparar estados fácticos actuales con pasados o supuestos futuros, aún con supuestos presentes y pasados. Todo proceso implica, necesariamente, temporalidad. Claro que la temporalidad implica a su vez la muerte, y quizá sea esto lo que hace tan atractiva la posibilidad de un atentado terrorista contra el imperio de los calendarios y los relojes. Pero es en vano, creo yo: nada ocurre extra-temporalmente. El tiempo puede ser el río de Heráclito o el Laberinto que se bifurca eternamente de Borges, pero está allí, aunque no nos guste.
Esta nota es la segunda parte de otra, que lleva el mismo título, escrita y publicada unos días atrás. De parecerme necesario, podría publicar aún una tercera, pero no prometo nada. Como dije en la nota anterior, habrá que disculparme de la poca exhaustividad con la que manejo algunos argumentos y definiciones: esto es un blog, y no creo que un blog sea lugar para textos excesivos, o al menos no lo es gratuitamente. Pero esa es mi opinión personal, claro.
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