Más de una vez lo he dicho: no soy de los que defienden sus opiniones personales como si se tratase de verdades universales. Y, en materia de gustos, no hay juez que tenga nada que decirnos, y repitiendo por enésima vez al siempre citable maestro Joan Manuel Serrat, "cada loco con su tema", que de gustos y colores los autores mejor no dicen un carajo, ¿no?
Pero como este blog es de mi autoría, aunque todos sigan estando invitados a decir lo que les entre en gana, voy a traer a colación uno de mis pareceres, sin esperar a que estén de acuerdo conmigo todos. De lo que vengo hoy a reflexionar es ese viejo tema, la inspiración.
¿Qué carajo es la inspiración? He sabido (y conocido) de muchos que piensan que no puede haber trabajo si no se está "inspirado". Es decir, si no se siente ese temblor interno, ese extraño pacto en el que la realidad parece darnos luz verde para cruzar a dios sabe dónde, no hay nada que pueda hacerse que valga la pena. Pero sigue valiendo la pena que nos preguntemos: ¿es realmente así?
La inspiración es una tradición viejísima. Ya los griegos invocaban a las musas para que los animasen y guiasen en sus cantos; o, en su defecto, a los dioses. Recuérdese, sino, cómo inicia Homero sus poemas: siempre con una invocación. No quiero meterme hasta la nuca a tratar lo que los antiguos entendían por la inspiración, pero baste con aclarar que, para ellos, la creación como el recitado, lo relativo a la poesía y el drama, estaba muy ligado a la intervención de las fuerzas supremas: dioses, musas y demás seres por el estilo.
Por obvios motivos, a los románticos esta idea no podía dejar de llamarles la atención. Hegel, en sus lecciones de estética, hace mucho hincapié en el tema de la inspiración, señalando cómo es a través de ella que lo Universal se manifiesta en códigos humanos a través del Artista (sí, con mayúscula), que en ese sentido era su portavoz, y gracias a su sensibilidad. En ese sentido, los artistas eran hombres de dios, o si prefieren del Espíritu Absoluto. Schelling sostuvo ideas muy semejantes a esta, y, como Hegel, sobre las ideas que tenía Goehte sobre el arte. Es decir, que el artista era, por naturaleza, un ser especialmente sensible, ya que la imaginación, en estos términos, es también producto de esta sensibilidad, en tanto que busca las fórmulas para expresar lo más perfectamente posible aquello que, en sí mismo, es Ideal, y como tal se encuentra muchísimo más allá de lo que nuestra pobre percepción humana es capaz de comprender, aunque sí que puede intuirlo.
Pero las cosas han cambiado mucho. Hoy, el desarrollo de los estudios en neurociencias nos señalarían cómo la inspiración es producto de determinadas reacciones químicas, procesadas , seguramente, gracias a ese trocito del cerebro llamado amígdala, que determina los procesos que nosotros traducimos como emociones o sentimientos. La de las neurociencias, claro está, es sólo una de las muchas posibles explicaciones, y cada cual puede quedarse con la que más le interese.
En todo caso, lo que me interesa señalar es cómo la inspiración puede ser, también, un error. Los románticos, por su universo de creencias tan distinto al nuestro (o, en todo caso, al mío) podían darse el lujo de estar inspiradísimos siempre, y Coleridge no necesitaba soñar los versos que escribiría al día siguiente para la composición de cada poema, que fue lo que le sucedió con el Kubla Khan. Si los sueños no le ayudaban, siempre había un estado anímico a la vuelta de la esquina para repintar la realidad (y todo esto lo digo sin querer ser peyorativo, ni mucho menos, por si las dudas). Pero hoy por hoy, yo prefiero creer en otra cosa, que tiene un nombre tan sencillo como "trabajo duro". Claro que mi ejemplo no sirve para nada, porque mi nombre no vale un centavo, pero hay otros exponentes que pueden resultar interesantes en este sentido.
El primero de ellos es William Faulkner. Para él, trabajar era lo primordial, sin importar por dónde anduvieran las musas. Recuerdo haber leído una entrevista en la que él señalaba cómo un escritor no podía andar preocupándose por las ventas, las críticas ni nada relativo a sus libros, porque no tenía tiempo para ello: siempre había algo más que hacer, y esto era escribir.
También Camilo José Cela estaba en esta línea. Dijo alguna vez que no creía en la inspiración; que le parecía una excusa demasiado sencilla. Expuso una teoría (que ya he comentado antes, algunos meses atrás) según la cual el de escritor era un oficio total, que implicaba las veinticuatro horas de todos los días del año. Una frase suya que he anotado en mi filosofía de vida es ésa que escribió en el prólogo de La colmena, que dice que "La literatura no es una charada", sino que es una actitud. También fué por una entrevista suya por la que me enteré de esta respuesta de Picasso, en una ocasión en la que le preguntaron por la inspiración: "Siempre que llega, me encuentra trabajando".
He de reconocer que hay algo que es muy cierto, y es que uno no siempre se encuentra en estado de sentarse a escribir: uno necesita cierta lucidez, algo de energías, capacidad (auto)crítica, entre otras cosas, y después de X horas de trabajo o estudios o lo que fuere, no se cuenta con ello. Pero sigue sin ser una excusa: uno sigue, fatalmente, dando vueltas a lo que puede o no escribir cuando se siente a hacerlo. Lo importante es no dejarse vencer por las excusas, que ninguna vale suficiente.
¿Y la inspiración? Bueno, según mi experiencia personal, hasta puede ser negativa y dar el tiro por la culata. Uno se siente invadido por un vértigo febril, se le arremolinan las ideas y las palabras y escribe qué se yo, cuatrocientas páginas en quince minutos. Luego, corrigiendo, me ha pasado que descubro que entre el 90 y el 98% (a veces, un aterrador 100%) no vale nada, y es pura mierda.
Pero como dije al principio, esto me vale a mí, lo creo yo, y porque funciono así. Al final, lo que importa son los resultados, mucho más que los medios. Juzgar a una obra no es lo mismo que juzgar los métodos de su autor, y esto puede ser secundario. Dejo, sencillamente, mi humilde parecer.
Fuente de la imágen: http://unadonnadellarte.blogspot.com/2007/12/w-e-r-t-h-e-r.html
Pero como este blog es de mi autoría, aunque todos sigan estando invitados a decir lo que les entre en gana, voy a traer a colación uno de mis pareceres, sin esperar a que estén de acuerdo conmigo todos. De lo que vengo hoy a reflexionar es ese viejo tema, la inspiración.
¿Qué carajo es la inspiración? He sabido (y conocido) de muchos que piensan que no puede haber trabajo si no se está "inspirado". Es decir, si no se siente ese temblor interno, ese extraño pacto en el que la realidad parece darnos luz verde para cruzar a dios sabe dónde, no hay nada que pueda hacerse que valga la pena. Pero sigue valiendo la pena que nos preguntemos: ¿es realmente así?
La inspiración es una tradición viejísima. Ya los griegos invocaban a las musas para que los animasen y guiasen en sus cantos; o, en su defecto, a los dioses. Recuérdese, sino, cómo inicia Homero sus poemas: siempre con una invocación. No quiero meterme hasta la nuca a tratar lo que los antiguos entendían por la inspiración, pero baste con aclarar que, para ellos, la creación como el recitado, lo relativo a la poesía y el drama, estaba muy ligado a la intervención de las fuerzas supremas: dioses, musas y demás seres por el estilo.
Por obvios motivos, a los románticos esta idea no podía dejar de llamarles la atención. Hegel, en sus lecciones de estética, hace mucho hincapié en el tema de la inspiración, señalando cómo es a través de ella que lo Universal se manifiesta en códigos humanos a través del Artista (sí, con mayúscula), que en ese sentido era su portavoz, y gracias a su sensibilidad. En ese sentido, los artistas eran hombres de dios, o si prefieren del Espíritu Absoluto. Schelling sostuvo ideas muy semejantes a esta, y, como Hegel, sobre las ideas que tenía Goehte sobre el arte. Es decir, que el artista era, por naturaleza, un ser especialmente sensible, ya que la imaginación, en estos términos, es también producto de esta sensibilidad, en tanto que busca las fórmulas para expresar lo más perfectamente posible aquello que, en sí mismo, es Ideal, y como tal se encuentra muchísimo más allá de lo que nuestra pobre percepción humana es capaz de comprender, aunque sí que puede intuirlo.
Pero las cosas han cambiado mucho. Hoy, el desarrollo de los estudios en neurociencias nos señalarían cómo la inspiración es producto de determinadas reacciones químicas, procesadas , seguramente, gracias a ese trocito del cerebro llamado amígdala, que determina los procesos que nosotros traducimos como emociones o sentimientos. La de las neurociencias, claro está, es sólo una de las muchas posibles explicaciones, y cada cual puede quedarse con la que más le interese.
En todo caso, lo que me interesa señalar es cómo la inspiración puede ser, también, un error. Los románticos, por su universo de creencias tan distinto al nuestro (o, en todo caso, al mío) podían darse el lujo de estar inspiradísimos siempre, y Coleridge no necesitaba soñar los versos que escribiría al día siguiente para la composición de cada poema, que fue lo que le sucedió con el Kubla Khan. Si los sueños no le ayudaban, siempre había un estado anímico a la vuelta de la esquina para repintar la realidad (y todo esto lo digo sin querer ser peyorativo, ni mucho menos, por si las dudas). Pero hoy por hoy, yo prefiero creer en otra cosa, que tiene un nombre tan sencillo como "trabajo duro". Claro que mi ejemplo no sirve para nada, porque mi nombre no vale un centavo, pero hay otros exponentes que pueden resultar interesantes en este sentido.
El primero de ellos es William Faulkner. Para él, trabajar era lo primordial, sin importar por dónde anduvieran las musas. Recuerdo haber leído una entrevista en la que él señalaba cómo un escritor no podía andar preocupándose por las ventas, las críticas ni nada relativo a sus libros, porque no tenía tiempo para ello: siempre había algo más que hacer, y esto era escribir.
También Camilo José Cela estaba en esta línea. Dijo alguna vez que no creía en la inspiración; que le parecía una excusa demasiado sencilla. Expuso una teoría (que ya he comentado antes, algunos meses atrás) según la cual el de escritor era un oficio total, que implicaba las veinticuatro horas de todos los días del año. Una frase suya que he anotado en mi filosofía de vida es ésa que escribió en el prólogo de La colmena, que dice que "La literatura no es una charada", sino que es una actitud. También fué por una entrevista suya por la que me enteré de esta respuesta de Picasso, en una ocasión en la que le preguntaron por la inspiración: "Siempre que llega, me encuentra trabajando".
He de reconocer que hay algo que es muy cierto, y es que uno no siempre se encuentra en estado de sentarse a escribir: uno necesita cierta lucidez, algo de energías, capacidad (auto)crítica, entre otras cosas, y después de X horas de trabajo o estudios o lo que fuere, no se cuenta con ello. Pero sigue sin ser una excusa: uno sigue, fatalmente, dando vueltas a lo que puede o no escribir cuando se siente a hacerlo. Lo importante es no dejarse vencer por las excusas, que ninguna vale suficiente.
¿Y la inspiración? Bueno, según mi experiencia personal, hasta puede ser negativa y dar el tiro por la culata. Uno se siente invadido por un vértigo febril, se le arremolinan las ideas y las palabras y escribe qué se yo, cuatrocientas páginas en quince minutos. Luego, corrigiendo, me ha pasado que descubro que entre el 90 y el 98% (a veces, un aterrador 100%) no vale nada, y es pura mierda.
Pero como dije al principio, esto me vale a mí, lo creo yo, y porque funciono así. Al final, lo que importa son los resultados, mucho más que los medios. Juzgar a una obra no es lo mismo que juzgar los métodos de su autor, y esto puede ser secundario. Dejo, sencillamente, mi humilde parecer.
Fuente de la imágen: http://unadonnadellarte.blogspot.com/2007/12/w-e-r-t-h-e-r.html
2 comentarios:
SANTIAGO:
El trabajo tiene que estar antes que la inspiración. Es claro que el verdadero escritor siempre se encuentra trabajando, cuando observa, cuando reflexiona, cuando analiza, y se pueden estar haciendo esos procesos mentales hasta cuando se está en el baño. De pronto llegan las ideas. Pero es mejor buscarlas, que esperar a que lleguen.
Ya Quiroga decía:
“No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino”
Y Augusto Monterroso:
“Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche”
Saludos Compadre y un apretón de manos.
Buenas esas frases. Yo no las conocía, aunque a decir verdad no conozco a Quiroga, y demasiado poco (para mi desgracia) al maestro Monterroso.
Saludos, compadre. A ver lo que traen los tiempos.
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