Un gigante, "menos un literato que una literatura" (dijo Borges), una máquina portentosa y monstruosa preocupada, sin embargo, fundamentalmente por el orden, la lucidez y la belleza. Con todos los requisitos y derechos, un genio: hoy, todas las ramas en las que se divide la Historia parecen deber algo a Goethe; más importante aún, todos los escritores lo hacen, así no lo sepan (tan grande es su sombra), y un incierto número de lectores sabe que sus páginas, pese a los tonos oscuros o pomposos en los que puede incurrir, son inigualables, que cada línea es única. Goethe es uno de los escritores que más peso han tenido en mi vida: una vez entrado en su universo ambiguo y, sin embargo, luminoso, nada pude ser visto con los mismos ojos, y todos los órdenes parecen trastocados. Punto y aparte.
Johann W. Goethe fue uno de los personajes más fascinantes de la historia: infatigable, entregado a una lucha constante en la que él tomaría parte en todos los campos, parece haber determinado gran parte de lo que sería, después de su muerte, Alemania, por no decir Europa. Si Hamann y Herder eran espíritus complejos y militantes, Goethe empujó el mismo carro con una sensibilidad poderisísima y una lucidez redoblada, lo que le llevaría, entre otras cosas, a anticipar, a convertirse en un precursor de muchas obras y de muchos sucesos: Kant, Darwin, Napoleón, Bismarck, la Unificación de Alemania, Schopenhauer, Hegel, Nietzsche, Víctor Hugo, Heidegger, Rudolf Steiner, Jung, Thomas Mann, Hesse... son apenas algunos de ellos.
Pero lo más importante de todo, tenemos ese montón de volúmenes que hacen su obra, de lenguaje cuidado y preciso, limado y ordenado quisquillosamente. Desde el explosivo Sturm und Drang de Las penas del joven Werther al clasicismo de sus años de madurez, pasando por sus maravillosos diarios, cartas y discursos (su Viaje a Italia es promesa de una lectura maravillosa) hasta el Fausto, su obra cumbre, donde el Romanticismo y el Clasicismo son llevados a su máxima madurez y, curiosamente, armonizados, toda la obra de Goethe parece no ser otra cosa que una escalera que no deja de ascender, y cuyo fin no podemos apreciar.
Hoy es el aniversario número doscientos sesenta del nacimiento de Goethe, más que un pilar de la cultura alemana, uno de los más importantes y sólidos de la universal. Su nombre es, hoy, casi una cifra mágica, y el solo escucharlo ya hace que uno note ese sabor peculiar que los largos años le han aliñado, con justicia. Su obra envejece y, sin embargo, no parecen sentarle nada mal las canas. Un brindis por ello, pues, y a dejar unas cuantas botellas vacías, de paso. Bien justificado está.
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