Como ando ahogado en un mar de agendas, pensé que no estaría mal pasarme un rato por estos lares y echar al ruedo un libro: la gran pregunta que faltaba contestar era cuál. A los pocos segundos, y quizá algo empujado por la última entrada, se me vino a la cabeza uno que ni Satanás podrá explicarme cómo no he invocado antes: La familia de Pascual Duarte, del ha poco mentado Camilo José Cela.
Siempre me he preguntado qué le pasa a todo el mundo (y en especial a muchos españoles) con las novelas de don Camilo: de un tiempo a esta parte, parece haber pasado del pedestal de mármol al rincón de cachivaches, y su nombre cada vez suena menos, como no sea para mencionar el tipo de literatura que "no debe hacerse". Y trato de comprender, y me arranco los pelos y me destapo la cabeza y me devano los sesos, y no lo logro. De hecho, creo que el día que tenga la suerte de conocer España voy a detenerme frente a cada busto de Cela que encuentre (creo que hay unos cuantos) y voy a recordar alguno de sus pasajes.
Y es que yo no sé cuántos estarán de acuerdo conmigo, pero creo que Cela fue uno de los escritores de prosa más intensa, dura y poética de la narrativa española. Alguna vez he echado laureles y flores al referirme a La colmena, en este mismo blog. Ahora, hablo de un libro muy distinto, menos total quizá, y que puede que peque de ser algo desigual, pero que no deja de ser una lectura que no dejo de agradecer cada vez que vuelve a mi memoria: La familia de Pascual Duarte, novela de corte realista, que es sórdida en el mejor de los sentidos (como lo será luego La colmena): en el desarrollo psicológico de sus personajes (uno, en este caso, que es Pascual Duarte), que nos obligan a poner en tela de juicio los valores de la ética para, al final, acpetar que hay que colgarlos de los talones para buscarles los piojos.
Más que urbana, suburbial. Dura y cruda, narrada con violencia y prepotencia, en voz de grito o de lamento la mayor parte de las veces. En pocas palabras, una novela con verdadera personalidad, absorbente no sólo por el personaje a cuyos andares asistimos, sino también por la secreta poesía con que está escrita. Esto no tengo ni que escribirlo, pero lo haré por si las dudas: Camilo José Cela fue un verdadero poeta en su prosa. Un genio, además, que supo articular maquinarias narrativas verdaderamente escalofriantes, portentosas, que logran dar la vuelta de tuerca exacta para generar en nosotros, sus lectores, eso que jamás pensamos que sentiríamos frente a páginas semejantes: ternura. Una ternura enfermiza, es cierto, y que convive mano a mano con el temor y la angustia. Pero ternura al fin y al cabo, y para sorpresa de todo el mundo.
Lentamente, los nubarrones del olvido parecen cernirse sobre la novela con la que Cela logró, alguna vez, revolucionar el universo literario de España. Pero, como la misma novela reza, "Hay hombres a los que se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a los que se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas". Y ese fue, desde su primera página de vida, el camino de Pascual Duarte. Para ahogarse lentamente en el polvo de los años, quizá; pero, también, para encontrar, una que otra vez, un nuevo lector que pase sus páginas lentamente y con la mirada muy fija, que al final se despedirá del bueno de Pascual agradecido y algo tembloroso, como fue mi caso.
Pero no quisiera despedirme sin antes recordar una anécdota (otra de las tantas) de Cela, esta vez en relación a La familia de Pascual Duarte, su primera novela. Cuenta don Camilo en una entrevista que, cuando se enteró de que el libro había llegado a las librerías, se fue a la más cercana y, luego de cerciorarse de que su novela estaba sobre la mesa de novedades, se quedó esperando a ver si alguien lo compraba. Al rato entra un hombre mayor, que se detiene unos momentos frente a la mesa de novedades y, ¡oh sorpresa!, toma su libro, lo hojea unos momentos y lo vuelve a dejar en el lugar donde estaba. Luego se dirige a otro lado de la librería, toma un libro de Julio César (creo que el de la Guerra Civil) y, de camino a la caja, vuelve a detenerse junto a la mesa de novedades, vuelve a hojear la novela de Cela, y se la lleva a la caja, paga, y sale con ambos libros. El joven Camilo José, emocionado, lo sigue hasta la calle, se le acerca y le pregunta si no quiere que le firme su libro. El hombre, algo atónito por la sorpresiva increpación, ve el libro que lleva consigo, la Guerra civil de Julio César, vuelve a mirar a Cela y, de pronto, sale corriendo. Claro: ¿quién, se habrá dicho, es este loco que jura ser Julio César?
Anécdotas aparte, me permitiré insistir todavía una vez más: dense una oportunidad y no dejen esta novela de lado antes de haber recorrido sus páginas. Que puede que no les guste, de acuerdo, pero vale la pena intentarlo. Al fin y al cabo, puedo asegurarles que, para bien o para mal, es una novela que merece una lectura atenta, y que es perfectamente capaz de colárseles en la médula misma de los huesos, si se andan sin cuidado. ¿Es necesario decir algo más?
Siempre me he preguntado qué le pasa a todo el mundo (y en especial a muchos españoles) con las novelas de don Camilo: de un tiempo a esta parte, parece haber pasado del pedestal de mármol al rincón de cachivaches, y su nombre cada vez suena menos, como no sea para mencionar el tipo de literatura que "no debe hacerse". Y trato de comprender, y me arranco los pelos y me destapo la cabeza y me devano los sesos, y no lo logro. De hecho, creo que el día que tenga la suerte de conocer España voy a detenerme frente a cada busto de Cela que encuentre (creo que hay unos cuantos) y voy a recordar alguno de sus pasajes.
Y es que yo no sé cuántos estarán de acuerdo conmigo, pero creo que Cela fue uno de los escritores de prosa más intensa, dura y poética de la narrativa española. Alguna vez he echado laureles y flores al referirme a La colmena, en este mismo blog. Ahora, hablo de un libro muy distinto, menos total quizá, y que puede que peque de ser algo desigual, pero que no deja de ser una lectura que no dejo de agradecer cada vez que vuelve a mi memoria: La familia de Pascual Duarte, novela de corte realista, que es sórdida en el mejor de los sentidos (como lo será luego La colmena): en el desarrollo psicológico de sus personajes (uno, en este caso, que es Pascual Duarte), que nos obligan a poner en tela de juicio los valores de la ética para, al final, acpetar que hay que colgarlos de los talones para buscarles los piojos.
Más que urbana, suburbial. Dura y cruda, narrada con violencia y prepotencia, en voz de grito o de lamento la mayor parte de las veces. En pocas palabras, una novela con verdadera personalidad, absorbente no sólo por el personaje a cuyos andares asistimos, sino también por la secreta poesía con que está escrita. Esto no tengo ni que escribirlo, pero lo haré por si las dudas: Camilo José Cela fue un verdadero poeta en su prosa. Un genio, además, que supo articular maquinarias narrativas verdaderamente escalofriantes, portentosas, que logran dar la vuelta de tuerca exacta para generar en nosotros, sus lectores, eso que jamás pensamos que sentiríamos frente a páginas semejantes: ternura. Una ternura enfermiza, es cierto, y que convive mano a mano con el temor y la angustia. Pero ternura al fin y al cabo, y para sorpresa de todo el mundo.
Lentamente, los nubarrones del olvido parecen cernirse sobre la novela con la que Cela logró, alguna vez, revolucionar el universo literario de España. Pero, como la misma novela reza, "Hay hombres a los que se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a los que se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas". Y ese fue, desde su primera página de vida, el camino de Pascual Duarte. Para ahogarse lentamente en el polvo de los años, quizá; pero, también, para encontrar, una que otra vez, un nuevo lector que pase sus páginas lentamente y con la mirada muy fija, que al final se despedirá del bueno de Pascual agradecido y algo tembloroso, como fue mi caso.
Pero no quisiera despedirme sin antes recordar una anécdota (otra de las tantas) de Cela, esta vez en relación a La familia de Pascual Duarte, su primera novela. Cuenta don Camilo en una entrevista que, cuando se enteró de que el libro había llegado a las librerías, se fue a la más cercana y, luego de cerciorarse de que su novela estaba sobre la mesa de novedades, se quedó esperando a ver si alguien lo compraba. Al rato entra un hombre mayor, que se detiene unos momentos frente a la mesa de novedades y, ¡oh sorpresa!, toma su libro, lo hojea unos momentos y lo vuelve a dejar en el lugar donde estaba. Luego se dirige a otro lado de la librería, toma un libro de Julio César (creo que el de la Guerra Civil) y, de camino a la caja, vuelve a detenerse junto a la mesa de novedades, vuelve a hojear la novela de Cela, y se la lleva a la caja, paga, y sale con ambos libros. El joven Camilo José, emocionado, lo sigue hasta la calle, se le acerca y le pregunta si no quiere que le firme su libro. El hombre, algo atónito por la sorpresiva increpación, ve el libro que lleva consigo, la Guerra civil de Julio César, vuelve a mirar a Cela y, de pronto, sale corriendo. Claro: ¿quién, se habrá dicho, es este loco que jura ser Julio César?
Anécdotas aparte, me permitiré insistir todavía una vez más: dense una oportunidad y no dejen esta novela de lado antes de haber recorrido sus páginas. Que puede que no les guste, de acuerdo, pero vale la pena intentarlo. Al fin y al cabo, puedo asegurarles que, para bien o para mal, es una novela que merece una lectura atenta, y que es perfectamente capaz de colárseles en la médula misma de los huesos, si se andan sin cuidado. ¿Es necesario decir algo más?
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