domingo, 16 de mayo de 2010

Y treinta años después... ¿la memoria?


Mañana es una fecha dolorosa para la memoria de los peruanos, pero que está allí, también, para ayudarnos a no caer en la amnesia de nuestros propios años y, con ello, en los mismos viejos errores. Creo que esa sería un tema muy hermoso para un libro: ¿cuál es el rol de la memoria? Recuerdo haber leído alguna vez uno de Agnes Heller donde se tocaba el tema, y otro de Susan Sontag cuyo maravilloso título es Ante el dolor de los demás. Título que nos cae bastante a pecho a los peruanos, porque es la bandera de nuestros recuerdos para mañana, 17 de mayo, día en que se cumplen treinta años desde que Sendero Luminoso empezase sus actividades en la sierra de Ayacucho, movilizados por ese profesor de filosofía que quiso ser la cuarta espada del socialismo, Abimael Guzmán.
Alguna vez, en este mismo blog, he atacado la censura de que es objeto Sendero Luminoso y todo aquello que se refiera a él y a sus miembros, y lo he hecho porque descreo íntima y profundamente del silencio forzado, de la patologización de las ideas (que al final recrudecen en tumores, y ahí no queda otra que temblar, salir huyendo o pegarse un tiro antes de que caiga el diluvio) y, sobre todo, del discurso ético y social moderador y autoimpuesto de un Estado que es tan o más violento y cruel que los "malos" de la película. Pero una cosa es una cosa y otra es otra: yo defenderé siempre su derecho a hablar, pero no firmaré nada de cuanto me pasen. La intolerancia siempre es un error; y, cuando echa mano de la violencia y el terror, pues muchísimo peor para todos esos humanos con "h" minúscula que están de por medio.
Memoria, pues, de tiempos terribles, en que la barbarie sembró a la barbarie para hundir al país en una cruenta guerra civil, con muertos por todas partes, olor a amenaza en las calles y fosas comunes que se iban llenando, no diré que lentamente. Un momento que nos recordó que los buenos también pegan duro, porque la respuesta de los militares y del Estado fue jugar la misma carta que sus enemigos, para terror de los que seguían estando al medio, y que sumió al Perú en una de sus más graves crisis morales y sociales. "¡Por suerte ya pasó!"
No, no... no hay que celebrar, ni sonreír siquiera. La pura verdad es que parecemos un pabellón de amnésicos y locos en el gran hospital del mundo dirigido por Kafka o por Cela. La bandera de la paz que ondea sobre los Andes está manchada de sangre, y Sendero Luminoso sigue en actividad, pese a que su líder esté encerrado, y ahora se habla en algunos círculos de los "terrores" del narcoterrorismo (de los que aún no estoy tan enterado como para asegurar que espanten de verdad; no vaya a ser otro de esos cuentos para asustar a los niños que se inventa el Estado). Además, hay otras cosas, de las que se habló mucho y subiendo la voz a tono de grito en su momento, y que ya no se comentan más: ¿qué pasó con Bagua y sus montones de desaparecidos, los alzados muertos incinerados y fondeados en los ríos? ¿Qué se hizo de aquella misión, realizada en esos mismos años (hay quien dice por ahí que para "tapar" un poco lo de Bagua), en que los miembros del ejército arrasaron con los pequeños grupos senderistas, que si discutían mucho y se pasaban los contratos para el comercio de drogas por encima de la mesa, en el fondo no hacían nada más terrible que sentarse a tomar un café y soñar con tiempos "mejores"? La violencia, señores, se sigue sirviendo caliente en nuestras picanterías.
No dudo que la memoria tiene mucho que hacer en nuestras vidas. Pero recordar es también un cáncer necesario, una cicatriz que nos puede ayudar a prevenir todas esas cosas que ya nos han pesado bastante. Claro que esto es sólo un punto de vista personal, que parece pecar de esperanzado. En el fondo, sé que la violencia va a seguir allí, fatal y necesariamente. La esperanza me parece inconcebible, pero sí creo que nuestra actitud hacia todas estas cosas es, todavía, capaz de dar un paso que no sea el de la cirugía estética para borrar la sombra que nos han dejado las heridas, con el veneno aún bajo la piel. Sentémonos, pues, con un café, y recordemos mientras el humo se suspende ante nuestros ojos, o sale lentamente por la ventana, a recorrer otros vientos.

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