¿Por qué decir una segunda palabra al respecto? Pues por un motivo muy sencillo: cuando escribía la nota anterior, comentando el merecidísimo premio Nobel que se ha llevado a casa Mario Vargas Llosa, escribía contra el reloj mientras esperaba que, en cualquier momento, sonara mi celular para que me avisaran que ya habían llegado por mí para ir a tomar un vuelo a Tarapoto. Pero dejar las cosas para después y evitar la fatiga no era una opción: había que decir algo ya. Y, como eso no evita que pueda decir otro algo ahora, pues aquí estoy, escribiendo de nuevo.
Claro que lo básico ya lo dije: lo profundamente emocionado que estoy por la noticia y, al paso, el par de "peros" que había que dejar sobre la mesa, no por ser el aguafiestas de la celebración, sino porque en espacios como este hay que decir las cosas como a uno le parece que tiene que decirlas en el momento en que las escribe. Bien: esta es mi apología, supongo. Pasemos a lo que de verdad importa.
Pese a que los premios no lo son todo, y que la Academia Sueca se ha equivocado muchas veces (la inclusión de nombres como los de Gabriela Mistral y la exclusión de algunos como Tolstoi, Borges, Proust, Joyce o Sábato -que además sigue con vida- es muestra de ello), me sigue apasionando enterarme, año tras año, del nombre del nuevo elegido. El Premio Nóbel de literatura sigue siendo una mención más que honrosa, un aplauso merecido a los hombres que, de un modo u otro, y siempre a través de las palabras, han entrado a formar parte de la vida de todos nosotros. Y, lo voy a volver a decir, ¿acaso no merecía Vargas Llosa un reconociemiento semejante? Más allá de lo que muchos puedan pensar sobre sus pareceres y opiniones públicas, políticas, sociales o literarias, están esos monumentos vivos, que siguen respirando con el mismo vigor de siempre, que son sus novelas. Múltiples, vertiginosas, magníficas, sólidas y, a menudo, adictivas.
Ahora bien: que conste que este es el comentario de alguien que nunca ha sido un fanático de Vargas Llosa. No he leído todas sus obras, y estoy seguro de que moriré sin haber recorrido cada una de sus novelas. Tampoco tengo sus libros en mi lista de cabecera, ni nada. Y, sin embargo, tengo todos estos piropos para echarle. ¿Cuánto vale, entonces, este brindis? Yo me encojo de hombros y dejo caer la ceniza. Sigo tan emocionado como antes, y no bajo la copa (aunque claro que esta vez es una copa simbólica, porque no tengo una a mano).
¿Queda algo que agregar? Supongo que esto: que una de las cosas que a mi, personalmente, más me gustan de la obra de Vargas Llosa es esa forma en que nos invita a vivir la experiencia literaria. Que en sus novelas cobra un grado de totalidad que pocos autores de nuestros tiempos saben manejar con tamaña destreza. En otras palabras, que Vargas Llosa es un recordatorio muy especial, muy suyo, de eso que decía Herder: que el lenguaje está vivo y en constante transformación, tomando parte en nuestras vidas al punto que éstas y aquél son inseparables.
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