Alemania, 1933: el partido Nazi ha echado a andar el mecanismo de su compleja y formidable maquinaria propagandística, y se ha llamado a los autores a tomar parte en el asunto. Creaturas gigantescas e imponentes empiezan a forjarse, entre ellas las producciones cinematográficas de Leni Riefenstahl. Pero no todo sucede como Goebbels y su muchachada querrían que sucediera. El de 1933 es también el año en el que un escultor y fotógrafo llamado Hans Bellmer decide empieza a confeccionar una obra llamada La muñeca, escultura de 1 metro con 40 que muestra a una mujer desnuda a la que se han articulado torsos y extremidades de más. Cosa que no le gustó mucho a la gente del Reich, que la calificó de "degenerada". El autor, entretanto, abandonaba Alemania e iba camino hacia Paris, donde entraría en contacto con los surrealistas. Se había propuesto crear un monstruo humano para llamar a la gente a despertar, y eso es algo que los hombres de Hitler no le perdonarían.
La estética de Hans Bellmer es de las del tipo crudo, vomitivo, desgarrador, sórdido y fascinante. Cada una de sus obras consigue tener ese efecto hipnótico sobre el espectador: sencillamente, no puedes quitarle los ojos de encima mientras, del otro lado, tu propia existencia se revuelve, cuestionándose. Miembro de la misma especie a la que pertenecen fotógrafos como Witkin o Araki, de los que ven en el arte un tour de force con navajas en las paredes y en el suelo, Bellmer lo resumió todo muy bien al decir que su obra era escandalosa porque, para él, el mundo era un escándalo (y tenemos buenos motivos para seguir creyéndolo).
En sus obras, el cuerpo se desfigura, fragmentándose y tomando formas grotescas a medida que va afinándose la mirada crítica de su autor. Como él mismo lo dijo alguna vez, lo suyo era un llamado a la oscuridad que se agita en el fondo de nuestras existencias, en las cloacas del universo mal llamado racional. Todo es cuerpo, materia, mutilación y náusea. Y al que no le guste, que no cierre los ojos. El llamado de lo oscuro, por muy terrible que sea, exige una respuesta.
Maestro de lo visceral, Bellmer es uno de los artistas más complejos del siglo pasado. En sus manos, el erotismo, la plasticidad, la reflexión sobre la materia y el cuerpo han sido víctimas de una vuelta de tuerca que los funde en un sólido y duro cuestionamiento por la humanidad. Cuestionamiento que, dicho sea de paso, no podemos dejar de plantearnos.
La muñeca de Hans Bellmer. Cruda y magistral. |
2 comentarios:
Nos llegan a diario imágenes(cuerpos auténticos) en los telediarios que impactan menos que estos "trozos de cuerpos" fragmentados, divididos, humanos en su dramatismo que otorgan al arte su cualidad más importante: Conmover. Enhorabuena por el blog, un saludo
Siempre he pensado que es muy raro eso de que nos gusten las cosas precisamente porque nos golpean con fuerza.
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