Ya había escuchado por ahí que muchos planeaban dar fin a las corridas de toros en algunos lugares de España. Ahora, leo en la página de El País (curiosamente, en la edición de mañana, 16 de marzo) una nota bastante interesante de nada más ni nada menos que Fernando Savater, que se vale de la posiblemente cercana prohibición de las corridas en Cataluña para dar un largo comentario, crítico y argumentativo, a favor de la Fiesta Brava. (Supongo que a esta altura cualquiera que siga regularmente este blog se habrá dado cuenta de que estoy a favor de las corridas, ¿no? Lo que no me impide ser, y más de alguno dirá que contradicotriamente, un fuerte defensor de los derechos de los animales).
Bien. De la lista de campos desde los que Savater prueba su apología, el más llamativo debe ser ese que es, desde hace ya mucho, su especialidad: la ética. Y, en este caso, la ética en tanto que relacionada a nuestro comportamiento moral para con los animales, más allá de si se trata de toros o no. A ver si él se hace entender por sí mismo:
"De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular. ¿Que no sería hoy admisible iniciarlas? Imaginemos si aceptaríamos con los valores vigentes empezar a criar animales para alimentarnos con ellos. Me parece estar oyendo a quienes contemplasen corretear a unos pollos o a unos terneros: "¡Qué ricos son! ¿Verdad? Me refiero a que parecen sabrosos...". Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos".
Ahora hagamos lo nuestro, resaltemos dos o tres ideas, y veamos qué hacemos con ellas. Creo que nadie con dos dedos de frente puede dejar de reconocer que Savater tiene algunos puntos. El gran asunto de fondo en todo este debate moral es, efectivamente, el que cuestiona acerca de si es lícito maltratar y matar a un animal sólo para la diversión de unos cuantos seres humanos. Bien, ahora vayamos por puntos.
En primer lugar, hay que darle la razón a Savater en un punto clave de su exposición: si se acusa a los aficionados por el sadismo y el morbo de su sentido de la diversión, pues hay que sacar a relucir ese argumento: si fuese realmente el morbo el que los llevase a los ruedos, entonces no estarían allí, sino observando a las gallinas ponedoras en sus jaulillas, medio desplumadas y sucias, aplastadas entre más aves de las que su recinto puede albergar; o visitarían a los vendedores de pieles y les pedirían el número de sus proveedores, a ver si pueden ganarse con el espectáculo de cómo se le arranca la piel a una foca bebé o a un mapache mientras el animal sigue con vida (para que no se contraigan los músculos y se estropee la calidad de la piel). ¿Las cosas como son? Si: como son. No voy a negar que hay alguna dosis de sadismo en la Fiesta Brava, pero se acerca siquiera al grado de sadismo en el que se fundamenta gran parte de nuestra alimentación, vestimenta, medicina, etc. ¿Que todo eso es útil? Claro, para nosotros los humanos, y no para las pobres bestias que sólo por andar más indefensas que nosotros se las ven verdes cuando las queremos incluir en nuestros sistemas de vida. Y para todo aquel despotrica contra las corridas sin haber pisado jamás un camal o un matadero, yo que lo he hecho se los digo: de ser un toro, preferiría mil veces recibir la muerte en la arena que en sus oscuros y sangrientos recintos, donde hay mucho más que padecer. Así que no saquen a relucir el argumento de la dignidad del animal: los animales, hasta donde sabemos, desconocen el significado de algo tan absurdo como la palabra "dignidad"; esa es una estupidez que sólo padecemos los humanos, y en nombre de la cual se ha cometido más de una aberración. Y, si aceptamos ese argumento, de todos modos sería mucho más digno para el animal morir en la gloria del ruedo que entre el silencio y las torturas de un matadero, ¿no lo creen?
Bueno, esto ya se pone un poco largo. Me guardaré de seguir con mis comentarios, pero no sin antes dejar un último argumento, definitivo, para que todos los que se declaran como amantes de los animales: el que nunca halla pisado una cucaracha, aplastado una mosca o dejado algo de veneno para ratas en un rincón del hogar, que lance la primera piedra.
Para leer la nota de Fernando Savater en El País, entra a esta dirección: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Rebelion/granja/elpepiopi/20100316elpepiopi_11/Tes
Bien. De la lista de campos desde los que Savater prueba su apología, el más llamativo debe ser ese que es, desde hace ya mucho, su especialidad: la ética. Y, en este caso, la ética en tanto que relacionada a nuestro comportamiento moral para con los animales, más allá de si se trata de toros o no. A ver si él se hace entender por sí mismo:
"De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una práctica secular. ¿Que no sería hoy admisible iniciarlas? Imaginemos si aceptaríamos con los valores vigentes empezar a criar animales para alimentarnos con ellos. Me parece estar oyendo a quienes contemplasen corretear a unos pollos o a unos terneros: "¡Qué ricos son! ¿Verdad? Me refiero a que parecen sabrosos...". Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos".
Ahora hagamos lo nuestro, resaltemos dos o tres ideas, y veamos qué hacemos con ellas. Creo que nadie con dos dedos de frente puede dejar de reconocer que Savater tiene algunos puntos. El gran asunto de fondo en todo este debate moral es, efectivamente, el que cuestiona acerca de si es lícito maltratar y matar a un animal sólo para la diversión de unos cuantos seres humanos. Bien, ahora vayamos por puntos.
En primer lugar, hay que darle la razón a Savater en un punto clave de su exposición: si se acusa a los aficionados por el sadismo y el morbo de su sentido de la diversión, pues hay que sacar a relucir ese argumento: si fuese realmente el morbo el que los llevase a los ruedos, entonces no estarían allí, sino observando a las gallinas ponedoras en sus jaulillas, medio desplumadas y sucias, aplastadas entre más aves de las que su recinto puede albergar; o visitarían a los vendedores de pieles y les pedirían el número de sus proveedores, a ver si pueden ganarse con el espectáculo de cómo se le arranca la piel a una foca bebé o a un mapache mientras el animal sigue con vida (para que no se contraigan los músculos y se estropee la calidad de la piel). ¿Las cosas como son? Si: como son. No voy a negar que hay alguna dosis de sadismo en la Fiesta Brava, pero se acerca siquiera al grado de sadismo en el que se fundamenta gran parte de nuestra alimentación, vestimenta, medicina, etc. ¿Que todo eso es útil? Claro, para nosotros los humanos, y no para las pobres bestias que sólo por andar más indefensas que nosotros se las ven verdes cuando las queremos incluir en nuestros sistemas de vida. Y para todo aquel despotrica contra las corridas sin haber pisado jamás un camal o un matadero, yo que lo he hecho se los digo: de ser un toro, preferiría mil veces recibir la muerte en la arena que en sus oscuros y sangrientos recintos, donde hay mucho más que padecer. Así que no saquen a relucir el argumento de la dignidad del animal: los animales, hasta donde sabemos, desconocen el significado de algo tan absurdo como la palabra "dignidad"; esa es una estupidez que sólo padecemos los humanos, y en nombre de la cual se ha cometido más de una aberración. Y, si aceptamos ese argumento, de todos modos sería mucho más digno para el animal morir en la gloria del ruedo que entre el silencio y las torturas de un matadero, ¿no lo creen?
Bueno, esto ya se pone un poco largo. Me guardaré de seguir con mis comentarios, pero no sin antes dejar un último argumento, definitivo, para que todos los que se declaran como amantes de los animales: el que nunca halla pisado una cucaracha, aplastado una mosca o dejado algo de veneno para ratas en un rincón del hogar, que lance la primera piedra.
Para leer la nota de Fernando Savater en El País, entra a esta dirección: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Rebelion/granja/elpepiopi/20100316elpepiopi_11/Tes
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