Para variar, llegando tarde a celebrar la fiesta. Pero hay que ser comprensivos: tomando en cuenta el infierno de agendas en el que he estado hundido últimamente, no parecía quedar de otra. Además, que lo importante es que llegamos en algún momento, ¿no?
En fin, señores, que hace cuatro días tuvo que haber sido celebrado el segundo aniversario del Café de Desencuentro, este espacio que todos agradecemos a dios haber abandonado hace mucho para dejarlo a merced de divinidades más llamativas. Dos años que se han marchado fugaces, con mil y un pretextos para volver, una y otra vez, a caer por estos lares, ya fuera por los libros, la música, el cine, la filosofía, el tedio o alguno que otro tema sobre el que, en su momento me pareció que tenía ganas de decir algo.
Dos años en los que me he dado el lujo, de un modo u otro, de montar mi propia barra en este espacio virtual (del que tan poco entiendo) y esperar allí a los visitantes, con algo que decir (banal o no) en los labios, o en las teclas, o en los sonidos, o en lo que fuera. ¡Y vaya rinconcito! Que ha crecido mucho, hay que decirlo, desde ese 7 de diciembre del 2008 en que yo, pobre y cándido, lo abrí en una cabina de internet en Buenos Aires: desde entonces, contenidos y temas han pasado como los vientos, se han levantado una que otra disputa, han corrido comentarios, han ido multiplicándose los lectores y, de paso, se han entablado amistades. Oigan, que esto no me dará un centavo, pero me da otras cosas que, quizá, son tanto o más importantes. Y, entre tantas cosas, la posibilidad de pronunciarme, de homenajear y de criticar, de poner las letras sobre la mesa y, en fin, de ir armando algo que de verdad disfruto hacer. Y, claro está, tomándome las libertades que me plazcan.
No tengo el menor interés en hacer un manifiesto, o una carta abierta, o de dar explicaciones. Sólo doy unos pocos párrafos para celebrar el ritual del aniversario. Y, como todos los rituales, que este se haga con una copa en alto, carajo. A ver quién me sigue el brindis: ¡Salud!
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