Recuerdo que hubo un tiempo en que joven fui y leí con desmedido fervor a García Márquez. ¿Cien años de soledad? ¡Una nueva forma de reconstruir el universo! A través de la magia, de la tradición y de una imaginación que no tenía por qué conocer límite alguno, y que podía echar mano de lo sórdido con el mismo derecho con que lo hacía de lo infantil. O, si prefieren, podemos encontrar en el mismo libro ese capítulo formidable (mi parte favorita de toda la novela) donde se narra la masacre en la plaza y, luego, cómo los cadáveres son llevados en el tren para hacerlos desaparecer; y, de otro lado, ese maravilloso relato acerca de cómo Remedios la Bella parte a volar repentinamente. Sangre y magia. Una obra maestra.
Recuerdo que, en el correr de aquellos años (entre mis nunca tan tiernos quince y dieciocho abriles) leía los libros de García Márquez con fervor casi religioso. Pero llegó un momento en que algo se perdió. Cuando traté de volver a leer Cien años de soledad, que hasta entonces había sido para mí casi una Biblia, algo ya no funcionaba como debía hacerlo. ¿Qué les había pasado a esos Buendía y a sus enlaces y desenlaces? ¿Qué al maravilloso y terrible Macondo? Hasta el día de hoy, me sigo haciendo esas preguntas. Aunque más de una vez traté de responderlas, jamás llegué a una respuesta que me dejase satisfecho. ¿Sería mi natural repudio por las lecturas políticas? Porque, leída de cierta manera, la historia de Macondo y los Buendía es un panfleto político (qué repulsiva idea... convertir la magia en militancia ideológica). Pero no sé si eso baste... ¿Es que acaso ha envejecido la novela? No lo sé. Y quizá García Márquez tampoco lo sepa: él mismo ha reconocido en más de una ocasión no conocer mucho ese libro.
¿Qué puedo decir, ahora que he pasado la Gabomanía, en favor de García Márquez? Que es uno de los grandes narradores de fines del siglo pasado, ciertamente; y que ha escrito algunas de las grandes novelas de esta parta del mundo. No seré yo quien diga que hay que retirar Cien años de soledad de su canon, pero sí quiero compartir la intuición de que ese libro podría ser olvidado de repente, y sin que nadie termine de explicarse muy bien el por qué. En cambio, creo que su mejor libro (y eso lo he pensado siempre, desde que lo leí por primera vez, y relegando los Cien años de soledad a otro escalón) es esa maravilla, de narración realmente limpia y perfecta, que lleva por título Crónica de una muerte anunciada. Funciona con la precisión de un motor de carreras, y en sus efectos... no hay otra forma de decirlo: es Goma 2. Pero, si a alguien le interesa saberlo, ése, aunque lo considere el mejor de los que ha escrito, no es mi libro favorito de García Márquez. Ese puesto se lo reservo a otro, a ese abrazo entre la perversión y la ternura que es Del amor y otros demonios. Y ya se los digo: ego dixi.
¿Cien años de soledad? Bueno, después de tantos años, creo que puedo hacer mío el comentario de Borges (y con su perdón): que de los cien, los primeros cincuenta están bastante bien. Claro que yo diría que los que están bien son los cincuenta últimos, pero en fin...¡Ah! ¡Y cómo olvidar el celebradísimo El amor en los tiempos del cólera! Imagino que alguno estará pensando en cómo podría omitir un libro como ése... pero es que a mí me pareció sinceramente aburridísimo. Ojo, que eso no significa que sea un mal libro: a nivel técnico, está muy bien (no tanto como la Crónica, pero ese es otro asunto). Pero ya lo digo: a mí no me gustó. Seguramente es mi culpa, y he perdido la vena garcíamarquista, o se me ha podrido la sangre, o la psoriasis se me mete en el cerebro, o qué se yo. Lo que digo es que ése no seré yo quien lo recomiende.
¿Soy un crítico justo? Yo preguntaría, primero, si los hay... pero en fin. Al que le sirvan mis palabras, allá él. Y no se me acuse de atacar a un grande como García Márquez, que nunca fue mi intención hacerlo: sólo soy un pobre lector que, por esas cosas del destino, opina un poco y dice lo que piensa. Y yo, que no brindo por cualquiera, sí que voy a hacerlo por García Márquez, y con la copa bien en alto.
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