Un buen motivo para vender mi alma al diablo como un Fausto cualquiera sería poder sentarme a charlar, whiskey de por medio, con Lawrence Ferllinghetti. Que no sólo es un poeta de los más talentosos de cuantos han pisado el continente americano, autor de versos que fluyen como agua o vino y que brillan con una luz propia, únicos dentro del panorama de la generación beat, sino que también es un verdadero testigo de un siglo tan terrible como lo fue el XX. Casi puedo verlo frente a mí, llevándose una mano al mentón mientras evoca, entre el humo de los cigarrillos y sorbos de whiskey, aquella legendaria noche del desembarco en Normandía, cerca del fin de la Segunda Guerra Mundial, o su visita a las ruinas de Nagasaki apenas pasadas seis semanas de la bomba atómica; o reconstruyendo sus conversaciones con personajes como Burroughs, Gisnberg o Giorno, o con su buen amigo Bukowski, que fue buen amigo suyo, pese a que en general el poeta de Los Ángeles despreciase a los beat. O, por qué no, comentando sus viajes con The Band, en cuyos conciertos salía de cuando en cuando a recitar un poema o dos.
Hoy, Ferlinghetti tiene 91 años: casi un siglo de vida entre los bastidores de la vida cultural e intelectual de un mundo que parece estar cada vez más hundido en su propio cáncer, devorándose a sí mismo como una célula enferma. Y, sin embargo, el hombre sigue sonriendo, plantando su mejor carcajada frente a los escenarios más devastadores, consciente de que el humor es, a menudo, el mejor lenguaje para lo crítico y lo profético. Cada uno de sus versos hiere como una bala; un poema es un tiroteo, en el que nosotros, los pobres lectores, agonizamos entre risas, temor y esa sensación indescriptible que sólo puede generarnos la buena poesía.
Pero en el caso de Ferlinghetti, como en el de Baudelaire o nuestro contemporáneo Leopoldo María Panero, el ser poeta es asumir un compromiso existencial con uno mismo: implica encarar la realidad, al mundo, con una mirada que lo absorba. Como él mismo lo dice: "If you would be a poet, create works capable of answering the challenge of apocalyptic times, even if this meaning sounds apocalyptic". E, insistiré, siempre podremos agradecer que a esto sume su sentido del humor, tan preciso, y su sentido del buen arte, tan precioso.
Estas palabras, pues, quedan escritas como una invocación. Los versos de Ferlinghetti son uno de los universos poéticos más inesperadamente fascinantes a los que podamos acceder: a menudo, hace falta una segunda, y a veces hasta una tercera lectura, para notar hasta dónde podría llegar el pozo; la primera lectura, normalmente, sólo nos revela que esa profundidad existe. ¿Cuánto hay que pagar, Ferlinghetti, para llegar a tus puertas y sentarse a oír tu voz recorriendo los tiempos, deteniéndose inesperadamente para sacar a brillar un verso desdichado y hermoso? Vaya uno a saberlo... Entretanto, seguiré, pues, con una página tuya, el vaso de whiskey con tres hielos y la voz de tus palabras perdiéndose en un lugar que no termino de descifrar si es la oscuridad o si es la aurora.
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