Basta con volver la vista unos instantes para ser víctimas del vértigo: nuestros pasos se pierden en la maleza del tiempo, de siglos y siglos en los que todo ha ido cambiando. Como decía Heráclito, uno no puede descender al mismo río dos veces, porque ya las aguas han cambiado, lo mismo que la persona. La metamorfosis, en este sentido, es una condición de la existencia: todo fluye, cambia, muta.
Mutaciones de Venus (que toma su nombre de unos versos del poeta Terralla y Landa, del siglo XVIII) es un atisbo de esta realidad en movimiento, pero que centra su mirada sobre uno de sus protagonistas: la infinita mujer. Que se desnuda, aquí, como una suma de ecos y susurros; como una imagen cuya sombra es, en realidad, una larga memoria de formas de vida que se sobreponen las unas a las otras, complementándose. Y Mutaciones de Venus traduce esto en imágenes: la fotografía como documento vivo de la realidad se encuentra con la mirada de la artista, que la convierte en un velo que guarda detrás un sinfín de imágenes que son, a su vez, la máscara y el rostro, el disfraz y la persona.
Esta muestra, pues, es una reflexión sobre esta metamorfosis, en cada uno de cuyos capítulos la mujer ha tenido que ser consciente de sí misma para gustar, al otro y a sí misma, conocer su propia integridad ante la mirada ajena como ante el espejo. Siluetas, vestidos y adornos no son sino las capas que conforman a ese ser que sigue sabiéndose carne y espíritu, persona y objeto, diosa y súcubo. ¿Cuál es el sentido de preguntar por la verdadera intimidad de la mujer? Quizá, después de encarar las Mutaciones de Venus, notar lo que hay que dejar atrás y atenerse a las formas y a los cuerpos por sí mismos, a ese corazón donde se encuentran juntas la madre, la amante y la niña, cantando a coro.
2 comentarios:
SANTIAGO:
Es una lástima que no pueda ir…
Lo mismo me pasó con el recital de poesía erótica que comentabas tú. En fin, que la geografía es así de cabrona.
Por cierto, qué bueno que te halla gustado lo de Eielson.
Saludos
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