Siempre me he planteado que, algún día, no sólo me gustaría, sino que tengo que escribir un libro sobre Goethe. ¿Qué quieren que les diga? Un autor tan infinito, tan dispuesto al streap-tease hermenéutico, que puede ser analizado desde tantos ángulos (no sólo desde el enfoque literario, sino también el histórico, el filosófico, el psicológico... ¡hasta el científico, por si faltase algo!) siempre tiene un nuevo rostro que mostrarnos, algo más que se puede decir de él. Y es que si algo no puede decirse de Goethe, es que fuese un vago: en los ochenta y pico de años que vivió, no dejó de escribir, relegando todo lo demás (sus funciones administrativas en Weimar, la dirección de los grupos de teatro, los viajes, la vida social, los affairs amorosos con las jovencitas) a un lugar absolutamente secundario. Lo primero era su obra, y se convirtió en un gigante, al punto que el resto de la literatura y aún la cultura y la filosofía alemanas se han desarrollado, en gran medida, desde la parcela de tierra que cubre su sombra. Bueno, cierto que no fue sólo él quien construyó su prestigio como Escritor de la Nación. Cierto que a esto contribuyó, también, Bismarck, que erigió su silueta como la cima de la cultura alemana entre las diversas medidas que tomó para llevar a cabo la Unificación; en gran medida, además, porque Goethe mismo había sido el primero en plantear la posibilidad de tal Unificación.
Pero no hay que olvidar, también, que Goethe ya era una leyenda en vida. No sólo por la fama de su Werther, que llegó a todos los rincones de Europa, e influyó sobre personalidades tan distintas como pueden serlo Byron, Leopardi y Napoleón, sino también por sus poemas, sus obras de teatro y sus otras novelas, más su prestigio como investigador de temas científicos, históricos, artísticos y filosóficos, que tuvieron tanta influencia sobre pensadores como Schopenhauer, Hegel, los hermanos Schlegel y un largo etcétera. Hasta Novalis, que lo despreciaba, escribió su Heinrich von Ofterdingen como reacción, y bajo influencia de, el Wilhelm Meister.
Por si faltase algo, y alguno siguiese pensando que todo esto no hace de Goethe algo especialmente distinto, pueden seguirse citando sus actividades: promovió e introdujo en Alemania, al lado de su amigo J. G. Herder, las obras de Shakespeare; construyó las bases de lo que luego pasaría a llamarse el Romanticismo; fue el autor más importante (y famoso) del Sturm und Drang; escribió y publicó diarios que influirían ya no sólo sobre los románticos, sino que marcarían una nueva fase literaria conocida hoy como "clasicismo alemán"; sería evocado de nuevo por los expresionistas; y, hasta el día de hoy, su obra sigue siendo revalorada, reinterpretada e idolatrada, y miles de artistas lo han convertido en santo patrón de su propio quehacer creativo. Y que conste que no hemos dicho nada todavía sobre el Fausto, ese libro que empezó a escribir a los dieciocho y que no daría por terminado sino hasta el mismo año de su muerte, y que es una de las obras más complejas, totales y fértiles que se han escrito alguna vez.
Muchos saben que soy un profundo germanófilo. Sueño con aprender alemán (espero lograr tan difícil empresa algún día), y me paso los años volviendo, una y otra vez, a los escritores, la historia y el arte alemanes. Pocos países han conocido procesos culturales tan abrumadioramente complejos (hace unos días empecé a leer Los Budenbrook, de Thomas Mann, que refleja un poco estos procesos, y me encanta), y la figura de un hombre como Goethe... pues ni qué decir: se clava en el centro de los mismos, con toda la influencia que tuvo tras su muerte y toda la importancia, la cultura y la preocupación que tuvo en vida.
Ya pueden ver que esta nota no es más que una larga carta de amor, de mí a Goethe. Una larga serie de brindis, de paso, hasta agotar tres o cuatro botellas. Comprenderán, pues, que quiera algún día escribir más, y en otro lugar, con más dedicación, orden y escritunio, sobre él. Y, de paso, les abro la puerta a todos los que quieran unirse a este viaje. Puedo asegurarles que las sorpresas no faltarán.
En la imágen, Goethe, tal y como lo retrató (famosamente) su amigo el pintor Tischbein durante el viaje que el poeta realizó a Italia.
Pero no hay que olvidar, también, que Goethe ya era una leyenda en vida. No sólo por la fama de su Werther, que llegó a todos los rincones de Europa, e influyó sobre personalidades tan distintas como pueden serlo Byron, Leopardi y Napoleón, sino también por sus poemas, sus obras de teatro y sus otras novelas, más su prestigio como investigador de temas científicos, históricos, artísticos y filosóficos, que tuvieron tanta influencia sobre pensadores como Schopenhauer, Hegel, los hermanos Schlegel y un largo etcétera. Hasta Novalis, que lo despreciaba, escribió su Heinrich von Ofterdingen como reacción, y bajo influencia de, el Wilhelm Meister.
Por si faltase algo, y alguno siguiese pensando que todo esto no hace de Goethe algo especialmente distinto, pueden seguirse citando sus actividades: promovió e introdujo en Alemania, al lado de su amigo J. G. Herder, las obras de Shakespeare; construyó las bases de lo que luego pasaría a llamarse el Romanticismo; fue el autor más importante (y famoso) del Sturm und Drang; escribió y publicó diarios que influirían ya no sólo sobre los románticos, sino que marcarían una nueva fase literaria conocida hoy como "clasicismo alemán"; sería evocado de nuevo por los expresionistas; y, hasta el día de hoy, su obra sigue siendo revalorada, reinterpretada e idolatrada, y miles de artistas lo han convertido en santo patrón de su propio quehacer creativo. Y que conste que no hemos dicho nada todavía sobre el Fausto, ese libro que empezó a escribir a los dieciocho y que no daría por terminado sino hasta el mismo año de su muerte, y que es una de las obras más complejas, totales y fértiles que se han escrito alguna vez.
Muchos saben que soy un profundo germanófilo. Sueño con aprender alemán (espero lograr tan difícil empresa algún día), y me paso los años volviendo, una y otra vez, a los escritores, la historia y el arte alemanes. Pocos países han conocido procesos culturales tan abrumadioramente complejos (hace unos días empecé a leer Los Budenbrook, de Thomas Mann, que refleja un poco estos procesos, y me encanta), y la figura de un hombre como Goethe... pues ni qué decir: se clava en el centro de los mismos, con toda la influencia que tuvo tras su muerte y toda la importancia, la cultura y la preocupación que tuvo en vida.
Ya pueden ver que esta nota no es más que una larga carta de amor, de mí a Goethe. Una larga serie de brindis, de paso, hasta agotar tres o cuatro botellas. Comprenderán, pues, que quiera algún día escribir más, y en otro lugar, con más dedicación, orden y escritunio, sobre él. Y, de paso, les abro la puerta a todos los que quieran unirse a este viaje. Puedo asegurarles que las sorpresas no faltarán.
En la imágen, Goethe, tal y como lo retrató (famosamente) su amigo el pintor Tischbein durante el viaje que el poeta realizó a Italia.
3 comentarios:
Es uno de esos autores inmortales a los que hay que volver periódicamente; más que nada para no perder perspectiva. Ahora, cuánto daño ha hecho "Werther" a esa legión de inconscientes románticos que siempre se creyeron mejores de lo que eran... Y eso que Goethe era bastante cabroncete...
Por no mencionar a todos esos enamorados que, en solitario o en pareja, decidieron que quitarse la vida era la mejor decisión después de leer ese libro. El "Romantic-style".
... Almas de pollo...
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