Voy a ser franco con todos ustedes desde el comienzo: yo no sé cuáles seguirán siendo los verdaderos alcances de la epistemología tal y como la conocemos. En palabras más sencillas, que el debate filosófico acerca del orígen y naturaleza de los conocimientos podría estar a punto de encontrarse en un doble camino hacia el callejón cerrado o hacia toda una nueva teoría que, de hecho, ya no es el tipo de filosofía al que estamos acostumbrados cuando hablamos de "epistemología". Y esto que digo no se basa en meras indagaciones y suposiciones personales, no: creo que desde el desarrollo de filosofías como las de Davidson (cf. El mito de la subjetividad) hasta textos más actuales, como los de Blackburn, Churchland o Fodor, el estudio del conocimiento como tal está cada vez más ligado a otros de intersubjetividad, hermenéutica y, en primer plano, los estudios sobre la mente que emprende, precisamente, la filosofía de la mente.
Claro que podría estar tomando un mal punto de partida: ¿por qué hacer una separación tan brusca entre epistemología y filosofía de la mente? Bueno, eso es sólo una estrategia. No se trata de que una teoría cancele a la otra, sino que mi punto es que, poco a poco, la segunda va a integrar a la primera, como de hecho ha venido haciéndolo en los últimos años de debate entre filósofos.
¿Las ventajas? Bueno, creo que los estudios de neurociencias tal y como van desarrollándose hasta el momento son un valle muy fértil, y empiezan a permitirnos una comprensión, todavía temblorosa, pero cada vez más afirmada, del funcionamiento del cerebro. Y, dado que los fenómenos del conocimiento (la mente, los sentidos, los procesos de razonamiento, etc.) se producen en el cerebro, los problemas relacionados a ellos podrían tener un mejor campo donde crecer y desarrollarse en la forma más explicativa posible dentro del marco de trabajo de esta filosofía en particular que es la de la mente.
Pero eso sí: no caigamos en los errores que podemos evitar. Plantear la desaparición de la epistemología clásica, al estilo reflexión-debate tal y como se ha venido planteando desde hace siglos, con sus ventajas y desventajas, sería ridículo, y hasta contraproducente. Ninguna disciplina, ninguna estrategia, tiene por qué desaparecer sólo porque un grupo opine que debe hacerlo. Esta es, insisto, sólo una opinión: que la filosofía de la mente tiene un alcance en cuanto a los problemas de la epistemología de los que ninguna otra rama de la filosofía puede prometerle.
Bien vista, la filosofía de la mente es un tipo de filosofía muy pertinente al siglo que nos ha tocado vivir: el desarrollo de los estudios en neurociencias, de la mano con el camino realizado por la filosofía y la psicología, son garantía de un resultado, como mínimo, interesante. A mí, en particular, me llama mucho la atención todo el debate, tanto por sí mismo como por el tipo de herramientas que puede prestar a otras áreas de trabajo como son la fenomenología (en su etapa post-husserliana y sin esencialismos ni nada parecido) y el existencialismo.
No quisiera cerrar esta nota sin recordar, de pasada, ese sabio aforismo de Wittgenstein (Sobre la certeza) en el que nos recuerda que el lenguaje es una caja de herramientas. Bueno, pues lo mismo pasa con el conocimiento: se trata de hacerse con un arsenal de herramientas críticas que nos permitan, todavía, dar otro vuelco al asunto, aunque no sepamos con qué objetivo, pero con toda la entrega del mundo. La filosofía, de todos modos, es apasionante.
Claro que podría estar tomando un mal punto de partida: ¿por qué hacer una separación tan brusca entre epistemología y filosofía de la mente? Bueno, eso es sólo una estrategia. No se trata de que una teoría cancele a la otra, sino que mi punto es que, poco a poco, la segunda va a integrar a la primera, como de hecho ha venido haciéndolo en los últimos años de debate entre filósofos.
¿Las ventajas? Bueno, creo que los estudios de neurociencias tal y como van desarrollándose hasta el momento son un valle muy fértil, y empiezan a permitirnos una comprensión, todavía temblorosa, pero cada vez más afirmada, del funcionamiento del cerebro. Y, dado que los fenómenos del conocimiento (la mente, los sentidos, los procesos de razonamiento, etc.) se producen en el cerebro, los problemas relacionados a ellos podrían tener un mejor campo donde crecer y desarrollarse en la forma más explicativa posible dentro del marco de trabajo de esta filosofía en particular que es la de la mente.
Pero eso sí: no caigamos en los errores que podemos evitar. Plantear la desaparición de la epistemología clásica, al estilo reflexión-debate tal y como se ha venido planteando desde hace siglos, con sus ventajas y desventajas, sería ridículo, y hasta contraproducente. Ninguna disciplina, ninguna estrategia, tiene por qué desaparecer sólo porque un grupo opine que debe hacerlo. Esta es, insisto, sólo una opinión: que la filosofía de la mente tiene un alcance en cuanto a los problemas de la epistemología de los que ninguna otra rama de la filosofía puede prometerle.
Bien vista, la filosofía de la mente es un tipo de filosofía muy pertinente al siglo que nos ha tocado vivir: el desarrollo de los estudios en neurociencias, de la mano con el camino realizado por la filosofía y la psicología, son garantía de un resultado, como mínimo, interesante. A mí, en particular, me llama mucho la atención todo el debate, tanto por sí mismo como por el tipo de herramientas que puede prestar a otras áreas de trabajo como son la fenomenología (en su etapa post-husserliana y sin esencialismos ni nada parecido) y el existencialismo.
No quisiera cerrar esta nota sin recordar, de pasada, ese sabio aforismo de Wittgenstein (Sobre la certeza) en el que nos recuerda que el lenguaje es una caja de herramientas. Bueno, pues lo mismo pasa con el conocimiento: se trata de hacerse con un arsenal de herramientas críticas que nos permitan, todavía, dar otro vuelco al asunto, aunque no sepamos con qué objetivo, pero con toda la entrega del mundo. La filosofía, de todos modos, es apasionante.
3 comentarios:
Muy interesante el artículo. Si bien, puedes tener razón que tarde o temprano, y muy probablemente se esté dando ahora, la filosofía, no solo de la mente, sino también del lenguaje va a optar por incluir a la epistemología. Vemos claros ejemplos como en Rousseau donde se busca entablar los principios del conocimiento a la formación del lenguaje en su primera forma. Stanley Cavell, filósofo de nuestra era, le da un giro más psicológico-lingüístico. Es inevitable que una rama tome control sobre la otra, tal como pasó con el idealismo kantiano sobre el empirismo británico, pero todavía hay otros campos donde se puede también expandir la epistemología como dentro de la filosofía de la ciencias naturales, la historia e incluso sobre la filosofía de la mente y el lenguaje.
Bien al final lo que podría suceder es algo al estilo greco-romano, donde sea la filosofía de la mente la que tome control de la epistemología pero sea esta la que delinee los nuevos parámetros de la mente y el lenguaje.
Y, después de Rousseau, lo haría Herder, con mucho más énfasis, y criticando duramente al primero. Claro que yo no digo que este sea el único suceso: todo es un debate y un devenir, con diez mil miradas puestas encima. Es sólo un tiro colateral de los muchos ángulos posibles. Olé por Quintanilla, ¿no? Jajaja
Claro que esto no es más que un comentario bloguerístico. Resta, aún, dar el siguiente paso, que creo yo sería el de la hermenéutica. Y, como siempre, replantear las viejas definiciones: ¿qué podemos entender por conocimiento, en primer lugar? Y así, de vuelta a la vieja máquina de la filosofía, a dar vueltas, hacer preguntas y crear más y más problemas (las soluciones no son tan importantes).
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