Una imágen de Sartre: un individuo se encuentra ante los otros y se les acerca, pero su pobre "yo", encerrado detrás de un corpus de sensaciones hiperpersonales, sabe que nunca terminará de encontrarse con ellos; al final, ni siquiera es capaz de afirmar su propio yo, porque ¿qué es, al final, afirmar que uno es un individuo, o un "yo", sino construir una ilusión, apostar por una fantasmagoría, cerrar los ojos para no admitir la profunda soledad y el absurdo del que está construido? Cuando uno piensa demasiado las cosas, éstas no hacen sino revelar su carácter irracional y ambiguo, que nosotros traducimos como terrible; y, si no las pensamos, todas ellas terminan por traducirse en decepción, melancolía, tristeza... en fin, en un íntimo sabor a farsa.
El sueño de la comunicación, pues: montones de individuos lanzados a una lucha sin cuartel para alcanzar una tranquilidad personal que, en su búsqueda de armonía y unidad, no pueden hacer sino aplastar la voluntad del otro, porque no la comparten, ni la entienden siquiera. Como dijo Hobbes, citando a Plauto: "Homo homini lupus est".
Después (y aparte) de Sartre tenemos a algunos otros genios de la expresión que supieron plasmar esta terrible certeza de soledad última: Pasolini, en algunas escenas oníricas de Mamma Roma y luego, más crudamente, en la hipercrítica que desarrolla en Salò, construye una reflexión desgarradora y de tonos muy sórdidos de la condición humana. El hombre, al final, se debate entre la libertad y la represión para tejer su propia tragedia. Otro de los altos ejemplos cinematográficos sería Buñuel (Belle de jour; El discreto encanto de la burguesía; Tristana), o su "discípulo" Marco Ferreri.
Pero cuando si hablamos de las imposibilidades de la comunicación "total" y de cine, creo que es imposible no sacar a relucir el nombre de Michelangelo Antonioni: sus filmes en torno a esta cuestión tienen un sabor distinto, menos simbólico, y sin embargo hay un manejo muy lúcido y muy sobrio de los elementos visuales y sonoros para estrcturar el caos. Filmes como L'eclisse o La notte, verdaderas obras maestras, brillan por sus silencios: el diálogo casi siempre aparece como imposible y, si no, es falaz, o banal, o patético; en ellas, como en las obras de Tennessee Williams (del que siempre he pensado que Antonioni es un deudor), importa más lo que no se dice que lo que se dice, el mutismo está, siempre, lleno de sentido, mientras el discurso es esquivo, ineficaz, innecesario. Y, luego, la búsqueda de una verdad profunda, pero al final inalcanzable: el desesperado frenesí que lanza a los hombres a buscar una tierra firme y sólida donde construir un Sentido, que al final resulta imposible porque no lo podemos terminar de creer, porque no estamos solos, porque vivimos bajo la atenta mirada de los otros, esa otra suerte de verdugos.
Sin ser netamenta un existencialista (cosa que sí podría llegar a decirse de Pasolini), Antonioni supo enmarcar muy bien estos caracteres de la comunicación humana: todos esos absurdos, todas esas imposibilidades, un mar de sueños rotos. L'ecisse y La notte son dos filmes que siempre tendrán algo que decirnos sobre nosotros mismos y de los que nos rodean, o de cómo nos acercamos a ellos, y terminamos por desencontrarnos. Pero eso sí: de una estética tan cuidada y un ritmo tan mesurado, que es imposible no deleitarse ante ellas.
Incluyo una breve escena de L'eclisse. Espero la disfruten y, a la larga, les anime a ver la película.
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