Conozco pocos placeres que se equiparen al de la lectura: ese momento en que la vista cae sobre una línea y, de pronto, la realidad se torna en otra, articulándose en el silencio un nuevo universo poblado de sentidos y símbolos que se vuelven tanto o más reales que la vida que conocemos... es incomparable. Recuerdo unas líneas de Descartes, en su Discurso del método, sobre la lectura: "La lectura de todos los buenos libros -nos dice -es como una conversación con los hombres más selectos de los siglos pasados". Gran verdad: ¿no es acaso la lectura una forma de aproximarse desde cierta perspectiva al hombre que se oculta detrás de la mascarada que, como en un carnaval, adquiere un plano de realidad propio?
Como decía, no son muchos los placeres que puedan compararse con el de la lectura; uno de ellos, sin embargo, es el de la relectura, y eso es algo que yo tengo muy claro: mi vida ha estado poblada de lecturas y de relecturas, y sé el valor que tiene cada una. Pero en la relectura, al volver a aproximarnos a una obra que nos ha fascinado, siempre se nos abren nuevos sentidos e interpretaciones que, además de hablarnos del texto en sí mismo y de su autor, nos pone a nosotros mismos sobre el tablado, para que nos reinterpretemos desde una nueva luz. Leer es una buena forma de conocerse; releer, llevar este autoconocimiento a un grado casi absurdo, pero posible. Como el río de Heráclito, las palabras que volvemos a leer han cambiado siempre, aunque sus letras sigan siendo las mismas.
Pienso en mis muchas relecturas, y hay algunas que me gustaría mencionar. Más allá de mi manía por volverme de súbito hacia mis estantes, coger un libro que ya leí y releerme algunos pasajes o capítulos enteros sólo porque sí, hay algunas obras que han vuelto una y otra vez. Las de Tolkien, por ejemplo, que debo haber leído cerca de una veintena de veces (de hecho, hubo un año que dediqué prácticamente sólo a su relectura). Luego, están los libros de memorias de Gerald Durrell, que todavía sigo releyendo cada vez que quiero reírme un poco, de paso que despejar mi mente con una de las prosas más inocentes y acertadas de las que guardo memoria. Después hay varios libros, como El ruido y la furia y Luz de Agosto de Faulkner, la Metamorfosis de Kafka o el Satiricón de Petronio cuyas páginas me he dado el gusto de recorrer una segunda vez. Y, claro está, Sobre héroes y tumbas del genial Ernesto Sábato, libro que leo todos los años, y que nunca puedo sacarme de encima.
Pero la relectura, hay que advertirlo, también guarda algunos riesgos. De Gabriel García Márquez (autor al que admiro muchísimo, pero cuyos libros se me han vuelto un poco insoportables con el paso de los años), por ejemplo, recuerdo que tuve una muy mala experiencia: la primera vez que leí Cien años de soledad, a los quince años, quedé fascinado, como todo el mundo, por el libro y la magia que escapaba de cada una de sus esquinas; pero, cuando traté de releerlo a los 18, tuve que dejarlo a la mitad para no verme obligado a detestar un libro al que le guardaba tanto cariño, y preferí quedarme con algunas de sus imágenes como un buen rincón de la memoria. ¿Por qué sería eso? ¡Si es un libro espectacular! Quién sabe... a lo mejor mi yo-lector tres años mayor y post-lector de Sartre ya no encontró lo que el más joven; quizá toda la panfletería política se me hizo intragable... no podría contestar.
Y, sin embargo, seguiré defendiendo la relectura. Ahora mismo, de hecho, estoy pensando seriamente en volver a dos o tres libros que leí hace ya algún tiempo, y sé que voy a disfrutarlo más que leyendo algo del todo nuevo en mi vida. Pero bueno, eso es una opinión, claro está, y cada cual elige el vino que más le gusta, ¿no?
P.d. A los que se pregunten por qué la foto de Borges, es porque él representa al paadigma del relector, además de al tipo de lector al que muchos aspiramos.
Como decía, no son muchos los placeres que puedan compararse con el de la lectura; uno de ellos, sin embargo, es el de la relectura, y eso es algo que yo tengo muy claro: mi vida ha estado poblada de lecturas y de relecturas, y sé el valor que tiene cada una. Pero en la relectura, al volver a aproximarnos a una obra que nos ha fascinado, siempre se nos abren nuevos sentidos e interpretaciones que, además de hablarnos del texto en sí mismo y de su autor, nos pone a nosotros mismos sobre el tablado, para que nos reinterpretemos desde una nueva luz. Leer es una buena forma de conocerse; releer, llevar este autoconocimiento a un grado casi absurdo, pero posible. Como el río de Heráclito, las palabras que volvemos a leer han cambiado siempre, aunque sus letras sigan siendo las mismas.
Pienso en mis muchas relecturas, y hay algunas que me gustaría mencionar. Más allá de mi manía por volverme de súbito hacia mis estantes, coger un libro que ya leí y releerme algunos pasajes o capítulos enteros sólo porque sí, hay algunas obras que han vuelto una y otra vez. Las de Tolkien, por ejemplo, que debo haber leído cerca de una veintena de veces (de hecho, hubo un año que dediqué prácticamente sólo a su relectura). Luego, están los libros de memorias de Gerald Durrell, que todavía sigo releyendo cada vez que quiero reírme un poco, de paso que despejar mi mente con una de las prosas más inocentes y acertadas de las que guardo memoria. Después hay varios libros, como El ruido y la furia y Luz de Agosto de Faulkner, la Metamorfosis de Kafka o el Satiricón de Petronio cuyas páginas me he dado el gusto de recorrer una segunda vez. Y, claro está, Sobre héroes y tumbas del genial Ernesto Sábato, libro que leo todos los años, y que nunca puedo sacarme de encima.
Pero la relectura, hay que advertirlo, también guarda algunos riesgos. De Gabriel García Márquez (autor al que admiro muchísimo, pero cuyos libros se me han vuelto un poco insoportables con el paso de los años), por ejemplo, recuerdo que tuve una muy mala experiencia: la primera vez que leí Cien años de soledad, a los quince años, quedé fascinado, como todo el mundo, por el libro y la magia que escapaba de cada una de sus esquinas; pero, cuando traté de releerlo a los 18, tuve que dejarlo a la mitad para no verme obligado a detestar un libro al que le guardaba tanto cariño, y preferí quedarme con algunas de sus imágenes como un buen rincón de la memoria. ¿Por qué sería eso? ¡Si es un libro espectacular! Quién sabe... a lo mejor mi yo-lector tres años mayor y post-lector de Sartre ya no encontró lo que el más joven; quizá toda la panfletería política se me hizo intragable... no podría contestar.
Y, sin embargo, seguiré defendiendo la relectura. Ahora mismo, de hecho, estoy pensando seriamente en volver a dos o tres libros que leí hace ya algún tiempo, y sé que voy a disfrutarlo más que leyendo algo del todo nuevo en mi vida. Pero bueno, eso es una opinión, claro está, y cada cual elige el vino que más le gusta, ¿no?
P.d. A los que se pregunten por qué la foto de Borges, es porque él representa al paadigma del relector, además de al tipo de lector al que muchos aspiramos.
1 comentario:
Bueno releer, la lectura es un acto infinito, los buenos autores siempre tienen algo nuevo que enseñarnos cada vez que volvemos a consultarlos.
Saludos.
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