Alguna vez se me ocurrió un proyecto que espero poder llegar a realizar algún día: una antología de textos y ensayos filosóficos, pero que serían elegidos no por su pertinencia, brillo argumentativo o solidez, sino por su manejo del humor. ¿Del humor?, se dirán algunos a los que respondo: sí, del humor. Porque puede sonar un poco contradictorio, es verdad: para muchos, la palabra "filosofía" está más ligada a sus peores pesadillas, recuerdos de sus tiempos de universitarios en los que se las tenían que ver con algunas de las peores jaquecas de su vida (hasta ahora no conozco ningún alivio realmente efectivo para después de leer a Hegel o a Husserl); y, ciertamente, no es "humor" en lo que piensan, ni siquiera remotamente.
Y, sin embargo, lo cierto es que en el rubro siempre han habido grandes humoristas (que, además, han sido muy buenos o extraordinarios filósofos), y los siguen habiendo hasta el día de hoy. Lo que pasa es que claro: se trata de un sentido del humor que a muchos les sonará tirado de los pelos, y que no cualquiera está interesado en entender. Pero hay otros que sí, que hasta agradecemos a los autores las bromas, solapadas o no, que incluyen en sus escritos.
Es verdad que hay filósofos que prefieren el tecnicismo frío y lejano, la prosa muy pulida e impersonal (aunque creo que es imposible la prosa impersonal en el terreno filosófico). Thomas Nagel, por ejemplo. O el mismísimo Hegel. Pero hay otros que no, que se toman libertades y que, en algunos casos, hasta utilizan el humor como parte de su argumentación.
Bertrand Russell dijo alguna vez que la filosofía era una cuestión de carácter. Uno cree o escribe aquello que se adecúa más a su forma de ser, o de relacionarse con la realidad. ¿Y no es acaso el humor una de estas formas? Tómese en cuenta que, para dicha antología, Bertrand Russell tendría una buena selección de textos que ofrecer. Su estilo de hacer las bromas es limpio y solapado, de modo que a veces cuesta un poco o hay que leer otro par de líneas para notar el chiste.
Hay muchos otros nombres que tendrían que unirse a esta antología. Paul Churchland, por ejemplo, podría brinar unas cuantas páginas, aunque su humor es bastante fácil. Jerry Fodor, en cambio, suelta bromas a diestra y siniestra, tomándose libertades enormes y, a veces, hasta arriesgadas. Yo he reído a carcajadas leyendo su Psicosemántica (título que, más bien, haría pensar en tediosas horas llenas de bostezos), que incluye un pasaje, casi al final del libro, que procedo a citar textualmente, como para dejar una muestra de lo que digo: luego de haber autocriticado sus propios planteamientos hasta llegar a callejones sin salida, termina diciendo: "En este caso, sólo he perdido un montón de tiempo que hubiera podido dedicar a navegar. ¡Ah, bien!". Recién en el epílogo y en el apéndice del libro, empezará a formular el por qué defiende las teorías que defiende (sobre las que no voy a hablar ahora, dicho sea de paso).
Otro verdadero maestro es Simon Blackburn. De hecho, él acuñó una frase muy buena que relaciona humor con filosofía: "La forma rápida de darse cuenta de que algo debe ser un error es a través del humor". Y, ciertamente, esta es una regla que él no solo no teme aplicar, sino que además lo hace con talento y con verdadera maestría.
Podría seguir sacando nombres, pero creo que la idea ya ha quedado clara y, espero, ilustrada. ¿Es un error echar mano del humor a la hora de hacer filosofía? Yo creo que no; que no sólo es un método más y tan justificable como cualquiera, sino que es algo de lo que además podemos estar agradecidos. Al fin y al cabo, parte de lo que escribe un pensador (y Wittgenstein es una prueba irrefutable de ello) es lo que ese pensador es. Y si naciste para el martillo, del cielo te caen los clavos.
En la foto, cómo no, el siempre genial Bertrand Russell, pensando lo que tengo por seguro alguna vez habrá pensado (no sé quién le agregó eso, pero le quedó perfecto).
3 comentarios:
Y qué curioso que menciones a Wittgenstein, porque, a pesar de ser todo un atormentado, creo que algo de humor -muy irónico, eso sí- ha de haber tenido para terminar el tractatus con eso de que "de lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Ese libro es una tomadura de pelo total.
El otro día leí una historia muy divertida que implica a Wittgenstein... Hay un novelista holandés que me gusta mucho, Cees Nooteboom (un genio, vamos), que ha escrito un libro sobre tumbas de escritores, y dice que cuando fue a ver la de Wittgenstein había una escalera al costado de la tumba. "Tiene que ver con uno de sus libros", cuenta que le dijo el guardián del cementerio, "Se supone que después de subir por ella hay que tirarla". Eso, claro está, también es del "Tratactus".
Jajaja! Qué paja! Me encantan esas historias alrededor de tumbas y muertes. De Hegel, por ejemplo, se dice que, cuando estaba en su lecho de muerte, se incorporó para decir que solo una persona entendería su filosofía. Luego, cayó desvanecido y dejó a todos expectantes. Cuando todos alrededor pensaban que ya estaba muerto, se levantó solo para decir: "No, ella tampoco." Y esta vez sí murió.
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