La afición está sentada al borde de sus butacas, mordiéndose la lengua y clavando las uñas sobre el cemento: aquí se ha declarado un duelo a muerte. Ah, no; perdón: olvidaba que es el público el que declaró que estos otros dos se encontraran en la arena cara a cara (y aquí termina Chicho Sánchez Ferlosio) para luchar por una causa frívola. Porque ya ha sonado mucho este asunto: la polémica que han levantado algunos, indignados de que el 2011 haya sido nombrado el "año de Machu Picchu" en lugar de dar ese espacio a José María Arguedas, quien precisamente estaba celebrando su centenario. Ha sonado mucho, decía, pero la verdad es que, para variar, hay más ruido que nueces (y las ardillas están que se joden del hambre, ¿no?), y a la gente le gusta tanto irse de trincheras que a lo mejor y hasta se olvidan de preguntarse si realmente sobran los motivos.
Porque hay que reconocerlo, y decirlo con todas sus letras: ¿a quién carajo podía sorprenderle que el gobierno de nuestro país, que empieza a adolecer de un nacionalismo patológico y ridículo, tomara semejante decisión? La verdad es que me sorprendería que alguno levantara la mano. ¿O no? Porque también hay que reconocer que hay quienes se toman este asunto muy a pecho, gente a la que de verdad le duele ver que a su país le importa más hacer de vedette en el mercado internacional que recordar uno de los nombres más importantes de su canon cultural, y que además cometen el peor de los pecados, que es el de candidez, y se imaginan de paso que por algún motivo su país no va a defraudarlos, o por lo menos no en ESO.
Bien, bien... de acuerdo, que yo tampoco estoy muy de acuerdo con este nacionalismo de cabaret. Pero la verdad es que tampoco me llevo la mano al pecho por cosas como estas, aunque reconozca el acierto de muchas de sus quejas: el nombramiento de Machu Picchu es el triunfo de la frivolidad, del interés comercial, del chulismo nacionalista y, de paso, de PromPerú. No me cuesta nada imaginar a algún idiota (obviamente del gobierno) al que se le ocurra relacionar, de alguna forma grotesca y surreal, los orígenes de Machu Picchu con los del pisco y el ceviche. Pachacútec tomándose un mosto verde mientras se come un tiradito de lenguado y metiéndose unas líneas con Túpac Yupanqui con el Huayna Picchu de fondo: portada de calendario para vender a los extranjeros. Y bueno, hay quienes se ofenden.
Del otro lado, tenemos al buen viejo Arguedas, el tan genial autor de monumentos literarios como Los ríos profundos y, de paso, símbolo de una lucha por rescatar el legado cultural de las lenguas quechuas y aymaras. Arguedas, el crítico que, así como escribió algo tan íntimamente duro como El zorro de arriba y el zorro de abajo, bien pudiera haber dicho, parafraseando a José Antonio Primo de Rivera (que, pese a ser falangista, tuvo sus luces y su estilo) que si amaba al Perú era precisamente porque no le gustaba. Arguedas el místico, el misterioso hombre en el que convivían dos sensibilidades muy distintas en amorosa tensión. Pero también Arguedas el que no vende, o el que no vende nada si se lo compara con Machu Picchu.
Supongo que se hace notar que desprecio el espíritu nacionalista que empuja al gobierno a nombrar el 2011 el año de Machu Picchu como admiro a Arguedas, a su obra y a su legado. Pero, también, espero poder hacer notar otra cosa, y es que estos nombramientos no son, al final, nada más que eso: nombramientos. No cuestiono que Arguedas merece más de un reconocimiento, homenaje y monumento, pero en todo caso sé que tampoco los necesita. Su obra le basta y le sobra, y sobre todo como para no tener que preocuparse por frivolidades como esta que, por algún motivo, a tanta gente parece dolerle tanto. El calendario será muy bonito, pero el mármol es mármol, y también es hermoso.
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