Pasados tantos años de la publicación de la novela de Saramago, Ensayo sobre la ceguera, ha aparecido, finalmente, su versión cinematográfica, titulada Ceguera, ya estrenada en Buenos Aires, dirigida por Fernando Meirelles (director, entre otras producciones, de la sensacional Ciudad de Dios).
De sobra estamos acostumbrados ya a la común (y a menudo bizantina) disputa que se levanta al comparar la versión escrita con su equivalente cinematográfico; quepa, pues, señalar que la pleícula en cuestión, a este respecto, es bastante apegada a la fuente escrita (sin caer por ello en los excesos en que cae, por ejemplo, la última versión de El mercader de Venecia). Lo crucial, en el filme, sin embargo, es la fascinante interpretación visual de la novela: la sordidez de los escenarios, las imágenes grotescas y desesperadas, la confusión que nace del juego de penumbras (fiel al estilo con que esta escrita la novela, cuyo exceso de comas y carencia de guiones y puntos seguidos confunden, también, las voces) y, finalmente, la recurrencia al color blanco, cuyo sentido es obvio (la ceguera blanca).
Para aquellos no familiarizados con la novela, baste decir que narra la misteriosa epidemia de ceguera blanca que, de pronto, afecta a todo el mundo. La única que parece no caer presa de la enfermedad es la mujer de un doctor, que se convierte en guía y protectora de un grupo de ciegos, a través de la terrible realidad que les toca en suerte vivir.
Baste sumar, pues, que el despliegue de los caracteres más crudos y bajos de la humanidad, una vez puesta en situaciones límites, es captado con una intensidad digna del mismísimo Pasolini; la escenografía brilla por su perfección. Sin ser, pese a todo, una obra genial, la película es muy buena, y decididamente digna de ser vista.
domingo, 7 de diciembre de 2008
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