viernes, 8 de enero de 2010

Hermann Hesse


Creo que no sería una mala idea empezar el año recordando a Hermann Hesse. Ya no recuerdo cuántos años han pasado desde la primera vez que posé la vista sobre sus páginas, pero lo cierto es que, desde entonces, una suerte de fiebre me arrastró a leer cada libro suyo que cayera entre mis manos (aunque curiosamente no he leído Sidharta, que es de los más conocidos). Y digo todo esto porque creo que Hesse es uno de esos autores cuyo descubrimiento se convierte, casi automáticamente, en un hecho capital de nuestras vidas: de alguna forma, y sin importar el paso de los años, siempre podemos encontrar un nuevo reflejo en ese juego de espejos que nos ofrece en cada una de sus obras. O en su vida, porque yo también me sentí identificado muchas veces (y sigo haciándolo de cuando en cuando) con el joven Hesse que pensó en el suicidio antes de encontrarse con una biblioteca que se convertiría en su camino hacia la libertad; con ese Hesse que, incapaz en el fondo de entender y de acercarse a la humanidad, la amó a su manera, escribiendo, explorando a los individuos, luchando con la pluma y con la voz contra sí mismo.
En todo caso, creo que nadie puede negar que Hesse es, si no la más, una de las voces más íntimas y cercanas de la literatura alemana. Otros genios como Thomas Mann, Goethe o aún el mismísimo Novalis mantienen una línea de mutuo respetuo entre sí mismos y sus lectores, como si los afectara alguna mezcla de pudor y de asco ante semejante expectativa. Pero Hesse es distinto, su voz podemos reconocerla fácilmente como propia, y quizá sea por eso que es tan fácil querelo desde la juventud.
Ahora quisiera citar a Hesse; a la frase que, de alguna forma, nos ofrece un resumen de una de las grandes obsesiones a lo largo de toda la obra de Hesse. En El último verano de Klingsor leemos: "Todos los antagonismos son ilusiones". Pues eso: detrás de todas las máscaras que nos hablan de dualidades, del bien y del mal, del día y la noche, de la ciencia y el arte, se encuentra una sola realidad, que los incluye a todos (como en las filosofías de Escoto Erígena o, más aún, la de Spinoza). De ahí el constante llamado hacia el encuentro de todas las realidades: el Abraxas de los basilidianos, la doctrina del Buda, la aniquilación de Schopenhauer. Señalo esto como entre paréntesis, y porque no podía dejar de hacerlo.
¿Qué les puedo decir? Si tuviera que elegir una biblioteca para llevarme al otro lado de la tumba, definitivamente incluiría algún libro de Hesse. Quizá sería El lobo estepario, Klein y Wagner o el genial Narciso y Goldmundo. Lo cierto es que no me dejaría llevar a ningún tipo de eternidad sin alguna lectura de Hesse.

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