A pocos hombres podría carles tan bien el sobrenombre de "the Wizard" ("el Mago") como a Rick Wakeman, un sujeto del que ya no sé si decir que es un músico genial o si, sencillamente, ha hecho un pacto con todos los demonios del Infierno. Porque puede parecer un tipo normal: lo ves andar por la acera, hacer las compras, entrar en un bar y pedir un whiskey... hasta que le pones las teclas al frente. Y no importa si son del sintetizador más de avanzada y vanguardia que a los de Korg o Kurzweil se les haya ocurrido inventar, un piano de cola completa, un clavicordio o el pianito de juguete en el que tus hijos o primos pequeños tocan las canciones de La novicia rebelde: ten por seguro que Wakeman va a arrancarle sonidos que tú jamás imaginaste siquiera.
De su vida podrían recordarse algunas cosas interesantes: que empezó estudiando piano, clarinete y orquestación en el London's Royal College of Music, pero que al final lo expulsaron por su insistencia en irse a tocar en vivo en los bares de la zona; o que uno de sus primeros grandes pasos en la carrera musical fue participar en la grabación de los discos Space Oddity y Hunky Dory, de David Bowie. Porque lo que sigue es recordar lo que ya todos sabemos: que entró a formar parte de las filas de Yes, la legendaria banda de rock progresivo, en 1971, tomando el lugar de Tony Kaye frente a las teclas (se cuenta que, en esas primeras grabaciones, el muy cabrón se ponía de pie entre dos Moogs, un Hammond B3, dos pianos y un harpicordio... ¡UN HARPICORDIO!).
Con la muchachada de Yes, Wakeman grabó unos cuantos discos, pero eso no detuvo sus proyectos en solitario: desde sonidos extraños como los de White Rock hasta las magistrales, megacorálicas y preciosísimas melodías de otros discos como The six wives of Henry VIII (de este disco, recomiendo especialmente Catherine Howard y Catherine o Aragon), el del Rey Arturo o, por supuesto, esa pieza maestra que fue Journey to the Centre of the Earth. Para entonces, ya se había hecho a su moda particular: vestido de toga larga, normalmente blanca, y destruyendo las teclas de los ocho o diez teclados que se ponía enfrente. Ah, y claro: con los ojos a medio cerrar o cerrados, porque sufre de un tic en los párpados.
Creo que, a estas alturas, ya ha quedado en claro que lo que siento por este hombre es una admiración sin límites. Y no es de extrañar: Rick Wakeman representa al genio musical total, ya sea que le pongas un piano o una partitura en blanco al frente. ¿Quieren una imágen un poco más clara? Bueno, imaginen a Bach en pleno siglo XX o XXI, armado no de uno sino de diez sintetizadores. Por ahí va la idea.
Pero dejemos las palabras, mejor, y pasemos a lo que de verdad importa en estos momentos: la música. El video que les dejo es un solo que Wakeman salió a hacer durante un concierto con Yes. Es sólo una introducción: a ustedes, mis queridos lectores, les dejo la tarea de pasear por el universo mágico y sin embargo preciso que ha construido este arquitecto de los sonidos. Con una copa en alto.
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