martes, 14 de julio de 2009

Los infiernos vivos de Tola


Algún crítico podría decir de la obra de Tola: "Mucho de vanguardias, los excesos del fauvismo y el onirismo de los surrealistas, con algo del tono típico del expresionismo, bla bla bla", y a todo ésto el autor no haría más que contestar con un tajante y ambiguo "ya" de los que le son tan característicos. Porque si hay que empezar a decir algo sobre la obra de José Tola, es que rechaza toda posibilidad de etiquetas, que corta con todo discurso generalizador, que es lo mismo que decir que todo intento de comprensión. Y esa es una buena pregunta (que es lo que tiene que generar el arte, antes que respuestas): ¿podemos entender la obra de Tola? ¿Qué es lo que hay en esos trazos agónicos y, sin embargo, llenos de furiosa vitalidad, que nos atrae pese a todo, que nos encierra en una enorme incógnita de la que no sabemos cómo salir, si es que lo queremos realmente?

Lo primero que me llamó la atención cuando me encontré ante una de las pinturas de Tola la primera vez fue la destreza con que había sabido estructurar el todo de la obra a través de un elemento impensable: el caos. Un caos, sin embargo, que se confunde con los colores y las formas que impregnan sus obras, porque no hay una barrera que separe fondo de forma, esencia y discurso. Pero, a diferencia de lo que pasa, por ejemplo, con Miró, todo este despliegue de excesos no es frívolo ni impersonal, sino que está cargado de una profunda humanidad, llena de vida que, como dije antes, agoniza ante nuestros ojos, pero que a la vez ríe, como ajena a su propio drama (Heidegger y Sartre tendrían un par de cosas que decir a este respecto, quién lo duda). Y es en eso donde, a mi parecer, nos encontramos con lo humano en su más inquietante cotidianeidad, en ese impulso loco de jocosidad y autodestrucción, de ternura y sadismo, de locura y melancolía. En fin, en ese enorme Caos.

Cuando uno se para a mirar un cuadro de Tola, uno no puede dejar de sentir que, de pronto, está rodeado por una inquieta compañía: seres que son todo ojos, manos y líneas parecen brotar del lienzo y envolvernos. "Criaturas imperturbables", las llamó Fernando Ampuero: seres como diosecillos paganos, o sátiros baudelairianos, que sin embargo son múltiples reflejos de las máscaras que se ponen los hombres. Los hombres que no bajaron al infierno, uno de sus últimos trabajos, por ejemplo: veinticuatro lienzos donde se aprietan figuras sin contornos, que no parecen muy seguras de lo que deben o pueden hacer, como en esa "estadía entre dos cielos que se pareció más a un infierno que a ninguna otra osa" a la que se refirió el pintor cuando hablaba del tiempo en que realizó las obras -¿podrían ser los dos cuadros restantes (rosa y negro, respectivamente) esos cielos?-, entre risas de júbilo y muecas de angustia, entre la danza y el terror, pero definitivamente siguiendo un ritual cuya finalidad desconocen. Una obra, lo repito, humana, a la vez sagrada y pagana, visceralmente bella, lo que emparenta a Tola la especie de pintores a la que pertenecen, entre otros, el Bosco, Goya, Delville o, en algunos casos, Xul Solar.

Y con esto hemos llegado a un punto crucial, porque se trata de hablar de la "belleza". ¿En qué rincón del infierno, de la desesperación, del caos, se esconde la belleza? Pues, en el caso de Tola, todo ello es la belleza. Como muy bien lo dijo Niño de Guzmán en el título de un ensayo sobre la obra del artista, "para encontrar la belleza hay que bajar al abismo". Es decir, que se trata de reconocer lo poético de la lucha, de la tensión existencial, de la pasión... Porque en Tola sobra la pasión: esa voluntad de devorar y ser devorado, de poder dejarlo todo en unos trazos sobre el lienzo, de poder arrancarse las tripas y escupir para luego buscar el reflejo de un rostro en unas figuras que se contorsionan, libre de máscaras. "A mí me intrigan los límites del ser humano. ¿Cuáles son? ¿Hasta dónde llega la barbarie? Me interesa tener una idea de lo que uno es y lo que es el mundo del entorno", dijo en una entrevista con Ampuero, después de hojear algunas revistas con imágenes de decapitados y libros sobre masacres.
Tensión, pues; y caos, y ruido, y locura... vida, al fin y al cabo: una propuesta de mirar profundamente en el rostro de los hombres, arrancando caretas, exhibiendo demonios. Pero me dirán que me la he pasado etiquetando lo que, según mis propias palabras, es inetiquetable... Bueno, pues les presento al Tola que yo reconozco y admiro como uno de los mayores genios de la pintura universal, al Tola en cuyos cuadros puedo encontrarme, al Tola que destruye y crea, y que nunca se da por vencido en su lucha, que es la única forma de vida que concibe.

Imágenes:
1. "Autoretrato"
2. "La amante del perro"
3. "Corto con la realidad"

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