He de confesarlo: apenas si he visto algunas de las cosas que hizo. Pero da lo mismo: me basta con el extraordinario trabajo que hizo dirigiendo Calígula, una de las mejores películas de las que guardo memoria y, definitivamente, una de las más controversiales de todos los tiempos, basándose en el guión de Gore Vidal (antes ya había hecho otra película sobre un guión de este escritor, llamada Salon Kitty, que estoy tratando de conseguir), y con la que acaso sea la mejor actuación de Malcolm Mc'Dowell. ¿Lo mejor de la película? La articulación de los personajes, el ambiente grotesco que se cierra sobre la trama, el historicismo y el erotismo sobre un mismo plano casi onírico y casi de pesadilla, con mucho lujo y con mucho gore (muy a la romana, dicho sea de paso).
Pero tómese en cuenta que hablamos, sobre todo, de uno de los directores que mejor han trabajado con el género erótico, dando mucho que ver y, sobre todo, mucho que pensar. Se lo ha atacado de hacer pornografía, pero este problema (si es que se lo puede llamar así) ni siquiera merece que se le de un segundo de atención. Lo que de verdad importa es lo que logra con sus películas: deleite, fascinación, risas, asco, perturbación, temblores y, se los aseguro, más de una erección.
Para el que quiera hacerse una mejor idea de por dónde va la mente de este maestro, les dejo una entrevista de 1998. Tinto Brass, creo yo, es uno de esos hombres que, como Pasolini, Sade o Gore Vidal, nos recuerda que el buen arte a menudo es ese que nos incomoda más. (Fuente: El Mundo)
Se licenció en Derecho. ¿De ahí le viene ese gusto por transgredir la ley?
De ahí me viene, en efecto, la atracción por la ley y el deseo de transgredirla. No me ocurre sólo a mí: se dice que fue el mismo el que hizo la ley y la trampa.
Su primera película se titulaba El que trabaja está perdido. ¿También en Italia se hace lo que se puede para eludir ese extravío?
R.- En este caso es, como si dijéramos, un título-protesta, porque el título original, y casi la película entera, fueron masacrados por la censura. Pero sí, el que trabaja está perdido, más o menos según la calidad del trabajo que uno tenga.
En 1976 inicia, con Salón Kitty, su obsesión por el cine erótico. ¿Cómo le ha dado por ahí?
Descubrí lo mucho y bien que puede utilizarse el sexo, el erotismo, como parábola de comprensión fácil y accesible.
¿No es el director de cine erótico, y casi todos lo son hoy, un voyeur de lujo? No todos los mirones tienen el privilegio de fabricar lo que quieren ver.
Sí. Pero no es una culpa, el mismo cine nació como un fenómeno voyeurístico. El director es, en todo caso, un voyeur generoso: comparte lo que ve con los espectadores.
Con Calígula se pasó usted mucho. Desde entonces arrastra la fama de criatura tórrida y crepuscular. ¿Qué tiene que decir a eso?
Que yo no voy al escándalo; es el escándalo el que viene a mí. Es decir, que sólo pueden escandalizarse con mis películas los escandalosos, aunque, por lo demás, toda novedad produce algún escándalo. Ahora bien; entre el Calígula que yo rodé y el que vio el público hay, tras lo mucho que se ensañó con él la censura, la misma diferencia que entre el Coliseo de sus mejores tiempos y el montón de ruinas que es ahora.
¿Qué opinión le merece el caso Lewinsky?
Adoro a Clinton y a Lewinsky: fabulosos. Que en ese Salón Oval se jadeara en vez de idear guerras o el modo de machacar al adversario me enternece.
¿Haría una película con eso?
Creo que ya la he hecho: en L'Uomo che guarda está la escena del puro que, al parecer, han protagonizado Bill y Monica. No me extrañaría nada que Clinton se haya inspirado en mi película, ya sabe que la Naturaleza imita al Arte con frecuencia.
¿Tienen hechuras Bill y Monica de protagonistas de alguna de sus películas?
Sí, sí. Monica me gusta mucho: buenas formas, desinhibición, sentido de la fantasía...
¿Y qué tipo de sexualidad cree que gasta el fiscal Starr?
Una sexualidad perversa. Debe de ser, además, un gran masturbador y aficionado a la fusta.
Ajá. Monella, su última película, es de lo más obscenilla también, ¿no?
No; es cándida, inocente... O, cuando menos, no es pornográfica. Aunque no tengo nada contra la pornografía, creo que ésta provoca la erección, en tanto que el erotismo provoca la emoción.
¿Monella también es una parábola o, sin más, lo que hay?
Claro, una parábola sobre la alegría de vivir. La vida no es sólo sufrir: es sexo, comida, colores...
¿Cómo se las arregla para convencer a sus actrices de que hagan las cosas que les manda hacer?
Hago con ellas una actuación previa: la prueba de la moneda. Convoco a la actriz para que venga vestida con falda pero sin ropa interior, tiro al suelo una moneda y le pido que la recoja. Según el modo de agacharse, calibro cuál es su sentido del pudor, y si tiene mucho, lógicamente, no me vale.
En la foto: con Caterina Varzi, en Florencia, 2008.
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