domingo, 10 de enero de 2010

Mapplethorpe en Argentina


Noticias como ésta son las que me hacen lamentar estar tan lejos de mi Buenos Aires querido. Porque (agárrense porteños) resulta que este mes de mayo se va a realizar una exposición de más de cien de sus fotografías en el Malba de Buenos Aires, y yo no encuentro palabras para expresar mi angustiosa envidia por todos aquellos que van a poder ir a verlas. Todo lo que me queda, a mí, es esperar a que alguno de mis amigos de por allá se de una vuelta por el museo y después me cuente qué tal estuvo la muestra.
Sobre Robert Mapplethorpe se pueden decir demasiadas cosas, y de hecho ya he escrito alguna vez unas cuantas líneas sobre él en este blog. Su caso, de todas formas, es la de un trágico obsesionado por la belleza. Y no cualquier trágico, sino un homosexual trágico: consciente de su gloria en ciertos círculos selectos, se vio atacado, hacia el final de sus pocos años de vida, por la ley que lo acusaba de hacer pornografía. Poco tiempo después, en 1989, murió de Sida, con sólo 43 años de edad, pero habiendo dejado tras de sí una larga obra que brilla entre lo mejor de la fotografía figurativa y erótica.
Porque lo digo desde ahora: lo mejor de Mapplethorpe son sus fotografías eróticas y homoeróticas, donde cada fotograma es un paso hacia el ángulo justo y perfecto, construyendo un todo simétrico que envuelva a lo fotografiado. En otras palabras, un hombre obsesionado por la belleza, como Edward Weston o Irving Penn.
Y esa palabra, "belleza", es precisamente el gran pequeño problema, porque para captar el sentido de la belleza de Mapplethorpe se necesita ajustar bien la mirada. A mí, por lo menos, me suele suceder así: del todo a los detalles, que en este caso puede significar igualmente de lo simétrico y armónico a lo grotesco que, bajo esta perspectiva, cobra un nuevo sentido, contagiado del primero. ¿Todo un desafío? En realidad, basta con observar con cuidado una de sus fotografías para saber que no es así.
Aprovechen, pues, todos los que puedan darse una vuelta por el Malba. La pura verdad es que la oportunidad es casi única, y desperdiciarla sería algo peor que un pecado. Para bien o para mal, les aseguro que será una experiencia inolvidable.

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