sábado, 25 de julio de 2009

De Dualidades y Dioses: una reflexión onto-teológica


"¿Comedia o tragedia? ¿Qué aspecto elegimos, viejo? La verdad es que a partir de nuestras penurias se puede hacer cualquiera de las dos cosas".
Lawrence Durrell
Monseur


Una mala manía de los hombres (acaso de las peores) ha sido, siempre, la de dar un valor ontológico propio a lo que no es sino un juicio calificativo, una etiqueta. Bueno o malo, bello o feo, positivo o negativo... La pura verdad es que las cosas, por sí mismas, no se hacen tantos problemas: sencillamente, "son". Por eso la cita de Durrell que he incluído arriba: la vida no es tragedia ni es comedia; es ambas cosas y ninguna. ¿Qué trato de decir? Que no es ninguna de esas cosas, porque "vida" es apenas una palabra sin contenido, que trata de aprehender la realidad temporal del existente hasta su neutralización, es decir, hasta su muerte, cuando la categoría de "ser" deja de tener vigencia. A los que estén familiarizados con Heidegger y con Jaspers, todo esto les sonará como un cuento conocido, y lo reconozco desde el principio. Mi forma de pensar en lo tocante a este punto les debe no sólo mucho, sino casi todo, a ellos y a Sartre. Puestas en claro las influencias y autorías, sigo adelante.

He dicho, también, que es ambas cosas. Bueno, pero este "es" en particular es bastante complejo... porque de acuerdo, la vida "es" algo en tanto que nosotros dotamos al término su sentido, y necesariamente nos formamos un concepto de lo que es la vida. Pero, ¿tragedia o comedia? Bonita dialéctica, ¿no?

Basílides y sus seguidores hicieron propia la tradición gnóstica que divide a la divinidad en 365 dioses; el primero, el único realmente Perfecto y Total llevaba el nombre de "Abraxas", y era, a la vez, Dios y Demonio, reunión de Bien y de Mal en equilibrio y concordancia. Es decir, que los basilideanos negaron el dualismo bien-mal que tanto perturba a la mayor parte de las religiones, entre ellas al cristianismo del que surgió el gnosticismo. No hay una división como la que describe Dante entre Cielo e Infierno, ni es Dios el sumo bien como lo defiende Descartes. Bien pensado el asunto, ¿puede un ser absolutamente bueno ser perfecto? ¿No tendría que ser la perfección la Totalidad absoluta y ordenada? Eso era Abraxas, precisamente.

Tenemos que ser conscientes de la posibilidad de que Dios, suponiendo que exista, no sea lo que nos dicen que es. Basta suponer a Dios capaz del más mínimo acto de maldad para que toda la creación y cuanto comprende se convierta en algo menos que un mal chiste. Tomando esa posibilidad en cuenta, cambian los valores de todo, y nuestra vida puede ser una tragedia (una lenta agonía que sólo espera a la muerte) y una comedia (por su patetismo) al mismo tiempo y sin que una condición excluya a la otra.
Claro que todo esto no es más que otra suma de palabras: si decimos que un dios es suma de bien y mal, presuponemos una categoría ontológica para ambos, lo que los convierte en algo más que un juicio relativo o intersubjetivo. "Perfección" es otra de estas palabras que resulta muy fácil utilizar, pero no tanto definir. De todos modos, no está de más dar un par de vueltas al asunto y cuestionarse un poco acerca de qué tan firmes son los pilares que creemos lo suficientemente sólidos para sujetar nuestras vidas, nuestra seguridad y nuestras creencias. Al fin y al cabo, existir es construir y destruir constantemente lo que vamos siendo (es decir, dejando de ser): la existencia, como defendió Jaspers, es constante tensión; el existente está siempre en un estado crítico, lo note o no, entre la aspiración a la trascendencia y la fatal inmanencia. Vivimos interpretando nuestra realidad en su totalidad y reconstruyendo lo que "somos" a cada instante: esa tensión es, también, nuestro drama, nuestra comedia y nuestra tragedia.

No sé si esta reflexión tiene o no algún sentido; en todo caso, es una de esas cuestiones que siento profunda e íntimamente. Si existe un dios, tiene que poder ser un cabrón: no creo en bienes ni males desprendidos de un juicio valorativo; el argumento (que Leibniz defendió) de que las cosas, incluídas las malas o desagradables, se suceden de acuerdo a un designio divino que tiene por fin último el Bien y la Ciudad de Dios no es sino otra forma de decir que el fin justifica los medios, y no sé hasta que punto podamos estar de acuerdo con eso. No digo que necesitemos un Dios: digo que, si creemos o no en él, debemos poner en tela de juicio esa creencia, como todas, y llevarla hasta sus últimas posibilidades. Además, no sólo resulta constructivo, sino que puede llegar a ser divertido revisar cada una de esas posibilidades y sus necesarias consecuencias. ¿No podría ser el Dios que los cristianos reconocen el más imperfecto de los 365, como defendieron los gnósticos? ¿No podemos ser nosotros su pesadilla, como sugirió Ernesto Sábato? O, como sostiene Borges, ¿no es todo esto, al final, literatura?

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...