martes, 8 de septiembre de 2009

Gore Vidal: el infinito no basta


Aunque siguen siendo motivo de indignación para mí, los descuidos del olvido de los lectores ya no me sorprenden. Y, sin embargo, no deja de ser cierto que no le puedo perdonar a Vargas Llosa el que haya omitido por completo a Ernesto Sábato en su Diccionario de América Latina; tampoco deja de sentarme muy mal la exclusión del nombre de un escritor como Gore Vidal en el Everyman's Dictionary of Literaru Biography de 1969.
Gore Vidal... un nombre que por sí mismo dice mucho. Hoy en día, la mayor parte de la gente que lo recuerda lo hace por sus magníficos volúmenes dedicados a sus memorias (el segundo, Navegación a la vista, fue publicado el año pasado); pocos son, en cambio, los que saben del deleite que proporcionan sus ficciones.
Gore Vidal es un escritor único dentro de la tradición norteamericana, porque no conoce límites (Faulkner tampoco los conoce, pero él pertenece a otra especie de la que él es el único representante). Yo, personalmente, lo juzgo superior a su rival eterno, Truman Capote, que si bien es cierto que fue un gran estilista, jamás alcanzó la profundidad ni afinó el ojo de crítica tajante como sí lo hizo, en cambio, Vidal, hombre que goza, además, de un intelecto aplastante que no enfría el cálido mecanismo de su prosa. Gore Vidal parece haber hecho de todo: novelas a menudo satíricas (Duluth, La ciudad y el pilar de sal), guiones y adaptaciones cinematográficos (Calígula, Ben-hur, Y súbitamente el último verano), novelas históricas (Juliano, Creación), así como una obra ensayística que, con cruda lucidez, analiza fenómenos tan diversos como la literatura, la historia, la política (menos interesante), el discurso mediático o la pornografía. Su interés fundamental, como en muchos casos el de Pasolini (con quien comparte muchos puntos de pensamiento), es el de la interacción humana vista como una relación de poderes, ya sea a través de los procesos históricos y sociales como en la cotidianidad, a través del diálogo y del sexo (como él dijo, famosamente: "el sexo es política"). Y, pese a su mirada desgarradora, es un hombre que puede no dejar de hacernos reír, por su capacidad de convertir todo esto en una forma de comedia.
A Gore Vidal le debo no sólo algunas de las opiniones más iluminadoras de las que he tenido referencia, sino también algunas de mis lecturas más gratas. Ya sea a través del tono épico de Juliano o del satírico de Duluth, las obras de Vidal guardan una vitalidad invencible y una posibilidad de interpretaciones infinitas que a otras literaturas les cuesta alcanzar.
Erudito, humorístico, desesperado, pagano, escéptico, homosexual, poético, sucio, letal y preciso: eso es Gore Vidal, un hombre que, sin lugar a dudas, merece ser llamado Genio. Y, sobre todo, un genio tenaz, al que nunca dejaron satisfecho las fronteras y que llevó su obra, en cada ocasión, un paso más allá del punto en el que se había detenido, si es que no fundaba un nuevo camino a la mitad de su marcha. No, Gore: el infinito no basta.

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