jueves, 30 de julio de 2009

Un tal Camilo José Cela


Creo que la única forma justa de mencionar a Camilo José Cela es así, con sus dos nombres y apellido: tres palabras que, unidas, dan una muy buena idea de lo que es la obra de este escritor: solidez, crudeza, fuerza e ironía. Y, también, poesía, porque hablamos del autor de una de las prosas más exquisitas de lo que ha venido siendo la literatura española de los últimos siglos, si es que no la más.

Un momento que creo nunca olvidaré fue la ya lejana noche en que abrí por primera vez La Colmena. Lo primero con lo que me topé fue con una serie de prólogos a las diferentes ediciones de la novela, a través de los cuales el autor reflexionaba en torno a varios puntos que, luego, se enmarañarían entre las páginas. Esa noche descubrí un sabor de literatura que nunca antes había conocido, que era absolutamente nuevo para mí. Cada vez que leía eso de no dejarnos vencer por la tristeza, un sentimiento muy extraño se revolcaba en mis entrañas mientras me acariciaba el paladar. Y, luego, esa cita a la que no dejo de volver a cada momento: "La literatura no es una charada: es una actitud". Después, empieza la obra (que no es exactamente una novela), que, definitivamente, incluyo entre mis favoritas: la suma de retratos, sonidos, imágenes, personajes y diálogos que es La Colmena ha sido una de mis mayores vivencias como lector. Además, hay un punto que me gustaría señalar acerca de la obra de Cela en general y de La Colmena en particular, y lo hago como un lector hispanoparlante no nacido en españa: es imposible leer a Camilo José Cela sin la entonación particular que dan los españoles al idioma español, como si en esas páginas estuviese capturado algo de la España que fue, de la España que es. Esta es una forma de lectura que sólo se me ha vuelto a imponer tiempo después, leyendo La Nardo de Ramón Gómez de la Serna, y en mucho menor escala. Pero claro, si hablamos de dos genios como ellos...

Pero hay otro Camilo José Cela, que sin embargo no deja de ser el mismo: el Cela personaje, el Cela entrevistado, el Cela que alguna vez anduvo por las calles de Madrid o de Mallorca y que era un especialista del humor y la grotesquería con el mejor estilo medieval. Vivencias extrañas, bromas y ocurrencias tiene de sobra en su biografía: meterse, muy elegantemente vestido, a una fuente durante la inauguración oficial de una estatua en su honor; comerse un grillo una noche en un bar sólo para demostrar a una señora que se trataba de una criatura inofensiva; o quemar su licencia de conducir sólo porque no entiende el sentido de las normas que lo obligan a, entre otras cosas, detenerse en las esquinas y ante los semáforos. Pero las historias sobran (en sus entrevistas hay montones), así como las bromas. Una que narra en el transcurso de una entrevista con el Paris Review, por ejemplo, es que estaba en una reunión del congreso, muy aburrido, y que uno que estaba hablando en ese momento le llamó la atención y lo acusó de eestar dormido, a lo que Cela respondió que no, que no estaba "dormido", sino que estaba "durmiendo". Cuando el otro le dijo que esas dos palabras eran lo mismo, Cela, con infinito tino y con astucia de zorro, le respondió que no era así: que, del mismo modo, no era lo mismo estar "jodido" que estar "jodiendo".

En fin, un breve brindis por Cela, un escritor al que debo mucho y que merece ser más recordado de lo que es últimamente. Ya casi nadie habla de Cela, y sin embargo... sólo puedo decirles que lo lean, que se dejen arrancar por sus páginas. Aunque, ciertamente, a él no le importaría demasiado lo que le digan, o lo que dejen de decirle.


p.d. Vean la entrevista que le hace J. Soler Serrano a Cela, que está colgada en Youtube y es, sencillamente, genial.

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