domingo, 5 de julio de 2009

Entrevista a Cees Nooteboom


En algo estamos de acuerdo Iván Thays y yo: el día que le den el Nóbel a Cees Nooteboom, hago una fiesta en su honor, porque es, definitivamente, uno de los mejores escritores vivos, y aún de los de la historia. He encontrado esta entrevista al autor en cuestión en otro blog (antoncastro.blogia.com), y reproduzco aquí un fragmento, pues es más que digna de lectura, y refleja muy bien el tipo de genio y estilo del escritor holandés.


-Tuvo usted una infancia muy peculiar: su padre murió en un bombardeo en 1945, pero antes había salido al balcón a contemplar el teatro de la batalla sentado en una silla.
-Eso fue el inolvidable 10 de mayo de 1940 en que se producía un bombardeo terrible de aviones alemanes. Nosotros vivíamos al lado de un aeropuerto militar y mi padre era un ser curioso. Aunque no lo he conocido muy bien, tendría yo seis o siete años, colocó una silla en el balcón para ver el desorden: los paracaidistas, el fuego sobre Rótterdam en la lejanía. Contemplaba aquello como si fuese un teatro de la devastación, recuerdo que tenía mucho miedo. Miedo. Miedo. Pero después, y es irónico y trágico, en 1945, casi antes del fin de la II Guerra Mundial, murió en un bombardeo inglés sobre La Haya, que era el lugar donde vivíamos. Yo no estaba presente porque en el invierno de 1944 en las ciudades había un hambre atroz y me habían enviado al campo en la campaña donde estaba mi madre. Mi padre se murió, a consecuencia de las heridas, del tétanos, que es una muerte muy terrible.

-Usted, años después, fue a otro teatro de la guerra: a Hungría, invadida por los tanques soviéticos.
-Sí, pero entonces era periodista ya, escritor joven. Me habían invitado a acudir unos amigos. Me habían dicho: “Vamos a la revolución. ¿Quieres venir con nosotros? Debes estar listo en diez minutos”. Aquella visión me cambió la vida y mi visión política: había cuerpos mutilados y muertos en medio de un movimiento de camiones y soldados soviéticos que querían cerrar el país (y lo cerraron durante 30 años) mientras la OTAN y los Estados Unidos permanecían quietos. Eso, y mi estancia en Berlín del Este, cambiaron mi visión política. Fue como si perdiera la inocencia comunista. Discutí muchísimo con mis amigos de izquierda.

-¿Qué quiso ser usted primero: escritor o viajero?
-Las dos cosas. Nunca he sabido las razones de mi pasión por el viaje: me ha pasado. Fue un impulso, el destino. El viaje y la escritura son mi vida. Es así, nunca me lo he propuesto. Y he podido hacer felizmente esa combinación. He escrito novelas, poemas, pero siempre lo he hecho sobre mis viajes. De esta manera he podido hacer económicamente estos viajes, me he ido a Japón, África, Australia o Estados Unidos.

-Creo que con menos de 20 años ya se trasladó en autostop por toda Europa.
-Sí. Entonces eso era posible. Yo había estudiado en distintos colegios, de los que me han expulsaron varias veces, trabajé en un banco y un día le dije a mi madre: “Lo dejo todo. Me marcho de viaje”. Le hablo de 1953 y 1954, en este año fue cuando vine por primera vez a España. En ese momento no había autopistas, se iba muy bien por carreteras secundarias, y ahora con las autopistas es mucho más difícil hacer autostop. De vez en cuando veo a alguien haciéndolo y siento una gran nostalgia, pero ya no soy joven.
(...)
-¿Qué tipo de escritor quería ser usted en los 70 y 80, en ese periodo de consumación y de conquista de la madurez?
-No quiero ser un escritor que cuente anécdotas como ocurre con una parte de la literatura inglesa o norteamericana. Intento que mis textos tengan ironía, reflexión, filosofía; a mí me gustan muchísimo autores como Italo Calvino, Jorge Luis Borges o Vladimir Nabokov, pero soy otro tipo de escritor aunque me gusta mucho su obra. Para mí lo esencial son la meditación y el estilo.
(...)
-Una característica constante de su obra, además de que utiliza varias lenguas siempre o términos en otras lenguas, es que hay una carga cultural muy rica y muy profunda.
-Demasiado dicen algunos.

-¿Quiere decir eso que escribe usted para la elite, que parte en pos de un lector culto, sensible, con un amplio bagaje detrás?
-No puedo evitarlo. Tengo que escribir los libros que escribo, pero yo no creo que sea ningún problema. “La historia siguiente”, que vendió aquí unos pocos miles, en Alemania lo adquirieron 200.000 lectores. Yo no creo que los alemanes sean intelectualmente superiores a los españoles. O a los italianos. Lo que ocurre es que allí he tenido más suerte que en otras partes. Alemania es como mi segunda casa. Recuerdo en una ocasión que Michael Reich-Ranicki, el gran crítico alemán que es responsable del éxito de Javier Marías en el país, me llevó a su programa con cuatro críticos y habló estupendamente de mi obra. Aquello me benefició de manera extraordinaria.
-La historia siguiente aborda otra de sus constantes: el conflicto de identidad. Sus personajes ni saben del todo quienes son ni adonde van.
-Yo admiro a la gente que siempre sabe quien es o adonde va. Hay muchos en la vida real que no lo saben. Y yo también soy unos de ellos. A mí preocupan las cuestiones normales de la vida y las preguntas eternas de la filosofía. Leo mucho filosofía, poesía, cartas y diarios, y poca ficción. Prefiero las cartas de Flaubert que muchas de sus ficciones.
(...)

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