martes, 8 de junio de 2010

Diarios: ¿un placer inocente?


No creo ser el primero que se hace la pregunta: ¿por qué leemos diarios? ¿De dónde nace ese afán de meternos en la vida de los hombres más allá de los hechos, las páginas y los actos, es decir, de su figura pública? Recuerdo haber leído hace no mucho a Nooteboom decir en una entrevista que, desde hacía ya un buen tiempo, casi no leía ficción, sino que había dedicado sus horas a leer libros de filosofía, de historia y... ¡diarios! Digna, tierna y perversa afición. Pero vayamos por partes.
Hay un par de respuestas bastante obvias a la pregunta. Queda clarísimo que los diarios tienen una tremenda importancia para la "reconstrucción de los hechos": los historiadores probablemente habrían escrito la mitad de lo que han escrito si no fuese por los diarios (tanto los de gente como Raimondi, Cristóbal Colón o Darwin como los de la gente común y anónima), y hay montones de biografías que, sin la documentación diarística, no pasarían de ser meros folletos más o menos interesantes, pero harto banales: tal publicó tal cosa en tal año, a los pocos días dijo tales cosas en tal entrevista, y qué se yo. Y eso queda muy claro, como también que la admiración y/o el fanatismo son excusa más que suficiente para meterse a leer escritos privados. Pero no es todo.
Ahora mismo, por ejemplo, estoy leyendo un libro de Anaïs Nin titulado Henry Miller, su mujer y yo (Henry and June, en su versión original), y que es un extracto de los diarios de la autora en los que narra su romance con Miller, de paso que las ganas que le tenía a la mujer y todos los demás pormenores eróticos de aquellos meses. Bien: las cosas que he leído de Nin me han gustado, pero no soy un fanático. De Miller puede que lo sea un poco más, pero tampoco es eso lo que me empuja a leer el libro con tanto placer (y, ciertamente, tampoco pretendo escribir biografías ni libros de historia). Eso fue lo que me pasó, en cambio, con los diarios de viaje de Goethe en Italia, que como obra de su autor son geniales, pero que como diarios dejan mucho que desear. No, no... con el libro de Nin es distinto.
Uno de los grandes goces de leer diarios, creo yo, es la incertidumbre: sabes que el autor no tiene ni la más remota idea de lo que va a suceder en el capítulo siguiente, igual que tú. A diferencia de lo que sucede con una novela, donde ha habido otro proceso creativo que implica corrección y edición, el diario se lleva día a día y, si se corrige, eso no altera el hecho de que, cuando se escribió algo, no se sabía lo que venía después. Autor y lector están a mano, compartiendo ansiedad y perplejidad. Y eso lo he notado, recién, ahora, leyendo los diarios de Anaïs Nin: un día escribe con toda la seguridad del mundo que tiene tales y cuales impresiones sobre Miller, sobre June y sobre su esposo, pero unas páginas más adelante todo ha cambiado radicalmente. Algo sucede, y de pronto las convicciones se ponen de cabeza. ¿El lector? El lector puede compadecerse, reír, sentir náuseas o colgar el corazón del techo tal y como lo hace cuando lee una novela, pero consciente de que allí no hay juegos: esas cosas están sucediendo, le guste o no al autor, que no puede hacer o decir nada para cambiarlo (a lo mucho, puede cerrar la boca, pero eso no cambia las cosas).
Mi otra teoría se relaciona con la primera. Veamos: si a mi me dan un diario que perteneció a una muchacha de quince o dieciséis años, absolutamente anónima, de tal o cual año, voy a leer ese libro con tanta avidez como lo haría con el diario de algún escritor al que admiro. Quizá sin ese plus que genera el saber que te estás metiendo en la vida de alguien que te importa por otros motivos, pero lo fundamental ya está sobre la mesa: meter las narices o espiar por un agujero en la puerta sin que nadie nos haya invitado a hacerlo. ¿Que qué trato de decir? Pues eso: que leer diarios es ser el mirón, el chismoso, el perverso o el curioso. Leer diarios es un placer voyeur.
Por lo demás, todo (o casi todo, porque podría estar escapándoseme algo) lo que vale para la lectura en general vale para los diarios: identificación, representación, catarsis y todo ese rollo. Pero yo, que soy un voyeurista con mucho orgullo de serlo, no voy a negar que todo ese montoncito de "otros", marcan alguna que otra diferencia significativa. Ni mejor ni peor, pero diferente, placentero como sólo el cagarse en todo lo que se percibe como "prohibido" puede serlo.

Fuente de la imágen: http://marencoche.files.wordpress.com

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