domingo, 26 de septiembre de 2010

Los libros y las copas

 
Algún día tengo que plantearme seriamente el proyecto de escribir un libro sobre qué trago sienta mejor a la hora de sentarse a leer a tal o cual autor. Claro que hay que tomar en cuenta que, al final, este asunto es tan personal que no sé si serviría de algo escribir dicho libro, pero de todos modos sería un proyecto interesante y divertido, así sea sólo para enseñárselo a mis amigos. 
Ojo: que este es un asunto que puede ser planteado en términos estrictamente teóricos, hasta filosóficos, si se quiere. A ver: si aceptamos la tesis general del contextualismo según la cual para un determinado contexto "C" existirá un valor de verdad "V" determinado por el mismo contexto, luego podríamos plantearlo así: que si una lectura es un contexto, luego decir que tal o cual trago (si quieren llamarlo "T", adelante) es el mejor para acompañar dicha lectura es una proposición cuyo valor de verdad estará determinado por dicha lectura. Pero bueno... no creo que sea necesario pensar en este asunto dando tantas vueltas. 
Mejor pensemos en algunos ejemplos (todos ellos extraídos, obviamente, de mi experiencia personal, que nadie tiene que compartir si no quiere, y si alguno está en desacuerdo, pues me parece muy bien: aquí nadie trata de sacar moralejas). Probemos algunos nombres: William Faulkner (esto ya lo he escrito alguna vez) se lee mejor con un whiskey "on the rocks", y cada cual es libre de escoger entre bourbon o escocés. Sigamos por esta línea y pensemos en Hemingway: yo creo que aquí, lo mejor, es una cerveza bien fría, aunque algunos pasajes también invitan a algo un poco más fuerte. Para leer a Ribeyro, creo que un chilcano de pisco o un vino, dependiendo del texto, hacen la mejor compañía. Con Martín Adán, en cambio, el pisco pasa mejor si se sirve puro. 
Otro poeta que merece un buen vino para poner las tildes a los versos es Cernuda: eso sí, un vino fuerte, que evoque el polvo y la tierra pero que, al rebotar en el paladar, nos haga sentir un poco fuera y un poco bien metidos en el mundo y en nosotros mismos. En cuanto a Vicente Aleixandre, les juro que algunos de sus poemas más enredados cobran un sentido estético inesperado cuando los empapas con alcohol (imagino que con jerez deben ser una maravilla... pero el pisco no les sienta nada mal). Otro al que le va bien el pisco es Bukowski, aunque lo ideal allí es una chela o algún trago barato. Y, si quieren salir un poco de la literatura, pues les dejo este testimonio: yo me he topado con que Heidegger es mucho más comprensible cuando tienes un vaso de cerveza a un lado del libro. A Platón también le va muy bien la cerveza. 
En fin, que esta es más o menos la idea. ¿Interesante? Tal vez. ¿Trascendente? Ni hablar. ¿Divertido? Bueno, hay quienes tenemos un sentido del humor bastante cuestionable. En todo caso, supongo que habrá alguien en el mundo que entienda lo que trato de decir con todo esto: y es que, si leer es, en cierto modo, dialogar con estos autores, muchos de los cuales ya reconocemos como nuestros amigos, ¿pues por qué no acompañar la charla con una copa o dos? Tampoco estaría mal escuchar los maridajes literario-etílicos ajenos, así que siéntase libre el que quiera hacerlo de contarme qué trago es su favorito para acompañar alguna lectura. Yo, entretanto, me vuelvo a mis lecturas (desgraciadamente, sin copas). A ver quién me echa un brindis.

2 comentarios:

Luz Maria dijo...

Hola, acompañar la lectura con el licor suena interesante(aunque pareciera que el licor no se hizo para mí) mas bien disfruto acompañandolo con un cafe y/o musica(cuando se puede). Cuando te animes de hacer tu libro ponlo en tu blog a ver si en esas lo disfrute de otra manera.
Saludos

Santiago Bullard dijo...

Que tampoco está mal: yo también acompaño casi siempre mis lecturas con café, pero a veces sí que le pongo una chelita de por medio, o un guiskicito.

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