viernes, 11 de septiembre de 2009

En torno a la encíclica papal, "Caritas in veritate"


Hace unos meses, asistí a un conversatiorio en torno a la aparición de la nueva encíclica del papa, Benedicto XVI (alias "Darth Sitheus"), curiosamente titulada Caritas in veritate ("Amor en la verdad"); luego, he tenido la oportunidad de leerla más detenidamente, y creo que hay uno o dos puntos que merecen un comentario... Primero, quiero citar algunas frases de la conclusión, que por cierto dicen mucho por sí mismas:

-"Sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es"

-"(...) la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano"

De acuerdo... bienvenidos de nuevo a la Edad Media. ¿O es que hemos olvidado lo que significó el Renacimiento? Lo que trato de decir es que, si admitimos que no podemos saber a dónde ir ni quiénes somos sin la ayuda de dios, ni de los que lo nombran con "D" mayúscula, entonces nos estamos reconociendo como niños, incapaces de tomar nuestras vidas con nuestras propias manos. Al que me pregunte quién soy, sólo puedo decirle que soy la suma de mi pasado y mis acciones presentes, la sangre que corre por mis venas y las ideas y pensamientos que defiendo... ¿Nada más? Supongo que también estoy un poco en la gente que me quiere, pero nada más. ¿Y a dónde voy? Bueno, no lo sé, y creo que es imposible saberlo, ¿no? Es una de las gracias de existir: que al final no vamos a ninguna parte; a una tumba, claro, pero a ninún otro lado. Se me acusará que mi pensamiento no es feliz, pero... ¿tiene que serlo? Prefiero la lucidez a la felicidad gratuita, aunque duela, y ciertamente no voy a admitir que dios y sus hombres se hagan cargo de mi vida. Porque claro, de todo esto se deriva otra cuestión, si es que uno analiza bien las afirmaciones del papa: que es necesaria la presencia de dios (o de sus representantes, es decir, el mismísimo papa) como un elemento del nuevo Humanismo que ha de guiar el desarrollo... ¿Hacia dónde? Creo que es un poco tarde para creer en la Civitas Dei de San Agustín y de Leibniz: a estas alturas, el hombre tiene que ser capaz de reconocerse a sí mismo como un ser atado a cierta condición humana (porque es ella la que nos hace, precisamente, humanos, con sus dones y penurias); y, además, no podemos reconocerle a la institución de la iglesia semejante poder: el de ser la única y última esperanza para un desarrollo humano. La Edad Media ha quedado atrás. Dios no tiene por qué haber muerto, pero ya no está más en sus manos el salvar a la especie humana, sea cual sea su movimiento (porque no creo en el "desarrollo"): para los creyentes y para los que nos reconocemos ateos o paganos, dios, en ese sentido, ha muerto.
Pero también sobre el ateísmo tiene algo que decir Herr Ratzinger: "(...) la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo". Bueno, bueno... pero, ¿de qué "desarrollo" estamos hablando? ¿De nuevo, de la "Ciudad de Dios"? Es decir, que la construcción de un futuro sólo puede esar en manos del cristianismo... El siguiente paso, claro está, es la Nueva Inquisición. Y, a decir verdad, espero estar exagerando. Pero quiero llamar la atención sobre otro punto: ¿por qué la ´"cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo" corre el peligro de olvidar también los valores humanos? De acuerdo: el último siglo puede haber cuestionado (y hasta negado) la universalidad o el apriorismo de los Valores Humanos (dicho así, con mayúsculas), pero no deja de reconocer que los humanos siguen siendo humanos, y, como tales, necesitan de los otros para sobrevivir. La historia ya no se rige por los ideales cristianos, y sin embargo tampoco se lanza al abismo y a la matanza. Aunque ya no podamos fundamentarla, necesitamos seguir creyendo en un sistema ético; las ventajas de librarse del prejuicio cristiano es que nuestra ética se vuelve más tolerante (a diferencia del papa que, pese a sus discursos, sigue considerando que los ateos somos un peligro). Pese al título de la encíclica, yo no veo mucha Caritas en todo ésto, y su veritate es bastante excluyente, más bien.
Llego ahora a una de las mejores frases de la encíclica, o por lo menos la que más risas me ha dado: "El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano". ¡Increíble! ¡Resulta que ahora es mucho más grave excluir a Dios que a los seres humanos (porque los ateos y paganos, por si alguien lo pone en duda, seguimos siéndolo, ¿no?)! Veamos ahora, ¿qué entender por humanismo? ¿Que podemos creer en una esperanza para la humanidad? Bueno, lo siento mucho: yo creo en los actos, no en la esperanza. Y, de todos modos, creo que los que sí tengan fe en un "mañana mejor", tendrían que asentar su fe en la humanidad, no en dios (ni, mucho menos, en su representante del Vaticano). Pero bueno: que se nos llame inhumanos, entonces. Pensemos en Sartre: un ateo declarado, de pensamiento desgarrador y nada enhoblecedor para la raza humana que, sin embargo, luchó con gran valor contra la injusticia social, y que es admirable aún para los que no son comunistas o para los que, como yo, no defienden ninguna postura política. Decidiamente, luchó más y se hundió más en el barro que Ratzinger. ¿No merece él ser llamado humanista, pese a las exigencias del papa? Habría que pensarlo un poco, ¿no?
Para dar fin a estas reflexiones, sólo les digo: hay que mantener la mirada crítica. A mí no me interesa ser salvado por dios (de hecho, no creo que podamos ser salvados por dios), ni creo en la esperanza (Pasolini dijo que la esperanza no era más que una mentira inventada por los partidos para sostener sus escritos; creo que eso se puede aplicar a la encíclica en cuestión); pero creo que podemos seguir defendiendo al fantasma de la ética, y obrar de acuerdo a lo que creamos correcto. Es muy tarde para las utopías: sólo nos queda sobrevivir en el caos y, por qué no, tratar de querernos un poco. Tampoco me interesa devolver al Vaticano el poder que perdieron en los últimos siglos; ni, mucho menos, volver a la Edad Media. El hombre, para bien o para mal, le guste o no le guste, es el único dueño de su existencia. De un modo u otro, hemos perdido la inocencia, y con ella el Paraíso, y no creo que ese sea motivo para entristecernos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

pobre hombre que pena lo que piensas, y lo peor es que es tan contradictorio que no tiene sentido, partir de la animosidad del renacimiento para afirmar que tampoco sirve para nada porque piensas que esta vida es una mierda... en fin mejor no sigo, porque nunca entenderías que tu pobre visión de la vida se queda en una vida futil vacia, para que vivir.
Pero animo hombre Cristo te ama aunque aun no lo conozcas ni lo quieras conocer, cuando te mueras aunque no lo quieras lo verás porque vendrá a juzgar a vivos y muertos porque el venció la muerte y su reino no tendrá fin.
rezo para que Dios tenga misericordia de tí.

Santiago Bullard dijo...

Por favor, nada de misericordias... hace tiempo que dejé atras esas cosas. Si el reino de Dios es realmente eterno, no me despierten para el juicio: no estoy interesado. Prefiero la resignada lucidez a la vana esperanza. Además, la verdadera juerga se arma en el infierno. Y no es que me tome estas cosas a la ligera: puedes leer mi crítica y ver que es concienzuda y pensada. Respecto a contradicciones y renacimientos... bueno, el señor Ratzinger es un experto en contradicciones, y nunca pasó de la Alta Edad Media. Solo te voy a rogar que no me incluyan en ninguna plegaria: bastante contento estoy con mi "libertad" y la gloriosa miseria de la condición existencial. Saludos, y gracias por comentar.

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