En este siglo veintiuno, en el que ya pareciera que las personas estamos acostumbrados a todo, encuentro sorprendente que no falten quienes hagan muecas ante la mera mención de la pornografía. Cierto que cada vez son menos las bocas torcidas y las cejas arqueadas, y cada vez más las risas (el tabú, o la estupidez a nivel de sobremesa, es una especie amenazada que se acerca de a pocos al nivel de "en peligro de extinción") las que siguen a las menciones, descripciones o narraciones de los argumentos de las películas porno, pero qué puedo decir: me sigue sorprendiendo el rostro asqueado o indignado de más de uno.
"Pero cómo", me dirán, "¿es que acaso te propones una apología del porno?". Bueno, ¿y por qué no? Vamos a ver... ¿qué hay de malo con ello? Y hablo como una persona que perdió el interés por la pornografía como tal (es decir, en su intención prima de "excitación-masturbación-oh dios mío-a dormir) hace muchos años, para quedarme con el interés intelectual y "frívolo" por el asunto. Pero sí: defiendo la existencia y las consecuencias de la pornografía, y soy, por tanto, su apologista.
Supongo que la gran pregunta, ahora, es "por qué"; y la respuesta, queridos míos, es bastante larga... además de múltiple, porque hay montones de factores para hablar a favor de la pornografía y de su razón de ser, pese que, hoy por hoy, se tienda a mirar, si no con malos ojos, al menos con algo de pena al que afirma ser un pornógrafo habitual. Pero, ¿tiene algo de malo, a fin de cuentas? Porque hay que reconocer la serie de valores de la "cultura porno", y reconocer que merece el eminente sitio que ocupa en nuestra cultura occidental-universal-globalizada post-capitalista y post-siglo XX.
Bien: ¿qué es el porno, como género? Se habla mucho de la diferencia entre pornografía y erotismo... ¿dónde se encuentra, en realidad, esa frontera? La respuesta, creo yo, no está en la obra analizada, sino en el espectador. Pondré un ejemplo: el hoy casi legendario filme Calígula, de Tinto Brass, basada en el guión original por nada más ni nada menos que Gore Vidal. Pues bien: para mí, desde la primera vez que la vi (debo haberla visto unas ocho o nueve veces) es una obra maestra, tanto por sus actuaciones como por su guión, y además por el "tono" que logra; y, si lo logra, es por su muy bien trabajado y crudamente sórdido erotismo, que para mí tiene un valor a la vez histórico y, más importante aún, simbólico. Pero recuerdo, también, a un viejo amigo mío que un día me confesó que él nunca había visto la película de inicio a fin: sólo adelantaba el disco para buscar las escenas de sexo y de orgías. Era, claro está, su porno. Y ahí es donde radica la cuestión de géneros: no en la obra, sino en cómo se aprecia la misma. En otras palabras, que, del modo opuesto al aquí narrado, hay pornos que pueden ser apreciadas como obras de alto arte erótico, si es que se las quiere (o puede) apreciar como tales. El caso de obras como las de Sade, o aún Henry Miller, Pasolini, Durrell y, curiosamente, Joyce (la famosa historia de por qué las editoriales se negaban a publicar el Ulysses). Es decir, que hay una cuestión de perspectivas implícita en el asunto; un problema de hermenéutica, de lecturas (es decir, de lectores).
Pero bueno, aquí estoy saliéndome de la cuestión, y convirtiendo a la pornografía en erotismo... Bien: la pornografía como tal también merece ser salvada. En primer lugar, como válvula de escape, como medio de catarsis "perversa" si se quiere; y la relevancia de este factor puede variar de acuerdo a la situación histórica: es decir, todos necesitamos un medio de catarsis (lectura, trabajo, escritura, borrachera, deporte, etc), pero en situaciones de represión la intensidad de esta necesidad cambia: en otras palabras, que si me hubiese tocado vivir en la España de Franco, me hubiese llenado los estantes de películas pornográficas, por no terminar como en la Edad Media, siendo visitado entre sueños por súcubos.
Luego, tenemos otro valor de lecturas: el humor. Y es que vamos: ¿cómo no destornillarse de la risa ante el argumento de algunas pornos? Cito un ejemplo: todas las de la serie de Emanuelle (no la película, sino la serie para televisión), incluído, muy especialmente, Emanuelle contra Drácula. O, sino, cualquier porno doblada en España, donde residen los reyes del doblaje erotómano: "Joder, que me corro", "Venga, cabrón, dadme con más fuerza", "Así que queréis espiar, ¿eh?" (Léanse todas estas frases en acento español, para entender a qué me refiero).
Y, por abreviar lo que promete ser un texto muy largo, quiero resaltar un último carácter de la pornografía, el más importante: que es absoluta y profundamente humana. Porque claro: lujuria, deseo, excitación, fetiche, sexo, perversidad, morbo, "impureza" (nótense las comillas), clandestinidad y, sin embargo, soledad, son todos ellos ingredientes de una ensalada de condición humana, muy bien guardada debajo de miles de máscaras, y que no es, pese a todo, un secreto para nadie.