miércoles, 30 de septiembre de 2009

El callejón de Mahfuz


Hace unos días, mientras pasaba una hojeada a mis libros, me llamó la atención uno sobre el que no me había parado a pensar hacía mucho: El callejón de los milagros, del Nóbel egipcio Naguib Mahfuz. Han pasado más de dos años desde que lo leí, y sin embargo volvieron, tan vívidas como si volviese a pasar sus páginas, las imágenes de aquel callejón lleno de personajes desesperados o malditos, arrojados a una supervivencia mezquina en una ciudad que no ha perdido su sabor al ser transformada en literatura (sabor que, dicho sea de paso, recuerda al de la Alexandría de Durrell): sabor a polvo, a sangre, a suciedad y, de alguna forma secreta, a magia, a esperanzas que se resisten a desaparecer.
Naguib Mahfuz es un escritor de primera; su prosa carga contra los lectores sutilmente, pero con una fuerza imparable. Su crudo realismo urbano y psicológico es un trabajo magistral; y la novela, a fin de cuentas, es de una riqueza y una exquisitez inenarrables. Ciertamente, un autor que difícilmente dejará decepcionados a sus lectores, y en cuya obra sobrevive, secretamente, ese Egipto místico y lejano que los años han enterrado, pero cuya sombra sigue proyectándose.
Finalmente, quiero terminar citando el comentario de Ernesto Sábato sobre Mahfuz: "La literatura árabe, toda su cultura, tiene una tradición ancestral que hoy en día la política internacional olvida destacar, e incluso llega a destruir. Fue Naguib Mahfuz quien nos la acercó, en este siglo, a través de su vasta obra, traducida a todas las lenguas. Con problemas de salud y de visión, siguió escribiendo hasta los noventa y dos años, lo que muestra la potencia creativa de este hombre que honra su idioma y a su fabuloso y milenario Egipto. Sus novelas son un ejemplo de memoria, una muestra de esa conciencia desgarrada por la condición humana, que no es fácil encontrar en la literatura de hoy."

martes, 29 de septiembre de 2009

La... ¿Verdad? ¿Dónde?


Uno de los problemas más viejos de la filosofía es el de la verdad: se lo ha tratado de atacar desde todos los frentes, y cada vez que un pensador parece haberse quedado con una parte o todo del botín, llega otro, cual pirata, y se lo arranca de las manos, después de una a menudo cruenta batalla donde brilla el acero de las críticas, las refutaciones y los argumentos. La filosofía, en este sentido, es una forma de guerra sin cuarteles (o "nadie sabe para quién trabaja").
La lógica, la epistemología y, en ciertas ocasiones (Hegel y sus amigos), la ontología son solo algunos de los frentes que se han abalanzado sobre el presunto tesoro, inclusive aliándose entre ellos. Pero, ¿a quién dar los premios? Los pensadores idealistas del siglo XIX, siguiendo la estela del romanticismo y de los escritos de Kant, afirmaron que la Verdad se encontraba oculta detrás de un sinnúmero de fenómenos, como si estos fuesen las máscaras de una divinidad (Schopenhauer fue el primero en afirmar que esa Verdad no era, como decían sus contemporáneos, nada deseable, sino más bien algo del todo terrible). De alguna forma, todos estos pensadores representaron la última Gran Cruzada por la Verdad, antes de la llegada de Nietzsche y, luego, del pragmatismo: en sus manos, la Verdad cambiaría sus matices y sus formas, ya desfigurándose, ya multiplicándose como en un caleidoscopio, casi hasta el punto de rozar el caos, o metiendo un pie de lleno en su lodo. Pensadores como Dilthey o, en algunos puntos, Heidegger representarían el último temblor antes de lo que José María Valverde llama la "Muerte de las Ideas". Y luego... ¿qué? ¿No más verdad? Porque si la supuesta Verdad guarda tantos rostros distintos, ¿luego qué sentido tiene hablar de ella? O, peor aún: ¿qué podemos afirmar de nosotros mismos y de lo que creemos ser o conocer?
El problema de la verdad se relaciona directamente con todos los demás problemas de la filosofía: si no fuese así, la filosofía misma no sería sino un montón de juegos de trabalenguas. Se la afirme o se la niegue, la verdad sigue siendo un tema fundamental. Pero, desde cierta perspectiva, también es un problema que se ha exagerado: esto lo hace notar muy bien el filósofo norteamericano Richard Rorty, al afirmar (en su ensayo La contingencia del lenguaje) que las categorías de "verdad" y "falsedad" no deben ser confundidas, como normalmente sucede, con la de "realidad". En otras palabras, que si decimos que algo es "verdadero" o "falso" esto es a un valor proposicional, no ontológico: podemos dudar de si la mesa es real o no, pero no si es verdadera o falsa. Pasar este tipo de detalles por alto (y sobre todo por el tipo de relación que hay entre lenguaje proposicional y realidad) pueden llevar a problemas como el que enfrenta Mafalda (ver historieta arriba).
En este sentido, creo que la filosofía de la mente, de la mano del pragmatismo, la filosofía del lenguaje y la ontología, ha llevado el problema de la Verdad por el mejor camino: afirmar el pluralismo epistemológico, por un lado, y la realidad psíquica y sus posibilidades intersubjetivas del otro. Sirve, además, como un frente desde el cual una relectura de toda la historia de la filosofía resulta sumamente enriquecedora. En mi caso particular, del existencialismo: los problemas de la comunicación y de la noción de "los otros" y del "yo" (tal y como los atacaron Sartre, Heidegger, Jaspers o aún Schopenhauer) encuentran toda una nueva serie de posibilidades (no digo que felices, pero eso es lo de menos).
Quiero terminar este breve comentario con un par de recomendaciones: La verdad, de Simon Blackburn (que no sólo desarrolla muy bien las cuestiones referentes al problema de la Verdad, sino que además tiene momentos del más fino humorismo); El mito de la subjetividad, de Davidson; y la más que legible Vida y muerte de las ideas, de José María Valverde. Además, una novela: El doctor está enfermo, de Anthony Bürgess, donde los problemas de la mente y el lenguaje en su relación a la construcción psicológica de la realidad encuentran un lugar en la literatura, y con muy buena prosa.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Calle 54


Siempre me pregunté por qué demonios se quedó sin una segunda parte: Calle 54, del español Fernando Trueba, es uno de los mejores trabajos documentales que se han hecho sobre jazz latino en todos los tiempos, y, en vistas a que fue todo un éxito, ¿por qué no una segunda parte, me pregunto yo? Dudo que por alguna cuestión de rentabilidad, si fue todo un éxito...
Resumidamente: un grupo que reúne mucho de lo más selecto de la música jazz afrolatina, con una breve reseña sobre sus vidas y obras, y un tema grabado especialmente con vistas a la producción del documental. Eliane Elías, Tito Puente, Chico O'Farril, Michael Camilo, Cachao, Bebo y Chucho Valdéz (por separado y piano-a-piano) son algunos de ellos. Más no puede decirse: es cuestión de sentarse a escucharlo (y a verlo).
Pero volviendo a atacar la cuestión... ¿por qué no reunir un nuevo grupo y trabajar en una segunda parte? Porque músicos talentosos quedan de sobra para ello: Chick Corea, Poncho Sánchez, Luis Salinas, Antonio Carlos Jobim, y aún algunos peruanos como César Peredo o Manuel Miranda son sólo algunos de los nombres que se me ocurren... y ciertamente no son poca cosa: el jazz versión fusión latina tiene todavía infinitos rostros que mostrar; y muchos más sonidos, ciertamente.
Pero para los interesados, y para que se vayan haciendo una idea, les dejo una canción que refleja bastante bien la idea del documental: Panamericana, de Paquito D'Rivera, que es una pieza donde se encuentran muchos ritmos e instrumentos latinos (incluídos el tango, el festejo y el candombe). Espero lo disfruten.

Un esquema del "Dasein" de Heidegger

Casi como una curiosidad, agrego este diagrama, especie de "mapa" esquemático que trata de "explicar" la constitución existenciaria del Dasein de Heidegger, tal y como él lo desarrolló en Ser y tiempo. Lo encontré en internet hace no mucho, y me pareció que, dado que acabamos de recordar (y celebrar) su cumpleaños, no estaría de más colgarlo por aquí.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Heidegger: un universo


El título, ciertamente, no es gratuito: hablar de Martin Heidegger es, necesariamente, evocar una obra que, por su densidad y complejidad, toma la forma de un universo dentro del cual nos reconocemos como actores múltiples y algo confundidos, perdidos en algún punto entre el uno y los otros, entre el existir y el ir muriendo. Y es que si Heidegger fue un filósofo original, es en gran medida gracias a ese primer paso de su análisis existenciario: la cotidianeidad. A él no le interesa el acaso inútil mundo de las ideas y los arquetipos, ni la megaconstrucción de utopías: su preocupación, más bien, se centró en el hombre tal como existe diariamente, dentro de un mundo en el cual se reconoce a sí mismo y a los otros. Es decir, descripción antes que construcción; pero, eso sí, con una originalidad y un escrutionio agudos... muy agudos.
Siempre he pensado que Ser y tiempo debe ser la obra filosófica más importante del siglo XX. De sus páginas, que recuerdan a un laberinto o un infierno por el estilo, nacen algunas de las posibilidades más ricas de interpretación y análisis de los fenómenos de la existencia, y sobre todo del Ser mismo. Sartre, Marcuse, Sábato, Gadamer y Tugendhat, entre otros, le guardan una deuda inmensa, y la historia misma de la filosofía es inimaginable en nuestros días sin la presencia de Heidegger.
Desde la conversión del mero "Ser" (Sein) en "Dasein" hasta el análisis del "Ser en relación a la Muerte", y luego en sus obras sobre poesía y literatura, la figura de Heidegger no deja de proyectar una sombra gigantesca. Su genio, por lo demás, es indiscutible, y su obra es una invitación constante a volver a ella y revalorar todo lo que somos o pensamos que somos. Se necesita temple y valor, es cierto, pero Heidegger no deja de ser un ejemplo de ello. Una vez más, pues, salud.

Faulkner


Para variar, llego tarde a anunciar la fiesta: ayer, viernes 25, se celebró el cumpleaños del que considero el mayor escritor norteamericano de todos los tiempos: William Faulkner. Imagino que más de uno ha encendido un cigarrillo o una pipa en su honor, acompañándose con un vaso de whiskey, mientras el sol seguía alto. Y es que hablamos de un autor cuya influencia es más una cascada que un río, y que va arrasando a sus lectores, sobre todo a los que se nutren de sus aguas para luego soñar con que escriben novelas. Faulkner es un desafío consante para los escritores que lo admiran: los recursos de su técnica son indescifrables, y sin embargo su obra es tan poderosa que es imposible no querer aproximarse a una creación similar, aunque sea imposible o vano. Un escritor, pues, que se convierte en una mina llena de peligros mortales al caer en manos de otro escritor, aunque ha tenido grandes herederos: sólo en Latinoamérica, Onetti y Sábato, sus herederos más resaltantes, bastan para hacerse una idea de todo lo que Faulkner puede lograr al entrar a jugar una parte en este juego de espejos que es la creación literaria.
Pintadas como al óleo, con un barroquismo rico y poético, las novelas de Faulkner son la puerta de ingreso a un universo descarnado y a menudo cruel, donde los personajes agonizan en una constante lucha por conquistar su felicidad y su libertad, pero siendo casi siempre aplastados al final por la tragedia que, sin saberlo, han tejido ellos mismos y sus antepasados: una voluntad desesperada y llena de empuje atraviesa todas sus páginas, para desembocar al fin en la nada, en el solipsismo y en la amargura de cargar con un destino doloroso y necesario. En gran medida, una renovación de todos los temas de la tragedia clásica, puestos al servicio de una de las literaturas más originales de las que el mundo tiene memoria. Y, definitivamente, Steinbeck tenía razón cuando dijo que Faulkner, más que la mayoría de los hombres, conocía la fuerza y la debilidad de los seres humanos; esto es, precisamente, lo que encontramos en cada uno de sus personajes.
Recuerdo, ahora, algo que Gore Vidal comentaba, ciertas palabras que Faulkner le había dicho en una ocasión: que un escritor nunca debía limitarse a sí mismo; que cada obra debía trascender las fronteras de la imaginación de su autor. Luego, en una entrevista al Paris Review, no dejó de señalar que, lo más importante, para un escritor, era el trabajo duro, así como el compromiso para con su obra: nada ni nadie debía interponerse entre un autor y su trabajo; éste tenía que ser llevado a cabo, fuesen cuales fuesen los medios y las consecuencias del mismo. Lo importante es escribir. Y eso, creo yo, es algo que todo escritor tendría que aprender de este maestro.
Tengo que reconocerlo: si no hubiese leído a Faulkner, hoy por hoy mi vida no sería la misma. Jamás olvidaré ese verano del 2006 en que yo, casi candorosamente, empecé a recorrer las primeras páginas de Luz de Agosto; luego, se han seguido muchas otras novelas y cuentos, y mi admiración no ha hecho sino crecer, al punto de convertirse en una adicción. Pasarán los años y, lo sé, volveré a esas páginas una y otra vez, siempre con creciente agradecimiento y fascinación por esa obra que, día a día, parece volver a crearse: releídas, estas novelas no se evocan, sino que vuelven a suceder. Un vaso en alto, pues, o dos... por William Faulkner.

"Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que es posible hacer. No hay que preocuparse simplemente por ser mejor que los contemporáneos o que los predecesores. Hay que tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por los demonios. Nunca sabe por qué lo eligieron a él, y suele estar demasiado ocupado como para preguntárselo."

jueves, 24 de septiembre de 2009

Apostando por el Nóbel


Una vez más, como todos los años, se nos viene encima la entrega de los premios Nóbel, donde tanto han abundado justicia e injusticia en una promiscuidad sin antecedentes. Pero, de todos modos, hay que reconocer que es imposible no sentir algo de ansiedad ante su inminencia. Y, como para atizar la curiosidad del público, la página de apuestas "Ladbrokes" y el blog "Moleskine Literario" de Iván Thays ya nos han pasado una lista con los favoritos para este año, con Amos Oz en el primer lugar, seguido por un montón de nombres (la mayoría de los cuales lamento mucho desconocer) entre los que figuran algunos de los candidatos eternos: Philip Roth, Vargas Llosa, Nooteboom, Carlos Fuentes y, curiosamente, Bob Dylan (quien se sabe ya ha sido nominado antes al Nóbel).

Ahora bien, ¿quién debería ganar el premio? Dado que no he leído a Amos Oz, no puedo pasarle mis votos; yo, personalmente, espero que el premio vaya a manos de Cees Nooteboom, de Philip Roth o, más aún, de uno de los nominados más recientes (creo que lo fue por primera vez en el 2006 o 2007) y que sin duda se tiene más que merecido el premio: Ernesto Sábato (una curiosidad... ¿alguien ha notado alguna vez que ninguno de los clásicos argentinos -Borges, Sábato, Cortázar- ha recibido el Nóbel?). Otro nombre que no figura en la lista, y que dudo lo haga en la oficial de los nominados, es el de Gore Vidal, que definitivamente merece algo más que ese premio.

En cuanto a los otros nombres de la lista... bueno, definitivamente son grandes: Murakami tiene que engrosar algún día la lista de premios Nóbel; lo mismo puedo decir de John Banville. Carlos Fuentes es otro de los autores que, me parece, tendrían que obtener el premio tarde o temprano. Vargas Llosa... es un gran escritor, pero si lo ponemos a competir por un Nóbel con los que he menconado antes... en fin. De todos modos, los últimos que he nombrado, repito, merecen el premio, pero no antes de que lo gane Nooteboom, o Sábato. Si tuviera que hacer una lista con mis cinco favoritos, en el orden en que creo que merecen el Nóbel de este año, la lista iría así:

1. Ernesto Sábato

2. Gore Vidal

3. Cees Nooteboom (Bueno, los puestos dos y tres me confunden un poco... no se a cual anteponer al otro)

4. John Banville

5. Philip Roth

Pero claro, es sólo una opinión. Y a mí, como a todo el mundo, no me queda sino esperar a que los jueces den sus resultados. Sólo esperemos que, lo gane quien lo gane, se lo tenga merecido (ya tenemos Mistrales y Nerudas sobrando en la lista de los Nóbeles). Hasta entonces, guardemos nuestra curiosidad y nuestras ansias.

Y volvió el más grande: Charly García en Lima, un comentario


Sencillamente, sin palabras: y creo que todos los que asistimos ayer al concierto de Charly García en la explanada del estadio Monumental compartimos ese silencio lleno de admiración. Ante nuestras pálidas miradas, un Charly García de casi sesenta años, cachetón y lleno de espíritu se pasó la noche entre el piano y el micrófono, tocando y cantando, y hasta ensayando pequeños movimientos que casi querían ser un baile emocionado. Y, si faltaron canciones como Peluca telefónica, Yo no quiero volverme tan loco o Los Dinosaurios, el Maestro tuvo en cambio la delicadeza de sorprendernos con Rezo por vos, Tu vicio y Chipi chipi, temas que yo, al menos, no me esperba, sumadas a un repertorio de sus clásicos más clásicos. Y, más allá de todo eso, estuvo la certidumbre, tan poderosa que casi se la podía masticar, de estar viendo a una Leyenda, a un hombre que, sin lugar a dudas, no es como todos los hombres.
¿Cuántos seríamos? No tengo ni la menor idea. Todo lo que se es que la explanada del estadio resonaba con los gritos emocionados de todos los fans que asistimos a un concierto que, quien lo duda, no será olvidado con mucha facilidad (yo no podré olvidarlo jamás). En cuanto a Charly, solo podemos esperar que siga adelante con su gira y que, con algo de suerte, nos de la sorpresa de reaparecer más temprano que tarde para volver a llevarnos al borde de la muerte por sobredosis emocional con uno de sus conciertos. ¡Aguante Charly!

martes, 22 de septiembre de 2009

Una breve reflexión sobre el Infierno


Desde que tengo memoria, uno de los temas que más me ha apasionado es el del infierno. En mi infancia (entregada a un cristianismo patológico), me obsesionaba como destino probable del que, me figuraba, tendría que salvarme a través de la ética y sus reflejos en mis actos; luego, en mi juventud romántica, y a medida que empezaba a leer a Schopenhauer, casi llegué a desearlo con esa ansiedad que impulsa a los que quieren verse a sí mismos como poetas o como locos; finalmente, a medida que mis lecturas se fueron profundizando y mi fé se convirtió en objeto de la más concienzuda disección, advertí que la separación, geográfica u ontológica, entre Infierno y Paraíso no podía ser sino artificial: el juego de reversos no hace sino ocultar las equivalencias, y un segundo de éxtasis vale lo mismo para vislumbrar la gloria o el tormento. En todo caso, reconozco el Infierno como una realidad cotidiana, tangible y continua (como decía Camus, el apocalipsis sucede a cada instante). En otras palabras, el Infierno vive ya, más que entre nosotros, en nosotros, y luego, en todas las categorías existenciarias y ontológicas (disculpen el tono heideggeriano) que se desprenden de esto último.
Lo que quiero decir es que, bien visto, el Infierno ya se hace presente, segundo a segundo, a través del intento de tragicomedia que es, creo yo, la condición humana en su última instancia. Podemos atacar la cuestión desde la teología, si se quiere, pero lo cierto es que, de existir un dios, basta el que nos haya empujado a la existencia (sin preguntarnos siquiera) para afirmar que es, o puede ser, un segundo rostro del demonio, o apenas un titiritero sádico y morboso. Algunas sectas gnósticas defendieron que la Creación era obra de un dios cruel o imperfecto, y eso sigue siendo una posibilidad. Sartre (A puerta cerrada), mucho más apegado a una fenomenología tangible, señala que el Infierno son los demás, su "yo" consciente y reflexivo que, de alguna forma, nos juzga y limita, sin dejar de recordarnos lo que nosotros mismos somos en última instancia: poco más o poco menos que una nada, una mala pasada del azar. Para Borges (La duración del infierno), el verdadero efecto estético de lo "terrible" de la condena infernal radica no en su carácter espacial o fenoménico, sino en el temporal: la idea de un castigo eterno. Dante, el más famoso arquitecto de infiernos que recuerda la literatura, postula que, más allá de lo que suceda en los recintos subterráneos, el verdadero castigo que reciben los condenados, lo que hace del infierno un verdadero Infierno, es la carencia de Dios (vale decir, la conciencia de que no hay esperanza posible de salvación). Pasolini, como Sartre, relaciona el infierno más a las relaciones humanas (que nunca alcanzan el ideal planteado, sino que se ordenan de acuerdo al caos o a la dominación de unos sobre otros) y a la desesperación del individuo abandonado a sí mismo y a la consecuencia de sus actos (Teorema, Salò y Mamma Roma, respectivamente). Para Platón y sus seguidores (Plotino, sobre todo), lo más equiparable a un Infierno era esta vida terrenal: el saber que el alma estaba aprisionada por la carne impura.
Yo, por mi lado, estoy de acuerdo con unos más que con otros (Sartre, Pasolini y Borges me parecen irrefutables, cada cual a su manera); pero, dejando atrás este repaso, creo que lo importante es reconocer que, si hay un Infierno, este es absolutamente humano, sea o no un castigo o un error de alguna divinidad: tal y como están las cosas, vivimos atados a nuestros actos y decisiones. Nuestro Infierno son los otros y somos nosotros mismos, es nuestra libertad y su imposibilidad, es nuestra imágen en el espejo y lo que acecha cuando cerramos los ojos, es nuestro sueño y nuestra vigilia... es, en fin, y bien visto el asunto desde cierta perspectiva, el sabernos atados a la condición de la existencia. Y no hay que olvidarlo: el Infierno no deja de ser, pese a todo, y por este mismo juego de perspectivas, una forma de Paraíso.

lunes, 21 de septiembre de 2009

La cruda y magistral estética de Nobuyoshu Araki


Hace ya unos cuantos siglos, el Marqués de Sade escribió que "la naturaleza ha querido que sólo obtuviésemos placer mediante el sufrimiento"; aunque no a todos les guste semejante afirmación, creo que no podemos dejar de reconocer el peso de verdad que lleva sobre sus palabras. Y, definitivamente, Nobuyoshi Araki se las toma muy en serio: en su obra, éste parece ser el principio fundamental, el Leitmotiv, casi se diría que un Deus ex machina... Y para comprobarlo basta con sentarse a admirar, detenidamente, cada una de sus fotografías: en ellas, prima una estética visceral y sórdida, donde la "belleza" nace del mudo reclamo del castigo, del dolor, de un empujón hasta el límite de los sentidos.
Obviamente, no han faltado quienes acusen a Araki de ser un degenerado y un pervertido... ¿pero se sigue acaso de todo esto que no se lo pueda llamar un artista? Pocos fotógrafos han cultivado una perspectiva y una obra tan originales como Nobuyoshu Araki: si su obra limita con la pornografía, eso no significa que no posea valor artístico alguno; más bien, yo defiendo a Araki como uno de los mayores artistas del siglo pasado y, dado que sigue con vida, también de este joven siglo XXI. Acusar a su obra de ser desagradable no basta: se rige por una estética distinta a las usuales, pero que no podemos dejar de reconocer como profunda y desgarradoramente humana, precisamente por eso que decía Sade; o, como dice Burgo Partridge en su admirablemente escrita Historia de las orgías: "Todo ser humano es, hasta cierto punto, polimórficamente perverso, todos llevamos dentro la semilla de perversiones raras".
Agudo, preciso, crudo, sucio, morboso: todas estas etiquetas puede llevar, con orgullo, Araki. Pertenece a la misma especie a la que pertenecen, entre otros, Petronio, Sade, Gore Vidal, Pasolini, Henry Miller, Bukowski, Baudelaire y Mapplethorpe. Su obra es, más allá de un nuevo horizonte estético, un llamado a vernos ante un espejo real y despiadado en el que, al final, no podemos dejar de reconocer nuestro rostro.

Kinbaku (Bondage)

domingo, 20 de septiembre de 2009

Memoria de Luis Cernuda


Acabo de reparar en el hecho de que, hoy, se cumple un año más de la memoria de Luis Cernuda, uno de los más grandes poetas de los que han pisado la tierra. O, si se quiere, el polvo, que es de lo que parece hecha la poesía de Cernuda: polvo de momentos, de recuerdos, de sensaciones, de esperanzas... Yo lo recuerdo, junto a Vicente Aleixandre, como lo más alto que ha dado el mundo la llamada "Generación del 27", y a sus versos debo algunos de los instantes de lectura más íntimos. Porque la suya es eso: una poesía intimista, profunda, descarnada y que, sin embargo, se mantiene siempre a la expectativa de algo más, pese a no poder librarse del pasado en ningún momento, pese a saberse condenado por él.
Sevillano de nacimiento, español en su nostalgia, muerto en el exilio mexicano: su vida, de alguna forma, se parece a una larga melancolía, o a un breve poema. Ya lo se: frases como estas son incómodas; en este caso, al menos, me son ineludibles y, en todo caso, no pecan de falsas. Y es que, ¿de qué otra forma hablar de un poeta al que se ha sentido con tanta fuerza y que es, a la vez, lo bastante ambiguo como para ser preciso? En el arte del buen verso, Cernuda se guarda un sitio en la cumbre. No importa que los muchos dediquen más atención a, digamos, García Lorca: los pocos que sabemos quién es Cernuda, nos sabemos dueños de un tesoro inestimable. Los poemas que se suman en Donde habite el olvido, por ejemplo, y a los que Sabina debe la inspiración de alguna letra, dejan como una sombra en el lector que nunca terminará de pasar. Y aquellas palabras con las que empieza el libro, son sencillamente preciosas:

"Como los erizos, ya sabeís, los hombres un día sintieron su frío. Y quisieron compartirlo. Entonces inventaron el amor. El resultado fue, ya sabéis, como en los erizos.
¿Qué queda de las alegrías y penas del amor cuando éste desaparece? Nada, o peor que nada; queda el recuerdo de un olvido. Y menos mal cuando no lo punza la sombra de aquellas espinas; de aquellas espinas, ya sabéis.
Las siguientes páginas son el recuerdo de un olvido."

Una copa en alto, pues, por Luis Cernuda. Y, ya que estamos en la fecha, no dejar de repasar alguno de sus magníficos poemas (ya que la ocasión y los medios lo ameritan, les dejo uno bastante breve, pero que basta para hacerse una idea del genio, tan particular, de este poeta). Salud, pues.


Alegría de la soledad
A solas, a solas,
camino de la aurora,
bajo las nubes cantan,
blancas, solas, las aguas;
y entre las hojas sueña,
verde y sola, la tierra.

Rubia, sola también, tu alma
allá en el pecho ama,
mientras las rosas abren,
mientras pasan los ángeles,
solos en la victoria
serena de la gloria.

Y se nos viene Charly


Creo que todos los que hemos comprado la entrada compartimos la misma pregunta: ¿qué nos espera este miércoles 23 en el estadio Monumental? Porque claro: han pasado los años, han pasado las drogas, ha pasado un nuevo disco (que yo no he oído todavía, aunque las críticas que he escuchado no han sido muy buenas), y sin embargo el Dios parece seguir siendo el Dios. Pero no en vano el sembrar la duda ha sido siempre una de las especialidades de Charly García, y asistir a un concierto suyo siempre ha guardado algún riesgo. Sin embargo, creo que es imposible matar la ilusión, y nadie que se considere un fan de Charly podrá quejarse, aún si el susodicho no apareciese a la hora de la hora: uno tiene que estar listo para ese tipo de contrariedades de último minuto.
No son pocos los que opinan que el mito es más exageración que verdades: que Charly García no es más que un drogadicto loco que no necesita más que decir dos idioteces para arrastrar a las masas; pues bien: a quien piense así, yo le reto a que escuche atentamente sus comentarios y sus canciones, que descifre la magia de la composición (a menudo muy compleja) y se entregue a la poesía de las palabras que va rimando... y luego me dirá si es gratuito o no el título de genio que ostenta Charly García, autor (recordémoslo) de algunas de las mejores letras y canciones del rock en español de todos los tiempos (por no decir que el verdadero fundador de ese género), por no mencionar su máxima obra, que es su propia imágen de músico/poeta/loco (como Rubén Darío fue la mejor obra de Rubén Darío).
En cuanto al concierto, solo me queda esperarlo con emoción. Con algo de suerte, Superhéroes, Peluca telefónica o No bombardeen Buenos Aires formarán parte del repertorio. Si no, de todos modos puedo confiar en que no falte la buena música. Y, por lo demás, que sea hasta el miércoles, pues.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Un año de la muerte de Rick Wright.


Un día como el de ayer, un año atrás, recibí una de las noticias más duras de las que guardo memoria. Estando yo en Buenos Aires, me enteré por un amigo que me avisó desde Lima de la muerte de uno de los hombres a los que más he admirado y, de esa forma misteriosa que tiene la lejana admiración, querido: me refiero a Richard Wright, uno de los tecladistas más influyentes del siglo pasado y que participó activamente en la evolución y la renovación del rock progresivo al introducir cadencias y contrapuntos típicos del jazz al sonido de los sintetizadores y órganos hammond, a la vez que daba todo un nuevo sentido al uso de este tipo de instrumentos.
Hoy, la gente lo recuerda, indudablemente, como el que fuese tecladista y cofundador de la legendaria banda Pink Floyd; como miembro activo de la misma, participó en la composición de algunos de sus temas más memorables, sin olvidar que hizo por su cuenta algunos otros (The great gig in the sky es el ejemplo más notorio) de incomparable calidad de composición. Y, sin embargo, pocos somos los que, también, sabemos que hubo algo más, una carrera solista que, aunque breve, estuvo lleno de grandes y secretos tesoros. Una copa en alto, pues, señores, aunque el brindis llegue con un día de retraso: lo importante es, al fin y al cabo, ceder a la memoria de un hombre que, nadie puede dudarlo, fue grande. Salud, pues, por Rick Wright.

Incluyo, claro está, una canción de Richard Wright (Breakthrough), interpretada por él mismo junto a David Gilmour y su banda durante el Meltdown Festival organizado por éste. Espero lo disfruten.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Charles Bukowski - "a la puta que se llevó mis poemas"

Arovecho la ocasión para sacar a la luz otra de mis traducciones de Bukowski. Por momentos, temo que pequen de literalidad, pero no lo sé... quién sabe: a lo mejor y no estoy del todo errado cuando pienso que mantienen ese tono que sólo puede ser llamado "bukowskiano" ("sórdido" o "ebrio" son, por sí solos, adjetivos insuficientes).

a la puta que se llevó mis poemas

algunos dicen que deberíamos guardar nuestro resentimiento personal del
poema,
mantenernos abstractos, y algo de razón hay en esto,
pero jezús;
doce poemas perdidos y no guardo carbones y tienes
mis
pinturas también, mis mejores; es agobiante:
¿tratas de aplastarme como el resto de ellas?
¿por qué no tomaste mi dinero? usualmente lo hacen
de los pantalones enfermos que duermen borrachos en el rincón.
la próxima vez llévate mi brazo izquierdo o cincuenta
pero no mis poemas:
no soy Shakespeare
pero en algún momento simplemente
no habrá ninguno más, abstracto o lo que sea;
siempre habrá dinero y putas y borrachos
desde ahora hasta la última bomba,
pero como Dios dijo,
cruzando sus piernas,
yo veo dónde he hecho cantidad de poetas
pero no tanta
poesía.

Pasolini según Eduardo Adrianzén


Recién hace unos días me vine a enterar de que, con motivo del homenaje a Pasolini del que hice un comentario el mes pasado, se volvió a montar la obra Demonios en la piel (la pasión según Pasolini), del dramaturgo peruano Eduardo Adrianzén. Es una lástima haberme enterado tan tarde, porque me hubiera encantado ir a ver esa obra de nuevo (la montaron por primera vez hace dos años, en el teatro de la municipalidad de San Isidro).
La obra parte de algunos de los días de la vida de Pasolini, durante la grabación de sus Racconti di Canterbury en Inglaterra, para hacer un compendio de su vida y obra, proyectándose como la revisión de la formación de un espíritu descarnado y crítico. De este modo, los personajes, acompañados por una suerte de "coro" (tres muchachos semi desnudos que aparecen, aquí y allá, a leer fragmentos de sus obras y a hacer comentarios) y con el apoyo de una escenografía bastante simple y sin embargo más que adecuada, recrean el universo pasoliniano, con su matiz oscuro, grotesco y a pesar de todo poético. Todo se adapta a este universo particular: el resultado es una pasión agónica constante, que se lanza del humor desesperado al silencioso llanto del aislamiento y la incomprensión, sin que eso signifique que la lucha puede ser abandonada.
Esperemos, pues, que alguien tenga la iniciativa de volver a montar esta obra pronto, y que, si lo hace, sepa hacernos llegar la noticia a los que andamos un poco en las nubes. Yo la recomiendo personalmente: es, como la obra de Pasolini, una oportunidad de reflexionar sobre lo que significa estar vivos: casi nada y, sin embargo, absolutamente todo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

En torno a la encíclica papal, "Caritas in veritate"


Hace unos meses, asistí a un conversatiorio en torno a la aparición de la nueva encíclica del papa, Benedicto XVI (alias "Darth Sitheus"), curiosamente titulada Caritas in veritate ("Amor en la verdad"); luego, he tenido la oportunidad de leerla más detenidamente, y creo que hay uno o dos puntos que merecen un comentario... Primero, quiero citar algunas frases de la conclusión, que por cierto dicen mucho por sí mismas:

-"Sin Dios el hombre no sabe adónde ir ni tampoco logra entender quién es"

-"(...) la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano"

De acuerdo... bienvenidos de nuevo a la Edad Media. ¿O es que hemos olvidado lo que significó el Renacimiento? Lo que trato de decir es que, si admitimos que no podemos saber a dónde ir ni quiénes somos sin la ayuda de dios, ni de los que lo nombran con "D" mayúscula, entonces nos estamos reconociendo como niños, incapaces de tomar nuestras vidas con nuestras propias manos. Al que me pregunte quién soy, sólo puedo decirle que soy la suma de mi pasado y mis acciones presentes, la sangre que corre por mis venas y las ideas y pensamientos que defiendo... ¿Nada más? Supongo que también estoy un poco en la gente que me quiere, pero nada más. ¿Y a dónde voy? Bueno, no lo sé, y creo que es imposible saberlo, ¿no? Es una de las gracias de existir: que al final no vamos a ninguna parte; a una tumba, claro, pero a ninún otro lado. Se me acusará que mi pensamiento no es feliz, pero... ¿tiene que serlo? Prefiero la lucidez a la felicidad gratuita, aunque duela, y ciertamente no voy a admitir que dios y sus hombres se hagan cargo de mi vida. Porque claro, de todo esto se deriva otra cuestión, si es que uno analiza bien las afirmaciones del papa: que es necesaria la presencia de dios (o de sus representantes, es decir, el mismísimo papa) como un elemento del nuevo Humanismo que ha de guiar el desarrollo... ¿Hacia dónde? Creo que es un poco tarde para creer en la Civitas Dei de San Agustín y de Leibniz: a estas alturas, el hombre tiene que ser capaz de reconocerse a sí mismo como un ser atado a cierta condición humana (porque es ella la que nos hace, precisamente, humanos, con sus dones y penurias); y, además, no podemos reconocerle a la institución de la iglesia semejante poder: el de ser la única y última esperanza para un desarrollo humano. La Edad Media ha quedado atrás. Dios no tiene por qué haber muerto, pero ya no está más en sus manos el salvar a la especie humana, sea cual sea su movimiento (porque no creo en el "desarrollo"): para los creyentes y para los que nos reconocemos ateos o paganos, dios, en ese sentido, ha muerto.
Pero también sobre el ateísmo tiene algo que decir Herr Ratzinger: "(...) la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo". Bueno, bueno... pero, ¿de qué "desarrollo" estamos hablando? ¿De nuevo, de la "Ciudad de Dios"? Es decir, que la construcción de un futuro sólo puede esar en manos del cristianismo... El siguiente paso, claro está, es la Nueva Inquisición. Y, a decir verdad, espero estar exagerando. Pero quiero llamar la atención sobre otro punto: ¿por qué la ´"cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo" corre el peligro de olvidar también los valores humanos? De acuerdo: el último siglo puede haber cuestionado (y hasta negado) la universalidad o el apriorismo de los Valores Humanos (dicho así, con mayúsculas), pero no deja de reconocer que los humanos siguen siendo humanos, y, como tales, necesitan de los otros para sobrevivir. La historia ya no se rige por los ideales cristianos, y sin embargo tampoco se lanza al abismo y a la matanza. Aunque ya no podamos fundamentarla, necesitamos seguir creyendo en un sistema ético; las ventajas de librarse del prejuicio cristiano es que nuestra ética se vuelve más tolerante (a diferencia del papa que, pese a sus discursos, sigue considerando que los ateos somos un peligro). Pese al título de la encíclica, yo no veo mucha Caritas en todo ésto, y su veritate es bastante excluyente, más bien.
Llego ahora a una de las mejores frases de la encíclica, o por lo menos la que más risas me ha dado: "El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano". ¡Increíble! ¡Resulta que ahora es mucho más grave excluir a Dios que a los seres humanos (porque los ateos y paganos, por si alguien lo pone en duda, seguimos siéndolo, ¿no?)! Veamos ahora, ¿qué entender por humanismo? ¿Que podemos creer en una esperanza para la humanidad? Bueno, lo siento mucho: yo creo en los actos, no en la esperanza. Y, de todos modos, creo que los que sí tengan fe en un "mañana mejor", tendrían que asentar su fe en la humanidad, no en dios (ni, mucho menos, en su representante del Vaticano). Pero bueno: que se nos llame inhumanos, entonces. Pensemos en Sartre: un ateo declarado, de pensamiento desgarrador y nada enhoblecedor para la raza humana que, sin embargo, luchó con gran valor contra la injusticia social, y que es admirable aún para los que no son comunistas o para los que, como yo, no defienden ninguna postura política. Decidiamente, luchó más y se hundió más en el barro que Ratzinger. ¿No merece él ser llamado humanista, pese a las exigencias del papa? Habría que pensarlo un poco, ¿no?
Para dar fin a estas reflexiones, sólo les digo: hay que mantener la mirada crítica. A mí no me interesa ser salvado por dios (de hecho, no creo que podamos ser salvados por dios), ni creo en la esperanza (Pasolini dijo que la esperanza no era más que una mentira inventada por los partidos para sostener sus escritos; creo que eso se puede aplicar a la encíclica en cuestión); pero creo que podemos seguir defendiendo al fantasma de la ética, y obrar de acuerdo a lo que creamos correcto. Es muy tarde para las utopías: sólo nos queda sobrevivir en el caos y, por qué no, tratar de querernos un poco. Tampoco me interesa devolver al Vaticano el poder que perdieron en los últimos siglos; ni, mucho menos, volver a la Edad Media. El hombre, para bien o para mal, le guste o no le guste, es el único dueño de su existencia. De un modo u otro, hemos perdido la inocencia, y con ella el Paraíso, y no creo que ese sea motivo para entristecernos.

martes, 8 de septiembre de 2009

Gore Vidal: el infinito no basta


Aunque siguen siendo motivo de indignación para mí, los descuidos del olvido de los lectores ya no me sorprenden. Y, sin embargo, no deja de ser cierto que no le puedo perdonar a Vargas Llosa el que haya omitido por completo a Ernesto Sábato en su Diccionario de América Latina; tampoco deja de sentarme muy mal la exclusión del nombre de un escritor como Gore Vidal en el Everyman's Dictionary of Literaru Biography de 1969.
Gore Vidal... un nombre que por sí mismo dice mucho. Hoy en día, la mayor parte de la gente que lo recuerda lo hace por sus magníficos volúmenes dedicados a sus memorias (el segundo, Navegación a la vista, fue publicado el año pasado); pocos son, en cambio, los que saben del deleite que proporcionan sus ficciones.
Gore Vidal es un escritor único dentro de la tradición norteamericana, porque no conoce límites (Faulkner tampoco los conoce, pero él pertenece a otra especie de la que él es el único representante). Yo, personalmente, lo juzgo superior a su rival eterno, Truman Capote, que si bien es cierto que fue un gran estilista, jamás alcanzó la profundidad ni afinó el ojo de crítica tajante como sí lo hizo, en cambio, Vidal, hombre que goza, además, de un intelecto aplastante que no enfría el cálido mecanismo de su prosa. Gore Vidal parece haber hecho de todo: novelas a menudo satíricas (Duluth, La ciudad y el pilar de sal), guiones y adaptaciones cinematográficos (Calígula, Ben-hur, Y súbitamente el último verano), novelas históricas (Juliano, Creación), así como una obra ensayística que, con cruda lucidez, analiza fenómenos tan diversos como la literatura, la historia, la política (menos interesante), el discurso mediático o la pornografía. Su interés fundamental, como en muchos casos el de Pasolini (con quien comparte muchos puntos de pensamiento), es el de la interacción humana vista como una relación de poderes, ya sea a través de los procesos históricos y sociales como en la cotidianidad, a través del diálogo y del sexo (como él dijo, famosamente: "el sexo es política"). Y, pese a su mirada desgarradora, es un hombre que puede no dejar de hacernos reír, por su capacidad de convertir todo esto en una forma de comedia.
A Gore Vidal le debo no sólo algunas de las opiniones más iluminadoras de las que he tenido referencia, sino también algunas de mis lecturas más gratas. Ya sea a través del tono épico de Juliano o del satírico de Duluth, las obras de Vidal guardan una vitalidad invencible y una posibilidad de interpretaciones infinitas que a otras literaturas les cuesta alcanzar.
Erudito, humorístico, desesperado, pagano, escéptico, homosexual, poético, sucio, letal y preciso: eso es Gore Vidal, un hombre que, sin lugar a dudas, merece ser llamado Genio. Y, sobre todo, un genio tenaz, al que nunca dejaron satisfecho las fronteras y que llevó su obra, en cada ocasión, un paso más allá del punto en el que se había detenido, si es que no fundaba un nuevo camino a la mitad de su marcha. No, Gore: el infinito no basta.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Charly García - "Viernes 3:00 am"

Hace no mucho, comentando unas líneas de Séneca sobre el suicidio, mencioné una canción de Charly García (grabada originalmente con Serú Giran): Viernes 3:00 am. De más está repetir que se trata de una de las composiciones más maravillosas sobre el suicidio jamás realizadas, y que derrocha poesía y calidad musical; como resultado, uno no sólo puede formarse una imágen muy clara de lo que nos dicen los versos, sino que la canción misma cobra vida en nuestras venas. Pronto volveré a escribir sobre el más que genial Charly García (porque ciertamente merece un lugar aquí, así sea bajo la torpeza de mis líneas). Hasta entonces, les dejo este video, a ver si entienden un poco lo que trato de decirles.

Barbas y bigotes


Normalmente cuando estoy aburrido me pongo a leer los famosos demotivational posters que se encuentran por las imágenes de google, cuando noté algo que me llamó la atención. Era la foto de un señor portando uno de esos bigotes tan estramboticos y, sin embargo, bacanes. Esa clase de bigote que Santiago diría "¡Manya, que chevere bigote, yo también quiero uno así!"
Pase a cliquear la imagen y entré a la página web más genial de todos los tiempos: World Beard and Moustache Championship (http://www.worldbeardchampionships.com/). Sin duda hay que ser bien genial para formar parte de este club y compretencia.
En esta página, te pasan las fotos de los mejores bigotes y barbas que hay sobre la faz del planeta. Se dan premios para los mejores cuidados e incluso los más originales. Cualquiera que porte una barba de las maestras debería considerar entrar en este club. Personas de la historia que debieron haber entrado incluyen Nietzsche (filósofo, bigote), Barba Roja (pirata, barba), Gerard Butler (actor, barba), Tom Selleck (bigote, actor) y Keith Hernandez (bigote, beisbolista).
Sin duda barbas y bigotes como estas son un orgullo para el género masculino ya que representan el mayor orgullo masculino (de los que se pueden exhibir en público, al menos que sean nudistas).
En verdad un aplauso y un ¡olé! por los bigotes y barbas.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Restif de la Bretonne: una sucia elegancia


Por algún extraño y oscuro motivo, la gente ha olvidado por completo a Nicolas Restif de la Bretonne, uno de los más talentosos y perversos escritores de la Francia del siglo XVIII. Y ello pese a la larga lista de escritores importantes que lo admiraron y recomendaron, lista que incluye los nombres de nada más ni nada menos que Valery, Baudelaire, Schiller y Goethe, entre otros. Y más allá de estos detalles ilustres, ¿la Historia, que se dice es tan buen juez de gustos literarios, no tendría que recordar, precisamente, a los autores de mayor talento e ingenio? Pues lo cierto es que, en este caso, la historia ha fallado, y hoy son muy pocos los que conocen la felicidad que significan las obras de Restif, aunque no debiera ser de este modo.
Restif de la Bretonne perteneció a la generación de escritores y pensadores libertinos y perversos de la Francia prerrevolucionaria. Y es curioso que el nombre más famoso de este grupo de autores sea, precisamente, el del enemigo personal y directo de Restif: el Marqués de Sade. Ahora bien, en este punto entro a un terreno bastante espinoso, ya que se trata de poner en tela de juicio los valores literarios de Sade: nadie que sepa gozar de los placeres de la perversidad es capaz de negar el genio de Sade; y, sin embargo, tampoco puede dejar de reconocerse que, en la mayor parte de sus textos, brillan los defectos: un estilo muy mal o nada cuidado, personajes mal construídos y unilaterales, narraciones atropelladas... además de un asedio excesivo y monótono de los ideales del "amoralismo" que predicaba el autor (el gusto por las situaciones grotescas y las palabras obscenas, en cambio, son precisamente lo mejor, lo más "suculento" de sus obras). Con Restif pasa todo lo contrario: su técnica es de un preciosismo inigualable, y era un genio de la narración y de la insinuación. Si en Sade primaban el gusto por la laceración y la sodomía, en Restif priman la pedofilia, el incesto y el fetiche con los pies. Pero todo esto se trabaja en una forma muy cuidadosa, que deja al lector imaginar mucho más de lo que se dice; porque claro: como buen libertino, Restif sabía que la imaginación humana es capaz de concebir cosas mucho más perversas si se la deja obrar libremente, en lugar de ofrecerle una suma de hechos concretos y descritos: en otras palabras, el lector tiene que reconocer, en algún punto de la historia, que él también es un pervertido. Sólo se me ocurre un ejemplo para ilustrar todo esto: la Lolita de Vladimir Nabokov. Ahí sucede lo mismo: en ningún momento se nos relata que suceda algo entre Humbert Humbert y la pequeña Dolores Haze, pero eso no hace más que empujar a los lectores a sacar sus propias "conclusiones" (de hecho, siempre he pensado que Nabokov debió haber leído la novela Sara, o la última aventura de un hombre de cuarenta años, que tiene muchas analogías estilísticas y temáticas con Lolita).
Hablo, pues, de una pluma "refinada", que sabe seducir a sus lectores para arrastrarlos a algunas de las historias más... cómo decirlo... ¿"oscuras"? ¿"terribles"? ¿"perversas"? No lo sé: dejo el juicio a los que se animen a leerlo. Después de todo, aún quedan escritores capaces de demostrarnos a todos los seres humanos cuán poco nos conocemos realmente, o cuán poco dispuestos estamos a aceptar lo que somos en el fondo.

jueves, 3 de septiembre de 2009

A vueltas con la Pornografía


En este siglo veintiuno, en el que ya pareciera que las personas estamos acostumbrados a todo, encuentro sorprendente que no falten quienes hagan muecas ante la mera mención de la pornografía. Cierto que cada vez son menos las bocas torcidas y las cejas arqueadas, y cada vez más las risas (el tabú, o la estupidez a nivel de sobremesa, es una especie amenazada que se acerca de a pocos al nivel de "en peligro de extinción") las que siguen a las menciones, descripciones o narraciones de los argumentos de las películas porno, pero qué puedo decir: me sigue sorprendiendo el rostro asqueado o indignado de más de uno.
"Pero cómo", me dirán, "¿es que acaso te propones una apología del porno?". Bueno, ¿y por qué no? Vamos a ver... ¿qué hay de malo con ello? Y hablo como una persona que perdió el interés por la pornografía como tal (es decir, en su intención prima de "excitación-masturbación-oh dios mío-a dormir) hace muchos años, para quedarme con el interés intelectual y "frívolo" por el asunto. Pero sí: defiendo la existencia y las consecuencias de la pornografía, y soy, por tanto, su apologista.
Supongo que la gran pregunta, ahora, es "por qué"; y la respuesta, queridos míos, es bastante larga... además de múltiple, porque hay montones de factores para hablar a favor de la pornografía y de su razón de ser, pese que, hoy por hoy, se tienda a mirar, si no con malos ojos, al menos con algo de pena al que afirma ser un pornógrafo habitual. Pero, ¿tiene algo de malo, a fin de cuentas? Porque hay que reconocer la serie de valores de la "cultura porno", y reconocer que merece el eminente sitio que ocupa en nuestra cultura occidental-universal-globalizada post-capitalista y post-siglo XX.
Bien: ¿qué es el porno, como género? Se habla mucho de la diferencia entre pornografía y erotismo... ¿dónde se encuentra, en realidad, esa frontera? La respuesta, creo yo, no está en la obra analizada, sino en el espectador. Pondré un ejemplo: el hoy casi legendario filme Calígula, de Tinto Brass, basada en el guión original por nada más ni nada menos que Gore Vidal. Pues bien: para mí, desde la primera vez que la vi (debo haberla visto unas ocho o nueve veces) es una obra maestra, tanto por sus actuaciones como por su guión, y además por el "tono" que logra; y, si lo logra, es por su muy bien trabajado y crudamente sórdido erotismo, que para mí tiene un valor a la vez histórico y, más importante aún, simbólico. Pero recuerdo, también, a un viejo amigo mío que un día me confesó que él nunca había visto la película de inicio a fin: sólo adelantaba el disco para buscar las escenas de sexo y de orgías. Era, claro está, su porno. Y ahí es donde radica la cuestión de géneros: no en la obra, sino en cómo se aprecia la misma. En otras palabras, que, del modo opuesto al aquí narrado, hay pornos que pueden ser apreciadas como obras de alto arte erótico, si es que se las quiere (o puede) apreciar como tales. El caso de obras como las de Sade, o aún Henry Miller, Pasolini, Durrell y, curiosamente, Joyce (la famosa historia de por qué las editoriales se negaban a publicar el Ulysses). Es decir, que hay una cuestión de perspectivas implícita en el asunto; un problema de hermenéutica, de lecturas (es decir, de lectores).
Pero bueno, aquí estoy saliéndome de la cuestión, y convirtiendo a la pornografía en erotismo... Bien: la pornografía como tal también merece ser salvada. En primer lugar, como válvula de escape, como medio de catarsis "perversa" si se quiere; y la relevancia de este factor puede variar de acuerdo a la situación histórica: es decir, todos necesitamos un medio de catarsis (lectura, trabajo, escritura, borrachera, deporte, etc), pero en situaciones de represión la intensidad de esta necesidad cambia: en otras palabras, que si me hubiese tocado vivir en la España de Franco, me hubiese llenado los estantes de películas pornográficas, por no terminar como en la Edad Media, siendo visitado entre sueños por súcubos.
Luego, tenemos otro valor de lecturas: el humor. Y es que vamos: ¿cómo no destornillarse de la risa ante el argumento de algunas pornos? Cito un ejemplo: todas las de la serie de Emanuelle (no la película, sino la serie para televisión), incluído, muy especialmente, Emanuelle contra Drácula. O, sino, cualquier porno doblada en España, donde residen los reyes del doblaje erotómano: "Joder, que me corro", "Venga, cabrón, dadme con más fuerza", "Así que queréis espiar, ¿eh?" (Léanse todas estas frases en acento español, para entender a qué me refiero).
Y, por abreviar lo que promete ser un texto muy largo, quiero resaltar un último carácter de la pornografía, el más importante: que es absoluta y profundamente humana. Porque claro: lujuria, deseo, excitación, fetiche, sexo, perversidad, morbo, "impureza" (nótense las comillas), clandestinidad y, sin embargo, soledad, son todos ellos ingredientes de una ensalada de condición humana, muy bien guardada debajo de miles de máscaras, y que no es, pese a todo, un secreto para nadie.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Fellini: mago, payaso y cínico


Poeta y mago, creador incansable, tejedor de sueños, payaso del Olimpo. En fin, un genio, un hombre del que puede decirse, con toda justicia, que fue un artista puro al cien por ciento. Creo que Fellini, como ningún otro cineasta, logra dejarnos ese sabor, como de un buen vino, cuando termina una de sus películas; y, como con un buen vino, hay ese eco: en este caso, el de sus imágenes, sonidos y personajes: el recuerdo de las situaciones descabelladas, melancólicas o humorísticas de sus filmes continúa viviendo con la misma vitalidad de cuando las vimos proyectadas. Y es que son, claro, el resultado de una labor creativa única y poderosa, que manipula objetos muy frágiles sin hacerles una sola rajadura, a menos que el autor así lo desee.
Dicho sin más rodeos: hablar de Federico Fellini es hablar en mayúsculas, y pocas experiencias son tan profundas como el sentarse a ver una de sus películas. Desde las primeras, todavía a mano con el neorrealismo que él mismo ayudó a fundar con Roma, città aperta de Rossellini, hasta las últimas, pasando por cimas tales como La dolce vita, Otto e mezzo, Amarcord o Satyricon, la vivencia siempre promete eso: ser única y maravillosa. ¿Por qué? Pues porque en Fellini sigue viva, como en la obra de ningún otro director, la magia: pensemos, sino, en la desaparición de Cabiria entre esos muchachos caminantes; en los tres músicos que van desfilando por los diversos momentos de La strada; en casi todas las escenas de Amarcord, incluyendo aquella en que una monja pigmea sube a bajar del árbol al tío loco que grita "Io voglio una donna!"; en la fiesta al final de La dolce vita, en la que todo el mundo charla al compás de las palmas: la filmografía de Fellini es eso, una caja de sorpresas, una mirada única a través de la cual el mundo y su tragedia se pueden convertir, a cada recodo, en una función de circo.
Yo jamás dejaré de agradecer que haya existido un hombre como Fellini. Lo sitúo, al lado de Pasolini, como lo más grande que nos ha dado el cine italiano. Y, al final, es eso lo que obtenemos, entre la broma y el llanto: un corazón que no se cansa de latir, una obra sensual y que se crea a sí misma constantemente, un tesoro demasiado grande como para pertenecer a sólo unos pocos hombres, y que permite ser visto de una forma totalmente distinta cada vez. Yo nunca dejaré de recomendar a todo el mundo las películas de Fellini; eso sí, una sola advertencia: pueden resultar adictivas.

martes, 1 de septiembre de 2009

Una dosis de Séneca para empezar Septiembre


Pasada la página del mes de agosto, y para entrar con un tono adecuado a la de septiembre, mes de la primavera (aunque los peruanos no podamos saber qué es eso) y por tanto del amor, quiero empezar compartiendo con todos mis lectores una cita de Séneca, muy iluminadora:

"A donde quiera que mires, ahí está el final de tus desgracias. ¿Ves aquél lugar escarpado? Por allí se baja a la libertad. ¿Ves aquél mar, aquel río, aquel pozo? La libertad está allí en lo hondo. ¿Ves aquél árbol escuálido, reseco, estéril? De él cuelga la libertad. ¿Ves tu cuello, tu garganta, tu corazón? Son medios de escapar a la esclavitud. ¿Te muestro salidas demasiado penosas para tí y que exigen mucho ánimo y entereza? ¿Quieres saber cuál es el camino hacia la libertad? Cualquier vena de tu cuerpo".
(Sobre la ira; Libro tercero)

Una belleza, pura poesía... Quizá sean, al lado de las de alguna canción de Charly García llamada 3:00 a.m. y las de algunos párrafos de Schopenhauer, las líneas más memorables sobre el suicidio jamás escritas. Y si, supongo que empezamos el nuevo mes con un ambiente adecuado, ¿no lo creen?
Imágen: La mort de Seneque, de Luca Giordano
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