sábado, 26 de septiembre de 2009

Heidegger: un universo


El título, ciertamente, no es gratuito: hablar de Martin Heidegger es, necesariamente, evocar una obra que, por su densidad y complejidad, toma la forma de un universo dentro del cual nos reconocemos como actores múltiples y algo confundidos, perdidos en algún punto entre el uno y los otros, entre el existir y el ir muriendo. Y es que si Heidegger fue un filósofo original, es en gran medida gracias a ese primer paso de su análisis existenciario: la cotidianeidad. A él no le interesa el acaso inútil mundo de las ideas y los arquetipos, ni la megaconstrucción de utopías: su preocupación, más bien, se centró en el hombre tal como existe diariamente, dentro de un mundo en el cual se reconoce a sí mismo y a los otros. Es decir, descripción antes que construcción; pero, eso sí, con una originalidad y un escrutionio agudos... muy agudos.
Siempre he pensado que Ser y tiempo debe ser la obra filosófica más importante del siglo XX. De sus páginas, que recuerdan a un laberinto o un infierno por el estilo, nacen algunas de las posibilidades más ricas de interpretación y análisis de los fenómenos de la existencia, y sobre todo del Ser mismo. Sartre, Marcuse, Sábato, Gadamer y Tugendhat, entre otros, le guardan una deuda inmensa, y la historia misma de la filosofía es inimaginable en nuestros días sin la presencia de Heidegger.
Desde la conversión del mero "Ser" (Sein) en "Dasein" hasta el análisis del "Ser en relación a la Muerte", y luego en sus obras sobre poesía y literatura, la figura de Heidegger no deja de proyectar una sombra gigantesca. Su genio, por lo demás, es indiscutible, y su obra es una invitación constante a volver a ella y revalorar todo lo que somos o pensamos que somos. Se necesita temple y valor, es cierto, pero Heidegger no deja de ser un ejemplo de ello. Una vez más, pues, salud.

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